Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
viernes, 30 de agosto de 2019
Mutter-Williams: ¡no se lo compren!
Hoy se ha puesto a la venta el disco Anne-Sophie Mutter interpretando música de John Williams bajo la dirección del compositor. Ya se encuentra disponible en las plataformas habituales. Me lo he escuchado dos veces. ¡Es maravilloso! Pero no se lo compren, por favor. ¿Y eso? Pues porque los simpáticos chicos de Deutsche Grammophon sacan dentro de un mes una edición especial en dos discos con más música. Menos mal que no caí en la trampa...
martes, 27 de agosto de 2019
Kirill Petrenko abre su etapa en Berlín: Beethoven jibarizado
Parece en los primeros acordes que esta va a ser una versión “semi-H.I.P.”, a la manera de las de un Rattle o un Paavo Järvi. Falsa impresión: en sonoridad y en articulación, la Novena de Beethoven ofrecida por Kirill Petrenko en su debut como titular de la Filarmónica de Berlín frente a una audiencia multitudinaria en la Puerta de Brandeburgo el pasado sábado 24 de agosto no atiende a parámetros “históricamente informados”. Pero sí hay un claro deseo por parte del maestro ruso de desafiar a la tradición, o a cierta manera de entender la misma. Adiós a lentitudes, a silencios que pesan como losas y a tensiones que se van acumulando poco a poco. Adiós a la música entendida al mismo tiempo como reflexión espiritual y como experiencia catártica. Adiós al Beethoven atmosférico, lleno de brumas y de carga filosófica, visionario en sus clímax y profundamente panteísta. Bienvenido un Beethoven jovial, ameno y distendido en el que priman la efervescencia, la belleza sonora y los grandes efectos para captar de la manera más rápida la atención del espectador y no exigirle a este que realice esfuerzo para disfrutar de la partitura. Bienvenidos todos a un Beethoven postmoderno, acorde con la sensibilidad y las prioridades de unos tiempos en los que la cultura del esfuerzo y de la reflexión han sido sustituidos por el golpe de efecto y la respuesta rápida e instintiva en forma de like. Bienvenidos a un Beethoven que, lo expresaré suavemente, a mí me ha parecido una puta mierda.
El primer movimiento es una de las cosas más bochornosas que un servidor le haya escuchado a un director famoso en mucho tiempo. En tan solo 14’21’’ se lo despacha un Petrenko que, por cierto, gesticula de manera tan excesiva que verle resulta cargante. No me parece improcedente comparar la duración con grabaciones realizadas por la misma orquesta: Furtwängler (1942) 17’19’’, Jochum 16’21’’, Fricsay 16’41’’, Cluytens 18’10, Karajan en los sesenta 15’30’’, Karajan en los ochenta 15’36, Giulini 17’05’’, Abbado (en DG) 14’24’’, Rattle 15’20’’. Ciertamente va rapidito este hombre, más incluso que Abbado. Pero el problema no es ese. Lo censurable es el carácter lineal con que está interpretada la monumental página, la ausencia de sentido orgánico en su desarrollo, la escasa progresión de las tensiones, la concepción de los clímax como mera acumulación de decibelios y la falta de “aire”, de naturalidad, en un fraseo atropellado y ajeno a cualquier intencionalidad expresiva. Que la ejecución sea formidable y que la batuta clarifique el tejido polifónico con virtuosismo no salvan del desastre a esta ejecución que termina con una coda de vergüenza ajena: ¿se puede decir más de pasada un pasaje tan extremadamente genial?
El Scherzo me ha gustado. Obviamente no se trata, no podría tratarse dadas las circunstancias, de una lectura en clave demoníaca o protobruckneriana. Ni siquiera tiene por qué ser esa la manera más adecuada de ponerlo en sonidos. Se puede leer clave más distendida, festiva incluso, como contraste con los movimientos que lo flanquean, siempre y cuando no resulte pimpante ni escaso de fuelle. Petrenko evita caer en esto último y ofrece una lectura vitalista y contrastada, efervescente en el tratamiento de las maderas y expuesta –pese a la rapidez del tempo adoptado– con una claridad solo reservada a batutas de técnica excepcional. Al trío, eso sí, se le podría sacar más partido en lo expresivo.
Y llega el Adagio molto e cantabile. 12’57’’ le dura a este señor. ¿Comparamos otra vez? Furtwängler 20’06’’, Fricsay 18’00’’, Cluytens 18’10, Karajan en los sesenta 16’35’’, Karajan en los ochenta 15’54, Giulini 18’33’’, Abbado 12’49’’. De nuevo es el milanés el que se más se le aproxima con aquella horrorosa interpretación del año 2000 en el no menos horrendo ciclo grabado para Deutsche Grammophon. Aquí, venturosamente, no hay rastro de las sonoridades ingrávidas de Don Claudio, pero sí detalles propios de la cursilería que alcanzó en la etapa final de su carrera. Lo grave, en cualquier caso, es la mezcla de frivolidad y asepsia con que el maestro aborda la página: los sonidos son bellísimos, pero no se aprecia el menor contenido expresivo detrás de las notas. Por si fuera poco, los dos grandes clímax de la página, momentos de la más excelsa inspiración beethoveniana en los que el compositor nos pone el corazón en un puño preguntándonos sobre el más allá, sobre el más acá o sobre lo que ustedes quieran, están dichos con una clara voluntad de restarles pathos, de hacer como si no estuvieran ahí. Que pasen de largo, no vaya a ser que la gente se haga preguntas incómodas. El resultado es idóneo para tomar café con pastas o para ponerlo de hilo musical en un ascensor, aunque la cámara enfoca a varios espectadores con los ojos cerrados, como si estuvieran en éxtasis ante semejante despliegue de belleza. Lo mismo se estaban durmiendo.
El último movimiento es un verdadero prodigio de virtuosismo (¡qué manera de tensar y de diseccionar la doble fuga!) y Petrenko sabe revestirlo muy adecuadamente de tintes operísticos, pero de nuevo su renuncia a indagar detrás de las notas termina reduciendo esta música a un mero pasatiempo. No es que acentúe en exceso sus valores épicos o cargue las tintas en el espectáculo a la manera de un Karajan, pero de experiencia a la par humanista y panteísta, nada de nada. Tampoco hay espacio para la reflexión: ¡a correr se ha dicho! En el cuarteto vocal destaca el tenor Benjamin Bruns, porque Kwangchul Youn no está ya para muchos trotes, Marlis Petersen lo pasa tan mal en el sobreagudo como casi todas y Elisabeth Kulman no aporta nada especial. El Rundfunkchor Berlin está magnífico, lo mismo que la entregadísima orquesta.
A la postre, los berlineses han conseguido lo que querían: un director titular comprometido con su propio tiempo. Un Beethoven de andar por casa para una era de cerebros jibarizados.
El Scherzo me ha gustado. Obviamente no se trata, no podría tratarse dadas las circunstancias, de una lectura en clave demoníaca o protobruckneriana. Ni siquiera tiene por qué ser esa la manera más adecuada de ponerlo en sonidos. Se puede leer clave más distendida, festiva incluso, como contraste con los movimientos que lo flanquean, siempre y cuando no resulte pimpante ni escaso de fuelle. Petrenko evita caer en esto último y ofrece una lectura vitalista y contrastada, efervescente en el tratamiento de las maderas y expuesta –pese a la rapidez del tempo adoptado– con una claridad solo reservada a batutas de técnica excepcional. Al trío, eso sí, se le podría sacar más partido en lo expresivo.
Y llega el Adagio molto e cantabile. 12’57’’ le dura a este señor. ¿Comparamos otra vez? Furtwängler 20’06’’, Fricsay 18’00’’, Cluytens 18’10, Karajan en los sesenta 16’35’’, Karajan en los ochenta 15’54, Giulini 18’33’’, Abbado 12’49’’. De nuevo es el milanés el que se más se le aproxima con aquella horrorosa interpretación del año 2000 en el no menos horrendo ciclo grabado para Deutsche Grammophon. Aquí, venturosamente, no hay rastro de las sonoridades ingrávidas de Don Claudio, pero sí detalles propios de la cursilería que alcanzó en la etapa final de su carrera. Lo grave, en cualquier caso, es la mezcla de frivolidad y asepsia con que el maestro aborda la página: los sonidos son bellísimos, pero no se aprecia el menor contenido expresivo detrás de las notas. Por si fuera poco, los dos grandes clímax de la página, momentos de la más excelsa inspiración beethoveniana en los que el compositor nos pone el corazón en un puño preguntándonos sobre el más allá, sobre el más acá o sobre lo que ustedes quieran, están dichos con una clara voluntad de restarles pathos, de hacer como si no estuvieran ahí. Que pasen de largo, no vaya a ser que la gente se haga preguntas incómodas. El resultado es idóneo para tomar café con pastas o para ponerlo de hilo musical en un ascensor, aunque la cámara enfoca a varios espectadores con los ojos cerrados, como si estuvieran en éxtasis ante semejante despliegue de belleza. Lo mismo se estaban durmiendo.
