2. Toscanini/Sinfónica de la NBC (RCA, 1951). El de Parma fue con frecuencia un músico de fraseo seco, rítmica machacona y alicorta inspiración, pero lo cierto es que su desarrollado sentido del humor incisivo y un punto agrio –ahí está su magnífico Falstaff–, unido a la incuestionable electricidad y sentido teatral de su batuta, le hacen acertar en buena parte de los números de esta música deliciosa. Y lo hace particularmente en los dos primeros, dichos con frescura y entusiasmo, como también en la danza china. La árabe no posee magia ni sensualidad –conceptos estos ajenos al universo toscaniniano–, pero funciona con más que corrección. La de los mirlitones podría estar más matizada, si bien posee la suficiente retranca; quizá ayude la nasalidad de las maderas de la orquesta neoyorquina, que por lo demás no puede ocultar su alarmante mediocridad. En la danza del Hada del azúcar y en el Vals de las flores, por desgracia, hace su aparición el Toscanini más lineal, grosero e insensible. (7)
3. Karajan/Philharmonia (EMI, 1952). Un auténtico placer descubrir que Karajan, a sus cuarenta y cuatro años, se mostraba bastante más centrado en esta música que en ocasiones posteriores. También menos personal, o al menos con más ganas de ser ortodoxo. La obertura y la danza árabe está dichas con sensualidad y adecuadamente paladeadas. La marcha y la danza rusa, llenas de fuerza, aunque también en exceso rápidas y lineales. Muy divertidas y atentas al recochineo de las maderas la danza árabe y la de los mirlitones. Expansivo y voluptuoso el Vals de las flores, antes que impregnado de magia poética. Delicada sin preciosismos el Hada del azúcar. Aunque en líneas generales se pueda ofrecer mayor riqueza en matices y personalidad, el propio Karajan demostrará en el futuro que hacerlo puede ser para peor. Correcto sonido monofónico. (8)
4. Beecham/Royal Philharmonic (EMI, 1954). En los dos primeros números el baronet se toma las cosas con calma, procurando paladear la música, pero el resultado es más bien pesadote y carece de gracia. En las dos siguientes las cosas funcionan con mera corrección. La danza árabe está llevada con prisas y carece de poesía. Sorprendentemente, danza china y mirlitones son un hallazgo: tratadas con lentitud pero esta vez para bien, rebosan mala leche y humor negro, anticipando en cierto modo lo que hará muchísimos años después Barenboim en su filmación del ballet completo. El Vals de las flores estaría francamente bien si no fuera porque Sir Thomas lo remata de manera desafortunada. Toma monofónica decente sin más. (7)
5. Malko/Philharmonia (EMI, 1955). Sin ser particularmente personal ni creativo, el maestro ucraniano ofrece una interpretación muy bien paladeada y desmenuzada, lenta pero de pulso sostenido, mucho antes lírica que extrovertida, pero en cualquier caso muy centrada en lo expresivo, rica en colorido y con apreciable encanto. Sonido estéreo muy bueno para la época. (9)
6. Markevitch/Philharmonia (Testament, 1959). Optando por tempi rápido y un colorido muy ruso, Markevitch hace una demostración de cómo la fuerza, la brillantez, la sana rusticidad y el entusiasmo no están reñidos con la frescura, la luminosidad, el encanto y el cuidado en la planificación. Por desgracia pinchan la danza Árabe y el vals, demasiado rápidos y sin toda la delectación debida. Trepidante y arrebatadora la danza rusa, y con mucho sentido del humor la de los mirlitones. Sonido magnífico para la época. (8)
7. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1960). Interpretación llena de frescura, de animación y de sentido del humor, pero no muy paladeada ni llena de matices, a veces apresurada –danzas china y oriental–, en general dicha de cara a la galería, sin profundizar en ella. El Vals de las flores arranca con un solo de arpa más bien basto y luego está llevado con un aire festivo sin sensualidad valsística. (7)
8. Knappertsbusch/Filarmónica de Viena (Decca, 1960). Hans el Rubio ofrece una interpretación maravillosamente paladeada, expuesta con claridad meridiana, atenta al color y a la expresión de cada línea melódica, llena de gracia y de picardía como también de sensualidad, quizá algo más delicada de la cuenta en el Hada del azúcar, pero en cualquier caso muy certera en el espíritu de la página. Lástima que, decidido a seguir al pie de la letra la indicación allegretto de la danza árabe, se pierdan el misterio y la magia poética que esa pieza necesita. (9)
