Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
sábado, 30 de agosto de 2014
Sobre la acústica en los Proms
En breve: es verdad que las características de la emblemática sala no favorecen precisamente la audición –si ustedes han escuchado discos allí grabados saben de qué les hablo–, pero todo depende a la postre de dónde uno se ubique. En los conciertos de Haitink y Barenboim, precisamente los mejores desde el punto de vista interpretativo (¡mecachis la mar!), nos tuvimos que conformar con asientos muy alejados del escenario, en la sección superior del graderío (“Circle”) y en el extremo opuesto a los músicos. Demasiado lejos, la verdad. No terminé satisfecho.
En el War Requiem estuvimos a la misma altura, pero mucho más cerca de la escena: la visión es desde un lado pero la experiencia auditiva, sin ser buena para captar sutilezas, resulta bastante más convincente, y desde luego adecuada para una página con un despliegue de masas sonoras tan acongojante. En el que dirigió Edward Gardner tuvimos asientos mucho más bajos, en los palcos, y además encima del escenario: allí todo se escuchaba francamente bien. Eso sí, el precio es aplastantemente superior al de las otras ubicaciones.
Para la “late night” con Laura Mvula sí que estuvimos de pie en la “arena”. Aquí el inconveniente fue el sonido amplificado, dadas las características del espectáculo. Cuando se trata de música clásica no se escucha mal allí. ¿Recomendaciones? Si tienen tiempo y fuerzas, hagan cola y aguanten de pie. Si no, confórmense con lo que su presupuesto les permita y luego, como yo estoy haciendo, escuchen en su casa las tomas radiofónicas y sáquenle mayor partido a lo que disfrutaron en directo.
jueves, 28 de agosto de 2014
El encanto de los Proms nocturnos: late night with Laura Mvula
Las personas que nunca han asistido a los BBC Proms tal vez no sepan que hay días en que se ofrecen no una sino dos sesiones en el Royal Albert Hall, adelantando la hora de inicio de concierto digamos “importante” para dejar así un hueco para un recital nocturno caracterizado por su relativa brevedad –no hay intermedio– y por dar paso a intérpretes y/o repertorios alternativos. Tienen su encanto, porque el ambiente es distinto, con un público hasta cierto punto diferente –ojo, también hay mucha persona mayor que se queda a los dos espectáculos–; asimismo hay mucha menor saturación en la “arena” –las localidades de pie, siempre a cinco libras-, donde por fin se puede uno desplazar con tranquilidad sin hacinarse con otros cientos de melómanos. La experiencia es de lo más recomendable.
En mi reciente visita a los Proms solo asistí a una “late night”, aprovechando que tenía alojamiento al ladito del Royal Albert Hall (el Beit Hall, típico colegio mayor con servicios justitos y precios asequibles). Acudí el martes 19 de agosto sin saber muy bien qué tipo de música me iba a encontrar. Sigo sin saberlo, porque en las canciones de Laura Mvula (Birmingham, 1987) se produce una mezcla entre blues, soul, góspel, música ligera y no sé cuántos géneros más, todo ello partiendo de una formación eminentemente clásica y evidenciando unas, a mi entender, marcadísimas raíces en el folclore del África negra. No diré que el resultado sea muy personal, pero sí que resulta atractivo. La chica, además, canta estupendamente y en alguna pieza resolvió sin problemas la parte del piano.
El programa de la velada consistía en la presentación de su segundo álbum, que no es sino una nueva grabación del primero, Sing to the Moon, esta vez con acompañamiento orquestal. Teniendo en cuenta que entre el uno y el otro ha pasado tan solo un año, de 2013 a 2014, queda en evidencia la rapidez con que ha saltado a la fama esta chica y el fuerte respaldo del mundo discográfico en un momento no precisamente dado a realizar experimentos. El excelente recibimiento por parte del público del Royal Albert Hall termina de dejar claro que nos encontramos ante toda una estrella en potencia.
Ahora bien, no todas sus canciones resultan igual de interesantes: algunas me hicieron pasar un rato entretenido, otras me aburrieron y algunas me gustaron mucho, particularmente las últimas –ya se sabe que en estas ocasiones lo mejor se deja para el final–, aunque a decir verdad con quien mejor me lo pasé es con la invitada de la noche, la estadounidense Esperanza Spalding, que además de cantar a dúo una de las canciones de Mvula nos deleitó con la estupenda Cinnamon Tree, de su propia cosecha. De paso, rivalizó con su colega en lo que a dimensiones de peluca se refiere.
La Metropole Orchestra, por su parte, realizó un formidable trabajo a las órdenes de Jules Buckley, lo mismo que el conjunto Electric Vocals, aunque a mi entender la amplificación del todo el conjunto no estaba conseguida; incluso llegaba a resultar molesta para quienes nos encontrábamos en la “arena” del Royal Albert Hall. La toma radiofónica, que he escuchado varias veces y disfrutado de manera considerable, resulta en este sentido bastante más agradable que el directo.
