Confieso haber permanecido un tanto ajeno a la discografía de Vladimir Horowitz (1903-1098). A tenor de este DVD editado por Sony con su famoso recital en el Conservatorio de Moscú de 1986 –su retorno a la URSS después de sesenta y un años–, creo que he hecho bien en no interesarme demasiado.
Se abre la velada con tres sonatas de Domenico Scarlatti, concretamente las K. 87, K. 380 y K. 135 en interpretaciones fluidas y ágiles, sin la menor pesadez, que alcanzan un buen equilibrio entre sobriedad y galantería, pero que resultan bastante sosas e insustanciales a la postre. La agilidad digital, eso sí, admirable para un señor con ochenta y dos años a sus espaldas.
Viene a continuación nada menos que la Sonata nº 10, KV 330, de Wolfgang Amadeus Mozart, pero parece que el pianista ucraniano sigue en el mundo de Scarlatti: interpretar esta música así, mirando hacia el pasado, hace que los movimientos extremos no solo suenen clavecinísticos, sino también pimpantes, frívolos y hasta cursis, mientras que el Andante cantabile resulta trivial y solo en contados momentos el maestro indaga en el amargor que rezuma la página.
El Preludio op. 32 nº 5 de Rachmaninov sirve para que Horowitz deje constancia de su espléndida técnica, pero de nuevo la expresión resulta en exceso delicada. Mucho mejor el Preludio op. 32 nº 12 del mismo autor, todo lo agitado y dramático que debe; lástima que la conclusión sea algo repipi.
Dos Scriabin para terminar la primera parte. El Estudio op. 2 nº 1 está dicho de manera trivial. Impresionante, por el contrario, el Estudio op. 8 nº 12, en el que hay que admirar como su sonido se va haciendo más poderoso, su sonido se va encrespando y llega a alcanzar gran fuerza visionaria; otra cosa es que uno se quede con la sensación de que nuestro artista se precipite un tanto y resulte algo teatrero.
Insoportable el Impromtu op. 142 nº 3 de Franz Schubert, precipitado y frívolo hasta decir basta, por completo ajeno a la calidez y la cantabilidad que demanda el autor, y plagado de más de un detalle de cursilería. Pero acierta el veterano pianista en el Vals caprice nº 6 de Schubert/Liszt: poderoso, con fuerza y empuje, como también elegante, efervescente y con auténtico sabor a vals. Aquí la tendencia a lo “salonesco” por parte de Horowitz sí que tiene todo el sentido.
El Soneto nº 104 del Petrarca recibe una interpretación de perfecto sabor lisztiano, apasionada, elegante y vistosa al mismo tiempo, pero un poco limitada en los dedos –ahora sí se nota la edad–, y no del todo poética ni emotiva. Hay además alguna escala algo mecánica.
En la Mazurca op. 30º nº 4 de Chopin vuelve a aparecer lo “salonesco”, para lo bueno y para lo malo. Podría estar más paladeada, la verdad. La Mazurca op. 7 nº 3 resulta más galante que sensible. En cualquier caso, Horowitz demuestra un perfecto control de la rítmica y una buena atención a agógica y dinámica. Brillante y con galantería, más virtuosística que emotiva y también un punto lineal la celebérrima Polonesa op. 53 del polaco.
Tres propinas: bonita y delicada recreación de “Träumerei” de Schumann, efervescente y saltarín “Enticelles” de Moszkowski y fresquísima, burbujeante la Polca de Rachmaninov: decididamente, Horowitz se sentía mucho más cómodo en la música festiva que en otros terrenos con más claroscuros expresivos.
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