Este estuche de tres DVDs me lo compré (el precio es estupendo: 36 euros) hace ya bastante tiempo, pero lo he ido saboreando poquito a poco, disfrutándolo al cien por cien. Y hay mucho que disfrutar: todas las filmaciones de Karl Böhm dirigiendo sinfonías de Mozart realizadas –en celuloide, no con equipo televisivo- entre 1969 y 1978, en la mayoría de los casos frente a la Filarmónica de Viena y en otros (las nº 33 y 39) junto a la Sinfónica de la capital austríaca. No están todas las del genio de Salzburgo, pero a cambio se incluyen la
Serenatta Nottutna y la celebérrima
Eine Kleine Nachtmusik. De propina, un documental de una hora, realizado por Unitel en 1994, en torno a la figura del director de Graz, incluyendo abundantes fragmentos de entrevistas al maestro e impagables testimonio tanto de su rigor profesional como de su mal carácter. Lo más interesante, en cualquier caso, es cómo este señor interpretaba a Mozart en sus últimos años.
Si a su colega Otto Klemperer se le adjudica con frecuencia el calificativo de “granítico”, a Böhm deberíamos otorgarle el de “marmóreo”, al menos en lo que a su Mozart se refiere: inquebrantable solidez, distanciada sobriedad, asombrosa belleza y cierta “emotividad fría” son cualidades que definen tanto a los mejores ejemplares de la referida roca metamórfica como a las interpretaciones del salzburgués que realizaba este director con cara de pocos amigos. A ellas hemos de añadir una enorme elegancia en el trazo, una inmejorable atención a la polifonía, un gran sentido del color (sobre todo en lo que a las maderas se refiere) y una huida de todo lo que signifique frivolidad o coquetería mal entendida. Dicho de otra manera, este es un Mozart que huye del espíritu rococó y que mira hacia adelante, hacia la plenitud del Clasicismo, aunque con un ropaje sonoro muy distinto del que nos han descubierto los historicistas. ¿Mozart romántico? No, en absoluto: el equilibrio, la sobriedad formal y la moderación de las emociones se ponen siempre por encima de las demás circunstancias. ¿Soso y aburrido, entonces? Pues tampoco, porque la tensión interna, aunque bien disimulada, está siempre latente, al tiempo que la batuta ofrece mil y un detalles que restan acartonamiento y enriquecen lo expresivo. Tampoco hay, ni que decir tiene, excesiva ligereza en las texturas, ni caprichos en el fraseo, ni efectos teatrales de dudoso gusto, por citar algunas de las trampas en las que cae la interpretación actual, esté influida o no por la escuela historicista. Lo que nos encontramos aquí es, sencillamente, un Mozart-Mozart, en toda la pureza de la mejor tradición centroeuropea hoy casi perdida. Por ello es necesario conocerlo y disfrutarlo con el añadido impagable de las imágenes.
Dicho esto, hay que señalar que no todas las interpretaciones aquí contenidas alcanzan la misma altura, toda vez que podemos apreciar en ellas la evolución a mejor que experimentó el de Graz en los últimos años de su vida: a medida que se iba adentrando en la década de los setenta, fue soltando ese lastre de pesadez y hasta rutina “a lo kapellmeister” que de vez en cuando desprendían sus realizaciones para convertirse en un director extremadamente inspirado. La Elektra de Strauss, la Novena de Beethoven y la Quinta de Tchaikovsky que registró en sus últimos meses dan buena cuenta de lo que decimos. Por ello en este estuche de DVDs las lecturas menos conseguidas son, en general, las más antiguas, mientras que las más recientes, particularmente las de 1978, alcanzan un grado de perfección difícilmente superable en su estilo, y por momentos rozando el milagro.
Esto es justo lo que ocurre nada menos que con la Sinfonía nº 1, asombrosa demostración de cómo se puede sacar petróleo de una obra floja haciendo gala de un fraseo sobrio, elegante, cantable y efusivo al mismo tiempo. En el segundo tiempo, alabado por Böhm en el referido documental como ejemplo de la asombrosa madurez estilística del genio, la batuta opta por bucear todo lo posible en las notas, aunque lo mejor viene quizá con el tercer y último movimiento, en el que el maestro logra la cuadratura del círculo: aunar vivacidad y solidez sonora. De la Sinfonía nº 25 (filmada también en 1978) se nos ofrece una poderosa, dramática y magníficamente desmenuzada interpretación a la que le falta un punto de chispa para ser genial. El último movimiento, por su parte, es algo más lento de la cuenta, aunque no deja de asombrarnos la tímbrica que Böhm extrae de la orquesta.
