Nunca había escuchado a Oscar Martín (Sevilla, 1976), no por desinterés sino porque no se me había cruzado en mi trayectoria de melómano. Las buenas referencias que tenía se han visto confirmadas en el recital que ofreció ayer viernes en Sanlúcar de Barrameda, en el hermoso Auditorio de la Merced, dentro del tan esforzado como discreto XXXI Festival Internacional de Música A orillas del Guadalquivir. Me ha parecido el sevillano no un joven pianista, porque su edad se acerca peligrosamente a la mía, sino un pianista joven, para lo bueno y para lo no tan bueno. ¿Y eso qué significa? Pues que su estilo es fresco, espontáneo, extrovertido y altamente comunicativo, esto es, el de alguien que posee una estupenda técnica -alguna frase emborronada no tiene mayor importancia- y que tiene ganas de exhibirla con la mayor brillantez posible, dejándose guiar por su intuición musical más que por la reflexión, lo que también significa que su fraseo adolece a veces de falta de concentración, de cierto nerviosismo y de escasa hondura poética.
Me pareció estupenda la Obertura francesa de J. S. Bach que abrió el programa, una interpretación muy ágil, excelente de trazo y apreciable claridad polifónica, bien contrastada entre sus secciones, amén de ornamentada de manera tan abundante como sabia y ajena a las digresiones estilísticas, aunque Martín tampoco tuviera miedo de darle un pisotón al pedal cuando lo creyó necesario. Eso sí, las honduras de la Sarabande le quedaron en el tintero: como decíamos antes, no parece que la reflexión forme parte -de momento- de sus parámetros interpretativos. La Liebestod de Isolda, obviamente en transcripción de Liszt, cerró la primera parte en una lectura mucho antes lisztiana que wagneriana, es decir, brillante y apasionada a más no poder, pero carente de esa particular fusión entre sensualidad y carácter agónico que caracteriza la acongojante partitura.
La segunda parte estuvo consagrada -toda una valentía para un festival veraniego- a un peso muy pesado: la genial Sonata D. 960 de Schubert. Apartándose por completo del referencial y difícilmente superable “estilo Richter”, Oscar Martín ofreció una recreación rápida, vehemente, incisiva y afín al carácter trágico de la partitura, aunque desde un punto de vista muy juvenil, arrebatado incluso, pero no mirando la partitura desde ese particular “más allá” de genial pianista ruso arriba citado. En este sentido, en el movimiento inicial se pudo echar de menos ese fraseo poético schubertiano que muy pocos pianistas están capacitados para conseguir, aunque a cambio se nos ofreció un paseo por los pentagramas particularmente escarpado. El segundo estuvo en la misma línea, marcado no por la hondura pero sí por la desazón. El tercero estuvo bien, pero con el cuarto llegó el gran borrón de la noche: precipitado, pimpante y por completo superficial, Martín ofreció un espectáculo de virtuosismo de cara a la galería. Para mi gusto, muy mal, si bien el público reaccionó con previsible entusiasmo. De propina, la “Serenata” del Schwanengesang, demasiado nerviosa y sin poso lírico. Total, un pianista con enorme talento pero aún por madurar según qué autores.
11 comentarios:
Acabo de leer la crítica, y muestro un gran desacuerdo. La única diferencia entre usted y yo, quizás, es que yo soy músico y usted se queda en melómano. Estuve en el recital y no aprobaría nunca esta crítica. Está todo muy falto de razón, y cuando aparentemente razona, da la impresión de que estuvo usted en otro concierto. Más bien hace usted de Rappel en vez de crítico. (Ganas de exhibir por parte del pianista?) Este hombre tiene más de quinientos recitales en sus espaldas y ya sobrepasó esa etapa de la exhibición que usted ha captado. Ningún músico con sentido común aprobaría su crítica.
No se merece usted que le publique su comentario ni que pierda el tiempo en contestarle. Aun así, lo hago.
¿De qué va usted? ¿Quién se cree que es para despreciar con ese tono una opinión solo por el hecho de ser diferente de la suya? Ah, sí, ya veo: ustes es músico y, por ende, se encuentra muy por encima de los que somos "simples melómanos". Pues sepa usted que los melómanos somos quienes les dan a ustedes, músicos, de comer, y que muchos de nosotros amamos más la música que ciertos músicos que solo pretenden exhibir virtuosismo con ella pero que se muestran por completo insensibles a esas cosas que se llaman estilo, concentración, comunicatividad, profundidad, etc.