Por cierto, el espectáculo no fue filmado por la BBC, pero hay vídeos piratas en YouTube que les recomiendo vean antes de que los hagan retirar.
domingo, 24 de agosto de 2014
War Requiem con Nelsons en los Proms
Lo diré sin rodeos: creo que Andris Nelsons, probablemente el más grande director de su generación, no termina de acertar con esta obra. Y en la velada del pasado jueves 21 de agosto lo he percibido aún más claramente que en el Blu-Ray que ya comenté aquí. Esta vez intentaré explicarme de manera más breve: la concertación es excelente, el idioma irreprochable y el gusto exquisito, pero al maestro se le va el pulso con la lentitud de los tempi, y no sabe o no quiere ofrecer el carácter escarpado que la obra pide a gritos, optando más bien por una visión contemplativa que no termina de funcionar. Eso sí, fue absolutamente acongojante el uso del gran órgano del Royal Albert Hall para el clímax del “Libera Me”, como también lo fue la concentración con la que Nelsons fue descendiendo desde éste hasta disolverse en un escalofriante silencio que, con los brazos alzados, logró prolongar durante más de un minuto.
Los solistas vocales ofrecieron muy buen nivel. Toby Spence manejó con gran sensibilidad su voz no precisamente grande, Hanno Müller-Brachmann –ya en la filmación referida– estuvo sin duda estupendo, mientras que Susan Gritton, más cómoda en el agudo que en el grave, defendió sin truculencias ni excesos su difícil parte.
Lo alucinante, a mi entender, fue el trabajo del BBC Proms Youth Choir. Un coro “de bolos”, sí, formado para esta ocasión especial por jóvenes coristas de las islas británicas. ¡Qué coro! Por supuesto que tener a su frente a un monstruo de la dirección coral como Simon Halsey, aclamadísimo al terminar la interpretación, tuvo mucho que ver con la excelencia de los resultados, pero está claro que donde hay materia prima da igual que una formación sea o no “de bolos”: lo importante no es el tiempo que toquen o canten juntos, sino cómo suenen. Y estos lo hicieron de manera admirable. Poniendo nota: un siete y medio para la batuta, un ocho y medio para los cantantes y un diez para orquesta y coros.
Por cierto, ¿no va siendo ya hora de que salga en DVD la filmación de Pappano que quedó tan bien parada en la comparativa discográfica que hice de esta obra?
jueves, 21 de agosto de 2014
Barenboim y la WEDO en los Proms, 2014: sensualidad
Siguieron los encargos estrenados hace unos días en el Teatro Colón en la visita de la WEDO a Buenos Aires, ambos de unos doce minutos de duración. Ayan Adler opta en Resonating Sound por un vocabulario convencionalmente "moderno" basado en la tímbrica y la elasticidad de las masas sonoras. Kareem Rouston deja clara en Ramal su experiencia como autor de bandas sonoras cinematográficas con una música más asequible que la de su colega. Ninguno de los dos aporta realmente nada nuevo –la sensación a déjà vu es inevitable–, pero los dos han escrito sus partituras con excelente dominio técnico y han muestran notable inspiración. Se han disfrutado.
Evolución interpretativa, decíamos mas arriba. Ya lo hemos explicado en muchas ocasiones en este blog: Barenboim va perdiendo carácter escarpado y se interesa bastante más por lo amoroso, lo cantable y lo sensual. Esto último, obviamente, resulta ideal para Ravel, el compositor que ha protagonizado la segunda parte de la velada. En discos el maestro se había entendido de manera desigual con él, a veces acertando de manera considerable y en otras ocasiones patinando relativamente. Hoy se ha superado a sí mismo en todas las partituras en el atril: soberbia la Rapsodia Española (ya era magnifica su recreación con la Sinfónica de Chicago); con algún desajuste pero excelsa en su sección central la Alborada del Gracioso; muy efusiva la Pavana para una infanta difunta; y decidido, emocionante y en general muy bien trazado –hubo algún "escalón" en exceso evidente, como suele ocurrir en demasiadas ocasiones– el Bolero, acogido con el esperable entusiasmo por los prommers. Lógicamente, esta ultima obra fue un examen para los solistas de la formación multicultural: los hubo buenos, muy buenos y extraordinarios, entre ellos el responsable de la caja.
Tras semejante repertorio francés "a la andaluza", la propina estaba cantada: suite nº 1 de Carmen. Ya se la he escuchado varias veces a estos mismos artistas y creo que en esta ocasión es donde han estado mejor, sobre todo porque Barenboim parece por fin dar del todo su brazo a torcer, reconociendo que esta música hay que interpretarla no a la alemana sino a la francesa, preferiblemente subrayando esa –repetimos el concepto– sensualidad no poco hedonista con que Bizet anticipa, en cierto modo, el mundo raveliano. Cerrando la suite, la celebérrima obertura fue interpretada con el maestro sentado en un rincón dirigiendo no la orquesta sino al público, que tocaba las palmas como si estuviera en la Marcha Radetzky. Nos lo pasamos en grande, claro.
