Tengo este disco desde hace años (¡me lo vendieron, ay, sin el libretillo!), pero hasta ahora no lo he disfrutado en plenitud. Supongo que el paso del tiempo me ha dado cierta sensibilidad, porque lo cierto es que he escuchado Il canto sospeso con suma facilidad. Dicen verdad los especialistas: hay en esta estremecedora cantata de Luigi Nono muchísimo de la música genial de Anton Webern. No es necesario conocer los textos, cartas de partisanos próximos a ser ejecutados, que se leen durante la interpretación. Basta con atender a la partitura. Al menos en una interpretación tan admirable como la presente.
Claudio Abbado, aun en el punto más bajo de su carrera, dirigió no solo con la soberbia técnica que le caracteriza, sino también con sentido de la atmósfera, riqueza de color y tensión interna, en este concierto al frente de la Filarmónica de Berlín registrado en vivo a muy bajo volumen –un acierto, porque así se recoge una mayor gama dinámica– por los ingenieros de Sony Classical. Bruno Ganz y Susanne Lothar leyeron admirablemente los textos; en alemán, eso sí. El Rundfunkchor Berlin estuvo estupendo, lo mismo que el tenor Marek Torzewski. Enorme lujo la intervención de Barbara Bonney para colocar los terribles sobreagudos que la partitura demanda.
Con bastante sensatez, el disco se completa con los Kindertotenlieder de Gustav Mahler que en septiembre del mismo año Abbado y su orquesta hicieron con Marjana Lipovsek. Los suntuosos medios de la mezzo eslovaca –voz cálida y homogénea, técnica sin fisuras– y la contrastada calidad de la orquesta berlinesa se ponen al servicio de una visión apolínea mucho antes que desgarrada, en la cual la búsqueda de la belleza sonora se impone sobre cualquier otra consideración. Por ventura Abbado evita el amaneramiento, e incluso en la tormenta –soberbiamente analizada: repárese en los pizzicati– se anima un tanto, de tal modo que a la postre se trata de una notabilísima interpretación para quienes busquen recrearse antes que conmoverse con esta música.
Lástima que en la propina, nada menos que “Ich bin der Welt abhanden gekommen”, los dos artistas sí que se escoren claramente hacia la dulzura: tanta suavidad termina incomodando.
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