Para empezar, la mayor parte de la creación artística de la historia de la humanidad responde a unas circunstancias políticas determinadas. Las pirámides de Egipto son en gran medida propaganda, como también lo es, por ejemplo, la nueva plástica impuesta en tiempos de Amenofis IV y su esposa Nefertiti. La arquitectura y escultura griegas de época clásica responden asimismo a una concepción política: al igual que la democracia busca el equilibrio entre el individuo y la colectividad, la armonía -base de la belleza en la plenitud de esta civilización- se consigue encontrando la proporción adecuada entre las partes y el todo. El arte imperial romano contribuye en gran medida a predicar una determinada concepción del gobierno. Románico y Gótico son testimonio de una mentalidad muy concreta. También adopta una postura claramente política el Renacimiento florentino (el mismísimo David de Donatello reivindica la presunta superioridad de Florencia sobre Milán). Y el gran Barroco de Bernini. Y los retratos de Velázquez. Y la pintura de David. Y la de Delacroix. Y la de Courbet. Podríamos seguir indefinidamente. Por descontado, no debemos caer en la trampa -heredera del materialismo histórico- de pensar que siempre hay una relación causa-efecto entre cambios sociopolíticos y evolución artística, pero queda claro que la política es uno de los factores importantes que no debemos olvidar a la hora de analizar cualquier obra de arte, música incluida.
Si nos centramos en el campo de la ópera, la relación sigue siendo ineludible. Gran parte de las alegorías de la lírica barroca hacen referencia directa a los gobernantes de turno o a circunstancias históricas concretas. El Clasicismo va a estar marcado por la ideología ilustrada y hasta por la masonería: pensemos en la trilogía Mozart-Da Ponte y en La flauta mágica. Gran parte de Verdi es propaganda política pura, aunque muchos no se hayan dado cuenta hasta que el otro día Riccardo Muti convirtiera en Roma el “Va, pensiero” en un grito contra Silvio Berlusconi. En la Tetralogía wagneriana se entremezclan ideologías variopintas para conformar un alegato contra el mundo de la Revolución Industrial. El Verismo hunde sus raíces en la denuncia social. Las óperas de Berg o la Lady Macbeth de Shostakovich caminan por el mismo sendero. Por no hablar de un Peter Grimes o un Billy Budd, claro. ¿Es la ópera un espectáculo “para relajarse y no pensar” que se mantiene ajeno a cualquier ideología? De ninguna manera. Otra cosa es que determinados músicos, directores de escena o gestores quieran vaciar a muchos títulos de su contenido para ofrecer “música pura”. Bien, se puede hacer, e incluso a veces los resultados son muy satisfactorios, pero hacerlo es en sí mismo una actitud política, al igual que si alguien dice que se mantiene al margen de toda tendencia ideológica está igualmente haciendo gala de una postura muy concreta.
Luego está el tema de la gestión cultural. Hay quien dice que no hay “cultura de izquierdas” y “cultura de derechas”. Falso, desde el momento en el que cualquier testimonio de la actividad creativa del ser humano refleja una determinada concepción de la vida y de la sociedad. E igualmente existe una política cultural “de izquierdas” y otra “de derechas” (calificativos todo lo manidos que se quiera pero que nos sirven para entendernos) en las que las prioridades, la estructura de la gestión y las responsabilidades se han de ordenar de manera distinta. Por ello no solo no es negativo que cada gobierno establezca las directrices que le parezcan más oportunas, sino que resulta justísimo y necesario: si los votantes aúpan a un partido determinado es para que realicen una labor acorde con las ideas que enarbola, de manera independiente a que estemos o no de acuerdo con las referidas ideas. El problema surge -y ahí llegaríamos a la gestión de Mortier, que es lo que nos ha llevado a todo esto- cuando un determinado gestor entiende de manera equivocada esas ideas, o las interpreta a partir de gustos y caprichos personales, o poniendo por delante determinadas redes de clientelismo, o incluso el ansia por alimentar su ego. Pero eso ya es política mal entendida: la que pone a las personas con poder por encima de las ideas que presuntamente defienden. O sea, lo que ahora mismo está ocurriendo en la España de Zapatero y Rajoy. Mal que nos pese.
3 comentarios:
La opera y la ideologia van mas con el argumento y la musica que con el autor en si. Puccini hace operas de derechas porque las señoras metidas en visones se recrean en la pobre butterfly,la Manon Lescaut y en general el universo del maestro de Lucca es agradable al oido, todo lo contrario que un Berg cuya Lulu causó no pocas bajas en el Liceu o el Doctor Fausto en Sevilla con la gente huyendo en tropel, quedando el ultimo cuadro en familia.
El unico compositor que ha nadado en las dos aguas con exito ha sido Richard Strauss, capaz de ofrecer Electra y Rosenkavalier, dos mundos opuestos en cuanto a concepcion sonora y clientela operistica.
Sigo sin estar de acuerdo. Una cosa son las inevitables circunstancias políticas o sociales que han llevado a un artista a crear una obra de arte y otra muy distinta es establecer unos parámetros de relación entre política y creación artística lógicos e inmutables. La obra de arte, (ópera, pintura, escultura, etc.,) es más o menos grande por sí, al margen de esas circunstancias. Por poner un ejemplo Verdi, que era un agnóstico declarado, escribió una de las misas de requiem más impresionantes de la historia. ¿Con qué condicionantes políticos o sociales lo explicamos? Podremos especular lo que queramos, pero lo lógico hubiera sido que Verdi no hubiera tocado la música religiosa o que si lo hubiese hecho hubiera fallado en su intento, pero hizo una obra maestra de algo que aparentemente no le cuadraba. Y, curiosamente, por hablar de óperas del mismo verdi, unas pueden traslucir circunstancias políticas de su convulsa época y es lógico (Nabucco, Macbeth, etc.) pero otras muestran a un autor transgresor, inconformista, si no revolucionario (Traviata, Ballo...) ¿Dónde lo encuadramos entonces? Creo que ese ansia de convertir todo en política no le cuadra bien al hecho creativo cultural, que si bien se ve abocado a sobrevivir en un mundo inevitablemente polítizado, en el fondo, y más cuando es de calidad, está siempre por encima de él.
Querido Anónimo, afirma usted lo siguiente:
"Una cosa son las inevitables circunstancias políticas o sociales que han llevado a un artista a crear una obra de arte y otra muy distinta es establecer unos parámetros de relación entre política y creación artística lógicos e inmutables".
Pues bien, estoy completamente de acuerdo. De hecho no he tenido la intención de afirmar nada parecido. Eso de los parámetros de relación lógicos e inmutables entre arte y política lo intentó el historiador Arnold Hauser; su influencia fue enorme, pero hoy es muy criticado por ello, con toda la razón.
Lo que sí continúo afirmando es que, aunque algunos lo así deseen hacerlo, es difícil separar arte y política. El "Arte" no es un concepto tan abstracto e independiente como pudiera parecerlo, sino una creación del ser humano, y como tal está sujeta a todos los condicionantes que afectan al mismo, incluyendo circunstancias económicas, políticas, psicológicas, religiosas y un largo etcétera.
Y por descontado que tiene usted razón en que el arte es grande -o no lo es- en sí mismo, al margen de esas circunstancias. Éstas sirven para entenderlo con mayor profundidad y sentido, pero no para valorarlo cualitativamente. Pero, ¿acaso he dicho yo lo contrario?
Tengo la sensación de que usted ha leído en mi texto no lo que he pretendido decir, sino lo que usted ha querido leer. Un saludo.
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