El último movimiento es un verdadero prodigio de virtuosismo (¡qué manera de tensar y de diseccionar la doble fuga!) y Petrenko sabe revestirlo muy adecuadamente de tintes operísticos, pero de nuevo su renuncia a indagar detrás de las notas termina reduciendo esta música a un mero pasatiempo. No es que acentúe en exceso sus valores épicos o cargue las tintas en el espectáculo a la manera de un Karajan, pero de experiencia a la par humanista y panteísta, nada de nada. Tampoco hay espacio para la reflexión: ¡a correr se ha dicho! En el cuarteto vocal destaca el tenor Benjamin Bruns, porque Kwangchul Youn no está ya para muchos trotes, Marlis Petersen lo pasa tan mal en el sobreagudo como casi todas y Elisabeth Kulman no aporta nada especial. El Rundfunkchor Berlin está magnífico, lo mismo que la entregadísima orquesta.
A la postre, los berlineses han conseguido lo que querían: un director titular comprometido con su propio tiempo. Un Beethoven de andar por casa para una era de cerebros jibarizados.
lunes, 26 de agosto de 2019
Suites de Bach por Karajan
Herbert von Karajan grabó las Suites para orquesta nº 2 y 3 de Johann Sebastian Bach en agosto de 1964 frente a una plantilla, reducida ma non troppo, de su Filarmónica de Berlín. Las he escuchado en un SACD de procedencia japonesa que suena maravilla. Supongo que los Conciertos de Brandeburgo a cargo de los mismos intérpretes son de las mismas fechas, pero yo me he limitado a escuchar las Suites. Esperaba un horror interpretativo, pero no ha sido así.
La verdad es que este Bach, aun con una singularidad que comentaré luego, me ha gustado. Por supuesto que la orquesta es demasiado grande e inapropiada, que la articulación nada tiene que ver con lo que hoy sabemos que tiene que ser, que los tempi a veces son demasiado amplios y que el maestro, como siempre, se recrea en la opulencia y en las filigranas sonoras. Pero también es cierto que la ejecución está cuidadísima, que la cuerda es puro terciopelo, que el resto de las familias –siempre peligrosos los metales en la BWV 1068– empastan a la perfección sin perder brillantez, que las melodías están cantadas con amplitud y vuelo lírico, e incluso que el clave de Edith Pitch-Axenfeld, aun con algunos tics propios de la época, no es tan parco como por entonces se estilaba.
Las cosas, a la postre, funcionan bastante bien, al menos en una Suite nº 2 que se beneficia de flauta portentosa de Karlheinz Zöller, que ornamenta de manera abundante, exquisito gusto y portentosa agilidad en una Bandinerie muy alada. A la Suite nº 3 se le pueden poner más reparos. Lo han adivinado: en el Aria Karajan se pone en plan “adagiodealbinoni”. Cierra los ojos, detiene el tiempo y entra en un presunto éxtasis místico con resultados sonoros increíblemente bellos, pero desprendiendo insinceridad por los cuatros costados, amén de por completo fuera de estilo. Las secciones inicial y final de la obertura me parecen, por su parte, en exceso lentas e hinchadas. Y lo demás está bastante bien, siempre que aceptemos estos presupuestos interpretativos hoy demonizados por los talibanes de la cuerda de tripa.
La verdad es que este Bach, aun con una singularidad que comentaré luego, me ha gustado. Por supuesto que la orquesta es demasiado grande e inapropiada, que la articulación nada tiene que ver con lo que hoy sabemos que tiene que ser, que los tempi a veces son demasiado amplios y que el maestro, como siempre, se recrea en la opulencia y en las filigranas sonoras. Pero también es cierto que la ejecución está cuidadísima, que la cuerda es puro terciopelo, que el resto de las familias –siempre peligrosos los metales en la BWV 1068– empastan a la perfección sin perder brillantez, que las melodías están cantadas con amplitud y vuelo lírico, e incluso que el clave de Edith Pitch-Axenfeld, aun con algunos tics propios de la época, no es tan parco como por entonces se estilaba.
Las cosas, a la postre, funcionan bastante bien, al menos en una Suite nº 2 que se beneficia de flauta portentosa de Karlheinz Zöller, que ornamenta de manera abundante, exquisito gusto y portentosa agilidad en una Bandinerie muy alada. A la Suite nº 3 se le pueden poner más reparos. Lo han adivinado: en el Aria Karajan se pone en plan “adagiodealbinoni”. Cierra los ojos, detiene el tiempo y entra en un presunto éxtasis místico con resultados sonoros increíblemente bellos, pero desprendiendo insinceridad por los cuatros costados, amén de por completo fuera de estilo. Las secciones inicial y final de la obertura me parecen, por su parte, en exceso lentas e hinchadas. Y lo demás está bastante bien, siempre que aceptemos estos presupuestos interpretativos hoy demonizados por los talibanes de la cuerda de tripa.
viernes, 23 de agosto de 2019
Cuarta de Shostakovich por Michael Sanderling
Michael Sanderling (Berlín, 1967) ha grabado la integral de las sinfonías de Shostakovich al frente de la Filarmónica de Dresde para Sony Classical. Como tenía gran curiosidad por saber si es tan gran intérprete del autor de La nariz, me he decidido por escuchar una de mis preferidas de entre las quince, y desde luego una de las más exigentes en las que a técnica de batuta y expresión se refiere: la Sinfonía nº 4. Me ha decepcionado, aunque sea relativamente.
En el lado positivo, hay que admirar la atentísima, minuciosa y clarificadora labor de análisis orquestal que realiza el maestro, que va desgranando la partitura sin la menor prisa y sin intención alguna de epatar, poniendo de relieve la excelencia de la escritura y obteniendo el mejor provecho de una orquesta estupendamente recogida por una toma sonora de gran naturalidad tímbrica y de apreciable relieve. A nivel interpretativo las cosas no funcionan con igual fortuna. Es perfectamente válido que Sanderling hijo se aparte de la visceral mirada expresionista de un Rozhdestvensky y se aproxime a las fantasmagorías de Rostropovich. Por ende, no es de reprochar que la tímbrica no sea particularmente incisiva ni se subrayen los aspectos más grotescos de la música. Pero lo cierto es que la atmósfera malsana no está del todo conseguida, ni los momentos escalofriantes logran ponernos los pelos de punta, ni se aprecian los adecuados contrastes expresivos en una obra que está llena de ellos. Particularmente defrauda el tercer movimiento, quizá llevado con excesiva lentitud y con unas tensiones que, sencillamente, no progresan como debieran; la escalofriante cola, que aquí alcanza casi los seis minutos, sí que está conseguida, aunque desde un ángulo antes misterioso que nihilista.
No sé si encontraré tiempo de escuchar más de la integral. Veremos.
En el lado positivo, hay que admirar la atentísima, minuciosa y clarificadora labor de análisis orquestal que realiza el maestro, que va desgranando la partitura sin la menor prisa y sin intención alguna de epatar, poniendo de relieve la excelencia de la escritura y obteniendo el mejor provecho de una orquesta estupendamente recogida por una toma sonora de gran naturalidad tímbrica y de apreciable relieve. A nivel interpretativo las cosas no funcionan con igual fortuna. Es perfectamente válido que Sanderling hijo se aparte de la visceral mirada expresionista de un Rozhdestvensky y se aproxime a las fantasmagorías de Rostropovich. Por ende, no es de reprochar que la tímbrica no sea particularmente incisiva ni se subrayen los aspectos más grotescos de la música. Pero lo cierto es que la atmósfera malsana no está del todo conseguida, ni los momentos escalofriantes logran ponernos los pelos de punta, ni se aprecian los adecuados contrastes expresivos en una obra que está llena de ellos. Particularmente defrauda el tercer movimiento, quizá llevado con excesiva lentitud y con unas tensiones que, sencillamente, no progresan como debieran; la escalofriante cola, que aquí alcanza casi los seis minutos, sí que está conseguida, aunque desde un ángulo antes misterioso que nihilista.
