Recuerdo cómo la interpretación de Barenboim, por entonces un recién llegado al universo sinfónico mahleriano -no así a sus lieder-, fue ensalzada en la revista Ritmo y vapuleada sin piedad en Scherzo. En aquel momento me sorprendió la disparidad de opiniones. Ahora no, claro. Vuelta a escuchar, la del argentino se revela como una lectura apasionada, extrovertida y llevada con singular convicción, que se aparta de lo decadente, como también de lo sensual y lo atmosférico, para optar por un agudo sentido del humor y una enorme elegancia en los movimientos más desenfadados -tercero y cuarto-, y volverse especialmente dramática en el resto. A destacar, en este sentido, cómo modela a la portentosa Sinfónica de Chicago para ofrecer una tímbrica muy incisiva al tiempo que muy atenta al colorido de la cuerda y de la madera grave, particularmente de esta última.
Puestos a poner reparos, hay que reconocer que a Barenboim se le podría pedir un poco más de creatividad en algunos pasajes, como también una mayor concentración en el arranque de “la despedida”. Además, no a todo el mundo le puede resultar grato el timbre leñoso de un -en cualquier caso- voluntarioso y eficaz Siegfried Jerusalem, que se mueve mejor en el agudo que en el centro. La grabación, por otra parte, no es de lo mejor realizado en vivo por Erato: las voces quedan en segundo plano.
Ese enorme mahleriano que es Lorin Maazel no terminó de redondear su lectura. Por descontado que su dominio del idioma queda en evidencia, como también una técnica de batuta rica en el color y clarificadora, pero la inspiración no termina de aparecer: a medida que avanza la audición, da la impresión de que el maestro no termina de comprometerse en lo expresivo, y que incluso termina resultando un poco tímido, por no decir descafeinado. Afortunadamente la interpretación cuenta con la baza de un Ben Heppner en perfecto estado vocal, de agudos segurísimos y "squillantes", que se implica hasta la médula con unas intervenciones llenas de valentía y sinceridad sin menoscabo de atander a la morbidez de un fraseo con buen legato. Solo a Fritz Wunderlich, en la referencial grabación de Otto Klemperer para EMI, le he escuchado algo mejor.
La dirección del irregular -y tantas veces mediocre- Semyon Bychkov resultó bastante más satisfactoria de lo que se podía esperar. No hay blanduras ni excesos, el pulso está bien sostenido y la batuta pone convicción a lo que hace. Faltan, eso sí, la riqueza tímbrica, el vuelo lírico y esa particular sensualidad mahleriana que solo los grandes consiguen, pero a la postre hay que aplaudir esta notable interpretación que se beneficia de una muy esforzada Orquesta de la WDR y de la fabulosa acústica de la Philharmonie de Colonia. Tampoco está nada mal Torsten Kerl, quien pese a la extraordinaria dificultad de su parte sale airoso del empeño procurando ofrecer la amplia variedad expresiva -de lo contemplativo a lo alucinado pasando por la intoxicación etílica- que los versos demandan.
Bueno, ¿y la Meier? Triunfa en los tres casos con una voz que, siendo algo más lírica de la cuenta, se mueve sin demasiados problemas y ofrece al mismo tiempo rica crema en su colorido. Claro que lo más importante no es el instrumento, sino el inmenso talento de la artista: dicción irreprochable, legato de enorme belleza, prudente administración de los recursos y una expresividad tan contenida como sincera, exquisita sin el menor narcisismo y situada no en la inmediatez terrena, sino más allá del bien y del mal, sobre todo en "la despedida". No posee la expresividad agónica de Kathleen Ferrier (con Walter), ni la opulencia vocal de Christa Ludwig (mejor con Klemperer que con Bernstein; la de Karajan no la conozco) ni la tan serena como intensa congoja de la increíble Janet Baker (sobre todo en la grabación de Haitink), por citar a las tres más grandes intérpretes de esta parte, pero aun así la mezzo alemana es por derecho propio la más grande interprete de Das lied von der Erde en la actualidad.
Matizando un poco, habría que indicar que es con Barenboim con quien menos maravillosa está, mostrándose algo incómoda en el grave y aún no del todo profunda en lo expresivo, si bien en clímax del segundo número ("Sonne der Liebe...") ofrece, quizá espoleada por el singular temperamento del argentino, una intensa rebeldía que luego no volverá a mostrar. Con Maazel y Bychkov su interpretación alcanza ya su punto justo de madurez gracias a una matización más rica y sutil, así como a una dosis mayor de sensualidad vocal. A destacar en la interpretación del franco-americano la exquisitez con que plantea toda "la despedida", dirigida por el maestro en una línea particularmente serena y contemplativa, muy espiritual, lo que puede no ser lo más indicado para la obra pero encaja muy bien con la visión que plantea Meier, aunque de las tres versiones la más recomendable es quizá la del DVD: a este señora hay que verla, además de oírla. Por si fuera poco el magnífico documental que se incluye en la edición es revelador sobre la personalidad de esta enorme artista. Si aún no lo conocen, no se lo pierdan.
1 comentario:
Un disco que funcionaria bien de ventas.
Meier, Kauffman, Filarmonica de Berlin y Daniel Baremboim.
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