viernes, 8 de noviembre de 2024

Shostakovich, mentiroso por necesidad: una reflexión en torno a su Sinfonía nº 14

El bueno de Dimitri Shostakovich tuvo dos maneras de sortear las presiones estéticas del régimen soviético. Una, escribirle bodrios musicales satisfacer sus demandas. ¡Vaya si lo hizo! La otra, engañarle. Y eso también lo hizo muy bien. Tanto fue así que no solo picaron el anzuelo los vigilantes del llamado “realismo socialista”, sino también presuntos especialistas y hasta grandes intérpretes musicales. Uno de estos últimos, ya lo saben ustedes, fue Yevgueni Mravinsky, pero luego la lista continúa hasta Sir Georg Solti como mínimo, pasando (¡ay!) por el mismísimo Leonard Bernstein, que se creyó el que Finale de la Quinta sinfonía iba en serio. El libro Testimonio ha contribuido no poco a la mistificación. Hoy los investigadores han demostrado que, como presuntas memorias del compositor, el texto no es otra cosa que una falsificación realizada por Solomon Volkov, pero no es menos cierto –escúchese lo que dijeron gente como Rostropovich o Sanderling, que conocieron bien al artista– que la idea que en ese libro se ofrece sobre el contenido expresivo de su música se acerca a la realidad. ¿Compositor antisoviético? No, tampoco es eso. No creo que haya que escuchar el acercamiento de la amenaza estalinista en la marcha de la Leningrado –innecesario buscarle tres pies al gato: esa sinfonía habla de la guerra–, ni menos aún vislumbrar un retrato del dictador en el segundo movimiento de la Décima.

Lo que sí hay que hacer es restar “carácter oficial” a aquello que de manera obvia ofrece una visión altamente pesimista del ser humano y de la sociedad bajo un envoltorio pensado para el despiste. Y para eso, claro, hay que ir más allá de las notas. Ver “música pura” en Shostakovich puede ser aceptable en obras como la Décima sinfonía o buena parte de sus cuartetos, pero eso no es posible hacerlo en la Octava o la Novena. Por ello estoy en profundo desacuerdo con las notas al programa que José Luis García del Busto ha escrito (leer aquí) para una reciente interpretación a cargo de la OFGC de la Sinfonía nº 9 de Dimitri Dmítrievich. De ella dice lo siguiente:

“Escribí más arriba “pura música”, y así estimo que conviene enfocar la escucha de la Novena de Shostakovich; sin embargo, no faltan quienes ven en la obra cierto carácter teatral, como si se tratara de una mini-comedia en cinco actos, incluso con sus actores destacados (léase solos instrumentales). Sinceramente, me parece excesivo.”

En su derecho está en expresar su opinión, como yo lo estoy en decir que ver aquí “música pura” me parece no enterarse de lo que ahí está pasando. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que los movimientos extremos son dos parodias muy grotescas de marchas militares, y que la música se escribió en un contexto, el del fin de la Segunda Guerra Mundial, no poco significativo. Súmenle ustedes lo que nos dice la sinfonía inmediatamente anterior –auténticos “desastres de la guerra”– y lo que sabemos del pensamiento político de Shostakovich, expresado –enseguida vuelvo sobre ello– en los textos cantados que fue utilizando al final de su vida. ¿Que podemos interpretar esa Op. 70 como una página distendida, de humor suave, en la que el cuarto movimiento no es más que un momento de tinieblas que precede a la salida de la luz, al desenfado y al carácter festivo del Finale? Hombre, se puede hacer así. Solti lo hizo, y con un talento tan descomunal que casi nos convence, pero lo cierto es que ante un oyente más o menos inquieto la música no termina de funcionar: le parecerá insulsa y trivial, cuando no insincera. Ahora bien, Herr Otto Klemperer (leer discografía comparada) supo hacernos ver que detrás de las notas había otro asunto muy distinto y, aun teniendo que apechugar con una orquesta horrorosa, hizo una versión de plena coherencia y convicción expresivas: aquí lo que hay es una burla a Stalin, al militarismo y a las exaltaciones patrias en toda su cara. ¿Acaso hay que extrañarse de que al compositor volvieran a relegarle después de estrenar semejante bomba?

Confieso que Shostakovich también me ha engañado a mí, concretamente en el caso de la obra que espero escuchar mañana en directo en el Teatro Villamarta: la Sinfonía nº 14. Decía él allá por el estreno en 1969 que iba sobre la muerte. ¡Y yo me lo creí! Sí, nuestro artista también mentía de palabra. ¿Recuerdan la barbaridad esa de que el primer movimiento de la Decimoquinta transcurre en una juguetería? No había por donde cogerlo, claro, pero el pobre quiso evitar represalias y dejar que el tiempo se encargarse de poner la música en su sitio.

Sí, la Decimocuarta habla de la muerte… pero no es una sinfonía sobre ella. Su carácter es abiertamente político. Yo lo he ido viendo cada vez más claro a medida que, a lo largo de los últimos diez días, he ido escuchando una grabación tras otra de la obra. Lean los textos. Lean también los de Yevstushenko utilizados en la sinfonía inmediatamente anterior, la Babi Yar. Ahí no vale que cada uno interprete lo que quiera: Shostakovich habla no solo con las notas, sino también con unas palabras muy concretas. Y los textos de Apollinaire, Rilke y Küchelbecker apuntan en la misma dirección: la guerra como farsa, la lucha contra la tiranía, el desprecio a los opresores, el arte como única manera de seguir resistiendo, el artista prisionero o muerto. De ahí la presencia de Lorca: con tantísimos poetas que han escrito sobre la muerte, ¿creen ustedes que es casualidad que Shostakovich escogiera precisamente al granadino?

Hay una intensa negrura en esta obra, pero a pesar de todo el compositor deja abierto un espacio para la dignidad: la del artista que hizo lo que pudo para luchar contra el tirano, la del que supo resistir en un contexto hostil. Es por eso por lo que en estos tiempos nuevos en los que estamos entrando, los tiempos en los que millones de personas en el mundo votan libremente a favor de regímenes dictatoriales, xenófobos y basados en el más absoluto egoísmo, esta sinfonía sigue siendo más necesaria que nunca. Porque nos mueve a aceptar el destino manteniendo la dignidad.

Ah, la discografía comparada la presentaré pronto, pero no hay cambios con respecto a lo que ya todos sabemos: Rostropovich sigue siendo la referencia absoluta.

No hay comentarios:

El Trío de Tchaikovsky, entre colegas: Capuçon, Soltani y Shani

Si todo ha salido bien, cuando se publique esta entrada seguiré en Budapest y estaré escuchando el Trío con piano op. 50.  Completada en ene...