No sé si encontraré tiempo de escuchar más de la integral. Veremos.
martes, 20 de agosto de 2019
Bruckner digital de Kubelik
En los albores de la era digital, un ya anciano Rafael Kubelik registró dos sinfonías de Anton Bruckner al frente de su Sinfónica de la Radio Bávara para el sello CBS, hoy Sony: la Cuarta en noviembre de 1979 y la Tercera en octubre de 1980. Actualmente se encuentran disponibles en una caja de siete compactos, absolutamente recomendable, en la que también se incluye el maravilloso Idilio de Sigfrido que en elepé acompañaba a la Romántica.
¿Y cómo es este Bruckner? Pues uno en la antípoda del que por las mismas fechas –acababa de acceder a la titularidad de la Filarmónica– empezaba a hacer Sergiu Celibidache en la propia ciudad de Múnich. Si el del maestro rumano es ante todo denso y atmosférico, organístico en la sonoridad, filosófico en su lirismo y visionario en unos clímax cargados de potencia, el del checo destaca por su fluidez, su lirismo apolíneo, su carácter luminoso y su ligereza bien entendida. Ligereza, que no superficialidad. No encontramos aquí grandes masas sonoras luchando la una contra la otra en una polifonía cargada de tensiones armónicas, sino un discurso ágil y de perfecta lógica en su planificación en el que se pasa de la concentración contemplativa a lo encrespado con una naturalidad pasmosa –portentoso dominio de las transiciones–, en el que las melodías están cantadas con un humanismo efusivo pero nada agónico –todo lo contrario de Celi– y en el que no hay espacio para la pesadez, como tampoco para lo épico o lo terriblemente trágico, sin que semejante postura conduzca a la merma de tensión interna ni de fuerza expresiva.
Kubelik nos ofrece, así, una Romántica bucólica en el mejor de los sentidos posibles, en el punto justo de equilibrio entre el goce juvenil y la contemplación otoñal, holgada en su fraseo, cálida en la sonoridad mas ajeno a densidades, perfecta en el empaste polifónico y hermosísima en su canto. Modélica, en definitiva, dentro del enfoque antes apuntado, que no siendo el que mejor saca a la luz los aspectos más geniales del compositor, resulta irreprochable así materializado.
En la Wagneriana las cosas no funcionan igual de bien. Haciendo uso, como Haitink y Barenboim, de la edición Oeser, el maestro checo nuevamente construye una interpretación ante todo fluida y muy ágil, no nerviosa pero sí alejada del exceso de pesadez y de densidad sin que se pierda el estilo, que en lo expresivo desprende naturalidad y un enorme equilibrio entre frescura, vuelo lírico, reflexión y sentido dramático. Pero claro, el espíritu de esta sinfonía no es el mismo que el de la Cuarta. Y eso significa que, por su renuncia a meterse a fondo en los aspectos más agónicos y visionarios de esta música, Kubelik no terminar de explorar todas las posibilidades de la partitura, lo que no impide alcanzar momentos puntuales muy encendidos en el primer movimiento –quizá el más flojo– y alcanzar un Finale –lo mejor– con grandeza pero sin retórica, amén de soberbiamente hilado. El segundo movimiento es antes bello que emotivo, mientras que el Scherzo está dicho con luminosa rusticidad.
Los ingenieros de sonido tomaron la afortunada decisión de realizar la toma a un volumen bajo, gracias a lo cual se pudo recoger esa amplia gama dinámica que esta música demanda. La definición tímbrica es asimismo muy buena, aunque a cambio se echa en falta un mayor relieve, más "pegada" en estas tempranas tomas digitales que, en cualquier caso, se han conservado bien.
¿Y cómo es este Bruckner? Pues uno en la antípoda del que por las mismas fechas –acababa de acceder a la titularidad de la Filarmónica– empezaba a hacer Sergiu Celibidache en la propia ciudad de Múnich. Si el del maestro rumano es ante todo denso y atmosférico, organístico en la sonoridad, filosófico en su lirismo y visionario en unos clímax cargados de potencia, el del checo destaca por su fluidez, su lirismo apolíneo, su carácter luminoso y su ligereza bien entendida. Ligereza, que no superficialidad. No encontramos aquí grandes masas sonoras luchando la una contra la otra en una polifonía cargada de tensiones armónicas, sino un discurso ágil y de perfecta lógica en su planificación en el que se pasa de la concentración contemplativa a lo encrespado con una naturalidad pasmosa –portentoso dominio de las transiciones–, en el que las melodías están cantadas con un humanismo efusivo pero nada agónico –todo lo contrario de Celi– y en el que no hay espacio para la pesadez, como tampoco para lo épico o lo terriblemente trágico, sin que semejante postura conduzca a la merma de tensión interna ni de fuerza expresiva.
Kubelik nos ofrece, así, una Romántica bucólica en el mejor de los sentidos posibles, en el punto justo de equilibrio entre el goce juvenil y la contemplación otoñal, holgada en su fraseo, cálida en la sonoridad mas ajeno a densidades, perfecta en el empaste polifónico y hermosísima en su canto. Modélica, en definitiva, dentro del enfoque antes apuntado, que no siendo el que mejor saca a la luz los aspectos más geniales del compositor, resulta irreprochable así materializado.
En la Wagneriana las cosas no funcionan igual de bien. Haciendo uso, como Haitink y Barenboim, de la edición Oeser, el maestro checo nuevamente construye una interpretación ante todo fluida y muy ágil, no nerviosa pero sí alejada del exceso de pesadez y de densidad sin que se pierda el estilo, que en lo expresivo desprende naturalidad y un enorme equilibrio entre frescura, vuelo lírico, reflexión y sentido dramático. Pero claro, el espíritu de esta sinfonía no es el mismo que el de la Cuarta. Y eso significa que, por su renuncia a meterse a fondo en los aspectos más agónicos y visionarios de esta música, Kubelik no terminar de explorar todas las posibilidades de la partitura, lo que no impide alcanzar momentos puntuales muy encendidos en el primer movimiento –quizá el más flojo– y alcanzar un Finale –lo mejor– con grandeza pero sin retórica, amén de soberbiamente hilado. El segundo movimiento es antes bello que emotivo, mientras que el Scherzo está dicho con luminosa rusticidad.
Los ingenieros de sonido tomaron la afortunada decisión de realizar la toma a un volumen bajo, gracias a lo cual se pudo recoger esa amplia gama dinámica que esta música demanda. La definición tímbrica es asimismo muy buena, aunque a cambio se echa en falta un mayor relieve, más "pegada" en estas tempranas tomas digitales que, en cualquier caso, se han conservado bien.
sábado, 17 de agosto de 2019
Barenboim, Argerich y la WEDO en Salzburgo, 2019: el triunfo llegó con Lutoslawski
Mi suscripción a Medici TV me ha permitido ver, con estupenda calidad de imagen y no tanta de sonido, la filmación del concierto que este miércoles 14 de agosto ofrecieron Daniel Barenboim, Martha Argerich y la West-Eastern Divan Orchestra en el Festival de Salzburgo. Resultados de alto nivel, como era de esperar, pero con importantes desigualdades.
Inacabada o Incompleta –como prefieran– de Franz Schubert para empezar. Treinta y cinco años no pasan en balde, y si en su grabación con la Filarmónica de Berlín para CBS el maestro no lograba destilar esa sensualidad y ese peculiar lirismo que exige el universo schubertiano, y además se escoraba en exceso ante la vertiente dramática de la página, ahora la experiencia con sus sonatas le permite ofrecer una recreación más idiomática. También más equilibrada, menos extrovertida y más atenta a la belleza sonora, alejándose de densidades excesivas y enriqueciendo el fraseo de sutilísimos matices propios del gran maestro que es. Por desgracia, los resultados siguen sin ser ser redondos. El primer movimiento me ha gustado bastante, pese a que haya un cierto exceso de portamenti, se aprecie algún desajuste en los ataques de las cuerdas o la batuta no termine de descubrir la magia poética que alberga su acongojante final. Pero no, no me ha convencido el Andante con moto: aun fraseado con incuestionable belleza formal, está dicho con una prisa excesiva y no ofrece el adecuado contraste entre vuelo melódico y desgarro dramático.