Ni que decir tiene que me importa un pimiento que "ningún músico con sentido común" apruebe mi crítica. Como usted sabe, muchísimos músicos no aprueban ninguna crítica que ofrezca el más mínimo reparo a lo que hace. Solo aceptan elogios y la rendición incondicional, cuando no el peloteo más o menos descarado. Así de soberbios son. Y así les va.
Usted, en su respuesta a mi comentario, llega a decirme que quién me creo que soy por despreciar en ese tono una opinión solo por el hecho de ser diferente a la mía, cuando realmente, es su crítica la que está teñida de ese caracter categórico que os suele definir a muchos críticos. Da usted pasos arriesgados puesto que lanza y no explica (o tira la piedra y esconde la mano). Para ser crítico musical, aparte de saber escribir, pienso que hay que tener oído para así poder fundamentar lo que se escribe y no soltarlo sin más.
Dice en su crítica que escuchó alguna frase emborronada. Dígame dónde. Obra y compás en la partitura.
No solo se queda usted ahí, sino que se atreve a afirmar que el pianista tenía ganas de exhibir su técnica con la mayor brillantez posible. (por eso le digo lo de Rappel). Esto ya me parece demasiado arriesgado, porque para afirmar cuestiones de esa índole se necesita, además de ser músico y conocer al artista, ser adivino.
Otra de las cuestiones que trata en su crítica es que el fraseo del pianista adolece de falta de concentración. ¿En qué se basa y en qué se manifiesta esa falta?
Otra cuestión relacionada con la música de Bach y el pedal...Acaso hay que tener miedo para pisar el pedal a fondo en algunas de las obras de J.S. Bach? Si usted no lo sabe, en la última serie de partitas incluyendo la Obertura francesa, Bach pensaba en el órgano, y el órgano, mantiene su sonido gracias a su física. ¿Qué hay de raro o de prohibido en pisar el pedal a fondo si estamos en un piano?
Liebestod, (y se lo dice un músico) no estuvo para nada carente de ese caracter agónico que usted echa en falta. Me atrevo a decir rotundamente que todo lo contrario. Fue excepcional.
El segundo movimiento de la sonata de Schubert afirma usted que estuvo marcado por la desazón. Más de lo mismo. Fue una de las joyas del recital. ¿Lo notó usted insípido?
El tercer movimiento, dice usted que "estuvo bien". A qué se llama estar bien? ¿Bien en estilo, bien en tempo, bien en fidelidad a la partitura? ¿Qué está bien y qué está mal en una interpretación (que es correcta) puesto que se ciñe al texto? Ahí debería surgir la labor del crítico y pocos entran en ese campo.
Según su crítica, con el cuarto movimiento llegó el "gran borrón". Estuvo, según usted, precipitado, y por completo superficial y termina afirmando que Oscar ofeció un espéctaculo de virtuosismo de cara a la galería.
Yo no entiendo nada. Me parece fantástico que se critique, ya sea positiva como negativamente. Pero no me parece acertado entrar en cuestiones tan delicadas y tan poco fundamentadas. De todos modos, le estoy agradecido porque me haya publicado el comentario. Es un gesto encomiable por su parte. Y siento si a veces nos mostramos así, pero quizás no ha pensado usted en el daño que se nos hace; y no porque las críticas sean negativas ni mucho menos, sino porque toda una vida dedicada a la música, al oído y al extremo análisis en el momento de un recital, a veces se tiran por la borda cuando leemos algunas cosas que se encuentran a años luz de nuestro profundo estudio.
No obstante, le agradezco su solidaridad con la publicación del comentario. Un saludo.
Caballero, su discurso me resulta muy antiguo: que si hay que ser músico para hacer crítica (¿hay que haber filmado una película para ser crítico de cine, o ser torero para hacerla de una corrida?), que si el daño que nos hacen a los que dedicamos una vida a esto, etc.
Un discurso que comprendo, pero que no comparto. Y piense, por favor, que si uno decide dedicar su vida al arte, esto supone -desde el siglo XIX, cuando desaparece el apoyo de los estamentos privilegiados y cobra protagonismo el público que paga su entrada- ser criticado un día sí y otro también, sea por críticos más o menos enterados, sea por el buen melómano que paga su entrada o sencillamente por el que acudió para pasar el rato. La actividad artística no se puede separar de esto. Si a usted o al señor Martín semejante circunstancia no le hace gracia, lo lamento. Es lo que hay. Gracias por sus comentarios.
