El asunto es tan simple como terrible: a menor poder adquisitivo, menores ganancias para las empresas y, por ende, reducción de la producción y aumento del paro. Ha pasado otras veces en las crisis cíclicas del sistema. Lo malo es que puede que ésta no sea una crisis cíclica, sino una reformulación profunda del mismo debida, entre otras cosas, a la imposibilidad de mantener el gasto público en una sociedad progresivamente envejecida y por ende más necesitada, pero también a la presión del capital para privatizar empresas estatales y para menguar la presión fiscal a las grandes fortunas, medida éstas que algunos gobiernos presuntamente de izquierdas nos han colado por todo el morro como fórmula presuntamente progresista. El asunto es muchísimo más complejo, por descontado, y los especialistas lo cuentan mucho mejor que yo (no se pierdan el artículo de Enrique Gil Calvo hoy en El País), pero las consecuencias vienen a ser las mismas.
Así las cosas, al igual que tras la Segunda Guerra Mundial se produjo una transformación de la clase baja de Europa Occidental en una clase media que ha basado su modo de vida en el consumo, lo que redunda en el beneficio de las empresas y en la creación y redistribución –obviamente desigual, pero ese es otro problema- de la riqueza, ahora se podría producir el proceso inverso, la conversión de las masas que formamos la clase media en un nuevo proletariado no muy distinto del que sostuvo el desarrollo económico durante la Primera Revolución Industrial, es decir, alienado, desestructurado, explotado y con escaso margen de maniobra. Obviamente estamos en la era de Internet, los trabajadores poseen ahora una mentalidad diferente y son capaces de rebelarse por otras vías, pero ya se sabe que a nuevos tiempos, nuevas formas de explotación y manipulación. Quienes gobiernan el mundo (que no son nuestros más o menos torpes, ineficaces o corruptos políticos, sino los grandes lobbies empresariales y financieros) poseen tal control de los medios de comunicación que buena parte de la presunta rebeldía está no ya controlada, sino directamente dirigida desde arriba.
Lo peor de todo es que la verdadera rebelión, es decir, la que pasa por el descrédito del capitalismo y la desconfianza en su sistema político asociado, la democracia, conduce inexorablemente hacia ese monstruo terrible del totalitarismo (de “ultraizquierda” o de “ultraderecha”, para el caso es lo mismo) que se encontraba hasta hace poco agazapado pero que, alimentado por la crisis, está volviendo a enseñar sus zarpas, aunque convenientemente disfrazado. Cuando las cosas van mal, la “única solución” es para muchos la mano dura. Ya se sabe: si hay problemas, “capacidad de decisión”, “todos a una” y “grandes sacrificios” para resolverlos. ¿Les suena?
Vienen malos tiempos. Primero para la música culta en general, que por algún lado hay que empezar a recortar y al fin y al cabo es cosa de minorías. Y luego para todo lo demás. Cerré mi texto de Forumclásico diciendo no encontrar solución posible. Hoy quiero ser optimista. Creo que debemos esforzarnos por comprender los mecanismos de la historia. Siendo al mismo tiempo tolerantes y profundamente críticos con todo y con todos. Leer todo lo que se pueda, escuchar a todos, aprender lo mucho que de todas las ideologías y maneras de pensar se puede aprender. Y luego, olvidando cualquier tipo de apriorismo y de alineamiento ideológico, pensar por uno mismo y extraer las conclusiones pertinentes. Y es que, como dijo Barenboim en el celebrado documental sobre el West-Eastern Divan, “knowledge is the beginning”. Primero el conocimiento. Lo demás llega a partir de ahí.
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