sábado, 29 de enero de 2022

Kirill Petrenko, de lo descomunal a lo detestable

Cada día tengo más claro que Kirill Petrenko es el director con mejor técnica de batuta que ha tenido nunca la Filarmónica de Berlín, que ya es decir. Y también el más irregular como artista. Lo ha vuelto a poner en evidencia el concierto de ayer viernes 28 de enero que he visto esta misma mañana en su repetición en la Digital Concert Hall.

No conocía el Preludio para gran orquesta de Bernd Alois Zimmermann. Escrita en 1968 (más información aquí), me ha parecido una página de primera magnitud que juega con las texturas y con la deconstrucción con intenciones marcadamente expresionistas, pero sin necesidad de forzar las cosas, haciendo que las notan fluyan con un discurso orgánico en el que no se notan las costuras de las múltiples referencias musicales que incluye. Petrenko dirigió como ya lo hizo en la ópera Die Soldaten, demostrando el más increíble, insuperable control de los medios y una convicción abrumadora. ¡Y qué manera de planificar el discurso! Para describir el virtuosismo de todos y cada uno de los miembros de la orquesta me faltan elogios.

Lamento no conocer lo suficiente la Sinfonía nº 1 del enorme Witold Lutoslawski. Repaso mis notas y veo que la grabación bajo la batuta del propio compositor se encuentra “en la línea incisiva, visceral y áspera que le caracteriza como director, queriendo romper un tanto los lazos con el pasado. Por eso mismo no termina de ofrecer toda la sensualidad, el lirismo y el carácter nocturnal que podría, aunque en compensación los momentos extrovertidos son impresionantes.” Creo que algo parecido se puede decir de la interpretación de Kirill Petrenko, aunque probablemente con un grado muy superior de virtuosismo y depuración sonora. En cualquier caso, pura efervescencia.

Sinfonía n.º 2 de Johannes Brahms en la segunda mitad del programa. Arrancó con carácter liviano e indiferente que no presagiaba nada bueno, aunque luego el maestro se centró y supo ofrecer una interpretación tan vistosa como superficial, soberbiamente dicha pero en absoluto emotiva, amen de por completo ajena a esa sonoridad brahmsiana que con esta misma orquesta han conseguido Nelsons, Dudamel y Barenboim. Detestable, profundamente detestable el Adagio non troppo, de una blandura y una cursilería por completo inapropiadas en una música que necesita un muy particular lirismo agridulce para hacer justicia a la excelsitud de su inspiración. Nervioso, lleno de electricidad pero más bien trivial el tercer movimiento. Rebosante de la jovialidad que merece el cuarto, impresionante tanto por su virtuosismo como por su comunicatividad, aunque lejos de lo que han hecho los grandes recreadores de esta música. ¿Alguien se acuerda de Giulini? El público, exultante.

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