Paul Hindemith escribió Metamorfosis sinfónica sobre temas de Carl Maria von Weber en plena Segunda Guerra Mundial, pero ya bien lejos de la Alemania Nazi que tantos problemas le había generado. El proceso de gestación fue complejo –al parecer, el asunto comenzó como un ballet para Massine–, como lo es también el análisis de los musicólogos a la hora desentrañar cuáles son las referencias al compositor de El cazador furtivo. A mí me da igual todo ello: es una obra maestra absoluta y la disfruto una barbaridad. Aquí van algunas reflexiones sobre su discografía.
1. Furtwaengler/Filarmónica de Berlín (DG, 1947). Adoptando unos tempi que tienden a la lentitud –sobre todo en el último movimiento– y haciendo sonar a la orquesta con todo su músculo, un Furt de sesenta y un años y ya claramente “posbélico” ofrece –Titania Palast, en vivo– una lectura que sabe aunar concentración y fuerza expresiva. Siendo destacable la potencia de los dos primeros movimientos, hay que destacar la poesía de altísimos vuelos de un Andantino inalcanzado por ningún otro director hasta la fecha de hoy, así como una marcha positiva y enérgica, nada grandilocuente, que es toda una lección tanto de la más genial subjetividad furtwangleriana como del asombroso dominio de la agógica que poseía la batuta. Lástima que la grabación deje mucho que desear. (10)
2. Szell/Orquesta de Cleveland (Sony, 1947). Nadie le puede negar al maestro de origen húngaro capacidad para organizar la arquitectura, ni tampoco –en este caso, no así en otros muchos– un considerable entusiasmo a la hora de poner la obra en sonidos, pero lo cierto es que los tempi resultan demasiado rápidos, el fraseo se precipita y buena parte de las posibilidades expresivas de la partitura quedan relegadas. Cierto es que hay algunos muy buenos detalles de humor en el primer movimiento, y frases hermosas en el tercero, pero el conjunto dista de funcionar. Ni siquiera la orquesta era todavía la maravilla que sería dos décadas más tardes con el mismo director. Discreta la toma pese a la reciente recuperación a 98 kHz. (6)
3. Kubelik/Sinfónica de Chicago (Mercury, 1953). El maestro checo deja a un lado densidades y conflictos para centrarse en los aspectos más extrovertidos de esta música, a la que recrea con tímbrica incisiva, frescura y vitalidad bien controlada aprovechándose de las excelencias de una orquesta cuyos metales, además de virtuosismo, hacen gala de una, digámoslo así, “chulería jazzística” que le sienta la mar de bien al segundo movimiento, por no hablar de la brillantez que despliegan en el Finale, verdaderamente magnífico. En contrapartida, en Andantino se queda bastante corto en sensualidad y poesía. La toma se ve constreñida por el sistema monofónico, si bien recoge una gama dinámica muy considerable. (8)
4. Hindemith/Filarmónica de Berlín (DG, 1955). El compositor parece adoptar un punto intermedio entre las vías abiertas respectivamente por Fürtwangler y Kubelik, como si quisiera darles un poco de razón a cada uno, pero dejando las cosas claras. O no tanto, porque ningún otro director –antes o después- ha ido tan rápido en el primer movimiento. El entusiasmo está ahí (¡faltaría más!), pero el enfoque resulta en exceso unilateral y la música no respira como es debido. En el segundo, por el contrario, Hindemith decide ir muy lento: que se haga con densidad y bastante retranca, parece decir. El Andantino ha de evitar el exceso de pathos, pero no debe quedarse tampoco en un trivial descanso. Las frases hay desgranarlas con cantabilidad, con emoción y con la mayor belleza posible; lástima que la flauta suene excesivamente en primer plano y no deje lucirse a la soberbia cuerda berlinesa. Y el cuarto, lo que era de esperar: que Furt se deje de experimentos, que el asunto es épico y jubiloso, aunque los metales no deben cobrar protagonismo porque el maestro quiere que el conjunto suene con toda la rotundidad, el músculo y la potencia que le permite la orquesta que tiene a su disposición. Buena toma monofónica. (8)
5. Ormandy/Orquesta de Filadelfia (CBS, 1962). Al frente de una orquesta de sonoridad prieta y musculada, más cercana a la Filarmónica de Berlín con el propio Hindemith que a la brillantez de Chicago con Kubelik, el maestro ofrece una lectura altamente comprometida, incandescente pero siempre bajo perfecto control, planificada de manera irreprochable y muy certera en lo expresivo. Flojea un tanto en un Andantino, no del todo poético y con una flauta más bien seca y cuadriculada en su decisivo solo, mientras que triunfa por completo en una marcha dicha sin la menor prisa y sin recrearse en la brillantez, sin que ello reste el menos ápice de intensidad y entusiasmo. Por increíble que parezca, esta lectura aún no ha pasado a compacto: hay que recurrir a los señores de HDTT, quienes como era de esperar ofrecen una remasterización a 96 kHz en exceso áspera, si bien ofrece a cambio la rotundidad en el grave que Philadephia necesita. (8)
6. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1968). Situándose en el polo expresivo opuesto al de Furtwängler, pero haciendo gala de no menor convicción, Lenny convierte esta obra en una excusa para dar rienda suelta a toda su vitalidad, su frescura, su sentido del ritmo y –cómo no– su instinto jazzístico, consiguiendo –al igual que en sus más memorables interpretaciones– esa conjunción perfecta entre emoción intensa y hedonismo bien entendido. De lo que se trata es de dejarse llevar por la música, de disfrutar plenamente de ella, lanzándose en plancha sin especiales miramientos, siempre y cuando se haga cuidando la claridad en el trazo –admirable, pese a que la orquesta no sea nada del otro jueves– y sin caer en vulgaridades. Aun así, el maestro todavía tendrá en el futuro una oportunidad para dar otra vuelta de tuerca. Sonido con limitaciones pese a los 192 kHz con que se ofrece en streaming. (9)
7. Abbado/Sinfónica de Londres (Decca, 1968). El joven Abbado, ese que estaba mucho más interesado por la intensidad expresiva que por seducir al oyente con filigranas y amaneramientos, ofrece una recreación mucho menos lúdica que la de Bernstein, quizá sin todo el vuelo lírico que se le pudiera pedir en el tercer movimiento –más anhelante que otra cosa–, pero de una tensión interna y fuerza expresiva arrolladoras, todo ello haciendo gala de un tratamiento sonoro rústico y plagado de asperezas, pero no por ello falto de claridad. Especialmente impresionante el segundo movimiento, que el maestro plantea con una agresividad y aspereza reveladoras. El cuarto, tenso antes que triunfalista. (10)
8. Ormandy/Orquesta de Filadelfia (EMI, 1978). Ormandy y sus chicos repiten y mejoran su acercamiento dieciséis años anterior añadiendo mayor claridad, una tímbrica más incisiva y todavía mayor entusiasmo. Lo menos bueno sigue siendo el Andantino, aunque el solo de flauta resulte ahora más convincente. En contrapartida, los movimientos pares son de los mejores de toda la discografía. La toma es francamente buena, al menos en su reciente trasvase a SACD. (9)
9. Blomstedt/Sinfónica de San Francisco (Decca, 1987). Maestro de enorme afinidad con el mundo de Hindemith, y por ello sabiamente distanciado tanto del “pathos romántico” como de la mera búsqueda de la brillantez, Blomstedt sabe ofrecer una recreación seria y objetiva en el mejor de los sentido, que destaca por su perfecta mezcla de control e intensidad y, sobre todo, por la formidable radiografía que realiza de todas y cada una de las líneas de la escritura, bien ayudado en este sentido por los ingenieros de Decca. A destacar los toques amargos del tercer movimiento –que podría ser más poético, no obstante– y la fuerza del cuarto. (9)
10. Bernstein/Filarmónica de Israel (DG, 1989). Muy lejos de la densidad de un Furtwängler, como también del enfoque expresionista de Abbado en Decca, Lenny ofrece el no va más dentro de una línea decididamente hedonista, brillante y festiva que no sé si le hubiera gustado a Hindemith, pero ante la que es muy difícil resistirse, tan admirables son su sentido del ritmo, su colorido, su claridad –la depuración sonora es mucho mayor aquí que en el registro neoyorquino– y, sobre todo, su contagiosísima vitalidad. A destacar especialmente Turandot, toda una lección de técnica de batuta: ¡qué manera de ir clarificando líneas y acumulando tensiones hasta llegar, atravesando unos pasajes con no pocas turbulencias, a un clímax de infarto! En fin, la mejor versión hasta la fecha de hoy. La toma es formidable. (10)
11. Colin Davis/Radio Bávara (Philips, 1989). Sir Colin ofrece una lectura irreprochable, magníficamente expuesta, dicha con ganas y ajena por complete a la retórica y el efectismo, sobresaliendo la emotividad y el aliento anhelante y un tanto doliente del tercer movimiento. Se echa de menos, eso sí, un tratamiento más incisivo del segundo movimiento. La toma podría ser aún mejor. (9)