Reveladora la "propina extra": aunque Barenboim ya había grabado El firulete –arreglo de José Carli– con la Filarmónica de Berlín y la Sinfónica de Chicago, esta lectura ha sido aún mejor, porque los chicos de la WEDO, que un rato antes habían demostrado enorme maleabilidad para sonar dentro de la más pura ortodoxia raveliana, han hecho gala de una sintonía absoluta con el carácter popular, un punto canalla, lleno de frescura y sentido del humor, de esta deliciosa música. El maestro es sin duda responsable último de los resultados artísticos, pero está claro que los integrantes de esta orquesta, sean judíos, musulmanes o andaluces, poseen un talento fuera de serie, independientemente de que hubiera alguno de esos resbalones que tanto gustan a los críticos tipo Beckmesser para poner una marca en su pizarrita.
martes, 19 de agosto de 2014
Edward Gardner en los Proms: oficio antes que inspiración
Enorme obra maestra a continuación: Las campanas. Por desgracia, Gardner no parece muy afín al lenguaje de Rachmaninov –sensualidad, decadentismo bien entendido, densa atmósfera, marcada nostalgia–, pero al menos hubo solidez expositiva, cantabilidad y excelente gusto. Lo más flojo, el clímax del primer movimiento, carente de fuerza poética. Lo mejor, la soberbia intervención de Luba Orgonášová en el segundo. A Stuart Skelton le costó trabajo escucharle en el primer movimiento, como le suele pasar a la mayoría de los tenores. Mikhail Petrenko resolvió muy bien su decisiva parte, aunque no me haya emocionado tanto como en su filmación con Rattle -y también la Orgonášová- aquí comentada. No excepcionales pero sí magníficos el Crouch End Festival Chorus y el BBC Symphony Chorus, como no podía ser menos en formaciones corales made in England.
La segunda parte se abría con el Concierto para violín de Stravinsky, obra de nuevo ideal para un Gardner nervioso en el buen sentido, incisivo y muy acertado en el estilo. Baiba Skride tocó de maravilla y, como la batuta, se mantuvo alejada de densidades y de tensiones expresivas, desde luego poco adecuadas en una obra como la presente; no por ello dejo de resultar intensa (incluso emotiva, mal que le pudiera pesar al propio Stravinsky) en el magnífico tercer movimiento. No hubo propina.
Obertura 1812 para terminar, en la no muy habitual versión con coros. Estos no sonaron muy rusos precisamente, pero sí que lo hicieron francamente bien, al igual que la orquesta. Gardner dirigió de manera solvente pero alicorta en imaginación, en garra y en tensión dramática, como también en poesía a la hora de abordar las secciones líricas. Eso sí, en su trabajo hubo una importantísima virtud: apartarse por completo de la tentación de epatar al personal con una dosis mayor de efectismo de la que ya existe en la página de Tchaikovsky. Vamos, una 1812 todo lo brillante y decibélica que necesita ser, cañonazos por ordenador incluidos, pero que no ha sido, en absoluto, vulgar, tosca ni verbenera. El entusiasmo de los prommers, más que previsible.
lunes, 18 de agosto de 2014
Haitink en los Proms: flojo Schubert, gran Mahler
Floja, incluso muy floja en los dos primeros movimientos, la Quinta sinfonía de Schubert, un compositor al que el maestro holandés no parece oler ni de lejos: la ejecución fue soberbia, pero nuestro artista confundió lo que es un enfoque apolíneo, equilibrado y elegante con la trivialidad, la asepsia expresiva y hasta la rutina, cuando esta música necesita para funcionar, además de la enorme dosis de belleza sonora que sí supo ofrecer, esa humanidad, esa sensualidad y esa poesía que convierten a Schubert en algo más, mucho más, que un creador de melodías hermosas. Menos mal que Haitink se implicó algo en el tercer movimiento, a cuyo trío sí quiso aportarle un poco de sal y pimienta, y en un finale dicho con ciertas ganas y mayor tensión interna; en la primera mitad de la obra había aburrido hasta a las piedras.
