Si el recital que ofreció hace unos años Ute Lemper en el Teatro de la Maestranza fue magnífico, el de ayer sábado 24 de octubre en el Villamarta -casi lleno, aunque con mucho público de fuera- resultó absolutamente memorable. Bajo el título “Last Tango in Berlin”, la artista alemana ofreció un variado ramillete de páginas de Kurt Weill, canciones de cabaret, chansons francesas, improvisaciones jazzísticas, tangos argentinos (en notable castellano) y alguna que otra pieza de musical, todo ello con el único acompañamiento del piano de Vana Gierig (web oficial) y del bandoneón de Tito Castro (web oficial): no del todo ágil pero de portentosa musicalidad y estilo el primero, irreprochable el segundo.
La flexibilidad fue el punto fuerte del recital. Flexibilidad de estilos: aun moviéndose en campos muy diferentes entre sí, Ute Lemper pasó de un mundo a otro con asombrosa facilidad recurriendo a una inteligente mixtura que tan vez no sea del agrado de los puristas -el idiomatismo de sus recreaciones era discutible-, pero que en cualquier caso funcionaba a la perfección gracias a una musicalidad, una comunicatividad y un magnetismo escénico irresistibles. Tal vez su voz no sea de primera, pero su enorme inteligencia suple cualquier tipo de limitación y la artista triunfa por completo. Salvando su lectura de Los pájaros perdidos, que me pareció un punto vulgar -excesivos cambios de color-, el resto se movió entre lo magnífico, lo sensacional y lo irrepetible, haciendo siempre gala de una fuerza expresiva arrolladora y de una elegancia que nunca llega a ser excesivamente sofisticada.
Claro que la referida flexibilidad fue también física: los movimientos mágicos de Lemper sobre la escena, increíblemente ágiles no ya para su edad, sino para cualquier edad, son de los que le dejan a uno con la boca seca. Sensualísima a más no poder, abiertamente erótica en ocasiones, misteriosa en otras, siempre seductora pero jamás forzada o fuera de tiesto, Ute Lemper demostró ser un animal escénico de primerísimo rango que sabe llenarlo todo con su sola presencia. Dominando a la perfección toda clase de recursos teatrales, Lemper mostró además una impagable capacidad para empatizar con el público, improvisando incluso a la hora de contar las peripecias del día: debido a problemas de tráfico aéreo, la artista llegó -me consta que literalmente- cinco o diez minutos antes de la hora oficial de comienzo de la actuación. El público, que incluía a muchísimas personas que jamás habían oído hablar de esta señora, sintonizó con la propuesta desde el primer momento y aplaudió a rabiar.
Total, una velada absolutamente memorable que dejó bien claro que Ute Lemper, ya interesante en el campo del disco, gana enteros con su presencia física y escénica hasta el punto de convertir un recital en una experiencia plena para los sentidos, y también para la inteligencia. Y demostración asimismo de que la artista, profesional como la copa de un pino, sabe dejarse la piel incluso en escenarios “menores” como el jerezano: dos horas justa duró su actuación, sin intermedio alguno y con el único apoyo de un botellín de agua. De lo mejor que se ha visto en el Villamarta desde su reapertura, sin duda.
1 comentario:
Me lo perdí en Sevilla y me lo perdí el sábado. ¡Y eso que estaba en Jerez! Porca miseria.
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