martes, 23 de noviembre de 2010

Plácido Domingo hace zarzuela en Valencia... y no se le oye

Disfruté poco de la “Noche española I” (sic), programada por el valenciano Palau de Les Arts, esto es, la gala de zarzuela protagonizada por Plácido Domingo, Virginia Tola y Jesús López Cobos el 21 de noviembre pasado. Fue así en gran medida por motivos extramusicales, es decir, por el monumental cabreo con que entré tras la gélida espera en la cola del ascensor que ya les comenté en la entrada anterior (enlace). Pero hubo también razones más claramente musicales para que la cosa no me dejara satisfecho, y me refiero a la acústica del Auditori, la sala superior diseñada ex-profeso para conciertos sinfónicos por Santiago Calatrava. Yo hasta ahora había estado en la parte baja de este recinto y no había tenido particulares problemas. En esta ocasión me senté en la penúltima fila de la sala, arriba del todo, y doy testimonio de que a los dos cantantes se les escuchaba bastante mal. Pensé al principio que no tenían una buena noche, pero no era así: en el intermedio diversos melómanos habituales de la casa me comentaron que este era un problema que se venía arrastrando de lejos, y que de hecho en el reciente recital de Juan Diego Flórez muchos echaron de menos un sonotone. En fin, otra chapuza del arquitecto valenciano que los ulteriores acondicionamientos acústicos no han logrado solucionar. Igual que en otros teatros se anuncia a la hora de comprar determinadas localidades aquello de “visibilidad muy reducida o nula”, los de Les Arts deberían vender las filas superiores advirtiendo “acústica muy deficiente, usted verá lo que hace”. Así las cosas, comprenderán ustedes, me fue difícil disfrutar de las voces.

Pero aún quedaba lo peor: Jesús López Cobos. Yo ya sabía por dónde iban a ir los tiros, pues el maestro zamorano ya había dirigido (es un decir) a Plácido Domingo una gala casi idéntica a esta en agosto de 2007, y hace tan solo unos días pude ver el DVD correspondiente. Pero en Valencia lo ha hecho de manera aún más mediocre, es decir, con su habitual sosería, sin chispa, sin estilo, con una total falta de tensión interna, cuadriculado y ajeno a los matices expresivos, pero añadiendo además una buena dosis de cursilería marca de la casa: hacer que el vibrante preludio de El tambor de granaderos resultara repipi y que la Orquesta de la Generalitat sonara con la mojigatería de una banda de ursulinas ya es difícil, ya. El Bateo fue pura rutina, la Danza del fuego no tuvo nada de lo que su nombre indica, y en el intermedio de La boda de Luis Alonso casi eché de menos el chin-pun de Maese Furcio o la gris corrección de García Asesino. Con eso se lo digo todo. La orquesta, con unas trompetas algo despistadas y, eso sí, una concertino excelsa, iba a su aire. Normal. Encima Doña Helga Schmidt se habrá gastado una pasta en traer al de Toro, que no es precisamente un director barato. Espero que, ahora que Mortier no le deja saquear el erario público a quien ha mantenido en la más absoluta mediocridad musical al Teatro Real entre 2003 y 2010, López Cobos no haya encontrado en Les Arts el nuevo lugar donde hacer su agosto.

La argentina Virginia Tola no me convenció, pero hay que dejar muy claro en su descargo que el que desde el mezzoforte para abajo no se la oyera fue posiblemente culpa de Santiago Calatrava. Lo que sí se escuchó no valía gran cosa: una voz de no escasa calidad pero infrautilizada, excesiva en vibraciones, poco matizada y lastrada por una dicción absolutamente ininiteligible. Al menos la soprano argentina le puso al asunto ganas, buen gusto y un cierto salero, particularmente en las carcerelas de Las hijas del Zebedeo. Por cierto que otras músicas se las podía haber ahorrado, porque valían bien poco y no logró lucirse demasiado en ellas.