9. Karajan/Filarmónica de Viena (Decca, 1961). Solo un año después de la maravillosa versión de Kna, la formación austriaca vuelve a la carga con resultados muchos menos felices por culpa de un Karajan que ya es aquí plenamente Karajan, más para lo malo que para lo bueno. Introducción algo pesadota y sin mucha gracia, marcha muy bien expuesta pero no muy centrada en la expresión, Hada del azúcar pimpante y caprichosa –las maderas apenas se oyen–, danzas características dichas de manera un tanto lineal o pasando un tanto de largo… El cachondeo de la Danza china está bien, pero a la postre el salzburgués solo parece encontrarse a gusto en el Vals de las flores, cuando puede desplegar todo su sentido de la opulencia sonora haciendo cantar a la maravillosa cuerda vienesa. Tampoco la toma sonora ayuda mucho, desequilibrada en los planos y con demasiada distorsión para los oídos de un oyente actual, incluso en el Blu-ray Pure audio. (7)
10. Ormandy/Orquesta de Filadelfia (Sony, 1972). Interpretación bienhumorada, dicha con desparpajo, en la que sobresale una obertura miniatura lenta, soberbiamente expuesta y poseedora de la perfecta mezcla entre calidez, ternura y encanto sin cursilería. La marcha, por el contrario, es rápida –quizá en exceso– y efervescente. La danza del hada del azúcar, espléndida, incluye la coda final que tiene en el ballet. Irreprochables las danzas rusa, árabe y china. La de los mirlitones, demasiado rápida. Sorpresa desagradable en el Vals de las flores, interpretado con el fuego y la voluptuosidad adecuadas, pero con una seria modificación en la partitura: en las dos veces que se hace la repetición del tema principal, Ormandy sube de tono el mismo. La toma sufre distorsiones. (7)
11. Stokowski/Filarmónica de Londres (Philips, 1973). Tras una introducción animada y con gracia que parece anunciar que el maestro quiere ofrecer lo mejor de sí mismo, Stokowski comienza a hacer de las suyas, sobre todo con una marcha de una rapidez que resulta un verdadero disparate: a la orquesta le cuesta trabajo seguirle, y pese a su virtuosismo llena a sonar embarullada. Igualmente deplorable un Hada del azúcar que no es solo el colmo de las libertades y los más antimusicales caprichos en el fraseo, sino que además presenta en su arranque unas figuras de la cuerda que son añadido de la batuta a la orquestación original. Las danzas características se muestran bastante más centradas en la expresión, aunque don Leopoldo las adorna aquí y allá con amaneramientos varios. El Vals de las flores resulta rígido, marcial incluso –timbales en exceso marcados– y con muy poco encanto. La toma sonora, eso sí, es un verdadero milagro. (4)
12. Ozawa/Orquesta de París (Philips, 1974). Adoptando unos tempi más bien amplios –decididamente lenta la obertura– y valiéndose de una técnica de batuta descomunal, un Ozawa de treinta y ocho años consigue diseccionar el entramado orquestal de esta obra con una claridad pasmosa, haciéndolo además con ese enorme refinamiento y ese riquísimo sentido del color que le caracterizan, todo ello para entregarnos una lectura que es una reivindicación del Tchaikovsky más amable, elegante y sensual, el más poético y embriagador (¡formidable la danza árabe!), pero sin rastro de blandura ni de narcisismo. Se podrán echar de menos acercamientos más briosos y de humor más irónico, pero en su línea digamos que más francesa que rusa –ideal la orquesta parisina para las maneras de Ozawa– el resultado es formidable. Solo decepciona el Vals de las flores, entusiasta pero escaso de voluptuosidad. La toma sonora es francamente suena para estar realizada en la complicada Sala Wagram. (9)
13. Rostropovich/Filarmónica de Berlín (DG, 1978). Puede que la obertura resulte un poco pimpante, pero el resto es una verdadera maravilla. Por todo, empezando por la ejecución, continuando por la claridad, el sentido del color y la naturalidad del fraseo, y terminando por la enorme inspiración de una batuta emocionante, sincera, luminosa y también de enorme cantabilidad, que sabe matizar con creatividad y compromiso ofreciendo el mayor aliento poético posible, todo ello sin recrearse lo más mínimo en la belleza sonora ni en el músculo de la orquesta de Karajan. A destacar los maravillosos rubatos de la madera en el Hada del azúcar y los incandescentes violonchelos de un Vals de las flores memorable. La toma sonora fue siempre espléndida, pero la reciente remasterización en HD y una audición en el mismo formato recupera los agudos –incluyendo el siseo de la cinta– que se habían perdido en las dos encarnaciones en disco compacto. (10)
14. Mehta/Filarmónica de Israel (Decca, 1980?). Interpretación fresca, extrovertida, con garra y su adecuado punto de humor. También ofrece una buena dosis de concentración y de sensualidad en la danza oriental, además de brillantez y trazo claro. Falta, en cualquier caso, un punto de imaginación, atención al detalle y personalidad, algo en lo que Mehta nunca ha brillado especialmente. El Vals de las flores resulta poco ensoñado o sensual, pero sí muy impulsivo y apasionado. (9)
