He caído en la tentación de leer críticas del concierto que ayer ofreció la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said –hoy sábado repiten en el Infanta Leonor de Jaén– en el Teatro de la Maestranza. Muy mal hecho por mi parte, porque condiciona. Y porque me obliga a empezar como no hubiera querido: alarmándome por la circunstancia de que se amplíe el número de firmas que caigan en esa barbaridad de “este dinero es pura propaganda y se debería destinar a…” (pongan ustedes ahí lo que quieran). Encima, intentando –una vez más– crear enfrentamientos artificiales entre esta formación y otras andaluzas. Que si la OJA, que si la ROSS... Demagogia pura y dura, y precisamente por eso muy peligrosa: nada más directo que esta para conseguir el asentimiento por parte del lector mentalmente perezoso. ¿Por qué lo llaman sinergias cuando quieren decir recortes? Todo ello en un contexto en el que algunos de nuestros chicos de la prensa apuestan por recortar o disolver plantillas orquestales, le hacen la cama a Marc Soustrot y hasta empiezan a hacer publicidad a quien les gustaría que le sucediera… Terrorífico.
En fin, a lo que vamos. Un acierto haber contado con Vasily Petrenko, quizá el director más talentoso que ha frecuentado últimamente las formaciones españolas. Yo le escuché en Londres al frente de la Philharmonia y me encantó. De su ciclo Shostakovich en Naxos también he dado cuenta en este blog: hay cosas muy flojas, otras de enorme solidez y algunas que son formidables. En Rachmaninov es estupendo. Y estuvo francamente bien al frente de la mismísima Filarmónica de Berlín, ocasión en la que tuvo la oportunidad de colaborar con un Michael Barenboim que ayer estuvo presente en el teatro sevillano. ¿Ven ustedes cómo Andalucía se beneficia de semejantes contactos? Por si hiciera falta otra prueba, repárese en que entre el profesorado de los chavales han estado Joaquín Riquelme –el simpático murciano que es viola en la Berliner Philharmoniker, Nabil Shehata –que de la WEDO pasó igualmente a la orquesta de Rattle–, Ramón Ortega y Pablo Barragán.
A estos y a otros excelentes maestros –Suisse Romande, Tonhalle de Zurich, Staatskapelle de Berlín, Concertgebouw, etc.– se debe en buena medida el muy rendimiento de estos chicos –y chicas, no se me enfaden les inclusives–, pero hay que subrayar la importancia no menor de otras dos circunstancias: la calidad de la formación recibida en los conservatorios andaluces y, más importante todavía, la mezcla de talento y esfuerzo de cada uno de los chavales congregados para la ocasión.
El concierto. Lo he repetido muchas veces: en casos como este lo importante es no cómo interpretaron, sino cómo tocaron, pero es inevitable que el melómano de turno lleve en su cabeza mil versiones de Scheherazade (aquí discografía) y otras mil de Romeo y Julieta de Prokofiev, y que por ende comience a realizar comparaciones. Vamos a por ello.
Nivel medio alto y sostenido en la suite sinfónica de Rimsky Korsakov. Petrenko ofreció una interpretación de solidísima ortodoxia dentro de una línea “rusa”, léase más cercana a Reiner o Markevitch que a Ozawa o Karajan, lo que significa que faltaron la opulencia, la sensualidad y el refinamiento de aproximaciones “occidentalizadas” para potenciar, por el contrario, la tensión dramática, el impulso rítmico e incluso la sanísima aspereza que a esta música le conviene. Toda la página alcanzó un elevado nivel de inspiración expresiva, salvo –siempre para mi gusto, claro está– el arranque del tercer movimiento y todo el final tras el naufragio de Simbad: eché de menos magia poética.
Muy a destacar la calidad de la planificación por parte de la batuta, tanto a nivel horizontal como vertical. En este último sentido, empaste y clarificación de planos fueron casi siempre muy notables. Es por ello por lo que la orquesta sonó muy bien, aunque el mérito de las intervenciones solistas fue más el de los propios chavales. Hubo alguna pifia, ciertamente, pero solventaron con mucho acierto una partitura la mar de exigente. Una pena que no se nos hiciera saber el nombre de la concertino, una chica que tocó de manera altamente satisfactoria y que, además, supo interpretar expresivamente los estados de ánimo de la protagonista. Su sonido violinísistico probablemente no sea el ideal para hacer Sibelius, pongamos por caso, pero sí para la delicadeza que exige esta parte.
“Selección de movimientos” del genial ballet de Prokofiev para la segunda mitad, decía el programa. En realidad, lo que hizo Petrenko fue ofrecer la Suite nº 2 completa para luego extraer Máscaras, La muerte de Teobaldo y no recuerdo si alguna cosa más de la Suite nº 1. No me hizo la menor gracia este orden, la verdad. Interpretativamente hubo cosas buenísimas y otras no tanto, justo como ocurría en el registro del ballet completo que el maestro ruso tiene con la Filarmónica de Oslo. Máscaras y Danza (el nº 4 de la segunda suite) me parecieron dirigidas muy de pasada. Muy bien Montescos y Capuletos –solo eso–, muy notable La muerte de Romeo –algún detalle inteligentísimo, igual que en el disco– y excelente sin reparos La muerte de Teobaldo. Para encontrar algo mejor en esta última pieza –en lo interpretativo, no en lo que a ejecución se refiere– hay que irse a las más grandes recreaciones; por ejemplo, Claudio Abbado y Sergiu Celibidache, ambos con la Sinfónica de Londres, o Riccardo Muti
Dicho esto, en la orquesta hubo muchos desajustes. Demasiados. La responsabilidad es tanto de la orquesta como de su director. ¡Y también del público! ¿Acaso es posible mantener la concentración, y por ende la precisión, soportando una cantidad de toses tan grande como la que ayer en el Maestranza boicoteó toda la segunda parte del concierto? En contrapartida, hay que destacar las numerosas intervenciones solistas de calidad que hubo en una partitura extremadamente exigente –más que la de Rimsky-, intervenciones que no solo acertaron en lo técnico, sino también en lo estilístico. Sí, las maderas andaluzas sonaron a Prokofiev. No es fácil.
Muchos aplausos y ninguna propina. Un amigo se cabreó por ello. Yo creo que, después del horroroso recital de ruidos maestrantes, hicieron bien en no darla.
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