Concierto para piano nº 1 de Tchaikovsky para continuar. A estas alturas de la película, estaba claro que Argerich no iba a cambiar su manera de acercarse a esta página, la que tenía en tiempos de sus grabaciones con Dutoit (1970), Groves (1977) o Kondrashin (1980) o Abbado (1994). Y no lo hace: su aproximación sigue siendo ante todo impetuosa y agitada, extrovertida a más no poder, llena de electricidad y un punto demoníaca. Pero en esta velada salzburguesa –no tanto en Buenos Aires unos días atrás– la solista parece encontrarse menos nerviosa, menos efectista y con mayor voluntad de controlarse para hacer gran música. Quizá también se muestre menos rígida, más flexible en el sonido y menos mecánica cuando se echa a correr. ¿Solo quizá? Esta misma mañana he comparado con el citado registro de Abbado –que parece dirigido desde la banqueta del piano, por cierto– y, efectivamente, aquí nuestra artista está bastante más centrada y musical.
Sea como fuere, el resultado es espléndido dentro de la "línea Argerich", y venturosamente se ve acompañado por una dirección que sabe fusionar brillantez, emoción y vuelo melódico, al tiempo que invita a cantar con enorme musicalidad a los solistas de la orquesta, tratada con singular plasticidad. Tengo un reparo, sin embargo: el Andantino está llevado por Barenboim con bastante menos lentitud que en su soberbia grabación con Lang Lang, en la que alcanzaba ahí lo sublime. Eso sí, intervenciones como las de la flauta o el oboe son memorables. De propina a cuatro manos, el prodigioso Rondo D 951, de Schubert, interpretado con la misma excelsitud que ya alcanzaba la pareja en anteriores ocasiones.
Es tras el descanso del concierto cuando el maestro, ya sin las irregularidades de Schubert y Tchaikovski, alcanza unos resultados redondos ofreciendo una descomunal recreación del Concierto para orquesta de Lutoslawski. Ya lo era en su grabación con la Sinfónica de Chicago de 1992 que comenté aquí mismo. Para no repetirme, me limito a añadir que la Orquesta del West-Eastern Divan no se queda en absoluto corta: más depurada en lo sonoro que en la primera parte de la velada salzburguesa, todas sus familias dan una verdadera lección de virtuosismo y de compromiso expresivo, como lo hace también un Barenboim que maneja planos sonoros con soltura, construye clímax con perfecta lógica y es capaz de tratar las texturas propias del autor –bullicioso, agilísimo segundo movimiento– manteniendo la claridad.
Cuando salga la correspondiente edición comercial, esta filmación merecerá la pena por el Lutoslawski. Y también por la que es probablemente las más redonda aproximación de la Argerich al Tchaikovski.
Inacabada o Incompleta –como prefieran– de Franz Schubert para empezar. Treinta y cinco años no pasan en balde, y si en su grabación con la Filarmónica de Berlín para CBS el maestro no lograba destilar esa sensualidad y ese peculiar lirismo que exige el universo schubertiano, y además se escoraba en exceso ante la vertiente dramática de la página, ahora la experiencia con sus sonatas le permite ofrecer una recreación más idiomática. También más equilibrada, menos extrovertida y más atenta a la belleza sonora, alejándose de densidades excesivas y enriqueciendo el fraseo de sutilísimos matices propios del gran maestro que es. Por desgracia, los resultados siguen sin ser ser redondos. El primer movimiento me ha gustado bastante, pese a que haya un cierto exceso de portamenti, se aprecie algún desajuste en los ataques de las cuerdas o la batuta no termine de descubrir la magia poética que alberga su acongojante final. Pero no, no me ha convencido el Andante con moto: aun fraseado con incuestionable belleza formal, está dicho con una prisa excesiva y no ofrece el adecuado contraste entre vuelo melódico y desgarro dramático.
Concierto para piano nº 1 de Tchaikovsky para continuar. A estas alturas de la película, estaba claro que Argerich no iba a cambiar su manera de acercarse a esta página, la que tenía en tiempos de sus grabaciones con Dutoit (1970), Groves (1977) o Kondrashin (1980) o Abbado (1994). Y no lo hace: su aproximación sigue siendo ante todo impetuosa y agitada, extrovertida a más no poder, llena de electricidad y un punto demoníaca. Pero en esta velada salzburguesa –no tanto en Buenos Aires unos días atrás– la solista parece encontrarse menos nerviosa, menos efectista y con mayor voluntad de controlarse para hacer gran música. Quizá también se muestre menos rígida, más flexible en el sonido y menos mecánica cuando se echa a correr. ¿Solo quizá? Esta misma mañana he comparado con el citado registro de Abbado –que parece dirigido desde la banqueta del piano, por cierto– y, efectivamente, aquí nuestra artista está bastante más centrada y musical.
Sea como fuere, el resultado es espléndido dentro de la "línea Argerich", y venturosamente se ve acompañado por una dirección que sabe fusionar brillantez, emoción y vuelo melódico, al tiempo que invita a cantar con enorme musicalidad a los solistas de la orquesta, tratada con singular plasticidad. Tengo un reparo, sin embargo: el Andantino está llevado por Barenboim con bastante menos lentitud que en su soberbia grabación con Lang Lang, en la que alcanzaba ahí lo sublime. Eso sí, intervenciones como las de la flauta o el oboe son memorables. De propina a cuatro manos, el prodigioso Rondo D 951, de Schubert, interpretado con la misma excelsitud que ya alcanzaba la pareja en anteriores ocasiones.
Es tras el descanso del concierto cuando el maestro, ya sin las irregularidades de Schubert y Tchaikovski, alcanza unos resultados redondos ofreciendo una descomunal recreación del Concierto para orquesta de Lutoslawski. Ya lo era en su grabación con la Sinfónica de Chicago de 1992 que comenté aquí mismo. Para no repetirme, me limito a añadir que la Orquesta del West-Eastern Divan no se queda en absoluto corta: más depurada en lo sonoro que en la primera parte de la velada salzburguesa, todas sus familias dan una verdadera lección de virtuosismo y de compromiso expresivo, como lo hace también un Barenboim que maneja planos sonoros con soltura, construye clímax con perfecta lógica y es capaz de tratar las texturas propias del autor –bullicioso, agilísimo segundo movimiento– manteniendo la claridad.
Cuando salga la correspondiente edición comercial, esta filmación merecerá la pena por el Lutoslawski. Y también por la que es probablemente las más redonda aproximación de la Argerich al Tchaikovski.
Asunto Plácido
De todo lo que he leído hasta ahora sobre el asunto que amenaza con enfangar muy seriamente la carrera de Pácido Domingo, el que más me gusta es este de Joaquín Pérez Azaústre. Estoy cien por cien de acuerdo con lo que dice. No tengo más que añadir.
viernes, 16 de agosto de 2019
Nelsons hace Mozart y Tchaikovsky en Leipzig: lo apolíneo bien entendido
Notabilísimo en lo interpretativo este Blu-ray del sello Accentus en el que se recoge la mayor parte –falta un estreno de Thomas Larcher– de un concierto ofrecido por Andris Nelsons y la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig, de la que es titular, en marzo de 2018, con la Sinfonía nº 40 de Mozart y Patética de Tchaikovsky en los atriles. Y sería de lo más recomendable si no fuera por un grave problema técnico que comentaré al final.
La verdad es que ha sido una grata sorpresa encontrar una versión así de la KV 550, en pleno siglo XXI. Tan personal y tan arriesgada. Tan a contracorriente de lo que hoy se lleva en Mozart. Tan alejada de las maneras “históricamente informadas”, excepción hecha de la moderación de vibrato en el Andante. Tan moderada en sus tempi -que a algunos, no a mí, le parecerán lentos-. Tan escasamente interesada en los grandes claroscuros. Aunque también, resulta imprescindible advertirlo, tan distinta de lo que Barenboim, otro que sigue apostando por “la gran tradición”, hace con esta obra.
Y es que Nelsons apuesta por una interpretación clásica y apolínea –que no sosa, ni trivial– en el más amplio y mejor de los sentidos. Lo hace ya desde un arranque misterioso que da paso a un primer movimiento poco tempestuoso, inquietante pero no inquieto, ágil al tiempo que sonado con músculo, de perfecto equilibrio entre forma y expresión. El segundo es sereno, esencial y meditativo, atento a los acentos dolientes aunque también visto un tanto desde la distancia. ¿Otoñal? No exactamente, aunque algo de eso hay. El Menuetto es un completo acierto, al articular Nelsons evitando toda pesadez y encontrando el punto perfecto de distancia entre la errónea solemnidad en que incurrían ciertos antiguos maestros y la agitación excesiva de algunas propuestas recientes. El Finale, al contrario de lo que le ocurría al movimiento inicial, sí que está cargado de electricidad y agitación, pero bajo un absoluto control de los medios –polifonía perfectamente expuesta– y sin perder el sentido de la mesura.