Sobre la Cuarta de Mahler, transcribo lo que dije en este mismo blog sobre su lectura con la Filarmónica de Berlin de 1991 editada en DVD:
"Se trata de una interpretación clásica en el mejor de los sentidos, trazada con perfecto pulso y admirable naturalidad, muy bien desmenuzada sin que evidencie la menor sensación de intelectualismo, elegante sin amaneramientos y, sobre todo, equilibrada tanto en lo sonoro como en lo expresivo, aportando la dosis justa de encanto, truculencia, dulzura, nostalgia e incluso de decadentismo bien entendido; todo ello sin renunciar en ningún momento a una belleza apolínea, serena y transida de hondura que sabe ofrecer –admirables los clímax del tercer movimiento– el adecuado carácter lacerante sin cargar las tintas. Ahora bien, para algunos paladares tanto equilibrio puede resultar excesivo, echándose quizá de menos una dosis mayor de claroscuros, de imaginación y de intensidad emocional."Todo lo dicho entonces vale para ahora, si bien mi impresión es que el maestro, con ochenta y cinco tacos a sus espaldas, ha estado... Adivinaron: más otoñal. Concretando un poco, creo que los dos primeros movimientos se quedaron en el notable alto, para seguidamente ofrecer un Ruhevoll concentrado a más no poder, profundo, humanista y verdaderamente bello, pero sin la menor concesión al hedonismo sonoro. El cuarto movimiento estuvo dirigido de manera irreprochable, pero aquí hubo que lamentar el escasísimo caudal de voz de Camilla Tilling, totalmente inadecuado para el Royal Albert Hall. Además, nuestra reciente Adina del Teatro Real parecía –se la escuchaba allá en la lejanía desde mi asiento– andar un poco destemplada en el comienzo de su intervención.
La orquesta, salvando la manera en que patinaron las trompetas en el climax más importante del Ruhevol, estuvo espléndida, muy especialmente unas maderas a las que Haitink otorgó especial protagonismo y trató con extremo cuidado tanto técnico como expresivo.
Muy en resumen: buena velada musical con veinte minutos de verdadera excelsitud mahleriana. Ahora les dejo, que en media hora tengo un concierto literalmente explosivo: tocan la 1812.
viernes, 15 de agosto de 2014
El Beethoven (y Boulez) de Barenboim y la WEDO en los Proms, jornadas cuarta y quinta
El del martes 24 se iniciaba con la Octava del sordo de Bonn. Interpretación muy parecida a la de Colonia el año anterior: sabe ofrecer el músculo, la tensión sonora y la grandeza que tanto identificamos con el universo beethoveniano, pero aunando estos elementos con sensualidad, cantabilidad y hasta ternura (maravilloso el trío del Menuetto), siempre haciendo gala de un fraseo noble, natural y cálido a más no poder. Hay incluso, aun tratándose de una recreación que mira más al futuro que al pasado, una buena dosis de coquetería galante como guiño al mundo dieciochesco; en este sentido, algún portamento del segundo movimiento sigue sobrando.
A continuación, el Royal Albert Hall se queda casi completamente a oscuras para la interpretación de Anthèmes 2, página de unos veinte minutos de duración escrita por Boulez en 1997 para violín solo y dispositivo electrónico. Michael Barenboim ofrece una interpretación irreprochable, aunque a mi entender no tan excepcional como la que bajo la supervisión del propio compositor realizó Hae-Sun Kang en 1999 para Deutsche Grammophon.
La Séptima recibe una interpretación dionisíaca pero también muy atenta a la vertiente humanística de Beethoven. Barenboim controla a la perfección la arquitectura para ofrecer la mayor tensión interna posible sin caer en lo precipitado y ofreciendo una amplia gama de sutiles matices en el fraseo, lleno de plasticidad. Quizá los dos primeros movimientos no sean tan inspirados como en Colonia. Arrollador el cuarto, más rápido e impetuoso que antes, aunque no necesariamente mejor. Admirables las maderas de la orquesta, cuya musicalidad contribuye de manera decisiva al éxito de la interpretación, acogida con el desbordado entusiasmo esperable en los prommers.
El viernes 27 de julio no hay Boulez. Con la Novena beethoveniana basta y sobra. No es esta, como tampoco lo era la grabación en Colonia, la interpretación más genial de Barenboim. Ese puesto queda reservado para su registro en Erato, trágico y desgarrado a más no poder, y por ende no apta para todos los paladares. Lo que aquí nos encontramos es una modélica interpretación “de síntesis”: épica y trágica, contemplativa y apasionada, interrogante y afirmativa, lírica y exultante, humanística y religiosa… Todo ello al mismo tiempo, en perfecto equilibrio de los ingredientes y materializándose con un fraseo de enorme cantabilidad, un empaste al mismo tiempo cálido y transparente, una gran variedad en las dinámicas y, sobre todo, un portentoso sentido orgánico de la arquitectura, de tal modo que desde la misteriosa célula inicial –aquí particularmente difuminada–, las tensiones van desarrollándose con una naturalidad aplastante, sin dejar espacio para el mecanicismo ni para la precipitación, tampoco sin dar la apariencia –como sí ocurría con el enorme Klemperer– de que la escuadra y el cartabón se ponen por delante del contenido expresivo, pero acumulando fuerza hasta alcanzar unos clímax realmente abrumadores.
