lunes, 11 de julio de 2011

Introducción a la Sinfonía Española de Lalo

Seis años antes de que Dvorák compusiera su Obertura Carnaval, Pablo de Sarasate estrenaba en los Conciertos Populares de París, entre el clamor popular, la obra que más fama iba a dar al ya cincuentón y hasta entonces no especialmente exitoso Édouard Lalo (1823-1892): su Sinfonía española para violín y orquesta, op. 21. En realidad el título de la obra puede conducir a equívoco, toda vez que más que una auténtica sinfonía parece una suite, al no atenerse a una estructura sinfónica ortodoxa; aunque quizá el nombre más adecuado hubiera sido el de “sinfonía concertante”, pues la obra está planteada desde el principio para el lucimiento virtuosístico del ya entonces celebérrimo violinista navarro, a quien está dedicada la partitura.

No estamos por tanto ante una página de marcada personalidad ni de especial inspiración creativa. Su objetivo, lisa y llanamente, es enganchar al público con pegadizos ritmos y melodías de sabor español y ofrecer al mismo tiempo un vehículo para que el solista dé rienda suelta a su más desatado y arrollador virtuosismo. Así el primer movimiento, Allegro non troppo, consiste en una serie de variaciones del solista sobre un tema de ritmo hispano; éste es expuesto ya en los primeros compases, tras la brevísima introducción por parte de la orquesta de una melodía de carácter orientalizante que también va a desempeñar un papel primordial en este movimiento. Progresivamente el violín va explorando todas sus posibilidades -trinos, escalas, etc- y establece un diálogo con la masa orquestal a veces enriquecedor para ambos, a veces de claro enfrentamiento; todo ello para ir dirigiéndose al registro agudo y culminar de la más brillante manera posible la pieza, quizá la más propiamente sinfónica -por la manera en que desarrolla su material temático- de las cinco que conforman esta partitura.

Le sigue un Scherzando. Allegro molto bastante más breve, de carácter eminentemente folclórico y danzable, a la manera de una seguidilla, en el que no resulta difícil reconocer por momentos -entre otras- la célebre canción popular andaluza “El Vito”. Su apaciguada conclusión en pianissimo permite enlazar con el tono relativamente más sombrío del Intermezzo. Allegro non troppo. Omitido en algunas interpretaciones de otros tiempos pero hoy afortunadamente recuperado, se trata de una página con ritmo de bolero, o más bien de habanera, que independientemente de su discreta inspiración melódica supone una verdadera prueba de fuego para el virtuoso que se atreva a ejecutarla. No en balde Lalo escribió pensando fundamentalmente en las al parecer ilimitadas posibilidades de Sarasate, para quien -dicho sea de paso- ya había escrito un Concierto para violín hoy olvidado y que ahora con esta nueva partitura encontraría un más adecuado vehículo para sus facultades y su particular temperamento.

El remanso lírico viene con un Andante al mismo tiempo solemne, contemplativo y melancólico, bastante menos interesado por el pintoresquismo hispano que por el despliegue de sentimientos más sinceros y personales que llegan en algún momento a bordear lo dramático e incluso lo patético; a pesar de todo, la cadencia ofrece una nueva oportunidad para hacer alarde de la más depurada técnica violinística.

Claro que la música de nuestro país vecino en la segunda mitad del XIX no es por lo general amiga de densidades emocionales y profundidades metafísicas, y menos aún en obras destinadas al exhibicionismo, así que el bueno de Lalo concluye su partitura con un chispeante y festivo Scherzando. Allegro molto, tan tópico como efectivo en su orquestación, que tras un remanso en forma de habanera para que el violín obtenga un respiro melódico obliga al solista a explorar todos sus registros, del grave al agudo, y todos sus más enrevesados recursos técnicos. Todo ello dentro de una atmósfera presuntamente flamenca que comprensiblemente entusiasmó al público parisino del la recién creada III República Francesa, en un momento en el que el gusto por el exotismo español estaba llegando a su culminación: sólo un mes después de su exitoso estreno se presentaría al público la Carmen de Bizet.

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Este texto procede de las notas escritas para el concierto que la Orquesta Janácek de Ostravia ofreció bajo la dirección de Jakub Hrůša en la edición del año 2006 del Festival de Úbeda.

1 comentario:

Eugenio Murcia dijo...

He escuchado dos versiones de esa obra, Mintz-Mehta(Brilliant) y Perlman-Barenboim (DG), las dos muy buenas. Es una obra muy bella, algo banal y poco profunda pero muy interesante. Está clara la influencia de Paganini y del "Harold en Italia" de Berlioz (aunque esta obra era para viola). Aunque se titula sinfonía se trata más bien de un concierto.

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