Al igual que ocurre en Mozart, Nelsons sorprende con una visión relativamente serena de la Patética thaikovskiana, muy alejada de la electricidad, de la rabia y de las descargas telúricas de otros directores, atentísima a la belleza sonora y dispuesta a reivindicar la elegancia en el fraseo y los valores melódicos que albergan los pentagramas por encima de otras consideraciones; pero no por ello descafeinada, ni complaciente, ni mucho menos narcisista, sino expuesta desde la plena sinceridad. En este sentido, el maestro letón se alinea con el Tchaikovsky de un Giulini o, sobre todo, un Rostropovich. También con el de un Karajan o un Celibidache, aunque sin las opulencias de uno ni las lentitudes del otro.
Así las cosas, las secciones extremas del primer movimiento se desarrollan sin prisa y con enorme naturalidad, bañando la congoja de dorada luz melancólica –sin nubes ni brumas en la lejanía– para en la sección central ofrecer dramatismo en dosis suficientes sin necesidad de perder la compostura. El Allegro con grazia se encuentra hermosísimamente cantado y evita toda tentación de blandura; su trio es un hallazgo, al mismo tiempo sensual y lleno de malos presagios, manteniendo la calma y apartándose del nerviosismo desasosegante –no exento de atractivo– con que lo abordan muchos maestros. De perfecta lógica en su desarrollo, poco militar y muy bien desmenuzada la Marcha, para luego pasar a un Adagio lamentoso no rebelde sino resignado, pero sabiendo no confundir semejante postura con lo lastimero: nobleza y dignidad ante todo. El público guarda un minuto de silencio de lo más significativo.
La toma sonora es absolutamente excepcional en multicanal, pero no en la pista estereofónica: en un punto del primer movimiento de la Patética el sonido baja de volumen ostensiblemente durante demasiados segundos. Ya Ángel Carrascosa lo había advertido en su blog, y yo ahora he tenido la oportunidad de corroborarlo. ¡Menuda chapuza! Si su equipo reproduce exclusivamente a través de dos canales, olvídese.
La verdad es que ha sido una grata sorpresa encontrar una versión así de la KV 550, en pleno siglo XXI. Tan personal y tan arriesgada. Tan a contracorriente de lo que hoy se lleva en Mozart. Tan alejada de las maneras “históricamente informadas”, excepción hecha de la moderación de vibrato en el Andante. Tan moderada en sus tempi -que a algunos, no a mí, le parecerán lentos-. Tan escasamente interesada en los grandes claroscuros. Aunque también, resulta imprescindible advertirlo, tan distinta de lo que Barenboim, otro que sigue apostando por “la gran tradición”, hace con esta obra.
Y es que Nelsons apuesta por una interpretación clásica y apolínea –que no sosa, ni trivial– en el más amplio y mejor de los sentidos. Lo hace ya desde un arranque misterioso que da paso a un primer movimiento poco tempestuoso, inquietante pero no inquieto, ágil al tiempo que sonado con músculo, de perfecto equilibrio entre forma y expresión. El segundo es sereno, esencial y meditativo, atento a los acentos dolientes aunque también visto un tanto desde la distancia. ¿Otoñal? No exactamente, aunque algo de eso hay. El Menuetto es un completo acierto, al articular Nelsons evitando toda pesadez y encontrando el punto perfecto de distancia entre la errónea solemnidad en que incurrían ciertos antiguos maestros y la agitación excesiva de algunas propuestas recientes. El Finale, al contrario de lo que le ocurría al movimiento inicial, sí que está cargado de electricidad y agitación, pero bajo un absoluto control de los medios –polifonía perfectamente expuesta– y sin perder el sentido de la mesura.
Al igual que ocurre en Mozart, Nelsons sorprende con una visión relativamente serena de la Patética thaikovskiana, muy alejada de la electricidad, de la rabia y de las descargas telúricas de otros directores, atentísima a la belleza sonora y dispuesta a reivindicar la elegancia en el fraseo y los valores melódicos que albergan los pentagramas por encima de otras consideraciones; pero no por ello descafeinada, ni complaciente, ni mucho menos narcisista, sino expuesta desde la plena sinceridad. En este sentido, el maestro letón se alinea con el Tchaikovsky de un Giulini o, sobre todo, un Rostropovich. También con el de un Karajan o un Celibidache, aunque sin las opulencias de uno ni las lentitudes del otro.
Así las cosas, las secciones extremas del primer movimiento se desarrollan sin prisa y con enorme naturalidad, bañando la congoja de dorada luz melancólica –sin nubes ni brumas en la lejanía– para en la sección central ofrecer dramatismo en dosis suficientes sin necesidad de perder la compostura. El Allegro con grazia se encuentra hermosísimamente cantado y evita toda tentación de blandura; su trio es un hallazgo, al mismo tiempo sensual y lleno de malos presagios, manteniendo la calma y apartándose del nerviosismo desasosegante –no exento de atractivo– con que lo abordan muchos maestros. De perfecta lógica en su desarrollo, poco militar y muy bien desmenuzada la Marcha, para luego pasar a un Adagio lamentoso no rebelde sino resignado, pero sabiendo no confundir semejante postura con lo lastimero: nobleza y dignidad ante todo. El público guarda un minuto de silencio de lo más significativo.
La toma sonora es absolutamente excepcional en multicanal, pero no en la pista estereofónica: en un punto del primer movimiento de la Patética el sonido baja de volumen ostensiblemente durante demasiados segundos. Ya Ángel Carrascosa lo había advertido en su blog, y yo ahora he tenido la oportunidad de corroborarlo. ¡Menuda chapuza! Si su equipo reproduce exclusivamente a través de dos canales, olvídese.
miércoles, 14 de agosto de 2019
Malditos y benditos piratas
Me parece mal que alguien haga un vídeo con su teléfono móvil de un concierto, más todavía cuando lo hace desde una de las primeras filas del patio de butacas. No porque esté prohibido, sino porque molesta a parte del público y posiblemente lo haga a los propios artistas. Pero voy a ocultar que a veces agradezco semejantes tropelías.
Precisamente gracias a una de estas podemos ver el primer movimiento del Concierto para piano nº 1 de Tchaikovsky que ofrecieron Daniel Barenboim, la West Eastern Divan y Marta Argerich en Buenos Aires. El maestro, desgranando la música con tanta nobleza y vuelo melódico como intensidad dramática: no recuerdo una dirección claramente superior, como no sea la que Celibidache le realizó a él mismo como solista. Argerich, agilísima –pese a alguna nota falsa– y electrizante, fiera como solo ella sabe serlo, brillante a más no poder, pero también a ratos genial y a ratos loca del chamounix. O sea, más o menos lo que ella siempre ha hecho con esta partitura desde aquella ya lejana grabación con Dutoit de 1970.
No hace falta decir más: vean el vídeo antes de que Barenboim, que es de armas tomar, haga que lo retiren de la circulación. Malditos piratas...
Precisamente gracias a una de estas podemos ver el primer movimiento del Concierto para piano nº 1 de Tchaikovsky que ofrecieron Daniel Barenboim, la West Eastern Divan y Marta Argerich en Buenos Aires. El maestro, desgranando la música con tanta nobleza y vuelo melódico como intensidad dramática: no recuerdo una dirección claramente superior, como no sea la que Celibidache le realizó a él mismo como solista. Argerich, agilísima –pese a alguna nota falsa– y electrizante, fiera como solo ella sabe serlo, brillante a más no poder, pero también a ratos genial y a ratos loca del chamounix. O sea, más o menos lo que ella siempre ha hecho con esta partitura desde aquella ya lejana grabación con Dutoit de 1970.
No hace falta decir más: vean el vídeo antes de que Barenboim, que es de armas tomar, haga que lo retiren de la circulación. Malditos piratas...
sábado, 10 de agosto de 2019
El Schubert de Giulini en Chicago
Empiezan a circular en alta definición algunas de las grabaciones, nuevamente reprocesadas, que realizó Carlo Maria Giulini para Deutsche Gramophon en los años setenta. Ya comenté la Heroica con Los Ángeles. Paso ahora a decir algo sobre el renovado trasvase de las sinfonías nº 4 "trágica" y 7 "incompleta" (ya no me creo lo de "inacabada", lo siento) de Franz Schubert que el maestro italiano grabara en marzo de 1978 al frente de una gloriosa Sinfónica de Chicago. He vuelto a quedar maravillado, aunque debo reconocer que ahora estas dos viejas conocidas no me han entusiasmado tantísimo como en las ocasiones anteriores.
