sábado, 22 de febrero de 2025

La mejor Cuarta de Mahler en lo que va de siglo: Dudamel/Concertgebouw

Me parece muy equivocada la actitud de algunos críticos musicales -la mayoría, me temo- de ignorar de manera sistemática las filmaciones disponibles exclusivamente en streaming. Solo el disco físico parece motivarles, a pesar de que muchas de las referidas filmaciones ofrecen una magnífica calidad de sonido y se ven, cuando vienen en 4K, mejor que cualquier Blu-ray. Es la costumbre, supongo. Lo mismo va para las revistas especializadas –Ritmo y Scherzo, vamos–, aunque en este caso se trata más bien de una cuestión económica: solo se hace reseña de aquellos lanzamientos de casas discográficas susceptibles de insertar publicidad en sus páginas. El resto, como si no existiera. Actitud equivocada, decía, por una razón fundamental: la mayoría de los grandes artistas de la actualidad tienen más cosas en las redes –bien de manera gratuita, bien comercializada– que en formato físico, y por ende solo contando con estos testimonios se puede uno hacer una idea cabal de quién está haciendo qué, y de cómo lo está haciendo.

No solo eso: a veces uno tropieza con versiones de absoluta referencia. Me acaba de pasar esta misma noche: la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler filmada por Gustavo Dudamel y la Orquesta del Concertgebouw en 2021, a puerta cerrada por la pandemia, disponible en Medici TV no solo me parece la mejor de cuantas se han hecho en el cuarto de siglo que llevamos, sino también la única que puede mirarse cara a cara con esos tres hitos que son Klemperer/Philarmonia, Szell/Cleveland y Maazel/Viena. No exagero.

Técnicamente, la interpretación es un portento. La orquesta holandesa deja bien claro que es una de las mejores del mundo, estando entre las europeas a la misma altura de la Filarmónica de Berlín y la Filarmónica de Viena; tiene que envidiar a la cuerda de ambas, es cierto, pero creo que las maderas son aún superiores. Y precisamente son las maderas lo que con más interés y relieve trata la batuta de un Dudamel que demuestra aquí un dominio como pocas veces le haya escuchado. ¡Qué manera de clarificar todas y cada una de las líneas! Los citados Klemperer y Szell quizá fueran todavía más lejos en este sentido, pero en esta realización del venezolano se escuchan muchas, muchísimas más cosas que en las de directores de la altura de Bernstein, Karajan, Abbado, Ozawa e incluso Boulez, por nombrar maestros de técnica excepcional. La cuerda le suena a Dudamel aterciopeladísima; el metal muy redondo y empastado, sin que por ello deje de sonar con la incisividad apropiada cuando debe. En cuanto al discurso horizontal, el director mantiene magníficamente el pulso a pesar de la relativa lentitud de los tempi escogidos, y solo se puede poner reparo a ciertos juegos agógicos que no siempre suenan con la naturalidad deseable.

Y en lo expresivo, ¿cómo es el asunto? Olvídense del tópico del Dudamel extrovertido y vibrante, de esa imagen del Bernstein revivido que algunos –no sé si él mismo también– han pretendido vendernos. Eso era antes, si es que fue alguna vez. Don Gustavo ha demostrado ser un maestro clásico en el más estricto sentido de la expresión: equilibrado y sereno al tiempo que dotado de una enorme fuerza interna. ¿Han escuchado su Brahms? Pues eso mismo. Esta no es una Cuarta de Mahler dinámica, electrizante o contrastada. Tampoco resulta especialmente sarcástica. Menos aún se mueve por el terreno de la ligereza sonora y expresiva con la que a lo largo de los últimos lustros nos han horrorizado gente como Abbado o Herreweghe –también Norrington y Roth, cuyas versiones no he logrado terminar por ataque de risa–. Parece más bien la lección de un director en una trascendida segunda madurez, una especie de Haitink menos distanciado y severo, más cálido, más animado en el tratamiento expresivo de las maderas –insisto en el papel que aquí desempeña esta familia– y con un más desarrollado humor negro, pero sin que llegue la sangre al río. Elegancia extrema, serenidad bien entendida, sensualidad y reflexión se dan de la mano dejando su espacio a los aspectos tenebrosos de la página sin que estos se pongan en primer término. Eso sí, creo que el primer violín se pasa con los portamenti del Ruhevoll. 

El cuarto movimiento cuenta con la participación de Camilla Tilling. Su instrumento vocal, siendo de apreciable calidad, no es la que más me gusta para esta parte, pero la soprano sueca canta divinamente y, sobre todo, matiza con muchísimo acierto el texto: hay que atender a lo que está diciendo exactamente para darse cuenta de cómo pone su técnica al servicio de la expresión, en la que venturosamente no cede ante la blandura ni la cursilería.

En fin, qué quieren que les diga. Si no están suscritos a Medici TV, háganlo ya. Este Mahler, por cierto, suena y se ve increíblemente bien. Y a ver si mañana domingo actualizo mi discografía comparada de la partitura.

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