Por si queda alguien por ahí que todavía piensa que la interpretación musical no existe (¡cuánto daño hizo ese genio imbécil llamado Igor Stravinsky!), proponemos esta comparación entre dos versiones de la Novena Sinfonía de Beethoven extremadamente opuestas: la de Ferenc Fricsay de 1957-58 en estudio para Deutsche Grammophon y la toma radiofónica de Wilhelm Furtwängler de 1942, editada esta última por diferentes sellos. Ambas pertenecen a eso que se ha venido en denominar “gran tradición”, y las dos se sirven de una Filarmónica de Berlín ideal para este repertorio por su sonoridad robusta y oscura, pero es difícil imaginar una mayor radicalidad en los enfoques de sus respectivas batutas.
La del maestro húngaro, registrada con sonido espléndido para la época, es la interpretación optimista por excelencia. El primer movimiento se aleja del carácter gótico, atmosférico y con silencios que pesan como losas, con que muchos estamos acostumbrados a escuchar la página, para decidirse en su lugar por un enfoque mucho antes épico que dramático. Por otra parte la planificación resulta más intuitiva que estudiada, lo que hace que algunos pasajes no estén muy paladeados y los clímax no posean toda la rebeldía que necesitan, pero a cambio obtenemos un acercamiento directo, fresco y muy comunicativo. La misma línea sigue Fricsay en el Molto vivace, quizá no el mejor de los posibles, pero en cualquier caso de una inmediatez incuestionable, amén de magníficamente diseccionado en lo que a la polifonía de las maderas se refiere.
El sublime Adagio molto e cantabile es magnífico, pues aun prefiriendo Fricsay la luminosidad serena a las brumas filosóficas, se desarrolla con asombrosa naturalidad, está sonado con una belleza tan admirable como alejada del narcisismo y alcanza –eso sí- unos clímax particularmente punzantes. El “Himno a la Alegría”, en perfecta coherencia con lo que hasta aquí se ha venido desarrollando, resulta extrovertido, entusiasta y jubiloso a más no poder, ofreciendo de este modo un tono claramente afirmativo y, por así decirlo, reconciliatorio, todo ello sin detenerse mucho en los aspectos “místicos” de la página, pero desplegando una fuerza arrebatadora, particularmente en una doble fuga llena de electricidad. Entre los solistas sobresale el inconmensurable Dietrich Fischer-Dieskau; Irmgard Seefried, por desgracia, deja bastante que desear. La obertura Egmont que acompaña la última edición en compacto es espléndida y se encuentra en la misma línea que esta Novena de conocimiento obligado.
Lo de Furtwängler es otro mundo. Se trata, lo adelanto ya, de la más genial interpretación que un servidor haya escuchado de esta obra, y por ello mismo la más discutible de todas. ¿Himno a la alegría? ¡Un cuerno! ¿Viaje de las tinieblas a la luz? De eso nada: ¡derechitos al Infierno! Tentado está uno de hacer literatura barata y escuchar aquí el grito desgarrador de quienes estaban muriendo en la Segunda Guerra Mundial, de los alemanes que sufrían penalidades cotidianas mientras la propaganda de Goebbels les transmitía noticias de triunfo, de los miles de personas perseguidas por la ideología del III Reich… Tal vez, también, de los judíos que en esos mismos momentos estaban empezando a conocer una de las mayores ignominias de la historia de la raza humana, la “Solución Final”. Obviamente Hitler no tenía idea de interpretación musical: de haberse dado cuenta de lo que aquí había, es decir, furiosa rebeldía en vez de afirmación épica, flexibilidad en lugar de marcialidad, intenso dolor suplantando al optimismo, hubiera mandado a su director favorito a un campo de concentración.