La Sinfonía nº 4 resulta irreprochable en su enfoque: el de Barletta sabe sacar a la luz lo que de sombrío y dramático tiene esta música respetando al cien por cien todo ese lirismo elegante y ese refinamiento que también posee. Y lo hace a través de una ejecución de asombrosa perfección técnica, realizada de un solo trazo y clara a más no poder, dotada además de una belleza sonora tan apolínea como ajena a cualquier narcisismo. El resultado es una interpretación de perfecto equilibrio entre fuerza expresiva, hondura y belleza formal. Ahora bien, a mi juicio le vendría muy bien un poco más de chispa, incluso de encanto. En este sentido, puede parecer en exceso distanciada, incluso un tanto escasa de esa sensualidad y esa emotividad a flor de piel que el universo musical de Schubert necesita, y que el propio Giulini ofrecerá en su grabación de 1993 frente a la Sinfónica de la Radio Bávara, más redonda que la presente en los movimentos centrales pero menos lograda en los extremos: este Allegro conclusivo es todo un prodigio por su manera de conjugar ansiedad y equilibrio. Pese a los reparos expuestos, no estoy seguro de conocer alguna interpretación globalmente superior a esta. La de Barenboim, tal vez.
El milagro de la lectura de la Sinfonía en si mayor D 759 es ofrecer la perfecta conjunción entre belleza formal, lirismo, sentido humanista y desgarro que necesita esta prodigiosa partitura. Giulini lo consigue con una técnica de batuta excepcional que hace empastar de manera muy cálida a la brillante Sinfónica de Chicago –le da extraordinario relieve a la cuerda grave– y le permite mantener la tensión interna mientras frasea con una naturalidad, una sensualidad y una fuerza poética asombrosas, pero sin nunca bajar la guardia ni olvidar el trasfondo trágico de la pieza; sin caer tampoco en la menor blandura o tentación de hedonismo sonoro. De nuevo, como en la sinfonía anteriormente comentada, se pueden preferir enfoques más a tumba abierta, más rebeldes y escarpados, pero esta interpretación a un mismo tiempo bellísima y profunda resulta modélica en su línea.
La calidad técnica de los registros ha parecido siempre espléndida en sus diferentes encarnaciones en compacto. Ahora bien, he comparado estas nuevas remasterizaciones con los CDs de la caja (¡imprescindible!) Giulini in America y me he sorprendido bastante. En la Trágica, el sonido aparenta ser mejor en CD. Pero solo eso, aparenta. La circunstancia de que en el compacto no se escuche el ligero soplido de fondo que sí se aprecia en el FLAC de alta definición y que contrabajos suenen en el disco muchísimo más robustos, indica que el primer ingeniero que hizo el trasvase a formato digital le metió mano al ecualizador reduciendo agudos y potenciando las frecuencias más bajas, distorsionando así el verdadero sonido del maestro italiano, que no era precisamente timorato a la hora de ofrecer densidad, pero ni mucho menos tan rugiente en la cuerda grave como un Solti. En la Incompleta no se nota tanto lo del soplido de fondo, pero sí la potenciación artificial de los graves.
Resumiendo: esta nueva edición, solo disponible en formato de descarga, es menos espectacular que la que circula en CD, pero a la postre resulta bastante más natural. Y ahora, a ver si se deciden a sacar la monumental Sinfonía nº 8.
La Sinfonía nº 4 resulta irreprochable en su enfoque: el de Barletta sabe sacar a la luz lo que de sombrío y dramático tiene esta música respetando al cien por cien todo ese lirismo elegante y ese refinamiento que también posee. Y lo hace a través de una ejecución de asombrosa perfección técnica, realizada de un solo trazo y clara a más no poder, dotada además de una belleza sonora tan apolínea como ajena a cualquier narcisismo. El resultado es una interpretación de perfecto equilibrio entre fuerza expresiva, hondura y belleza formal. Ahora bien, a mi juicio le vendría muy bien un poco más de chispa, incluso de encanto. En este sentido, puede parecer en exceso distanciada, incluso un tanto escasa de esa sensualidad y esa emotividad a flor de piel que el universo musical de Schubert necesita, y que el propio Giulini ofrecerá en su grabación de 1993 frente a la Sinfónica de la Radio Bávara, más redonda que la presente en los movimentos centrales pero menos lograda en los extremos: este Allegro conclusivo es todo un prodigio por su manera de conjugar ansiedad y equilibrio. Pese a los reparos expuestos, no estoy seguro de conocer alguna interpretación globalmente superior a esta. La de Barenboim, tal vez.
El milagro de la lectura de la Sinfonía en si mayor D 759 es ofrecer la perfecta conjunción entre belleza formal, lirismo, sentido humanista y desgarro que necesita esta prodigiosa partitura. Giulini lo consigue con una técnica de batuta excepcional que hace empastar de manera muy cálida a la brillante Sinfónica de Chicago –le da extraordinario relieve a la cuerda grave– y le permite mantener la tensión interna mientras frasea con una naturalidad, una sensualidad y una fuerza poética asombrosas, pero sin nunca bajar la guardia ni olvidar el trasfondo trágico de la pieza; sin caer tampoco en la menor blandura o tentación de hedonismo sonoro. De nuevo, como en la sinfonía anteriormente comentada, se pueden preferir enfoques más a tumba abierta, más rebeldes y escarpados, pero esta interpretación a un mismo tiempo bellísima y profunda resulta modélica en su línea.
La calidad técnica de los registros ha parecido siempre espléndida en sus diferentes encarnaciones en compacto. Ahora bien, he comparado estas nuevas remasterizaciones con los CDs de la caja (¡imprescindible!) Giulini in America y me he sorprendido bastante. En la Trágica, el sonido aparenta ser mejor en CD. Pero solo eso, aparenta. La circunstancia de que en el compacto no se escuche el ligero soplido de fondo que sí se aprecia en el FLAC de alta definición y que contrabajos suenen en el disco muchísimo más robustos, indica que el primer ingeniero que hizo el trasvase a formato digital le metió mano al ecualizador reduciendo agudos y potenciando las frecuencias más bajas, distorsionando así el verdadero sonido del maestro italiano, que no era precisamente timorato a la hora de ofrecer densidad, pero ni mucho menos tan rugiente en la cuerda grave como un Solti. En la Incompleta no se nota tanto lo del soplido de fondo, pero sí la potenciación artificial de los graves.
Resumiendo: esta nueva edición, solo disponible en formato de descarga, es menos espectacular que la que circula en CD, pero a la postre resulta bastante más natural. Y ahora, a ver si se deciden a sacar la monumental Sinfonía nº 8.
miércoles, 7 de agosto de 2019
El gran macabro del Liceu en Blu-ray
A lo largo de estos últimos meses he tenido la oportunidad de acercarme de manera sistemática a la obra de György Ligeti (1923-2006), haciendo uso para ello de la colección iniciada por Sony y concluida por Teldec, además de la muy recomendable caja de cuatro CDs editada por Deutsche Grammophon. Con ello he alcanzado una visión mucho menos inexacta de la creación de un compositor que se cuenta, desde ya, entre mis favoritos del siglo XX, y al que me gustaría escuchar mucho más en directo, cosa que he podido hacer en muy pocas ocasiones. Precisamente he cerrado la serie viendo el Blu-ray editado por Arthaus de la producción de El gran macabro presentada por el Gran Teatre del Liceo en 2011, a cuyo estreno pude asistir. En su momento la comenté en este mismo blog.
He repasado lo entonces escrito. Como creo que el texto sigue siendo válido –hoy me explicaría peor–, a él me remito no sin antes resumir en dos ideas la valoración: notable la interpretación musical, soberbia la propuesta escénica. Ahora bien, debo puntualizar que el visionado doméstico hace perder espectacularidad a la escenografía, mientras que en contrapartida permite apreciar mucho mejor el extraordinario trabajo escénico de todos y cada uno de los cantantes. Y que la toma sonora, además de ser magnífica, permite –para algo están los micrófonos– escuchar correctamente la Mescalina de Ning Liang, cosa que desde el patio de butacas no se podía hacer.
