Nunca había escuchado -que yo recuerde- a Lars Vogt, ni en vivo ni en disco. Por eso su recital del Maestranza tenía para mí un doble interés: escuchar un programa precioso y comprobar las cualidades del artista. ¿Resultado? A mí me da la impresión de que es un señor con una técnica asombrosa pero poco comprometido desde el punto de vista expresivo. Por ello mismo lo más interesante fue su recreación de la Sonata op. 1 de Alban Berg, soberbiamente expuesta desde el teclado, por estar enfocada desde una óptica “impresionista”, muy alejada del vendaval de emociones post-románticas: una opción discutible pero que logró poner de relieve los aspectos más abstractos de la página.
En los tres Klaiverstücke de Schubert Vogt hizo gala de un colorido de una belleza abrumadora, de una agilidad digital portentosa y de una limpieza de sonido impecable, controlando siempre con sabiduría el pedal y matizando con atención la dinámica. Pero claro, un Schubert así, fraseado con semejante banalidad e indiferencia, tan ajeno al dramatismo intenso y contenido que le es propio, tan parco de intenciones expresivas… A mí no me hace ninguna gracia, lo siento. Otra cosa es que a muchos les guste el Schubert amable, bonito y delicado por el que intérpretes como éste siguen apostando.
Impresionante desde el punto de vista técnico la tremenda Sonata en Si menor de Liszt. El trazo con que afrontó la genial partitura se mantuvo firme, la gama dinámica fue generosa y la ejecución digital resultó impecable: tan sólo conseguir esto en semejante obra es ya una hazaña al alcance únicamente de los mejores virtuosos y un espectáculo digno de ser presenciado. Ahora bien, con ello no basta: los momentos más íntimos resultaron asépticos, los más rebeldes se quedaron en un mero ejercicio de mecanografía y la atmósfera brilló por su ausencia. Una Sonata en Si menor que no huele a azufre no es una Sonata en Si menor. De propina, un Nocturno de Chopin muy bonito. Para mi gusto, demasiado.
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