El Scherzo me ha impresionado menos, por no estar aquí tan combativo como se podía esperar; en contrapartida, el trío es un prodigio de humanismo, sensualidad y sentido cantable. El Adagio, de conmovedora belleza, modera los molestos portamenti de la interpretación de Colonia, pero su clímax no resulta menos visionario.
El último movimiento se abre con una cuerda grave trabajada con asombrosa plasticidad y un altísimo sentido comunicativo para luego cantar el Himno a la Alegría con una mezcla de ternura y espiritualidad como pocas veces se ha escuchado. La doble fuga vuelve a ser apasionadísima, los remansos espirituales alcanzan una trascendencia desmaterializada realmente mágica y el final resulta desbordante sin que se llegue a perder el control.
Hay desigualdades en el cuarteto: Anna Samuil molesta por la aspereza de su zona aguda, a la enorme Waltraud Meier la edad le pasa factura, Michael König está mejor de lo que en él pudiera esperarse y René Pape convence como nadie en lo expresivo, pero sufre algún apuro. El National Youth Choir of Great Britain, superior al Coro de la Catedral de Colonia, canta con tanta perfección técnica como entrega expresiva, convirtiéndose en una de las grandes bazas de esta interpretación.
Se me olvidaba añadir, en lo que a la edición en DVD se refiere, que los ingenieros de Decca logran soslayar la problemática acústica del Royal Albert Hall y obtienen una toma sonora magnífica, modélica además en multicanal al recoger con naturalidad la reverberación de la sala y los ruidos del público. Y que el documental sobre Beethoven –no sobre Barenboim y su orquesta multicultural– realizado por la BBC que completa el lanzamiento es fantástico, pero carece de subtítulos en castellano.
Sea como fuere, a mi modo de ver está muy claro: junto con el ciclo de Colonia en audio –ligeramente inferior a este, aunque con una Heroica aún más impresionante–, esta es la integral de Beethoven más recomendable del mercado, muy especialmente para quienes se inician en este repertorio. Compra obligatoria. Y ahora, a ver si los señores de Decca se acuerdan de Boulez.
jueves, 14 de agosto de 2014
Atractivo, clase, elegancia… Ninguna como ella.
Este vídeo no necesita comentarios. Bueno, quizá señalar que el arreglo de la canción original de Kurt Weill corrió a cargo de Stephen Sondheim, y que la presentadora del evento, para quienes no la reconozcan, es Beverly Sills. Hasta siempre, Lauren.
lunes, 11 de agosto de 2014
El Beethoven (y Boulez) de Barenboim y la WEDO en los Proms, jornada tercera
Como esta misma semana viajo a Londres para asistir a los Proms y escuchar, entre otros, al maestro argentino con su WEDO, me ha parecido oportuno cerrar los comentarios con unos apuntes sobre las tres últimas jornadas de aquel 2012, puntualizando que lo hago ahora sobre la edición en DVD realizada por Decca, con imagen y sonido admirables, si bien las obras de Boulez siguen estando disponibles solo en las transmisiones televisivas. ¡Lástima que no hayan conocido difusión comercial!
El programa del lunes 23 de julio se abre con la Sinfonía Pastoral. La verdad es que Barenboim sigue terminar de convencerme en esta obra: por descontado que la sonoridad es beethoveniana al cien por cien, el fraseo tan natural como bello y la impronta humanística muy evidente, pero los dos primeros movimientos siguen resultando algo fríos y distanciados, sin la inspiración suprema que podríamos esperar de quien es sin duda el más grande intérprete de Beethoven en los últimos cien años. En la escena junto al arroyo, como ya pasaba en Colonia, sobra algún portamento. Sorprendentemente apolínea y reflexiva la danza de los pastores, irreprochable la tormenta y espléndida la acción de gracias, finalmente, por su combinación de elegancia clásica y carácter extático.
Tras la Pastoral y antes de la Quinta, dos obras de Boulez. Primero viene …explosante-fixe… (Originel), que no es sino la breve sección final de una extensa página desarrollada durante años por el francés que ha conocido muy diversas variantes en su instrumentación. El fragmento que aquí escuchamos es para flauta y orquesta de cámara sin elaboración electrónica, y en él el israelí Guy Eshed, bien secundado por solistas de la WEDO y el propio Barenboim, demuestra una altísima categoría técnica y artística.
Antes del intermedio se tocó la otra obra de Boulez, Messagesquisse, para un violonchelo solista y otros seis acompañándole. La oportunidad de lucimiento vino esta vez para el egipcio Hassan Moataz El Molla, que acaso pudo alcanzar mayor tensión dramática en la sección rápida central pero aun así se mostró ágil, sutil y muy sensible. Barenboim coordinó a sus colegas para que estos desplegaran con admirable perfección las poéticas y exquisitas texturas, a veces irisados reflejos del solista, diseñadas por el excepcional compositor francés.
