El holandés errante fue el título con el que Daniel Barenboim cerró para Teldec el ciclo de óperas completas –salvo las de juventud, claro está– de Richard Wagner. Junto con Tristán e Isolda, fue la mejor en lo que a labor de batuta se refiere, en parte porque el maestro parecía tener, ya desde aquella soberbia obertura que grabó en 1982 al frente de la Orquesta de París, una sintonía muy especial con este título. Pero también porque allá por mayo y junio de 2001 el maestro ya había desarrollado plenamente, por sus experiencias en Bayreuth y por estas grabaciones, el dominio del lenguaje wagneriano.
Ello se pone bien de manifiesto en el dominio del discurso horizontal, de un carácter orgánico –planificación de los picos de tensión, organización de las transiciones– plenamente conseguido por alguien que había trabajado, y mucho, en el universo del Anillo. Pero no es menos destacable la plasticidad con que el de Buenos Aires trabaja a una Staatskapelle de Berlín que, precisamente gracias a él, estaba por el cambio de siglo ya alcanzando su plenitud. En cualquier caso, lo verdaderamente genial es cómo nuestro artista es capaz de desplegar magia poética al tiempo que hace rugir tempestades con especial ferocidad: su manera de pintar el mar destaca no tanto por su brillantez como por la capacidad para moverse en el mundo de lo onírico y lo atmosférico, restando “naturalismo” y buscando la trascendencia filosófica del enfrentamiento del ser humano con el mar, con la divinidad y con su propio destino. En fin, romanticismo en estado puro. Podrá echarse de menos la teatralidad de un Solti en la escena del encuentro de Daland con el protagonista, así como el humor lleno de mala leche que destilaba Solti en la escena de las hilanderas, pero globalmente es la suya una dirección magistral.
El elenco vocal ya es otro cantar. Decepciona de manera muy considerable Jane Eaglen, una señora de corra carrera que aquí canta regular e interpreta con intensidad más bien escasa de matices. Más que digno, por el contrario, el Holandés de Falk Struckmann, voz no del todo imponente pero intérprete sensible: más que meter miedo, nos hace comprende el tormento interior del personaje. Algo gastado en lo vocal y bastante monótono el canto de Robert Holl, un Daland del montón, en contraste con el sensacional Erik de un Peter Seiffert en su mejor momento. Felicity Palmer hace una Mary algo desagradable,
¿Y Rolando Villazón? Hace muy poco ha sido intensamente abucheado en Berlín por su Loge. No sé lo que yo hubiera pensado de habr estado allí –por cierto, prometen retransmisión televisiva–, pero a mi entender sale airoso, a pesar de su dudosa dicción, del no tan pequeño rol del timonel.
La toma de sonido es maravillosa. Quizá ello la convierta en la grabación más recomendable, con permiso de Klemperer, para acercarse por primera vez a la partitura.
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