¿Y Plácido? Pues muy bien, pero relativamente decepcionante. Me explico. La voz, milagrosamente, sigue sin perder la belleza de su timbre (¡a semejante edad!). La dicción es irreprochable. El estilo, inmenso. La comunicatividad, irresistible, llena de emoción y sinceridad en cada una de las sílabas, poniendo siempre el acento justo en el sitio exacto. Y la inteligencia proverbial, dosificando con sabiduría los recursos para ofrecer, ya que no una exhibición de facultades canoras, sí una lección de eso tan indefinible, pero con Plácido tan evidente, que se llama musicalidad. Por descontado, a años luz de sus imitadores, así como de algunos barítonos que lucen instrumento mucho antes que expresión. Que las partituras estuvieran bajadas o subidas de tono, sinceramente, creo que importa poco en semejante contexto.

Lo que ocurre, para qué negarlo, es que al madrileño se le veía cansado. Precisamente por la dosificación de recursos antes citada, no cometió el error de su Siegmund valenciano (donde empezó pletórico para perder fiato progresivamente) y se mantuvo muy prudente en la primera parte de la gala. Quizá demasiado. Plácido nos entregó, quiero insistir en ello, mucho más arte que lo que ofrecen habitualmente otros cantantes con mejores condiciones vocales, pero tampoco vamos a ocultar que el mero placer físico de escuchar una voz utilizada con valentía y arrojo es parte integrante del disfrute lírico. Como además en lo alto de la sala se le escuchaba fatal y el de la batuta dirigió todo el tiempo con alarmante frialdad (una excepción: el “Adiós, dijiste” de Maravilla), la sensación fue que estaba todo funcionando a medio gas. La segunda parte me pareció globalmente mejor, pero al final se confirmó el agotamiento de Domingo: tras un estupendo dúo de El gato montés (arriba les he dejado un vídeo de la página por los mismos cantantes), y pese a que había revuelo de partituras en los atriles y entró furtivamente un clarinete, el tenor hizo claras indicaciones al maestro de que las propinas habían terminado. En Salzburgo ofreció el “No puede ser”. En Valencia no pudo ser. En fin.

3 comentarios:

Alejandro Lagarda dijo...

Saludos Fernando

Sigo tu blog desde hace bastante tiempo, pero hasta hoy no me había animado a escribirte.

En primer lugar he de decir que soy un simple iniciado en la música de concierto y que siento verdadera debilidad por la ópera.

Soy licenciado en Historia del
Arte por la Universitat de València, y gracias a la carrera pude empezar a estudiar historia de la música algo que, y perdón por lo sobado de la expresión, cambió mi vida.

Disto mucho de poseer conocimientos técnicos o muy elevados en el campo musical. Sólo sé que me encanta y que poco a poco voy descubriendo muchas cosas. Y tu blog me ha sido de gran ayuda.

Es cierto que en algunas ocasiones, dada mi limitación cultural, me pierdo cuando entras en aspectos algo más técnicos o percepciones concretas sobre obras o directores que se escapan de mi entendimiento. Pero eso es problema mío y no tuyo. Además de la excelente y siempre personalísima opinión que ofreces, me suelo reir bastante, sobre todo por la acidez que esconden muchos de los comentarios.

Quizá sea ese el motivo por el que me he animado a escribirte después de leer los últimos comentarios sobre el Palau de les Arts. Soy de Valencia y la situación respecto a la cultura es lamentable. Como aficionado a la música me encantaría ir a escuchar conciertos en directo. Pero los precios son privativos para todos, y especialmente para la gente joven.

Me da rabia que hayan vendido la chapucera-faraonada de Calatrava como un "cultura para todos", cuando es mentira. Sólo he podido ir dos veces, y por ser sesiones didácticas en las que la entrada era gratuita para ver "L'arbore di Diana" de mi paisano Martín i Soler y "El rey que rabió" de R. Chapí.

Dicen por ahí que en Valencia tenemos lo que nos merecemos. Es muy injusto. Valencia ama la cultura, pero por culpa de unos dirigentes u otros (y me importa poco el color ya a estas alturas)no hacen más que promover una imagen que, como tu bien describes en tus comentarios, es de chapucería y falta de respeto al ciudadano o al cliente.