Habida cuenta de que hay subtítulos en castellano (aunque traduciendo “cocksucker” por “chupa…”, así con puntos suspensivos, no se vaya a escandalizar alguno), y que la calidad audiovisual es espléndida, parece claro que para todo buen melómano este es un vídeo de obligado conocimiento. Como lo es el resto de la obra de Ligeti. Anímense.
He repasado lo entonces escrito. Como creo que el texto sigue siendo válido –hoy me explicaría peor–, a él me remito no sin antes resumir en dos ideas la valoración: notable la interpretación musical, soberbia la propuesta escénica. Ahora bien, debo puntualizar que el visionado doméstico hace perder espectacularidad a la escenografía, mientras que en contrapartida permite apreciar mucho mejor el extraordinario trabajo escénico de todos y cada uno de los cantantes. Y que la toma sonora, además de ser magnífica, permite –para algo están los micrófonos– escuchar correctamente la Mescalina de Ning Liang, cosa que desde el patio de butacas no se podía hacer.
Habida cuenta de que hay subtítulos en castellano (aunque traduciendo “cocksucker” por “chupa…”, así con puntos suspensivos, no se vaya a escandalizar alguno), y que la calidad audiovisual es espléndida, parece claro que para todo buen melómano este es un vídeo de obligado conocimiento. Como lo es el resto de la obra de Ligeti. Anímense.
lunes, 5 de agosto de 2019
La Turandot de Mehta, más asombrosa en Blu-ray audio
He vuelto a escuchar la Turandot de Zubin Mehta. La primera de las cuatro que tiene, la registrada por Decca en el tristemente desaparecido Kingsway Hall junto a la Filarmónica de Londres en agosto 1972. Y esta vez lo he hecho en Blu-ray audio: si en CD la toma era ya espléndida, en este formato puede considerarse como uno de los títulos de ópera mejor grabados de toda la era analógica. Puede que falte un poco de gama dinámica en los finales de cada acto, pero la definición tímbrica, la transparencia, el equilibrio de planos y, sobre todo, el relieve con que está recogido el genial tejido sinfónico diseñado por Giaccomo Puccini son verdaderamente formidables. ¡Y cómo suena la percusión! Realmente se puede tener un problema con los vecinos si la audición se realiza al volumen adecuado. He realizado la comparación con la última grabación del maestro indio, la de Bocelli en Les Arts de 2014, y les puedo asegurar que no suena tan bien como esta.
De la interpretación musical, pues qué quieren que les diga: aunque los señores de la revista Scherzo casi siempre la han ninguneado, se trata de una de las cimas de la ópera grabada. Lo es, ante todo, por su impresionante dirección, un prodigio de fuerza, de colorido, del sentido del ritmo y de brillantez sonora bien entendida que mira directamente a Stravinsky y que potencia los aspectos más modernos de esta música, pero también sabe descender al detalle sin bordear siquiera ese preciosismo que arruinó la grabación de Karajan, tratar con enorme sutileza las texturas, sumergirse en las atmósferas oníricas y desgranar, con enorme intensidad emocional esa melodías maravillosamente italianas que trufan esta singular obra maestra. Si a esto sumamos un pulso extraordinario, un infalible sentido teatral y una comunicatividad fuera de serie, se comprende que estemos ante una interpretación literalmente inalcanzable: ni el propio Mehta lo ha vuelto a hacer tan increíblemente bien en sus grabaciones posteriores.
Sensacional Pavarotti, cantabilidad pura y luminosidad absoluta subrayadas por un agudo incomparable que es fulgor y terciopelo al mismo tiempo. Sutherland no solo está vocalmente impresionante en un papel difícil como pocos, sino que además se muestra bastante más expresiva que de costumbre; se le puede perdonar su deficiente dicción. Sorprende escuchar una Liú con una voz más cercana a la de la princesa que a la de la esclava, pero Caballé triunfa al cantar con una una sensibilidad y una mezcla de delicadeza e inocencia que no conoce –como tampoco la detallista, exquisita dirección de Mehta en sus intervenciones– cursilería alguna. Sencillamente portentoso Ghiaurov como Timur. Estupendos Tom Krause como Ping y Piero di Palma como Pong. Con su peculiar nasalidad y más bien tremolante, pero aun así espléndido el emperador de Peter Pears. Magnífico el Coro de John Alldis.
No digo más: háganse con este Blu-ray audio.
De la interpretación musical, pues qué quieren que les diga: aunque los señores de la revista Scherzo casi siempre la han ninguneado, se trata de una de las cimas de la ópera grabada. Lo es, ante todo, por su impresionante dirección, un prodigio de fuerza, de colorido, del sentido del ritmo y de brillantez sonora bien entendida que mira directamente a Stravinsky y que potencia los aspectos más modernos de esta música, pero también sabe descender al detalle sin bordear siquiera ese preciosismo que arruinó la grabación de Karajan, tratar con enorme sutileza las texturas, sumergirse en las atmósferas oníricas y desgranar, con enorme intensidad emocional esa melodías maravillosamente italianas que trufan esta singular obra maestra. Si a esto sumamos un pulso extraordinario, un infalible sentido teatral y una comunicatividad fuera de serie, se comprende que estemos ante una interpretación literalmente inalcanzable: ni el propio Mehta lo ha vuelto a hacer tan increíblemente bien en sus grabaciones posteriores.
Sensacional Pavarotti, cantabilidad pura y luminosidad absoluta subrayadas por un agudo incomparable que es fulgor y terciopelo al mismo tiempo. Sutherland no solo está vocalmente impresionante en un papel difícil como pocos, sino que además se muestra bastante más expresiva que de costumbre; se le puede perdonar su deficiente dicción. Sorprende escuchar una Liú con una voz más cercana a la de la princesa que a la de la esclava, pero Caballé triunfa al cantar con una una sensibilidad y una mezcla de delicadeza e inocencia que no conoce –como tampoco la detallista, exquisita dirección de Mehta en sus intervenciones– cursilería alguna. Sencillamente portentoso Ghiaurov como Timur. Estupendos Tom Krause como Ping y Piero di Palma como Pong. Con su peculiar nasalidad y más bien tremolante, pero aun así espléndido el emperador de Peter Pears. Magnífico el Coro de John Alldis.
No digo más: háganse con este Blu-ray audio.
sábado, 3 de agosto de 2019
Buen Tchaikovsky de un Stokowski nonagenario
Quienes lean con cierta asiduidad este blog sabrán que detesto a Leopold Stokowski. Pues bien, por una vez voy a hablar moderadamente bien de él, comentando este registro realizado con la London Symphony Orchestra en 1974 para el sello Philips y ahora recuperado en su cuadrafonía original por Pentatone. Dos obras de Tchaikovsky para el maestro londinense: Francesca de Rimini y la Serenata para cuerdas.
Noventa y dos años contaba el mítico maestro cuando grabó esta Francesca. ¡Ahí es nada! Si bien la partitura le permite desplegar su enorme instinto para la teatralidad y lo espectacular, lo cierto es que se muestra en esta ocasión comedido en el mejor de los sentidos, ajeno al efectismo y al escándalo gratuito que son sus señas de identidad, desinteresado por llamar la atención –excepción hecha del golpe de gong final que se saca de la manga– y con ganas de hacer buena música. Ciertamente lo consigue, alcanzando un buen punto entre lirismo y acentos dramáticos, aunque también sea cierto que el primero se encuentra impregnado por cierta levedad, resultando dicho vuelo lírico superficial mucho antes que agónico, y que los segundos vienen dados más por el nerviosismo en el fraseo que por la planificación en las tensiones. Tampoco la claridad es la mayor posible, ni grande la riqueza de matices. A la postre, una digna interpretación sin más. La remasterización cuadrafónica ofrece un buen sonido, sin efectos especiales por detrás, pero pese a su bajísimo volumen no recoge toda la gama dinámica deseable.
Funcionan mejor las cosas en la Serenata para cuerdas, una muy notable interpretación, hermosa e irreprochablemente trazada, dicha sin la menor melifluidad y por completo ajena a tópicos. Ciertamente no ofrece la opulencia, la tersura sonora ni el entusiasmo de Karajan con la Filarmónica de Berlín, ni en modo alguno la tensión dramática de Barbirolli con la Sinfónica de Londres, pero globalmente los resultados son satisfactorios y lo serían aún más si no fuera porque el último movimiento se queda corto en vitalidad y fuerza expresiva.