No hay que ser músico para hacer críticas musicales (pero si se es, la crítica sale mejor) aunque sí hay que ser músico para hacer críticas del tipo de la que leí anoche.
Es decir, la crítica puede tener un límite o superarlo. Y si usted rebasa o quiere rebasar ese límite se le puede pedir que acredite lo que dice, o al menos, que lo que diga, esté correctamente argumentado.
Resulta que para hacer una crítica musical profunda, sí hay que tener OÍDO, y el oído de un melómano no es el mismo que el de un músico formado. Con lo que en ese punto, el crítico necesitaría también ser músico. Esa decir, usted puede criticar libremente cuestiones de la índole sensitiva-personal, pero si se adentra en campos desconocidos, es donde surgen los conflictos con los músicos y eso tiene que entenderlo.
Me aparto hacia un lado para aprovechar que no sólo estaba usted criticando musicalmente, sino personalmente también estaba haciéndolo cuando afirmaba que el pianista tenía ganas de exhibir su técnica con la mayor brillantez posible. Con estas palabras, usted está situando al pianista donde precisamente no está. Es decir, su frase afirma y deja entrever que Óscar Martín perseguía el objetivo de exhibir sus medios técnicos con la mayor brillantez. Mi pregunta es: ¿Cómo puede usted saber eso desde el punto de vista de melómano?
Pues lo sé de la misma manera que sé (yo y miles de aficionados más) que Horowitz (¿le suena?), incluso en su vejez, buscaba más el aplauso fácil ante los fuegos artificiales que la profundidad expresiva. Y quien dice Horowitz dice muchos otrs pianistas, músicos y artistas en general. No, no hay que ser adivino para ver cuando un artista está actuando de cara a la galería. Basta con tener un poquito de sensibilidad.
Mire, usted no sabe lo que está diciendo. Ni sabe nada de Horowitz ni nada de nada. Y aparte su crítica demuestra que no tuvo la suficiente sensibilidad para captar lo que pasó en ese recital. A esto me refiero cuando critico la osadía de algunos críticos. Usted habla de Horowitz de un modo superficial al igual que lo ha hecho del pedal de Bach del que no entiende absolutamente nada y del caracter agónico de Liebestod que usted lamentablemente se perdió. Para hablar de Horowitz así hay que haber escuchado toda su grabación con la partitura por delante. Para poner en tela de juicio que se pueda poner el pedal o no en Bach hay que tocar el piano y tocar Bach en el piano con y sin pedal (y un melómano no sabe hacer eso). Por eso le digo, que usted puede criticar perfectamente, pero no adentrarse en cuestiones tan específicas como el pedal porque usted no sabe lo que es el pedal.
A todo esto me refiero. Para que se haga una idea; es usted licenciado en Historia del arte. Cuando un músico bien formado lee (por poner un ejemplo) su frase del pedal en Bach, se produce en el cerebro algo chocante como escuchar que El beso de Rodin está creado en madera.
A mí me daría vergüenza atreverme públicamente a adentrarme profundamente en El beso de Rodin. Podré opinar y criticar hasta un punto, pero no tener la osadía de lanzarme al vacío con elementos que se me escapan. Y a usted, como bien reconocerá, se le escapa el pedal en Bach.
Jajajaja, claro, yo no sé nada de nada, usted sí. Pues nada, para usted la perra gorda. No sé para qué he perdido el tiempo.
Obviamente no voy a publicar ningún comentario más sobre el tema. Cuando alguien quiera dialogar, que lo haga dejando la soberbia y la agresividad encima del piano.
Sr. López-Vargas:
He estado siguiendo este hilo con interés y, dudando si usted publicaría o no mi comentario, finalmente me he convencido de que sería coherente con su principio de dar cabida a todas las opiniones, desde el respeto y las buenas formas.
Yo no estuve en aquel concierto de Sanlúcar de Barrameda, con lo cual no puedo opinar acerca de si esta frase estuvo emborronada o aquel movimiento estuvo precipitado. Sí que he escuchado a Óscar Martín en numerosas ocasiones y siempre me ha parecido un pianista excepcional, de una altura como hay pocos en su generación, a todos los niveles. Bien es posible y respeto que su percepción del pianismo de Óscar, en el concierto de aquel día, fuera diferente. No puedo ponerle en entredicho (aunque en algunos de sus juicios no me quedan muy claras las bases), ya que yo no estuve presente en ese concierto.