Lejos ya de su visión a tumba abierta en Chicago en 1996, Barenboim aborda la Quinta beethoveniana de una manera cada vez más madura y contenida. Por ende, los que busquen aquí rabia, electricidad y dramáticos claroscuros quedarán defraudados, sobre todo en un primer movimiento que va de menos a más pero dista de alcanzar la rebeldía y fuerza visionaria que adquiere con otros directores. Por el contrario, hay cantabilidad, ternura, reflexión y un aliento humanístico de muy altos vuelos, además de un empaste beethoveniano cien por cien, un fraseo de naturalidad pasmosa y grandeza maravillosamente controlada en el final. Admirable.
sábado, 9 de agosto de 2014
Argerich y Barenboim, encuentros en Berlín (y II): Mozart, Schubert, Stravinsky
Empezó la velada con la Sonata en Re mayor para dos pianos K. 448 de Mozart. Como se trata de una partitura que tengo poco trabajada, me he vuelto a escuchar varias veces la única interpretación que tenía en discos, la de Alicia De Larrocha y André Previn registrada para RCA en 1993: lectura clásica en el mejor sentido del término, apolínea pero no trivial ni volcada en la mera belleza sonora, sino dicha con elegancia, equilibrio expresivo, fraseo natural y apreciable cantabilidad, sobre todo en un segundo movimiento de gran vuelo lírico. Se echa de menos un grado mayor de creatividad, incluso de emotividad, pero en su línea los resultados son admirables.
La de Argerich y Barenboim es muy diferente. Con tempi considerablemente más rápidos y un fraseo mucho más rico en claroscuros dinámicos y acentos expresivos, los dos artistas porteños ofrecen una interpretación ante todo vitalista y luminosa, menos interesada por esa peculiar melancolía mozartiana que sí atienden sus colegas y más por el sentido del humor, la electricidad y la chispa. Lectura más dionisíaca, más inmediata y con más garra, para entendernos, en la que la agilidad y la efervescencia del fraseo parecen confirmar, sobre todo en un Allegro molto fraseado con mucho nervio y quizá más prisas de la cuenta, lo que decíamos al principio: quien lleva la voz cantante es Argerich.
De todas formas, que nadie se piense que con semejante planteamiento el Andante central pierde profundidad. Cierto es que está paladeado con menos amplitud que en la grabación de RCA y que no posee su capacidad evocadora, pero una enorme imaginación a la hora de ofrecer matices hace que nuestros dos artistas alcancen asimismo altas cotas de intensidad poética.
En las Variaciones sobre un tema original D. 813 de Schubert, escrita para piano a cuatro manos, se impone hasta cierto punto la personalidad de Barenboim: hay aquí elegancia, encanto, ternura y una enorme cantabilidad, porque de lo contrario no sonaría a Schubert, pero también encontramos cierta densidad tanto sonora como expresiva, además de sentido dramático y mucha decisión.
Con todo, se aprecian algunas diferencias con respecto a la grabación que el propio Barenboim realizó años atrás con Radu Lupu para Teldec: aquella era más poderosa y escarpada en lo clímax, también más filosófica, mientras que en esta el fraseo es algo más nervioso, también más espontáneo y variado, concediéndose mayor espacio a lo lúdico e incluso lo coqueto. Influencia en buena medida de Argerich, qué duda cabe, aunque no debemos olvidar que la evolución del propio Barenboim a lo largo de los últimos años también apunta en este sentido. Sea como fuere, la poesía de altos vuelos está garantizada de principio a fin en esta lectura en la que los dos artistas, pese a sus diferencias, tocan absolutamente compenetrados.
Argerich vuelve a imponerse en la segunda parte con La consagración de la primavera, en este caso por exigencias del guión, pues la genial partitura stravinskiana resulta la ideal para que nuestra artista haga gala de todas sus señas de identidad. Ya saben: sonoridad percutiva, poderosísimo sentido del ritmo, riqueza de colorido, acentos muy fieros, agilidad, extroversión, incisividad… Claro que también pone de su parte Barenboim, por ejemplo en lo que a la creación de atmósferas y sentido del misterio se refiere, pero sobre todo con su manera de planificar las tensiones con más concentración y menos nerviosismo del que habitualmente hace gala su compañera. Por otra parte, los dos artistas coinciden en la búsqueda de esos elementos que, tal y como nos han ido enseñando varios directores de orquesta en las últimas décadas, son herencia del mundo impresionista: en determinados pasajes parece que estemos escuchando a Debussy, sin que en ningún momento la interpretación deje de sonar a Stravinsky cien por cien.
En cuanto a los aspectos técnicos se refiere, hay que quitarse el sombrero: tanto ella como él están muy bien de dedos, regulan a la perfección las dinámicas y coordinan con perfecto ajuste sus dificilísimas partes. Lo más asombroso, en cualquier caso, es cómo le sacan partido a sus instrumentos, desde los más atronadores acordes a cuatro manos hasta las veladuras más delicadas. La audición termina resultando una experiencia reveladora.