Noventa y dos años contaba el mítico maestro cuando grabó esta Francesca. ¡Ahí es nada! Si bien la partitura le permite desplegar su enorme instinto para la teatralidad y lo espectacular, lo cierto es que se muestra en esta ocasión comedido en el mejor de los sentidos, ajeno al efectismo y al escándalo gratuito que son sus señas de identidad, desinteresado por llamar la atención –excepción hecha del golpe de gong final que se saca de la manga– y con ganas de hacer buena música. Ciertamente lo consigue, alcanzando un buen punto entre lirismo y acentos dramáticos, aunque también sea cierto que el primero se encuentra impregnado por cierta levedad, resultando dicho vuelo lírico superficial mucho antes que agónico, y que los segundos vienen dados más por el nerviosismo en el fraseo que por la planificación en las tensiones. Tampoco la claridad es la mayor posible, ni grande la riqueza de matices. A la postre, una digna interpretación sin más. La remasterización cuadrafónica ofrece un buen sonido, sin efectos especiales por detrás, pero pese a su bajísimo volumen no recoge toda la gama dinámica deseable.
Funcionan mejor las cosas en la Serenata para cuerdas, una muy notable interpretación, hermosa e irreprochablemente trazada, dicha sin la menor melifluidad y por completo ajena a tópicos. Ciertamente no ofrece la opulencia, la tersura sonora ni el entusiasmo de Karajan con la Filarmónica de Berlín, ni en modo alguno la tensión dramática de Barbirolli con la Sinfónica de Londres, pero globalmente los resultados son satisfactorios y lo serían aún más si no fuera porque el último movimiento se queda corto en vitalidad y fuerza expresiva.
jueves, 1 de agosto de 2019
Savall y las tres últimas sinfonías de Mozart
Siento una enorme admiración por Jordi Savall. Tengo una buena cantidad de discos suyos y le he escuchado bastante en directo. Casi todo lo que hace me gusta mucho, no solo como gambista y como director de conjuntos de música medieval y renacentista, sino también empuñando la batuta en el repertorio barroco: su Lully, su Rameau o su Purcell me parecen excepcionales. De ahí que me haya entristecido escuchar estas versiones de las tres últimas sinfonías de Wolfgang Amadeus Mozart registradas al frente de Le Concert des Nations en junio de 2017 y junio de 2018, editadas por su sello Alia Vox. Porque me han gustado regular, por no decir muy poco en el caso de la Sinfonía nº 39.
Ya desde el primer minuto de esta obra quedan en evidencia algunos de los problemas de esta interpretación: fraseo raquítico en la cuerda, claro desequilibrio de esta frente a los vientos y, sobre todo, unos molestísimos timbales en primer plano enturbiando el discurso y que, además, se ven realzados por una acústica reverberante –Colegiata de Cardona– inconveniente para esta música. A partir de ahí, Savall despliega energía, teatralidad y entusiasmo en todo el Allegro, pero haciendo gala de una planificación tosca, alentando toda clase de excesos, e incluso subrayando algunas líneas que no son sino relleno armónico mientras que algunas de las más importantes quedan injustamente relegadas. Claro que peor aún es el Andante con moto, dicho con ese fraseo pimpante, saltarín y frívolo de las malas interpretaciones historicistas –o influidas por el historicismo, como las de Abbado en sus últimos años–, que no se debe confundir con la articulación necesariamente ágil e incisiva que debe tener toda interpretación "históricamente informada”. Estaría bien el Menuetto dicho con rapidez –marcando el compás de tres negras en un solo movimiento de brazo, tal y como dejó claro Harnoncourt–, si no fuera una vez más por la omnipresencia de los timbales; se escuchan muy gratamente las ornamentaciones del clarinete, que hacen que la pieza suene más landler que nunca. El último movimiento, en la línea del primero.
La interpretación de la Sinfonía nº 40 es bastante menos insatisfactoria que la de la anterior, no solo porque aquí no hay timbales, sino porque Savall parece más centrado en la expresión, como también más atento al equilibrio de planos y menos volcado al exceso: el de Igualada está atento al contenido dramático de la página, pero tampoco se cuenta -venturosamente– entre los que creen que hacerlo significa caer en el nerviosismo o subrayar asperezas. Ahora bien, en una obra muy exigente en depuración y en sutilezas queda en evidencia que la orquesta, por mucho que congregue a algunos nombres importantes, no es ninguna maravilla, y que la batuta de Savall tampoco es precisamente el colmo del refinamiento. A la postre, una interpretación un tanto tosca y superficial, amén de aburrida en su maravilloso Andante, no así en un movimiento conclusivo vibrante y dicho con entusiasmo.
Más que correcto el primer movimiento de la Júpiter, con todo en su sitio y certero en lo expresivo; nos obstante, me hubiera gustado una cuerda más carnosa, de fraseo más efusivo y matizado. El problema viene con el Andante cantabile, que ni es Andante –algo más rápido de la cuenta– ni llega a ser cantabile, porque las melodías no ofrecen ese vuelo lírico ni esa mezcla tan peculiar de elegancia, sensualidad y amargor que albergan los geniales pentagramas; la articulación “H.I.P.” resultará frívola a los aficionados más tradicionales –no a mí–, y horrorizará –aquí sí que me cuento entre los afectados– en algunas soluciones que Savall podía haber adoptado con mayor moderación. Ágil e incisivo el Menuetto, quizá más nervioso de la cuenta y enturbiado por la reverberación de los timbales. En la inmensa doble fuga final el maestro vuelve a aportar vitalidad y sentido de los contrastes, acertando en la expresión luminosa que la página debe tener, pero aquí el descuido en las líneas de la polifonía –las maderas a veces pasan desapercibidas– y un cierto desaliño en el tratamiento de las masas orquestales terminan lastrando el resultado, vistoso pero un tanto primario.
De propina, la Música fúnebre masónica en la grabación de 1991 que en su momento acompañaba el Réquiem, correcta pero poco escalofriante. ¿Han escuchado ustedes a Frans Brüggen o, mejor todavía, a Karl Böhm? Pues eso. Si quieren saber algo más sobre mis gustos, ahí están mis discografías comparadas de la 39 y de la 40.
La interpretación de la Sinfonía nº 40 es bastante menos insatisfactoria que la de la anterior, no solo porque aquí no hay timbales, sino porque Savall parece más centrado en la expresión, como también más atento al equilibrio de planos y menos volcado al exceso: el de Igualada está atento al contenido dramático de la página, pero tampoco se cuenta -venturosamente– entre los que creen que hacerlo significa caer en el nerviosismo o subrayar asperezas. Ahora bien, en una obra muy exigente en depuración y en sutilezas queda en evidencia que la orquesta, por mucho que congregue a algunos nombres importantes, no es ninguna maravilla, y que la batuta de Savall tampoco es precisamente el colmo del refinamiento. A la postre, una interpretación un tanto tosca y superficial, amén de aburrida en su maravilloso Andante, no así en un movimiento conclusivo vibrante y dicho con entusiasmo.
Más que correcto el primer movimiento de la Júpiter, con todo en su sitio y certero en lo expresivo; nos obstante, me hubiera gustado una cuerda más carnosa, de fraseo más efusivo y matizado. El problema viene con el Andante cantabile, que ni es Andante –algo más rápido de la cuenta– ni llega a ser cantabile, porque las melodías no ofrecen ese vuelo lírico ni esa mezcla tan peculiar de elegancia, sensualidad y amargor que albergan los geniales pentagramas; la articulación “H.I.P.” resultará frívola a los aficionados más tradicionales –no a mí–, y horrorizará –aquí sí que me cuento entre los afectados– en algunas soluciones que Savall podía haber adoptado con mayor moderación. Ágil e incisivo el Menuetto, quizá más nervioso de la cuenta y enturbiado por la reverberación de los timbales. En la inmensa doble fuga final el maestro vuelve a aportar vitalidad y sentido de los contrastes, acertando en la expresión luminosa que la página debe tener, pero aquí el descuido en las líneas de la polifonía –las maderas a veces pasan desapercibidas– y un cierto desaliño en el tratamiento de las masas orquestales terminan lastrando el resultado, vistoso pero un tanto primario.
De propina, la Música fúnebre masónica en la grabación de 1991 que en su momento acompañaba el Réquiem, correcta pero poco escalofriante. ¿Han escuchado ustedes a Frans Brüggen o, mejor todavía, a Karl Böhm? Pues eso. Si quieren saber algo más sobre mis gustos, ahí están mis discografías comparadas de la 39 y de la 40.
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