15. Mravinski/Filarmónica de Leningrado (CD Philips y DVD Dreamlife, 1982). En lugar de interpretar la suite tradicional, el mítico director ruso ofrece los veintidós minutos finales del primer acto del ballet –prescinde del coro de niños, que en sus primeras frases es sustituido por los oboes–, añade el maravilloso paso a dos del segundo acto y termina con el último número de la partitura. Y lo hace de una manera muy personal: Mravinsky obvia lo aspectos más amables de esta música, aporta toda tensión dramática todo lo posible y alcanza clímax de insólita incandescencia. La peculiar sonoridad de la orquesta, con esos metales broncos y poco empastados propios de la era soviética, contribuye a subrayar la singularidad de los resultados, que globalmente son interesantísimos salvo en el vals conclusivo, un tanto rígido y machacón. La delicada coda, sin embargo, se encuentra muy conseguida. El DVD tiene sonido monofónico, no así el CD. (9)
16. Marriner/Academy of S. Martin in the Fields (Philips, 1982). Desmintiendo su fama de director más bien sosaina en este repertorio, Sir Neville ofrece una interpretación efervescente, bulliciosa y refrescante, que rebosa de chispa y sentido del humor sin descuidar la sensualidad en la danza árabe y, por descontado, desplegando la depuración sonora esperable en él y sus chicos. Lástima que flojee el Vals de las flores, impetuoso pero un tanto rígido. La toma fue la mejor hasta ese momento, y aún hoy sigue resultando espléndida. (9)
17. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1982). En la última de sus grabaciones aparece el Karajan más depurado en lo sonoro. También el más lírico y elegante en la expresión, el más equilibrado, muy lejos de la excesiva efervescencia de algunos números de su registro de 1952 y sustituyendo el pícaro sentido del humor de entonces por otro más amable, pero en cualquier caso ofreciendo belleza sonora y magia poética como solo él sabía hacerlo. Pero hay dos problemas. El menor, una tendencia al amaneramiento y a la blandura que es marca de la casa, y que se evidencia sobre todo en el Vals de las flores. El mayor, la rapidez y el nerviosismo –sobre todo esto último– de una Danza árabe que le dura tan solo 2’46, frente a los 4’01 de su grabación con la Philharmonia, los 2’59 con la Filarmónica de Viena o los 3’22 de su registro en Berlín de 1966 (que no he escuchado). La toma es excelente. (8)
18. John Williams/Boston Pops (Philips, 1983). Pocos meses más tarde de terminar su memorable partitura para El retorno del Jedi, el norteamericano daba cuenta de sus buenas dotes para la batuta con esta entusiasta recreación que, lejos de ser “hollywoodiense” en el peor sentido del término, convence por su perfecto equilibrio entre animación, sentido del humor y buen gusto, además de por una espléndida disección del entramado orquestal para la que cuenta con la complicidad de una ingeniería de sonido que recoge a la perfección a una orquesta que no es otra que la Sinfónica de Boston. En cualquier caso, para estar a la altura de los grandes recreadores de la página sería necesaria una personalidad más clara a la batuta, mayor riqueza en los matices –a veces Williams resulta un tanto lineal– y, sobre todo, un más elevado vuelo poético. En este sentido, la danza árabe se queda algo corta en sensualidad, como también un Vals de las flores más apasionado que voluptuoso. (8)
19. Svetlanov/Sinfónica de la URSS (Warner, 1983). Frente a las irregularidades de la selección de El lago de los cisnes que se ofrece en el mismo disco, el maestro moscovita nos entrega aquí una recreación de la más admirable ortodoxia, diseccionada de manera admirable y dicha con atención no solo al encanto y a la sensualidad que esta música necesita, sino también a sus aspectos más irónicos e incluso a su humor negro. Lo más interesante, en cualquier caso, se encuentra en una danza árabe lentísima y en un Vals de las flores distinto a lo habitual, mucho antes elegante y ensoñado que fogoso. Se incluye una, esta sí, incandescente recreación del sublime paso a dos del ballet completo. Lástima que la orquesta no sea la mejor posible: la cuerda es espléndida, pero los metales no solo no andan muy empastados, sino que además resultan un punto verbeneros. Tampoco la toma, aun ofreciendo una amplísima gama dinámica, es la mejor posible. (8)
20. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1986). La efervescencia, la vivacidad y el carácter bullicioso de la batuta, poseedora de una técnica colosal que es capaz de trabajar con pinceles finísimo a una orquesta que ha tocado esta obra con mayor virtuosismo que ninguna otra, logran un gran triunfo en los dos primeros números, pero a partir de ahí queda en evidencia que la sensualidad, la ternura, el encanto y el sentido del humor no eran el fuerte de Sir Georg. En cualquier caso, la musicalidad de un Solti siempre directo, fresco y comunicativo le permiten salir más que airoso del empeño. Toma sensacional. (8)