Pero insisto en que todo esto son especulaciones. Lo que parece indiscutible es que esta es una Novena llena de rabia, dolor y desesperación. La batuta, impetuosa donde las haya, atenta mucho antes a la emoción del momento que a la planificación rigurosa, no se preocupa por la belleza sonora. Ni siquiera por la claridad, el empaste, el equilibrio de planos y todo eso. Lo que le interesa es la idea, aunque ello signifique moverse al borde del descontrol. El primer movimiento se desarrolla de manera implacable, dramática y hasta agresiva, sin espacio para el remanso lírico aunque sí para la celebrada flexibilidad furtwangleriana y su particular dominio de las transiciones. La construcción además es de una lógica arrolladora, acumulando tensiones hasta lograr que el gran clímax central, no ya telúrico sino auténticamente apocalíptico, sea uno de los momentos más terroríficos de todo el Beethoven discográfico. El Molto vivace recibe por su parte una interpretación mefistofélica, furiosa y proto-bruckneriana, marcada por unos timbales implacables a más no poder, remansándose en un trío donde la batuta da una verdadera lección de plasticidad en el tratamiento orquestal.
El Adagio molto e cantabile es especialidad de la casa. Sinceramente, no me parece que este de Berlín tenga nada que envidiar al mítico de su registro en el Festival de Bayreuth de 1951, e incluso está más paladeado aún (20'07'' frente a 19'32''). El hermosísimo legato furtwangleriano, su hondo sentido humanístico y su serenidad transida de dolor –rebeldes a más no poder los dos clímax- convierten en la audición en una experiencia conmovedora. El último movimiento hay que escucharlo para creerlo. La cuerda ruge con ferocidad, los timbales denuncian de manera implacable, el coro increpa al cielo buscando una esperanza, la batuta dilata a más no poder el calderón anterior a la marcha y luego se entrega a una doble fuga de ardiente desesperación, pero sin dejar de alcanzar en los pasajes “metafísicos” la concentración deseable. Los cantantes (Tilla Briem, Elisabeth Höngen, Peter Anders y Rudolf Watzke), muy perjudicado el tenor por la toma sonora, son lo de menos. Una coda frenética, violenta y descontrolada cierra la interpretación de manera implacable. Obviamente no estamos ante una lectura canónica de la Novena por Furtwängler. Quien busque eso, que escuche la referida grabación de Bayreuth o, mejor aún, la del Festival de Lucerna de 1954. Esta de Berlín es para asombrarse primero y para reflexionar después. Y no solo sobre Beethoven.
4 comentarios:
Ya que hablas acerca de la Filarmónica de Berlin, te cuento que he estado repasando una interpretación que, a mi juicio, merece una mejor consideración de la que tiene: la versión de la Sexta Sinfonía de Gustav Mahler grabada por Herbert von Karajan entre 1975 y 1977. Sé que Karajan no es un mahleriano de la altura de los famosos Mitropoulos, Bernstein o Horenstein, por ejemplo. Aunque desconozco la Novena en vivo de 1982, creo que el salzburgués, sin salirse de su personal estilo, alcanzó aquí su cima en Mahler: intensidad, control, austeridad, belleza y perfección orquestal. Creo, sin dudas, que este fascinante registro debe redescubrirse.
Saludos.
Gracias por la recomendación. Esa Sexta no la conozco, pero ahora mismo, preparándome para la integral Beethoven de Barenboim en Colonia, no estoy para mucho Mahler. Saludos.
Hola Estimado Fernando! recien veo este artículo y no puedo mas que decir que estoy absolutamente de acuerdo con todo lo que dices!!! me encanta la de Fricsay pero la de Furthoven...
he leído muchas críticas bienpensantes de la(s) toma(s) del ´42 de Furt aduciendo que "adolecen de histeria bélica que mejor las del 51 y 54 etc etc" pero a mí desde que la escuché fue la que más me gustó del Maestro, creo que llega al hueso.
Gracias y Saludos Cordiales!
Julián
Vaya, no sabía que hubiera quien la pusiese a caldo. ¡Me alegra coincidir! Un cordial saludo.
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