Habría que destacar, en primer lugar, el riquísimo sentido del color de que hace gala el maestro, quien con una espléndida técnica de batuta es capaz asimismo de ofrecer unas texturas de todo punto fascinantes. En segundo lugar nos encontramos ante un fraseo que respira con naturalidad al tiempo que se muestra, mediando un magistral dominio de la agógica, extraordinariamente flexible. Pero lo más importante es el modo en que Svetlanov juega con los elementos a su disposición para descubrir mil y un detalles nuevos en estas tan manoseadas partituras, paladeando primorosamente las melodías y desmenuzando hasta el límite el maravilloso complejo instrumental, todo ello sin caer -tentación habitual en este tríptico- en la mera delectación paisajística o en la ensoñación más soporífera . Tampoco llega a irse el pulso en ningún momento -o casi en ninguno-, y eso que la lentitud llega a ser llamativa en estas recreaciones.
Es lo que justamente ocurre con las Fontane di Roma, una recreación ortodoxa en su carácter contemplativo pero heterodoxa por su creatividad: la increíblemente lenta transición entre el Tritón y de Trevi, sin duda discutible, es de las que cortan la respiración. Por lo demás hay sensualidad en Valle Giulia, elegancia en la creación de Bernini, grandeza sin estrépito en la fuente que inmortalizara Federico Fellini y melancolía suavemente dolorosa -sin difuminar los colores en exceso- en Villa Medici al anochecer.
Igualmente admirables las Fiestas de Roma, aunque la ingenua partitura (¡esos leones devorando a los cristianos!) no sea la mejor de su autor. De esta forma Circenses resulta adecuadamente hosco y dramático; lentísimo Il Giubileo, maravillosamente desmenuzado, y por momentos a punto de venirse abajo; más melancólica y fantasmagórica que festiva suena L’Ottobrata, con algún capricho agógico; y magnífica sin más La Befana, donde Svetlanov intenta poner claridad en esta confusión sonora “a lo Ives” apartándose del escándalo gratuito, acentuando los timbres y recreando con asombroso sabor popular y hasta vulgar las diferentes atmósferas sonoras que se entrecruzan.
Lo mejor llega, en cualquier caso, con los Pinos de Roma, desde este momento mi interpretación favorita junto a la de Sinopoli ya referida y a la genial versión -aislada, sin formar el tríptico- que nos dejó Celibidache (DG, 1976). Villa Borghese ya es una revelación, escuchándose muchas cosas nuevas y aunando estridencia -tremendos los metales- con deliciosa poesía en una colorista y particularmente descriptiva, incluso onomatopéyica, recreación del mundo infantil. En las Catacumbas hay poco de misticismo y mucho de atmósfera ominosa, alcanzando un clímax de un dramatismo desgarrador. El Gianicolo, mediando un sentido de las texturas y un manejo de la agógica increíbles, destila pura magia sonora; solo Celibidache había llegado tan lejos. La marcha de la Via Apia, finalmente, se encuentra planteada con pasmosa lentitud, arrancando -como hacía Sinopoli- de manera muy amenazadora y opresiva para terminar con una grandeza pocas veces alcanzada.
Dicho todo esto huelgan recomendaciones. Lamentablemente no tengo ni idea de dónde pueden comprar el compacto. La edición es japonesa, pero en el HMV nipón no he encontrado nada. Por suerte hay almas caritativas al servicio de quienes saben buscar. ¡No se lo pierdan!
2 comentarios:
Fernando no sabía que resucitaras directores de orquesta ni que incluso supieras la nueva fecha de su muerte. xD
"No conozco casi nada de la discografía de Yevgeny Svetlanov (1928-2022)..."
Jajaja, ya lo he corregido. Puse 2022 en lugar de 2002.
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