Pero yo sí conozco a Óscar (y, muy al contrario de lo que usted pueda pensar, él no está detrás de que nadie mande comentarios en su defensa a un blog del que ni siquiera creo que tenga conocimiento). Me parece muy bien que usted hable de lo bueno o regular, viejo o joven pianista, como usted escribe, que le pueda resultar Óscar Martín tras haber asistido a un concierto suyo. Pero a mí lo que me des-concierta es que usted se tome la libertad torera de hablar sobre la persona de Óscar Martín. Y, además, desde un argumento que no sólo no tiene fundamento alguno sino que, además, y perdone, le retrata a usted. Usted sospecha que Óscar no tiene nada mejor que hacer que preocuparse de que terceras personas le defendamos de críticas de desconocidos ya que, según usted, él es una persona acostumbrada a que sólo le doren la píldora. Claro, el "sevillanismo" es lo que tiene. Da usted por hecho que, ya que no acepta las críticas, es una persona soberbia y falta de humildad. ¡Qué le vamos a hacer, nació sevillano, el pobre! Y todo esto sin conocerlo de nada, oiga. ¿O es que se fue usted a tomar una cerveza con el pianista tras el concierto? (Algo que, le aseguro, le habría hecho llevarse una grata sorpresa). Conste que yo no soy de Sevilla, no soy una sevillana herida en mi orgullo cañí.
Por lo poco que he tenido la suerte de conocer a este brillante pianista, no sólo estoy en desacuerdo con usted, sino que, además, me enfada profundamente la injusticia de su comentario. Óscar es una persona trabajadora, sencilla y comprometida con su arte. Es humilde, sensible y entregado. Él toca porque ama el piano, no tiene necesidad ni interés por deslumbrar a nadie. No lo necesita. Porque, además, por muy bueno que sea el Óscar pianista, puedo asegurarle que no es nada comparado con la grandeza del Óscar persona. Piense usted si no se ha pasado de la raya en sus juicios (prejuicios, en este caso) y si no ha faltado a ese respeto que tanto exige.
A parte de este asunto, le doy la enhorabuena por su blog, ya que siempre es positivo contar con espacios de este tipo.
Un saludo.
DdT.
Ddt, gracias por sus comentarios y por su educación. Intentaré resumir, que estoy ya muy harto de este asunto.
1) Mi opinión sobre Oscar Martín como artista es, dentro de la provisionalidad que ofrece un único recital escuchado, la que escribí al final de mi entrada: "un pianista con enorme talento pero aún por madurar según qué autores". Nada más, tampoco nada menos.
2) Parece que a algunos no les basta con que diga eso, porque no admiten ningún reparo ante sus ídolos. El de "Miguel Sevilla" no es el primer caso que conozco. Por mi parte pagué mi entrada e hice uso de mi derecho a opinar en mi blog personal sin faltarle el respeto a nadie. Igual que si usted va a cine y escribe su opinión de una película, ¿no? Si mi opinión es fiable o no, eso lo tendrá que determinar cada uno de los hipotéticos lectores. Yo he escrito desde mis (limitados) conocimientos y mi (personal) sensibilidad, pero con sinceridad, cosa que por cierto no hacen algunos (o muchos) críticos más preocupados de quedar bien, codearse con los artistas y moverse en el mundillo que de ser honestos consigo mismos. Un mundillo, sí, lleno de peloteo descarado. Se lo aseguro.
3) Ha sido "Miguel Sevilla" el que me ha hecho plantearme la posibilidad (mera hipótesis indemostrable) de que podría ocurrir que el señor Martín estuviera, ojalá que no sea así, detrás de todo esto. ¿Sabe por qué? Porque no es la primera vez que pasa. Me sé de más de un caso de insidias a tal o cual crítico, incluso de operaciones de acoso y derribo, que presuntamente venían de buenos melómanos y que al final han resultado estar inducidas por el cantante, director o agrupación de turno, ofendidos por críticas no tan positivas con ellos esperaban.
4) La vida personal y el carácter de Oscar Martín me importan bien poco. Y no creo haber sido injusto con él. Si se han levantado estas sospechas no ha sido por culpa de Oscar Martín, sino de "Miguel Sevilla", que ha hecho lo que nunca tenía que haber hecho: entrar en casa ajena como elefante en una cacharrería, con un tono muy agresivo y descalificaciones ad hominen. ¡Cuánto daño le hacen a los artistas jóvenes algunos amigos que, por recibir su amistad, creen necesarios ir de escuderos por la vida!
Con su permiso, lo dejo aquí. Ya está bien. Un saludo.
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