viernes, 10 de junio de 2016

El emperador de la Atlántida, estreno en Madrid

Aunque este título ya se había ofrecido en algunos puntos de la península, hasta ahora mismo –acaba de terminar la función– no se estrena Der Kaiser von Atlantis en Madrid. A mi entender, su mayor valor no es el musical sino el testimonial: Viktor Ullmann la compuso en el campo de concentración de Terezín poco antes de ser gaseado en Auschwitz. En cualquier caso, es una pieza más que nos sirve para recomponer ese puzzle de lo que se conoció como "música degenerada", por lo que quienes amamos el arte centroeuropeo de esa época debemos acercarnos a ella con sumo interés.

 

Por iniciativa de Joan Matabosch se ha ofrecido en orquestación para gran orquesta sinfónica a cargo de Pedro Halffter. Como ya pueden imaginar, de este modo pierde en espíritu cabaretero y canalla al tiempo que gana en vuelo lírico, pathos y emotividad, subrayando asimismo los lazos que vinculan esta música al pasado y los que apuntan hacia el futuro: no olvidemos que, entre otras cosas, los Korngold, Steiner, Waxman y demás grandes nombres de la música de cine del Hollywood de la edad dorada surgieron exactamente del mismo ambiente musical que el malogrado Ullmann. Al mismo tiempo, Halffter realiza algunos guiños que funcionan francamente bien –es el caso del realizado a uno de mis pasajes favoritos de todo Shostakovich: el final del Concierto para violonchelo nº 2–, aunque sin duda lo mejor de su trabajo en esta producción que desde hoy ofrece el Teatro Real es el arreglo y orquestación de dos páginas pianísticas de mismo compositor. El resultado de una de ellas es el Adagio in memoriam Ana Frank, una pieza de profundísima emotividad que el maestro dirige de la misma manera con que aborda los respectivos movimientos lentos de la Segunda de Rachmaninov o la Sinfonía de Korngold: de modo verdaderamente sublime. La otra es la Pequeña obertura para "El emperador de la Atlántida", que funciona muy bien como preludio a la obra lírica.

Sacando un extraordinario provecho de la Sinfónica de Madrid, que ha sonado como en sus mejores noches, y haciendo gala de un fraseo cálido, flexible y muy sensual, Halffter dirige asimismo de manera muy satisfactoria El canto del amor y muerte del corneta Christoph Rilke que en esta producción antecede a la ópera propiamente dicha, subrayando desde la batuta los lazos con el pasado romántico y, muy especialmente, con los Gurrelieder de Schoenberg. Por desgracia, la actriz Blanca Portillo realiza una labor a mi entender poco convincente: no sé si la culpa es de su dicción o de la megafonía del Real, pero lo cierto es que los textos de Reiner Maria Rilke a veces no se le entienden. Tampoco los cantantes de la ópera han estado lo suficientemente bien, excepción hecha de un magnífico Martin Winkler en el rol del Altoparlante y de la pareja formada por Ana Ibarra y Albert Casals. Los demás pueden mejorar en mayor o menor medida, especialmente Alejandro Marco-Buhrmesteren el rol titular: su importante monólogo de despedida debería estar mucho mejor cantado –evidentes estrangulamientosy más matizado.

Gustavo Tambascio no es santo de mi devoción, pero aquí ha realizado un trabajo escénico francamente bueno. En él encontramos sus conocidos tics –personajes arrastrándose por el suelo, obsesión por lo circense– y algunos elementos que sobran, como las dos bailarinas que deambulan por el escenario haciendo algunas cursilerías, pero el conjunto se encuentra bastante bien llevado y cuenta con las bazas de una  espectacular escenografía a cargo de Ricardo Sánchez Cuerda, una espléndida luminotecnia de Felipe Ramos y de un vistosísimo –y recargadísmo– vestuario diseñado por Jesús Ruiz. Les Arts y el Maestranza coproducen la producción: atentos los melómanos de Valencia y Sevilla, porque merece la pena.

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