Waltraud Meier es mi cantante favorita de los últimos lustros, así que procuro –ya una vez se me escapó su Poema del amor y del mar– no perderme sus comparecencias anuales junto a la Orquesta de Valencia que tienen lugar merced a su estrecha amistad con el titular de la formación, Yaron Traub: un inmenso lujo y privilegio para todos los aficionados levantinos. Esta vez venía con el primer acto de La Walkiria, nada menos, y yo acudí con un poco de miedo dado el lógico deterioro del instrumento que viene evidenciando en los últimos años la enorme mezzo alemana. Pues bien, no me ha defraudado en absoluto. La voz, incuestionablemente, está mermada con respecto a su época de esplendor, por lo que ahora la artista tiene que cantar reservándose, conociendo sus limitaciones, quedándose corta en determinados aspectos y sufriendo algún que otro accidente.
A mi entender nada grave ocurrió en la tarde del pasado viernes 14 de febrero en la que, de manera casual pero significativa, la ciudad del Turia conocía un maravilloso anticipo de la primavera (“Winterstürme wichen dem Wonnemond…”) climatológicamente hablando. Pero a lo que vamos: Meier cantó de manera notable a Sieglinde en lo técnico y, por descontado, hizo gala de las enormes virtudes expresivas que ya le conocemos, por no hablar de su faceta teatral: ¡qué manera de recrear escénicamente, aunque se tratara de una versión de concierto, todos y cada uno de los pliegues psicológicos que va ofreciendo su personaje! No olvido, no, lo que a ella misma le escuché hace años junto a Plácido Domingo en el Teatro Real, ni tampoco la brillantez vocal que Eva-Maria Westbroeck ofreció con este papel en Valencia precisamente junto al tenor madrileño, pero aun así creo que su recreación de la infortunada welsunga sigue siendo de primera magnitud. Las limitaciones, insisto, cuentan poco frente a semejante derroche de estilo y sensibilidad.
Siegmund fue el veterano Thomas Mohr: voz de heldentenor, poderosa y timbradísima en el agudo, de enorme belleza además, pero con obvios problemas técnicos que deslucieron su irregular interpretación; decepcionantes sus “Wälse”, conseguidos con feos portamenti. Por lo demás canta con estilo y arrojo, aunque sin mucha atención al matiz. Admirable el Hunding de su joven colega Tobias Kehrer.
Le suelo escuchar a los aficionados valencianos cosas malas sobre Yaron Traub. No lo entiendo, la verdad: si algo funcionó de manera insatisfactoria en el plano sinfónico en esta velada fue la orquesta, decididamente muy cortita a la hora de enfrentarse a Wagner, porque el maestro israelí dirigió el primer acto de Walkiria con solvencia y dignidad, ya que no con particular inspiración. Antes, en la primera parte, había ofrecido una estimable obertura de Tannhäuser, un preludio de Tristán realmente espléndido y una liebestod de la misma ópera que, ahí sí, tuvo problemas en el pulso y llegó de manera desafortunada a su clímax dejando caer el peso del mismo sobre la percusión.
Ah, el maestro estuvo muy simpático en su locución inicial presentando el concierto y tuvo la generosidad de convencer a la Meier para tener, al finalizar la sesión, un encuentro con el público –patio de butacas casi lleno– en el que pudimos preguntarle cosas a la artista. Yo aproveché la oportunidad para pedirle que comparase los tristanes de Heiner Müller y de Chéreau, pero los nervios me jugaron una mala pasada y apenas logré explicarme. En cualquier caso, Meier fue tajante: la producción de La Scala es para ella la definitiva de la obra. De la de Bayreuth afirmó que los cantantes trabajaron muy poco con Müller y que su fuerza se basaba en los diseños de producción de Erich Wonder, más que en el teatro. Traub añadió que fue precisamente en esas representaciones cuando ella y la artista se conocieron, pues él hacía de maestro repetidor a las órdenes de Barenboim. ¡Pues que no decaiga la amistad y nos sigamos beneficiando de ella!
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