viernes, 28 de junio de 2013

Novena de Beethoven por Rattle y la Filarmónica de Berlín

El habitual concierto que la Filarmónica de Berlín ofrece al comenzar el verano en el Waldbühne de Berlín se ha celebrado este año el pasado domingo 23 de julio, coincidiendo justo con la Noche de San Juan. Esta vez no ha consistido en una selección de piezas más o menos populares y más o menos breves, sino en dos páginas de repertorio puro y duro: el bellísimo Concierto para violín de Mendelssohn y Novena Sinfonía de Beethoven, ahí es nada. Christian Tetzlaff ha sido el violinista convocado para la ocasión. La velada aparecerá muy probablemente en DVD y Blu-ray, pero he tenido la oportunidad de ver esta misma tarde la retransmisión televisiva.

Los resultados me han parecido mediocres. El violinista alemán demuestra –por si quedara alguna duda– un enorme virtuosismo, pero resulta pretencioso, rebuscado, carente por completo de poesía (¡qué manera tan prosaica de frasear el mágico arranque de la obra!) y de emotividad. Rattle logra compatibilizar el músculo de Berlín con la ligereza mendelssohniana, pero no sabe insuflar alma a la obra. Un aburrimiento.

En la Sinfonía Coral Rattle abandona definitivamente los experimentos (sin gaseosa: con la Filarmónica de Viena) de mezclar historicismo y tradición, ofreciéndonos el Beethoven de la Filarmónica de Berlín de toda la vida: robusto, musculado, con amplio vibrato y fraseo tradicional a más no poder. Sirve de poco, porque su sintonía con el de Bonn sigue siendo escasa.

Así las cosas, los dos primeros movimientos impresionan por la maravillosa sonoridad e indiscutible virtuosismo de la orquesta, pero no terminan de tener detrás una idea expresiva. Suenan más bien un tanto mecánicos, rutinarios. Los clímax no se encuentran lo suficientemente planificados como para transmitir la potencia expresiva que demandan, ni se aprecia la adecuada flexibilidad en el fraseo; el trio del scherzo, rápido e intrascendente. El adagio está sonado con belleza abrumadora pero carece de la sensualidad, el lirismo agónico y el intenso humanismo que los directores realmente grandes saben sacar a la luz, y sus clímax dramáticos tampoco alcanzan el carácter rebelde que demandan. Ni siquiera la sonoridad de la orquesta (recuérdese: la Filarmónica de Berlín) es del todo beethoveniana.

¿Y el “Himno a la Alegría”? Pues no va del todo mal hasta que tras la doble fuga Sir Simon nos empieza a regalar esas acentuaciones por completo fuera de lugar que ya hacía en otras interpretaciones que le conocíamos de la página. El Coro de la Radio de Berlín está espléndido. Destemplado y vulgar el bajo Dimitry Ivashchenko; bastante mejor Joseph Kaiser; Camilla Tilling sufre apurillos con los terroríficos sobreagudos de su parte, como casi todas; Nathalie Stutzmann pasa inadvertida, también como casi todas. El público reacciona con delirio y se remata la velada con Berliner Luft. Rattle vuelve a gastar la broma de irse a tocar el bombo: el percusionista le sustituye a la batuta. Todos felices.

Ah, en el momento de terminar de escribir estas líneas está concluyendo la retransmisión radiofónica en directo de la tercera de las interpretaciones que los mismos artistas han ofrecido estos días en el Teatro Real de Madrid en sustitución de la Flauta mágica inicialmente programada. He podido escuchar la segunda mitad. No aprecio grandes diferencias, salvo la calidad del coro, que es el de la casa, la mayor abundancia de portamenti en el Adagio y los berridos del señor Ivashchenko en su entrada. Siguen las acentuaciones marca de la casa. En Madrid también aplauden con delirio. Pues qué bien.

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