Y me molesta, porque siendo una tierra con grandes oportunidades (como es el propio Palau de les Arts) muchas se echan a perder por la incompetencia de cuatro. Ojo no quiero decir que como valenciano me ofendan tus comentarios, nada de eso. Los asumo como propios, porque pudiendo hacer las cosas bien, siempre acaba todo hecho un desastre por aquí, y eso lo pagamos todos, los sueños de gloria salidos de la nada.

Pero en fin, espero que la cosa cambie y algún día poder disfrutar de más música en directo en una ciudad que presume de ser tierra de músicos, pero sinceramente cuesta mucho acceder a ellos.

En Valencia decimos que somos unos "meninfots" o lo que es lo mismo, y en traducción (muy) libre, "nos da igual ocho que ochenta". Y así va.

Pero bueno, siga o no la generalísima del Palau tocando las narices, espero seguir disfrutando con tus valiosas entradas que, y no es elogio vacío, han ampliado mis conocimientos y abierto nuevos caminos en esto de la cosa musical.

Disculpa si este comentario es demasiado largo, puedes borrarlo una vez lo hayas visto. Quería ponerme en contacto contigo, pero no sabía como.

Nada más, de momento. Sigue escribiendo y gracias.

Ah por cierto, recuerdo tu entrada sobre la grabación de "Morgen", que supuso como una esperanza respecto a la juventud. No soy tan joven como tus alumnos, tengo 24 años pero, aunque no se vea tanto, si que hay muchos jóvenes que no sólo aman la ópera o la música clásica, sino también la cultura y muchas cosas alejadas de "Sálvame" y compañía.

Un cordialísimo saludo

Alejandro Lagarda

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias por tus palabras, Alejandro. Ni tú eres un experto, ni lo soy yo. Simplemente soy más viejo que tú y he acumulado más experiencia. Yo también me aficioné "en serio" a la clásica cuando estudiaba la carrera. A partir de ahí... cuesta abajo y sin frenos, claro. Maldito vicio.

Me alegra que las tonterías que escribo sirvan para algo. A mí también me sirvieron en su momento las que escribían otros, y me siguen sirviendo. ¡Muchísimo! Ojalá que todos los aficionados tuvieran un blog, porque lo interesante del asunto es compartir experiencias y aprender los unos de los otros. Otra cosa es que cuando escribimos lo hacemos creyendo saberlo todo y con unos insoportables aires de superioridad. Esos nos pasa a muchos, claro, pero luego somos los primeros que corremos a ver lo que dice "el enemigo para aprender de ellos".

Con respecto a Valencia, qué quieres que te diga. El otro día me decía un aficionado valenciano que en su tierra no gusta la música. Yo le repliqué que no es así exactamente: gusta MUCHO tocarla, pero MUY POCO sentarse escucharla. Basta con dar un paseo por los pasillos en los entreactos para darse cuenta.

Sobre los precios de las entradas, lo tengo clarísimo: la cultura subvencionada es, pese a sus defectos, imprescindibles. Yo me aficioné a la música en directo gracias a los sustanciosos descuentos para estudiantes que ofrecían los ya de por sí muy subvencionados (y por ende baratos) conciertos de la Sinfónica de Sevilla. Hoy por hoy tengo un suelto fijo, pero no me puedo permitir muchas alegrías. Quien ni siquiera tenga eso... no sé cómo demonios va a escuchar buena música en vivo.

Ah, tienen muy buena pinta tus blogs. Solo he podido echar un vistazo (tengo ahora mismo un estress brutal), pero veo que tenemos muchos gustos en común. ;-)
Un saludo.

Alejandro Lagarda dijo...

Muchas gracias, estaré atento a tus entradas ;)

Para lo que ha quedado la Gheorghiu

Por supuesto, yo ya ando en casa. Escribiré poco a poco sobre lo que he escuchado en Bucarest.