viernes, 22 de junio de 2018

¡A estas alturas! Sobre Shostakovich y su Quinta sinfonía

Casi me da algo cuando leo esta mañana lo que ha escrito, al hilo del concierto de ayer de la ROSS, Pablo J. Vayón sobre la Quinta sinfonía de Shostakovich. Y eso que ya estoy acostumbrado a las cosas que piensa este señor. Agárrense: "La es una sinfonía que va de re menor a re mayor, de la sombra a la luz, y resuelve los conflictos de forma afirmativa, ajustándose por eso a los postulados del realismo socialista" (el subrayado es mío). Y concluye diciendo que "(...) fue en el juego con el tiempo y las dinámicas del movimiento lento en el que la batuta del texano trascendió el carácter meramente exhibicionista de la obra." ¡Toma castaña pilonga! El artículo completo lo pueden leer aquí.


En fin, uno pensaba que a estas alturas las cosas estaban bien claritas. Pues no. Aunque en esta entrada ya hablé del tema y les anuncié un vídeo de Tilson Thomas imprescindible para terminar de descubrir de qué va el asunto –aunque me parece que la mayoría de los amantes de la música del autor lo tenemos claro desde siempre–, me veo forzado a repetir. Después de las amenazas recibidas por su Lady Macbeth, Shostakovich tuvo que meter en un cajón su tan genial como pesimista Sinfonía nº 4, efectuar un giro estético y ponerse manos a la obra para ofrecer algo que apaciguara a la cúpula del régimen. Pero lo hizo con tal rebeldía ("eppur si muove") que logró darle a todo el mundo –incluido el despistado Mravinski– gato por liebre disfrazando de "realismo socialista" una partitura llena de mala baba y marcada por las dobles intenciones. De este modo, la Sinfonía nº 5 incluye una marcha grotesca y repulsiva a más no poder, un scherzo de humor nada liviano y un Largo de lirismo lacerante, rebelde y agónico (¡qué clímax!) para culminar en un final opresivo y axfisiante cuya significacíon política no es escapa a nadie que tenga oídos para escuchar: una burla en toda regla de las presuntas grandezas del comunisno.

Obviamente, estas cosas hay que saberlas atender desde el podio. Si te empeñas ofrecer triunfalismo, harás pensar que esta obra no es más que una sucesión de efectos de cara a la galería. Pero si optas por la retranca, revelarás la manera en la que el autor logró tomarle el pelo al personal y pasar de estar en el punto de mira del régimen a convertirse en uno de sus músicos favoritos. No tengo idea de cómo lo habrá hecho Axelrod, pero sí de quiénes han servido discográficamente el asunto de la manera más convincente: Previn, el recientemente fallecido Rozhdestvensky, Haitink, Sanderling y, por supuesto, Tilson Thomas en el vídeo de los Proms de aquel memorable concierto al que tuve la oportunidad de asistir. Procuren escucharles.

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