Simplificándolo mucho, podríamos decir que este es un “Verdi alla Bruckner”. La sonoridad es oscura, las texturas son robustas, los tempi eternos. La teatralidad verdiana se encuentra por completo ausente, como también esa particular extroversión propia de lo mediterráneo, pues se trata de una lectura honda y meditativa, llena de brumas, atenta al peso vertical del sonido -especialidad de Celi- y muy arriesgada en el discurso horizontal, hasta el punto de que se podría hablar de “arquitectura deconstruida” en numerosos pasajes. Ni que decir tiene que la claridad es pasmosa, y que todo está analizado milimétricamente sin que se pierda la espiritualidad por el camino.
¿Una visión religiosa antes que operística de la partitura? Desde luego, aunque habría que especificar de qué clase de religiosidad estamos hablando. Hay poco de retórica católica en esta visión, y sí mucho de “introversión filosófica” centroeuropea. Pero tampoco podemos hablar de calma contemplativa ni de éxtasis místicos, toda vez que -como ocurre en las recreaciones brucknerianas del propio Celibidache- se ofrece una dosis grande de rebeldía en los momentos en los que la partitura -y lógicamente el texto- lo piden, estando ésta inyectada no con puntuales explosiones decibélicas, sino mediante una minuciosa planificación de las tensiones sonoras. Hay momentos de este Réquiem verdiano que no recuerdo haber escuchado jamás tan angustiosos, hirientes y desesperados, lo que no impide que otros pasajes resulten de una sensualidad, un lirismo y un aliento humanístico proverbiales; el legato del maestro rumano hace milagros, mientras que su manera de jugar con el tempo y con el peso de los silencios nos ofrecen detalles de verdadera magia sonora.
La Filarmónica de Múnich, eso sí, se las ve y se las desea para seguir al pie de la letra los requerimientos del maestro rumano. El coro, por su parte, realiza una labor bastante solvente. Y de los solistas vocales no se pueden decir muchas cosas buenas: Elena Filipova se esfuerza para sacar adelante su dificilísima parte, Reinhild Runkel cumple sin más, Peter Dvorsky exhibe una voz preciosa pero lo pasa fatal, y Kurt Rydl se muestra tosco y engolado. Sea como fuere, tengo dos cosas claras: que jamás recomendaría esta interpretación para acercarse por primera vez a la partitura (para eso están los Muti, Giulini y compañía) y que su conocimientos es obligado para quienes ya amen esta impresionante creación verdiana, además de para los admiradores del controvertido, discutible y genial arte de Sergiu Celibidache.
8 comentarios:
totalmente de acuerdo; por cierto, ¿qué tal la última grabacion de Muti con los chicagos? saludos.
Lamento no haber escuchado aún esta tercera y última grabación del italiano, Sergio, pero seguro que algún amigo puede decirnos algo por aquí.
Pues aparte de decir que el Requiem de Celibidache me parece francamente insufrible, por mucho discurso horizontal y arquitectura deconstruida (si puedo lo escucharé de nuevo...), el nuevo de Muti con la CSO me parece en conjunto admirable, a pesar de no contar con un gran equipo de cantantes (¡qué pena que un señor como Muti no ponga más empeño en esto!). La orquesta es sensacional y el coro lo mismo, un portento, verdaderamete revelador. Sólo por eso ya valdría la pena escucharlo. Pero es que la dirección también lo es, más madurada que en su célebre versión de EMI en 1979, pero todavía con ese brío suyo tan particular. Yo le escuché esta obra en directo en 2007 en Las Palmas con la Philharmonia y el Orfeón Donostiarra y doy fe de que sigue siendo un espectáculo. J.S.R.
Menuda perversion. Ahora para semana santa se oye el requiem de Mozart y la Misa en Si De Bachy será condenado por la catelfa histericista a 24 horas de GRAN HERREWEGHE.
comorrrlllll?
Ya he adquirido la última de Muti; a escucharla en cuaresma, en semana santa y en navidad y en la purisima y en carnes toltes y cuando me apetezca, que Dios lo da por bien hecho y yo tambien, saludos cordiales.uffff
A Celibidache le pasa una cosa parecida que a Furtwängler, aunque este sí grabó en estudio, o a Knappertsbusch, que grabó poco.
Son maestros del vivo, maestros de la variación. Celibidache ensayaba durante sus giras, y ajustaba la interpretación a las condiciones de cada sala, por ejemplo. Knappertsbusch prefería dejar que el momento determinara el resultado, y no hay dos interpretaciones suyas iguales. Cuando quería, ensayaba a conciencia (Parsifal de 1951), pero con las orquestas de siempre, que conocían la obra, la sala y a él... prefería dejarse llevar por el momento. Furtwängler era algo parecido, y el entorno transformaba sus versiones radicalmente, aunque siempre genial.
No se puede juzgar a estos directores con los parámetros de una grabación en estudio, para el estudio. Son cosas muy diferentes. Algunos directores nos dan las dos cosas muy diferenciadas, otros solo una, y otros las mezclan.
Estoy de acuerdo con todas estas apreciaciones, Nemo, pero quiero añadir que no necesariamente el vivo supone mayor "autenticidad" o calidad en los referidos maestros: el mejor Kna que he escuchado, los Adioses de Wotan con London y la Filarmónica de Viena, es "en estudio". Gracias por las aportaciones y un saludo.
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