12. Abbado/Filarmónica de Berlín (DG, 1995). Esta vez el milanés se limita a inyectar energía y a procurar que todo suene mucho y brillante. No solo no se preocupa de hurgar en los aspectos más inquietantes de la partitura, sino que ni siquiera matiza mucho en el fraseo, en las dinámicas ni en las texturas, confiando para ello en la musicalidad de los solistas. Esta es elevadísima, pero el resultado es plano, lineal, rutinario. Si alguien quiere comprobar cómo Don Claudio cayó en picado, que compare esta grabación con la suya de 1968. Ni siquiera la toma está a la altura. (7)
13. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 1994). Esta toma radiofónica de circulación limitada nos trae una interpretación riquísima en el color y en las texturas, aunque no siempre clara, debido quizá en parte a la grabación. Lo más interesante es cómo la brillantez, la frescura y el sentido del humor se dan de la mano con la densidad, la atmósfera y la potencia expresiva, dando como resultado una lectura de enfoque plural, no meramente externa y jubilosa. En cualquier caso, se encuentra llena de fuerza, de intensidad y de comunicatividad, enganchando de principio a fin. (9)
14. Sawallisch/Orquesta de Filadelfia (EMI, 1994). Trazo sólido, seguro y más que eficaz el de un Sawallisch que sabe hacer sonar a la formidable orquesta que tiene a su servicio con la mezcla apropiada de opulencia y brillantez al tiempo que inyecta energía y convicción expresiva, pero quedándose –era de esperar– algo corto en matices, en personalidad y en poesía. También en claridad, aunque esa sensación podría deberse a una toma más bien turbia y algo distorsionada, por debajo de lo esperable para la fecha, aunque a cambio ofrezca unos graves muy redondos. (7)
15. Salonen/Filarmónica de Los Ángeles (Sony, 1999-2000). El maestro finlandés antepone la pulcritud de ejecución, el análisis y la transparencia por encima de cualquier otra consideración. El resultado, una lectura en la que se echan de menos incisividad en la tímbrica, valentía en los picos de tensión e implicación emocional, pero en la que se escucha todo, absolutamente todo lo que está escrito como en ninguna otra. La toma sonora, sin duda la mejor que ha recibido esta obra, ayuda de manera considerable, pero no intrusiva: la claridad no es fruto de meter micrófonos por todas partes y de hacer virguerías en la mesa de mezclas, sino de una técnica de batuta colosal. En fin, pese a los reparos señalados, son tan grandes las virtudes de este registro que su audición resulta obligatoria. (9)
16. Paavo Järvi/Hr-Sinfonieorchester (Naïve, 2010). Aunque su sensibilidad sea un tanto primaria, tienda al escándalo gratuito y en poesía se quede más bien corto, Järvi hijo ofrece una interpretación que engancha por su entusiasmo e interesa por el rico colorido que despliega y por la manera en que trata el entramado orquestal, en el que pone de relieve no tanto las grandes líneas -cosa que debería haber hecho- como las esas particulares “células de electricidad” tan características de esta obra. La toma, al menos en el streaming en alta definición, es espléndida. (8)
17. Eschenbach/Sinfónica de la NDR de Hamburgo (Ondine, 2012). Intensa, decidida y sincera interpretación la que ofrece el maestro alemán, pero su fraseo –siempre firme y solidísimo en el trazo– no presenta toda la flexibilidad que sería deseable, se precipita en un primer movimiento de los más entusiasta –parece seguir aquí la lectura del propio compositor– y en general resulta algo unilateral en la expresión. Tampoco la toma, siendo notable, contribuye del todo a la claridad de texturas. (8)
18. Kirill Petrenko/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2021). Esta lectura rápida, vistosa, superficial y de estilo más bien prosaico pone de manifiesto tanto la excelencia técnica como la mediocridad expresiva de un señor que nunca tenía que haber llegado a titular de la formación alemana, sin duda en el mejor momento de su historia (¡cómo está Emmanuel Pahud en el solo de flauta del Andantino!) pero desaprovechada en sus múltiples posibilidades. Todo se encuentra expuesto de manera irreprochable, el colorido es rico y la vitalidad que transmite la batuta queda bien de manifiesto, pero la falta de ideas resulta evidente. Todo transcurre –como en la grabación de Abbado con la misma orquesta, aunque poniéndole todavía más virtuosismo– de manera lineal, sin claroscuros ni pliegues expresivos, con escasos matices y una considerable falta de poesía. Los movimientos extremos, por descontado, son los que parecen motivar más a Petrenko, pero aun así los aborda desde la vulgaridad, muy de cara a la galería. (8)
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