El concierto de momento está disponible solo en iTunes al poco atractivo precio –tratándose de una descarga con compresión– de 10 euros; así es como yo lo he conseguido. Más tarde lo sacará en CD Deutsche Grammophon, y como EuroArts lo tiene filmado, es de suponer que finalmente saldrá en DVD y quizá Blu-ray. Quieren que repitamos la compra, pues. Luego se preguntan por qué la gente piratea discos…
miércoles, 6 de agosto de 2014
Heras-Casado y la Segunda de Mendelssohn: decepcionante
Lo que ocurre es que no hace mucho las cosas empezaron a cambiar, concretamente hace dos años en Granada con su Tercera de Schubert luego pasada al disco. Siempre para mi gusto, claro. Y ahora sigue la mala racha, aunque sin un descalabro tan grande como el anterior, con esta –para mí, insisto– decepcionante Segunda sinfonía, "Lobgesang", de Mendelssohn, grabada en 2012 asimismo para Harmonia Mundi; en esta ocasión no con instrumentos originales, sino con la mismísima Sinfónica de la Radio de Baviera a su servicio. Nada menos.
Es la suya una lectura extrovertida, vibrante, luminosa y de carácter marcadamente épica, admirablemente planificada y muy bien tocada, faltaría más. El problema es que Heras-Casado dedica mucho más tiempo a derrochar energía y entusiasmo que a atender a la vertiente lírica de la obra, a destilar la particular ternura ensoñada mendelssohniana e incluso a enriquecer su trazo decidido con matices expresivos. Incluso va un poco más aprisa de la cuenta, cosa que ya queda en evidencia en un primer movimiento –me refiero a la primera parte de la llamada “sinfonía”– apremiante y un punto machacón que apenas deja espacio para respirar.
El segundo, que con un Claus Peter Flor, por ejemplo, ofrece sensualidad y poesía embriagadoras, con el de Granada se queda en un mero interludio sin sustancia; al menos no es un cúmulo de amaneramientos a la manera de Abbado. Mucho mejor el Adagio religioso, en el que por fin nuestro artista encuentra la inspiración y hasta ofrece, en la sección central, aires dramáticos muy adecuados.
En la segunda mitad de la obra –la parte coral– nos sorprende el uso de un coro altamente nutrido, como también la opulencia de la cuerda y el protagonismo de los metales; y aunque la articulación es ágil, un punto incisiva –resabio de la actividad historicista del director–, a la postre la sonoridad resulta masiva. Todo ello, unido a la evidente búsqueda de la brillantez por parte del granadino, hace pensar que nuestro artista confunde esta obra con una especie de híbrido entre el Te Deum de Bruckner y El sueño de Geroncio. El resultado es vistoso e impactante, pero poco emotivo y no muy sincero, con la excepción de una vehemente sección dramática central que, además, se beneficia de la buena intervención del tenor Michael Shade; Christiane Karg resulta algo aniñada y Christina Landshamer cumple con corrección en su brevísima parte.
La toma sonora recoge muy bien el carácter masivo de la interpretación, con una gran atención a las frecuencias graves y al órgano. Pese a ello, no me parece un disco que pueda recomendar abiertamente. Como explicaré en la comparativa que estoy preparando, Claus Peter Flor es la opción ideal, aunque tampoco están nada mal Wolfgang Sawallisch y Peter Maag. En cuanto a Heras-Casado, seguiremos su futuro discográfico con atención: en su nuevo disco El maestro Farinelli dirige de manera admirable, así que no debemos tirar la toalla.
martes, 5 de agosto de 2014
Alerta de fraude telefónico
Esta entrada no tiene nada que ver con la música, pero me parece obligatoria para ayudar a los ciberlectores.
Esta mañana me han intentado timar con una llamada telefónica, en inglés, que decía proceder de Microsoft, California (sic). Primero desconfié seriamente. Luego me dieron el supuesto número de licencia de mi Windows (tengo el programa oficial, no pirateado) y empecé a seguirles el juego buscando ciertos registros erróneos en mi software. Pero cuando me dijeron que instalara un programa llamado TeamWiewer, que sirve nada menos que para conectar dos ordenadores entre sí, les corté la llamada. Un simple rastreo en la red me ha permitido confirmar que se trata de un fraude. Pueden leer la noticia aquí.
