Ni que decir tiene que el lenguaje es el adecuado, que la sonoridad -germánica hasta la médula- es idónea, que el trazo es firme y que esta por lo demás muy sólida interpretación no conoce (enorme peligro de esta música) caída en la retórica, la ampulosidad o la pesadez. Pero el riesgo, la creatividad y el compromiso expresivo de antes se ven ahora sustituidos por el distanciamiento, la ortodoxia más acomodaticia y hasta la rutina. El primer movimiento desprende cierta sensación de frialdad, y solo al llegar a su acongojante clímax la tensión parece llevar a alguna parte; por desgracia la muy indiferente coda nos deja sumidos en la asepsia.
Mejoran las cosas en el Scherzo, mucho más trabajado y desde luego muy convincente; por descontado que el trío no lo huele, pero eso les pasa a todos con excepción de Klemperer. El adagio está mejor construido que en la interpretación con Viena, pero ahora no hay rastro de esa emotividad, de ese profundo sentido humanista que convierten a esta página en una de las cimas de la música sinfónica. Y muy bien el Finale, bien trazado y dicho con energía -véase clip de YouTube-, aunque en él se echa de menos el carácter visionario que debe desprender su acumulación de tensiones. Así las cosas, cuando la interpretación concluye uno tiene la sensación de haber asistido a un magnífico ejemplo de excelente artesanía musical, pero nada más. Otra vez será.
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