En la Sinfonía nº 28 (filmación de 1970) el maestro parece querer combatir el carácter galante de la partitura con su habitual sobriedad y rotundidad , lo que resta un poco de encanto, pero a cambio ofrece una dosis de profundidad, concentración y emotividad admirables en el segundo movimiento. La Sinfonía nº 29 (registrada en 1973) resulta lenta, honda y reflexiva, elegantísima y de enorme vuelo lírico, aunque –reconozcámoslo también- algo masiva en la sonoridad y un poco pesadota en el menuetto. Saltamos a la Sinfonía nº 31, “París” (1978), para encontrarnos con una versión amplia y elocuente en la que de nuevo se logran aunar fuerza, robustez, vuelo lírico y elegancia; el último movimiento, pese a la lentitud, es muy convincente por la excelencia de su trazo. La Sinfonía nº 33 (temprana toma de 1969) el mayor logro lo encontramos en un primer movimiento lleno de tensión dramática. El segundo alcanza un notable vuelo lírico, pero podía estar más paladeado aún; espléndidos los otros dos, aunque aún se puede lograr más chispa en el tercero y mayor frescura en el cuarto. No podemos engañarnos: en líneas muy diferentes, un Carlos Kleiber y un Pinnock han ofrecido lecturas más convincentes. Sin novedad en la Sinfonía nº 34 (1974), interpretación canónica en la que nos vuelve a derretir la sonoridad de la orquesta, con mención especial para las maderas en el último movimiento.
Llegamos a las sinfonías de Viena, esto es, al periodo de madurez compositiva mozartiana, con la Sinfonía nº 35, Haffner (1974), en la que Böhm consigue el milagro de que la orquesta suene al mismo tiempo rocosa y transparente, poderosa y elegante, tersa y ácida en las maderas, ofreciendo así un Mozart maduro y profundo, lleno de poesía pero también de fuerza y dramatismo, aunque esto no nos debe hacer olvidar lo que en esta página han logrado un Barenboim o un Bernstein. Algo parecido se puede decir de la Sinfonía nº 36, Linz, filmada el mismo año, en la que uno cae rendido ante la combinación de tersura apolínea y fuerza interior.
La filmación de la Sinfonía nº 38, Praga, realizada en 1978, conviene compararla con la protagonizada por Rafael Kubelik al frente de la misma Filarmónica de Viena en 1971, también en DG. El maestro checo ofrece el Mozart ortodoxo que en él se puede esperar, apolíneo pero no superficial, elegante, muy cantable y extremadamente comunicativo, consiguiendo una gran dosis de chispa y agilidad en el último movimiento. En el resto, por desgracia, se echa en falta una mayor garra, siempre dentro de un nivel altísimo al que contribuye en gran medida la excelsitud y adecuación de la Wiener Philharmoniker. Pero con Böhm nos encontramos en otro mundo, aunque la orquesta sea la misma tan sólo siete años después. El de Graz no resulta menos apolíneo, antes al contrario, pues en ningún momento la belleza formal y la elegante sobriedad de la arquitectura se ven afectadas, pero aquí hay una fuerza dramática mucho mayor, así como una hondura expresiva realmente admirable. Sorprende el último movimiento, mucho antes trágico que risueño. A destacar la atención a la polifonía, no dejando que pasen inadvertidas las líneas del viento-metal. La orquesta, finalmente, parece aquí mucho más aprovechada.
Defrauda un tanto la lectura de la Sinfonía nº 39, quizá porque en 1969 -ya lo advertíamos arriba- Böhm podía aún resultar algo aburrido. Nos ofrece así una interpretación clásica, muy bien trazada, con un trio lleno de encanto, pero en general algo pesadota, falta de chispa y de creatividad. Se impone de nuevo la comparación, aunque en esta ocasión con resultados más felices para el contrincante: Leonard Bernstein, en su filmación de 1981 con la misma orquesta (Euroarts), nos encoge el corazón con una introducción desgarradora que da paso a una interpretación dionisíaca, de fraseo amplio y opulento, en el que se combina un abierto dramatismo con el más fogoso goce sensual. Las dos últimas, de nuevo, tienen demasiada competencia. De la Sinfonía nº 40 (1973) Böhm nos entrega su esperable lectura sobria, tensa y austera, de admirable belleza clásica, en absoluto preciosista ni almibarada, pero que resulta algo distante; con la misma orquesta, Muti (VPO, 2000) ha conseguido resultado muy superiores, aunque también es verdad que un Harnoncourt (en la toma televisiva de 2006) ha extraído de ella la más repugnante combinación imaginable de brutalidad y cursilería. La Júpiter (1973) resulta irregular: los movimientos extremos son sensacionales, el segundo podía estar más paladeado –aunque engancha su espíritu anhelante- y el tercero termina siendo un poco cuadriculado.
Gran nivel en las propinas, filmadas todas ellas en 1974. En la Serenatta Notturna K. 239 Böhm destila un sentido del humor no poco sarcástico para ofrecer una recreación nada frívola ni pimpante, pero tampoco pesada o fuera de tiesto. El Minueto K. 409 es una delicia con la que el maestro demuestra ser capaz de ofrecer un enorme encanto sin renunciar a su rigurosa personalidad. La Pequeña Música Nocturna, para terminar, es perfecto ejemplo del Mozart sereno, cantable, elegantísimo pero lleno de tensión interna y por completo ajeno a la trivialidad que hacía Böhm. Los tempi son muy lentos, pero no hay asomo de pesadez; las sonoridades, incomparablemente bellas. Eso sí, quedará defraudado quien busque chispa y jovialidad en la partitura.
La realización cinematográfica de estas tomas es bastante notable (nada que ver con lo de Karajan por las mismas fechas) y el sonido, en general, alcanza un buen nivel, así que mi recomendación queda clara: si aún no lo han hecho, háganse con este estuche y paladéenlo con tiempo.