No es Walter Weller (web oficial) un director por el que sienta aprecio. Lo que le conozco, que es su integral de las sinfonías de Prokofiev en Decca y unos Gurrelieder en Valencia de hace años (enlace), me muestran a un director más bien pedestre, funcionarial en el peor sentido del término y caracterizado por la brocha gorda. ¿Para qué demonios voy entonces a su concierto de ayer viernes 17 de diciembre en el Palau de la Música valenciano? Hombre, en parte porque cuando viajo por ahí me gusta disfrutar de todos los espectáculos que puedo, y en parte porque el programa era una preciosidad.
Lo que más ilusión me hacía era escuchar por primera vez en directo una obrita maestra que se toca poquísimo, no sé por qué: la obertura de Las alegres comadres de Windsor, de Otto Nicolai, una verdadera delicia que, eso sí, requiere una batuta con un espectacular dominio de la agógica. ¿Han escuchado las grabaciones de Kna y Kleiber? Pues eso. Walter Weller ofreció una lectura correcta sin más, con un sentido del humor más rústico que elegante, lo que no me parece del todo mal. A la Orquesta de Valencia, de la que es director asociado, la encontré en baja forma, precaria en el empaste y escasa en tersura y agilidad.
A continuación el maestro austríaco dirigió con mucha corrección -y escasa finura- el Concierto para violín de Korngold, una obra que me gusta muchísimo (enlace). Aquí vino la sorpresa de la noche, en forma de chica muy joven, guapa y de apariencia frágil que, de cerrar los ojos y limitarnos a escuchar su violín, pensaríamos que se trata de algún ruso grandote y con cara de mala leche. Y que conste que Alina Pinchas (n. 1988) empezó nerviosa, con problemas en la digitación que, aunque la cosa mejoró en pocos minutos, reaparecieron puntualmente a lo largo de la obra.
Pero estas insuficiencias importaron poco, porque la agilidad se puede mejorar, pero “lo otro” ya está ahí. ¿Y qué es “lo otro”? Pues un sonido de una carnosidad increíble, repleto de armónicos, y una musicalidad de primer orden en la que no hay espacio ni para la dulzonería, ni para el amaneramiento, ni para la búsqueda de la belleza sonora en sí misma, ni siquiera -encontrándonos ante una obra de enorme virtuosismo- para el despliegue de fuegos artificiales, sino tan solo para la tensión interna, el fuego controlado y la hondura expresiva. La emoción sincera presidió un admirable acercamiento a la partitura -me tocó el corazón en el Andante- que, cuando se pulan algunos pasajes, va a ser de primera magnitud. Dramática, arrebatadora, genial la propina de Ysaÿe (cuarto movimiento de la Sonata nº 2).
Sinfonía del Nuevo Mundo en la segunda parte del programa. Lectura no especialmente lenta por el reloj (42 minutos) pero sí al oído, porque Weller no logró tensar la arquitectura en ningún momento. Tampoco hubo elegancia, ni colorido, ni claridad ni -desde luego- creatividad alguna. Pero sí que acertó el anciano maestro en dos cosas: la sonoridad rústica que debe ofrecer la orquesta -algo imprescindible en Dvórak- y el carácter dramático -mucho antes que épico- de la pieza. No fue, por tanto, una interpretación de cara a la galería, de esas en plan pintoresco -primer movimiento-, dulzón -segundo- y trompetero -cuarto-, sino un acercamiento muy bien planteado que cree sinceramente en la fuerza expresiva de una obra que contiene bastante más de desgarrada confesión personal de lo que aparenta. Si Weller hubiera conseguido una mayor emotividad en el celebérrimo Largo se hubiera tratado de una lectura globalmente muy estimable, pese a su tosquedad. No fue así, pero el público aplaudió mucho.
1 comentario:
La obra de Korngold es genial. Tb tiene una muy bella sonata para violín, que editó naxos. Hay muchas obras maravillosas por conocer, mi paisano Esplá tiene una magnífica sonata para violín (que fue grabada en su día por el sello de rtve).
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