miércoles, 14 de agosto de 2024

Ya está aquí el Shostakovich de Mäkelä

Nueva campaña de marketing para el doble CD lanzado por Decca que incluye las sinfonías Cuarta, Quinta y Sexta de Shostakovich a cargo de Klaus Mäkelä y la Filarmónica de Oslo, que ha salido hoy mismo y ya he escuchado. No se trata, evidentemente, de un intento de aportar nada especial al universo interpretativo del autor de La nariz, sino de consolidar el estrellato del joven maestro finés, al que decididamente le pueden las prisas: su talento queda fuera de toda duda, pero de ahí a la genialidad hay un buen trecho. Porque en estas tres sinfonías, como veremos, no todo es excepcional.

En el primer movimiento de la Cuarta Mäkelä ya deja clara su plena comprensión del universo shostakoviano, tanto en lo que al lenguaje sonoro se refiere como al contenido tras las notas, pero da la impresión de que no se termina de lanzar en plancha frete a una música que necesita pleno compromiso: por momentos su lectura, de irreprochable trazo y momentos muy logrados –cabalgada en mitad del movimiento, justo cuando arranca el segundo track de esta edición–, resulta algo aburrida. La excelencia sí que la alcanza en el segundo movimiento, cuya fantasmagoría –alucinante juego de las maderas en el minuto seis– se encuentra plenamente conseguida. El alto nivel prosigue en el tercero, planteado aquí no desde la rabia sino desde ese “más allá” que empezó a explorar Rostropovich en sus recreaciones; a destacar, en este sentido, el exquisito tratamiento tímbrico que resulta de dar las adecuadas indicaciones a los miembros de la orquesta, así como la lentitud de una coda que bajo la batuta de Mäkelä, antes que nihilista, suena particularmente misteriosa.

Nuestro artista se decide a ofrecer una visión “abstracta” de la Quinta. Ni “la respuesta de un artista soviético a unas críticas justas”, ni todo lo contrario. Música, solo música. Lo hace bien, pero se queda a mitad de camino. El primer movimiento se encuentra muy correctamente planteado en lo expresivo y admirablemente expuesto; la marcha central resulta amenazadora antes que grotesca, lo que quizá no sea la opción más certera. Magnífico trabajo de planificación en el Allegretto, en el que las maderas de Oslo lucen su virtuosismo y el primer violín hace gala de una atractiva mezcla entre elegancia e ironía; por descontado, lo corrosivo queda fuera de los planteamientos manejados por Mäkelä. Muy bien el Largo, solo eso: hermoso e intenso sin necesidad de romantizarlo “a la Mravinsky”, pero cosas mucho más lacerantes se han escuchado. Correctísimo el Finale, venturosamente alejado de los excesos y muy bien tensado. Y ahí queda la cosa. Esta música pide más, mucho más, para terminar de convencer.

Mäkelä triunfa por completo en el primer movimiento de la Sexta sorteando sus dos grandes problemas: mantener el pulso durante su larga duración –adopta un tempo menos lento que la media, sin perder por ello misterio ni hondura– y resultar doliente sin caer en lo quejumbroso. Su batuta planifica bien las tensiones, inyecta honda emoción y sabe equilibrar lo rebelde con lo reflexivo desde una convicción plena. El Allegro lo resuelve de manera satisfactoria, esto es, con sentido dramático y carácter implacable, marcando bien aristas sin voluntad de resultar especialmente visceral. En el Presto conclusivo tiene bien claro que la interpretación no debe resultar en absoluto risueña ni distendida, sino cargada de tensiones, pero aquí quizá se pase un poco de frenada: le falta ese punto de carácter vulgar, cabaretero y circense que con mucha mala leche Shostakovich enfrentó con todo lo anterior: para resaltar la ironía no siempre es lo más adecuado poner cara seria, sino recrearse en ella.

¿Conclusión? Magníficas Cuarta y Sexta, pero lejos de las referencias, y Quinta buena sin más. Magnífico sonido Atmos en la plataforma Amazon Music. Veintiún euros en formato físico: no se los gaste.

2 comentarios:

Karolus dijo...

Por una vez he hecho la escucha antes de leer su reseña. Aunque me he limitado a la quinta que controlo más. Ya hace tiempo superé el síndrome de la primera vez, que en mi caso fue con Fedoseyev y cuyo vinilo debe andar en algún sitio. Actualmente soy más de Rozhdesvensky. Coincido en que el tempo del finale es lo mejor de la interpretación de Makela pero en general me he sentido como conduciendo un coche eléctrico... Todo muy confortable y en su sitio, pero sin emoción y mirando el consumo. No me puedo explicar mejor porque no tengo los conocimientos suficientes y me guío por la intuición y mi sensibilidad. Pero me ha venido muy bien escuchar esta quinta porque me sirve de preparación para disfrutar (espero) de la obra con Currentzis y su orquesta en el Auditorio Nacional. Tengo las entradas! Y ya por último decirle que mi Karolus no es por desgracia carolingio, sino que el nick latino ya estaba pillado. Sigo disfrutando de este blog y envidiando a sus alumnos del IB. Un cordial saludo

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Karolus, gracias por su mensaje. Lo que dice sobre esa Quinta es más o menos lo que siento: una especia de piloto automático, con todo funcionando "sobre ruedas", de la manera más apropiada, pero sin nada que haga pensar que haya persona humana detrás. Tengo la sospecha de que Currentzis lo hará mucho mejor. ¡Saludos!

Para lo que ha quedado la Gheorghiu

Por supuesto, yo ya ando en casa. Escribiré poco a poco sobre lo que he escuchado en Bucarest.