Tras los Troyanos de 2009 (enlace), ha vuelto Gergiev al Palau de Les Arts con un programa doble en torno a Romeo y Julieta: la sinfonía dramática de Berlioz –obra bellísima que nunca se hace completa- con la orquesta de la casa bajo sus órdenes, y el genial ballet de Prokofiev –para mi gusto, una de las mejores obras de la historia de la música- con el cuerpo de baile y la orquesta del Marinski. Independientemente de los resultados interpretativos, lo más interesante ha sido la comparación entre las dos formaciones sinfónicas: la Orquesta de la Comunidad Valenciana gana por goleada, pues por mucho que haya sufrido bajas en los últimos meses, volvió a evidenciar -al menos en la función del viernes 9 a la que asistí- un nivel superlativo en todas sus secciones, amén de una musicalidad fuera de lo común en sus solistas. Los rusos, por el contrario, se limitaron a desenvolverse con discreta corrección en el primer acto del Prokofiev para a partir de ahí caer en picado y ofrecer una actuación cuajada de desajustes, notas falsas, desequilibrio en los planos y pobreza sonora. Patético el epílogo de la partitura. ¿Será que, de la amplia plantilla que tiene el teatro, los primeros atriles se quedaron todos en casa? Pues no: comparando el listado del programa de mano con la web del propio Marinski (enlace) se comprueba que gran parte de ellos -lógicamente no todos- han acudido a Les Arts. Así que sencillamente es que, además de pegarse un bolo monumental en esta visita a valencia, la orquesta deja mucho que desear. Creo que el público lo notó con claridad. ¿Servirá esto para que por fin los valencianos se den cuenta de la enorme calidad del conjunto formado por Lorin Maazel? ¿Servirá para que los políticos de turno sean conscientes de que sería un grave atentado cultural acabar con la que es, con gran diferencia, la mejor orquesta de España?
Dejemos a un lado las ejecuciones y vamos a por las interpretaciones. Quien conozca mis gustos sabrá que siento muy poco aprecio por el maestro ruso. Pues bueno, este Berlioz me ha gustado mucho. Cierto es que las tres versiones que tengo en disco (Maazel, Colin Davis/Viena y Gardiner) me parecen mejores por un motivo u otro, pero la dirección de Gergiev ha sido sensata, honesta y musical, es decir, ha evitado cualquier tentación de blandura o de efectismo –salvo en el final, porque la partitura así lo pide- y ha construido un edificio sonoro de muy buen trazo, bello y expresivo, fraseado sin precipitaciones, con amplio aliento lírico, una buena dosis de sensualidad y la teatralidad apropiada. Cierto que eché de menos un sentido del color y de las texturas más desarrollado, así como mayor electricidad en determinados momentos, pero no hubo ni rastro del Gergiev rutinario, tosco, vulgar al que estamos acostumbrados. Kenneth Tarver (ya presente en la cuarta y última grabación de Colin Davis) se desenvolvió con solvencia en su breve parte. Ekaterina Gubanova se enseñoreó con un instrumento de enorme calidad y ofreció morbidez para derretirse. Mijaíl Petrenko, a falta de mayor autoridad vocal, lució por su parte una más que correcta línea de canto. Soberbio el Coro de la Generalitat Valenciana, que junto con la espléndida orquesta contribuyó considerablemente al éxito de una velada para el recuerdo en la que el gran triunfador fue Héctor Berlioz, un compositor aún hoy día –aunque parezca mentira- a reivindicar.
Pese a suavizar algunas libertades en los tempi de cara a facilitar la tarea de los bailarines, la dirección del ballet de Prokofiev fue muy parecida a la grabación de 2008 al frente de la Sinfónica de Londres que comenté en este blog (enlace). Parecida pero tirando a peor, no solo por la mediocre ejecución que ofreció la orquesta, sino también por la deslavazada planificación de un Gergiev desinteresado no solo por los aspectos expresivos –el primer enfrentamiento callejero esta vez le ha salido bastante menos bien-, sino también por los técnicos. El resultado en esta velada del sábado 10 fue irregular, con momentos buenos pero predominio de lo mediocre o incluso de lo abiertamente malo. ¿Se pudo disfrutar de la música? Solo a ratos. No sé cómo lo habrá hecho la noche de hoy domingo la misma orquesta bajo la batuta de Alexéi Repnikov en su segunda función valenciana. El ballet propiamente dicho tenía interés ante todo histórico, pues se trata de la misma producción y coreografía con que la obra se presentó en el Marinski allá por 1940. El olor a naftalina era inevitable, y buena parte del vestuario bordeaba lo ridículo para una sensibilidad actual. Sin embargo la escenografía, siendo puro cartón piedra, resulta muy bonita en su ortodoxia y falta de pretensiones, mientras que la coreografía de Leonid Lavrovski sabe poner de relieve la rápida evolución psicológica de los dos personajes. Me gustaron bastante el Romeo de Vladímir Shkliarov y –más aún- la Julieta de María Shirinkina. El público parecía pasárselo bien, pero a la hora de los aplausos se notaba que algo no había funcionado. Supongo que Helga Schmidt será lo suficientemente buena negociadora como para lograr que en su próxima visita Gergiev se deje la orquesta en casa.
2 comentarios:
Voy a romper una lanza a favor de Valery Gergiev, que nos ha dado noches absolutamente inolvidables, entre ellas una con la LSO en Madrid hace seis años tocando una "Leningrado" de poner los pelos de punta. O la Kovanschina que abrió el nuevo teatro de Bilbao en 1999, o Les Troyens de Valencia hace dos años (no el estreno, función a evitar a toda costa siempre) o el Guerra y Paz del Real...
El ballet de ayer resultó irregular, emocionante a ratos (especialmente en el despertar de Julieta) pero es que era un favor, un bolo que le sacó frau Schmidt, aprovechando que dirigía Berlioz.
Pero qué grandeza la de Prokofiev al escribir esa obra y qué pocas veces se tiene la ocasión de verla representada. De reclinatorio.
También ofreció una excelente versión de La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh en el Palau de la Música con la orquesta del Marinski hace ahora dos años.
Me dejó sin palabras la belleza de la voz de Gubanova, la había escuchaado en la Bolena del Met en cine pero en directo me gustó muchísimo más.
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