sábado, 1 de junio de 2024

Nueva Lady Macbeth de Mtsensk por Francisco Negrín... ¿y Andris Nelsons?

Sábado 25 de mayo de 2024. Ópera de Leipzig: agradable edificio de época comunista, muy buena acústica, butacas cómodas y público de edad mucho menos alta que en un Teatro Real. Precios brutalmente más bajos que los del coliseo madrileño, solo que en el foso no está la Sinfónica de Madrid, sino la mítica Orquesta del Gewandhaus. Noche de estreno de una nueva producción de Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakovich a cargo de Francisco Negrín. En medio de la fila de protocolo a unos metros de un servidor, que pagó solo 62 euros por su butaca de patio se encontraba un visiblemente adelgazado Andris Nelsons, quien se encargaba al día siguiente del "segundo reparto" que encabezaba su ex Kristine Opolais.

Con las irregularidades que iré desgranando, fue una muy buena noche de ópera, incluso para los que hemos tenido la enorme suerte de ver este título dos veces en Madrid: en una ocasión empuñaba la batuta un tal Rostropovich, mientras en la segunda se llevaba a la escena la acongojante producción de Martin Kusej y se contaba con la descomunal presencia de Eva-Maria Westbroeck.

La produción de Negrín me ha parecido insuficiente en el primera parte de la velada y magnífica tras el descanso. El concepto es irreprochable, a medio camino entre lo realista y lo conceptual, pero sin necesidad de buscar una dramaturgia paralela lo que hubiera sido un disparate ni de "enmendar moralmente" a los personajes. Ya se sabe lo mal que sentó esa obra a un Stalin que en pleno realismo socialista pedía que el arte sirviera de lección. Hoy día hay por ahí neo-stalinistas disfrazados de progresistas que reformulan las óperas para ofrecer retratos de mujer acordes con las circunstancias. Empoderadas y tal. Shostakovich no tuvo la intención de hacer tal cosa. Tampoco juzga a la protagonista. Y claro, le salió una obra de profundo y rabioso feminismo que ponía el dedo en la llaga sobre el tradicional abuso de los fuertes sobre los débiles en general y sobre las mujeres en particular. El oyente logra comprender a la asesina, incluso puede empatizar con ella frente a los detestables personajes fundamentalmente masculinos, pero también femeninos: escena de Siberia que la rodean. El director de escena no tuvo que cambiar nada, aunque se tomó una libertad significativa que no me parece inapropiada: en el final Katerina no tira al agua a Sonietka y se suicida con ella, sino que la prisionera cae por accidente, la protagonista la remata y luego sigue viva, aunque condenada a la más absoluta y nihilista soledad.

 

Dicho esto, las cosas funcionaron mucho mejor en los dos últimos actos que en los primeros. Aquellos deslumbraron por su escenografía, por su iluminación y por los espectaculares movimientos escénicos, pero algunas escenas estuvieron francamente mal resueltas. Las más escabrosas, para concretar: intento de violación de Aksinya, apareamiento de Katerina y Serguei, asesinatos de Boris y Zinoki. No se trata, en absoluto, de enseñar culos y tetas. Se trata trasladar a la escena una música que es agresiva, mecánica y no poco caricaturesca. Por mucho que Negrín ponga a soprano y tenor a practicarse sexo oral, si la dirección de actores es mala aquello resulta descafeinado. Nada que ver con la citada producción de Kusej, no solo mucho más áspera, negra y violenta, sino también mucho más rico en ideas.

Cambió la cosa en Leipzig en cuanto apareció la policía. Ahí Negrín abandonó el aburrido naturalismo que hasta entonces había imperado para decantarse por lo caricaturesco e incluso cabaretero, recordándonos que Shostakovich es el autor de La nariz. Supo además integrar muy bien este concepto más o menos "circense" con el realismo de la acción en la granja, para en el último acto, el de Siberia, triunfar por completo optando por lo conceptual: música y escena rimaban por fin, los movimientos fueron los adecuados y se realizó un soberbio uso dramático de la iluminación. Quedemos con el corazón en un puño.

La gran pregunta: ¿quién dirigía musicalmente el asunto? En el foso estaba un señor llamado Fabrizio Ventura, pero ya les dije que al día siguiente le tocaba a Andris Nelsons. El maestro letón tenía que tener "su" versión ya ensayadísima. Y aún hay otra batuta que se va a ir alternando en las funciones, la de Christoph Gedschold. Mi opinión es que lo que escuché aquella noche fue el resultado de un trabajo de equipo, pero no me parece disparatado afirmar que, con independencia de la irreprochable labor técnica que ofreció Ventura, se dejaron notar las ideas de quien no en balde es titular de la orquesta que allí se encontraba. La acongojante passacaglia sonó a la recreación, soberbia, que Nelsons dejó grabada para DG, mientras que el concepto recordó al que el mismo maestro ha ido ofreciendo en su ciclo en el sello amarillo: gran atención a los aspectos líricos de la música, ironía tan solo suave, cierto distanciamiento expresivo. ¿Shostakovich abstracto antes que expresionista? No, no exactamente eso. Tampoco se puede aplicar la etiqueta de "romántico". En cualquier caso, un muy buen Shostakovich el que se escuchó en el foso de Leipzig.

 

Buen nivel entre los cantantes, con un punto negro: el Boris de Randall Jakobsh, voz y artista insuficientes para el detestable personaje. Muy bien el Sergei de Brenden Gunell. Sensacional el anciano de Peter Dolinšek, impresionante en un rol tan breve como decisivo. Estupendo el coro. Y he dejado para el final a la protagonista, Ingela Brimberg, una voz de dramática auténtica –canta Isolda, Salomé y Turandot– que corre bien, suena homogénea y posee una impecable línea de canto. No encuentro reproches para ella, pero en modo alguno me hace olvidar lo de la Westbroeck. Aquello fue muy especial.

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