La prensa musical da buena cuenta de la reaparición de Franz Welser-Möst tras su batalla contra el cáncer. Fue en Viena, donde ofreció dos programas diferentes con la Wiener Philharmoniker que ahora mismo anda ofreciendo –junto con un tercero: Sinfonía nº 9 de Mahler– en gira estadounidense. Pues bueno, yo estuve allí, en la Musikverein de la capital austriaca, y puedo dar buena cuenta de que, contra todo pronóstico sabiendo cómo se las gasta –o se las gastaba– el director vienés, fueron dos magníficos conciertos.
El del domingo 25 de febrero tuvo lugar a las once de la mañana. Nada más salir el maestro hubo intensas ovaciones: no se celebraba su mera aparición, sino su recuperación y vuelta a casa. Se lo merecía, qué duda cabe. Comenzó con una obra poco popular en la que se prescindía de la parte más preciada de la mítica formación a cuyo frente se ponía: la Konzertmusik für Blasorchester, op. 41 de Paul Hindemith. Importó poco, porque los metales vieneses demostraron estar en plenísima forma –redonda, empastada, potente– y el maestro dirigió esta música con toda la vitalidad, el ritmo, la incisividad, la ironía y el sentido del humor que la partitura demanda.
Formidable, pero el peso pesado venía a continuación: la Fantasía sinfónica sobre La mujer sin sombra de Richard Strauss. Confieso que, tras los “Keikobad” con que arranca la partitura y al arrancar el tema lírico, se me saltaron las lágrimas. También reconozco las razones: allí estaba yo, sentado en el patio de butacas de esa sala de esa ciudad, escuchando esa música precisamente a esa orquesta. ¿Comprenden? Y aunque esta Wiener Philharmoniker no es en modo alguno –no puede serlo, han pasado demasiados años– la que realizó aquella magistral grabación de la ópera completa para Decca con Sir Georg Solti, sigue siendo una orquesta de tímbrica maravillosa.
Pero es que, además, Welser-Möst dirigió centradísimo en el estilo, con decadentismo muy moderado y un buen equilibrio entre brillante y refinamiento. También con inspiración, mucha inspiración. Solo un reproche, no poco importante: en el gran clímax previo a la sublime sección final hubo mucho más decibelio que claridad, por no decir que, lisa y llanamente, cayó en la vulgaridad que tantas veces ha sido marca de la casa.
No fueron nada vulgares, antes al contrario, las Variaciones para orquesta de Arnold Schönberg que abrieron la segunda parte. Me traía la obra muy preparada desde casa, que para eso hice la comparativa que aquí mismo les pude presentar a ustedes. En ella me quejaba de que pocos directores atendían lo suficiente al sentido de la atmósfera que anida en la difícil partitura. Pues bien, Welser-Möst me ha parecido de los que más se han acercado a ello, en buena medida porque se tomó las cosas con calma, atendió al peso de los silencios y supo ver más allá de las notas. Además, clarificó el entramado orquestal de manera magistral. Sí: magistral. Otra cosa es que echemos de menos el ímpetu y la comunicatividad de Solti, o el refinamiento tímbrico de Boulez y Barenboim. Dicho esto, creo que la lectura que allí escuchamos fue de altísimo nivel, por mucho que el público (¡precisamente el de Viena, y a estas alturas del siglo XXI!) no pareciera apreciarlo.
Sí que se aplaudió mucho tras La valse, página que cerraba el programa con total coherencia al tiempo que enlazaba con el otro programa de los mismos intérpretes –las Tres piezas de Alban Berg también incluyen un vals distorsionado–. No sé decirles si la recreación de Welser-Möst sonó más a Viena que a Maurice Ravel. Sí que sé –porque he "hecho trampa" y acabo de escuchar la toma radiofónica de ese mismo día– que hubo un gran trabajo de timbres y texturas, como también una buena dosis de brillantez, de empuje y de comunicatividad, por no hablar de la increíble belleza sonora desplegada. Pero también se hizo presente algún detalle blandengue, cierta falta de continuidad entre las secciones y un tercio final con clímax tendentes a la vulgaridad. Quizá se trataba de eso, de que el público saliera contento tras una buena dosis de dodecafonismo.
En otro momento comentaré el segundo programa, el que incluía la Novena de Bruckner. Antes quiero escribir sobre los otros dos conciertos de ese mismo domingo: English Chamber Orchestra y Sinfónica de Viena. Ahí es nada.
PS. La foto del maestro la he tomado del Facebook oficial de la orquesta.
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