21. Kogan/Sinfónica Estatal de Moscú (Alto, 1990). Hijo del mítico Leonid Kogan y sobrino de Emil Gilels, el maestro Pavel Kogan ofrece una lectura entusiasta, animada, llena de dinamismo y por momentos –danza rusa– de los más trepidante, dotada además de un sentido del humor que –venturosamente– no es solo amable sino también un punto socarrón. Por desgracia, se queda corto en encanto, delicadeza, sensualidad y vuelo poético, algo que en esta música resulta imperdonable. Tampoco hay mucha atención a las gradaciones dinámicas ni al matiz expresivo. (8)
22. Abbado/Sinfónica de Chicago (Sony, 1991). Una lectura ágil, animada y efervescente, trazada con pinceles finos –increíble el virtuosismo de la orquesta– y brillante en su punto justo, pero más nerviosa de la cuenta en la marcha, insípida en la danza árabe y en exceso liviana en un Vals de las flores bastante desaprovechado y rematado de manera efectista. La verdad es que, aun demostrando una técnica soberbia, en ningún momento Abbado llega a conectar con el espíritu de esta música. Y es que el milanés, a principios de los noventa, ya estaba dejando de ser el gran director que había sido para convertirse en el campeón de la ligereza mal entendida. (7)
23. Celibidache/Munich (EMI, 1991). Aquí sí que está ya el Celi analítico y personalísimo, riquísimo en el colorido, a veces extravagante en sus decisiones, pero siempre provocando una fascinación muy especial. La obertura es ahora un verdadero prodigio de delicadeza bien entendida, de candidez y de encanto. De la marcha, perfectamente diseccionada, se puede decir lo mismo. La danza del Hada del azúcar jamás se ha escuchado con tanta magia, ni tan lenta. El tempo es bastante “normal”, sin embargo, en la danza rusa, mientras que en la árabe se baten todos los récords de duración desprendiendo una magia poética inigualable. La danza china está llena de recochineo. La de los mirlitones, dicha muy pausadamente, matizando de manera portentosa y buceando en los pliegues expresivos menos risueños, anuncia lo que hará Barenboim con esta página. Un espléndido Vals de las flores pone punto y final a una recreación poco menos que histórica en la que solo hay que lamentar que la toma, de origen radiofónico, adolezca de compresión dinámica. (10)
24. Levine/Filarmónica de Viena (DG, 1992). Parece mentira que un director como Levine grabara tanto y con tan grandísimas orquestas. Esta suite es todo un rosario de muestras de sus peores señas de identidad: precipitación, frivolidad, cursilería –danza oriental–, tosquedad generalizada, contrastes vulgares, incapacidad para desplegar sensualidad, encanto o magia poética… El Vals de las flores, sin rastros de voluptuosidad ni de verdadero sentido valsístico (¡menos mal que nunca le llamaron para Año Nuevo!), es merecedor de pasar al museo de los horrores musicales. (3)
25. Ozawa/Filarmónica de Berlín (DVD TDK, 1993). Dos años después de realizar su admirable registro del ballet completo en Boston, el maestro oriental vuelve a la suite y revalida su enorme sintonía con esta partitura con una lectura que es un modelo de ortodoxia en su perfecta combinación de frescura, delicadeza, colorido, sentido del humor y poesía. A destacar un tratamiento de los fagotes lleno de recochineo –nada habitual en Ozawa– de las maderas en la danza china –mucho más lenta que en su grabación para DG, y todavía más lograda–, como también la mezcla de intensidad y elegancia en el Vals de las flores. En el lado negativo, una celesta bastante mecánica y prosaica en el hada del azúcar. La toma sufre una considerable compresión dinámica. (9)
26. Van Immerseel/Anima Eterna (Zig-Zag, 2000). Salvo una danza oriental sosa, poco sensual y con poca atmósfera, nos encontramos ante una notable recreación, cuidada y muy bien tocada, que necesita mayores matices, más creatividad y más compromiso expresivo para ser tenida en cuenta. El vals, en este sentido, no posee mucho encanto. Lo de los instrumentos originales es lo de menos: poco relevante aportan. (7)
27. Norrington/Sinfónica de la Radio de Stuttgart (Hänssler, 2008). No es cuestión de que la cuerda de la formación alemana –nada del otro jueves– suene con poco vibrato, sino de que Norrington, independientemente de sus puntos de partida más o menos historicistas, es un director más bien mediocre, y si esta vez no llega a hacer gala –salvo en algún detalle– de su tendencia a la cursilería y no llega a sacar los pies del plato, lo cierto es que la inspiración brilla por su ausencia y el resultado es más bien gris, monótono e incluso aburrido, cuando no –danza rusa– de una alarmante flojera. A ignorar. (5)
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