Así que ya saben: si les llaman diciendo que son técnicos que Microsoft, contesten “fuck off”, versión inglesa del muy gaditano “ar carajo”.
domingo, 3 de agosto de 2014
Nelsons dirige Mozart, Wagner y Shostakovich en Berlín
Escogí el programa del 8 de marzo de 2013: Mozart, Wagner y Shostakovich. Me encantó su visión de la Sinfonía nº 33 del Salzburgués: una interpretación clásica y equilibrada como debe ser, pero no severa, ni distanciada, ni menos aún sosa, sino llena de vida, de color, de sensualidad y de sentido de los contrastes; incluso de picardía, particularmente en un final lleno de jovialidad y de sentido del humor. Lo mejor es la manera en que Nelsons trata a la orquesta, eliminando su habitual robustez y haciéndola sonar con la ligereza de la mejor orquesta de cámara imaginable, pero sin confundir esto con la molesta ingravidez por la que con la misma formación optaba Abbado en este repertorio. Creo que es la versión de las que más me gusta de todas cuantas he escuchado, incluidas las espléndidas de gente tan distinta entre sí como Böhm, Tate, Pinnock, Muti o Carlos Kleiber.
La obertura de Tannhäuser es un mundo por completo diferente, pero de nuevo Nelsons convence con una recreación de admirable ortodoxia en su lenguaje y espléndido desarrollo, de fraseo natural, sonido cálido más que opulento y grandeza no confundida con grandiosidad ni con decibelios, en la que destaca la enorme carga sensual que extrae de la partitura, no solo en la sección del Monte de Venus –cuya parte central le suena muy impresionista–, sino también en las dos extremas, cuyo misticismo suena más carnal que propiamente metafísico. Se han escuchado cosas aún mejores en esta genial página (Solti, por ejemplo), pero lo de Nelsons es admirable.
Sexta sinfonía de Shostakovich en la segunda parte. Le tenía un poco de miedo porque la Octava que hizo con la misma orquesta en 2010 me pareció deslavazada. Por fortuna, ahora las cosas funcionan mucho mejor. Siempre con admirable trazo y perfecto estilo, en el primer movimiento Nelsons sostiene admirablemente las tensiones durante sus casi veinte minutos de duración, logrando alcanzar altas cotas de dolor y desolación bien secundado por un impresionante Andreas Blau en los acongojantes solos de flauta. En el segundo sabe ser furioso sin perder claridad, y en el tercero acierta al combinar carácter burlesco con mala uva. Únicamente la comparación con la hondura humanística de un Sanderling, un Bernstein o un Rostropovich en la primera parte de la obra –el primer movimiento– o con la fuerza de un Kondrashin o un Rozhdestvensky en la segunda –los dos últimos– hace palidecer relativamente a esta espléndida recreación. Seguiremos informando.
viernes, 1 de agosto de 2014
Malikian, showman y mucho más
Ayer jueves 31 de junio se presentaba en el patio del Alcázar de Jerez de la Frontera, dentro del ciclo Noches de verano que organiza el ayuntamiento, el violinista de origen armenio Ara Malikian en compañía del guitarrista y compositor de Buenos Aires Fernando Egozcue, con un recital centrado exclusivamente en obras de este último. Precios muy asequible, cutrez organizativa –ni un papelito con biografías de los intérpretes–, sonido inevitablemente amplificado, ambiente muy relajado, jaleo excesivo entre el público y una agradable brisa de poniente, todo ello con un entorno medieval de lo más sugestivo, conformaron la típica serie de pros y contras que se pueden esperar en un espectáculo de estío al aire libre.
Malikian vestía ropa muy informal –perfectamente estudiada–, luciendo biceps con tatuaje y una muy abundante pelambrera. Deambuló continuamente por el escenario, saltó, brincó, se arrodilló y desarrolló una amplísima gestualidad que inmediatamente hace pensar en su admiradísima figura de Paganini y, en general, en todos los artistas románticos, en tanto que el virtuosismo y la teatralidad escénica se convierten en fines en sí mismos. Ofreció además largas elocuciones presuntamente explicativas que en realidad eran descacharrantes números humorísticos un tanto en la línea, para que se hagan una idea, de las presentaciones que realiza Marcos Mundstock en el conjunto Les Luthiers.
La cuestión es: ¿hay detrás de toda esta parafernalia, ya digo que no mero complemento sino ingrediente fundamental, un músico todo lo intenso, entregado y comunicativo como lo aparentan sus movimientos en el escenario? Rotundamente, sí. Si uno cierra los ojos lo que escucha es un violín en estado de incandescencia perpetua pero controlado por una técnica portentosa, no solo en lo que a agilidad digital –tremenda– se refiere, sino también en lo que respecta a la belleza del sonido –muy carnoso–, al despliegue de colores, a la administración de las tensiones y a la capacidad para hacer volar las melodías con una enorme intensidad. Irreprochablemente respaldado por la guitarra muy personal del propio compositor, Malikian sacó un extraordinario provecho de las eclécticas músicas de Egozcue para hacernos pasar un rato estupendo y, además, tocarnos la fibra sensible con las dos o tres páginas en las que su colega despliega esa melancolía típicamente porteña tan difícil de describir como fácil de reconocer.
Si tienen ustedes la oportunidad de ver este espectáculo, se lo recomiendo abiertamente, como ya hice con su Pagagnini comentado tiempo atrás. No lo duden.
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