sábado, 31 de julio de 2021

Bernard Herrmann, música de cine en Phase 4: indispensable

Esta mañana he recibido de Amazon una edición que, pese a tener ya todo ese material en CD, me hace muchísima ilusión, porque ahora cada disco aparece con su carátulas originales –delanteras y traseras– y el sonido ha sido reprocesado 24bit 96kHz. Me refiero a una caja que contiene los siete álbumes de música de cine que Bernard Herrmann grabó entre 1968 y 1975 para la serie Phase 4 Stereo: cuatro con música propia –amplias selecciones de sus más importantes bandas sonoras–, dos con partituras de otros compositores –incluidos Walton, Shostakovich y Rózsa -y finalmente la banda sonora original de la película de Brian de Palma Obsession, esta última con los treinta y nueve minutos originales –aún tengo ese vinilo– y no con los setenta y cuatro con que fue reeditada en 2015.

No tengo tiempo para extenderme. La calidad media de la música es extraordinaria, muy particularmente la de Great Movie Thrillers –volumen dedicado a Hitchcock, comentado en este mismo blog– y Great Film Classics, por no hablar de las contribuciones del neoyorkino al cine fantástico. La London Philharmonic y la National Philharmonic rinden estupendamente. La batuta de Herrmann, por su parte, a veces ha sido muy discutida por la lentitud de los tempi, a veces muy considerable si comparamos con lo que él mismo había propuesto desde el podio en las correspondientes bandas sonoras originales. A mí la dirección en todos los casos me parece sensacional, incluso reveladora en algunos casos.

El sonido. Ya saben ustedes que Phase 4 Stereo buscaba la espectacularidad por encima de cualquier otra circunstancia, amplificando de manera artificial los solos instrumentales para ponerlos en primer plano y buscando llamativos efectos estereofónicos con la percusión, también en primerísimo plano. Gustaba mucho en una época en la que por fin la mayor parte de la población empezaba a conocer la estereofonía en casa, pero hoy día convence poco cuando de repertorio sinfónico tradicional se trata. Así las cosas, en estos álbumes se aprecian diferencia: aquellos que incluyen músicas de perfil sinfónico tradicional decepcionan relativamente por su artificiosidad, mientras que aquellos que recogen partituras en las que Herrmann había jugado con plantillas no tradicionales e incluso había requerido la amplificación artificial, fundamentalmente las escritas para las películas de aventura y fantasía, las cosas funcionan a pedir boca: es así como el compositor quería que se escuchasen.

El nuevo reprocesado no diré que sea revelador, pero sí que ha mejorado sensiblemente las anteriores encarnaciones en compacto. He ido realizando breves comparaciones disco a disco –los siete– y se aprecia ahora bastante más presencia, relieve e inmediatez. En algunos, también mayor limpieza. Las breves notas de Tom Schneller están bien, pero las más interesantes son las originales del propio Herrmann y de Christopher Palmer, que se incluían en los vinilos originales y ahora podrá leer quien tenga una lupa. Menos es nada.

¿Insuficiencias? Que se hayan dejado fuera los discos que Herrmann grabó de música clásica para el mismo sello (¡auténticas maravillas!), y que Obsession no aparezca completa. Por lo demás, una cajita total y absolutamente indispensable.

viernes, 30 de julio de 2021

Una mano contra Bejarano

Perdonen ustedes que aproveche esta ventana para traer a colación una recogida de firmas que he iniciado en Change.org. Creo que todo está meridianamente explicado en el texto que he escrito en la misma. Se trata de un señor llamado Manuel Romero Bejarano, que posiblemente ustedes conozcan si son aficionados –yo no lo soy– a los concursos televisivos, que desde hace ya tiempo viene utilizando el poder que tiene como funcionario del ayuntamiento jerezano y su prestigio mediático para ejercer el derecho de veto sobre mí y sobre otras personas que nos dedicamos a la investigación en torno a la historia y el arte de nuestra localidad. 


Sobre mí la cosa es bastante más grave, porque está ejerciendo una monumental campaña en torno a mi persona en particular, pero la petición –por  razones obvias– solo puede hacer referencia a aquello que afecta a un colectivo amplio. No está de más añadir que todo esto me viene afectando de manera seria desde hace año y medio, y que el asunto tiene que ver con la actual parálisis de este blog. Les quedaría agradecido si me echaran una mano leyendo la petición y, en caso de que la encuentren razonable, firmándola. Muchas gracias.

miércoles, 28 de julio de 2021

Muti cumple 80

Razones profesionales me impiden temporalmente atender a este blog, pero no quiero dejar de felicitar a Riccardo Muti en su ochenta cumpleaños, lamentando de paso que la industra discográfica haya decidido relegar de esta manera a quien desde los años setenta ha sido uno de los más grandes directores. En esta entrada intenté decir algo sobre su arte: a ella remito al interesado.

 

Una última cosa: ¿merece la pena la gran caja que acaba de salir con todas las grabaciones sinfónicas de Warner? La respuesta es afirmativa: el nivel medio es francamente alto y la mayoría de su interpretaciones al frente de la Philharmonia –también algunas ya de la etapa Philadelphia, en general no tan interesante– son auténticas joyas.

miércoles, 21 de julio de 2021

Cuadros de una exposición, de Mussorgsky-Ravel: discografía comparada

Dicen que Maurice Ravel traicionó a Modest Musorgsky cuando, a petición de Koussevitzky, orquestó sus geniales Cuadros de una exposición. Es cierto: el vasco-francés no solo suprimió uno de los "paseos" y convirtió Bydlo –el buey tirando de una carreta– en un gran doble regulador, sino que llevó la página a su propio terreno expresivo. La orquestación de Vladimir Ashkenazy, por ejemplo, resulta bastante más fiel al espíritu original. Ahora bien, lo que hizo el autor de Mi madre la oca fue de una inspiración tan inmensa que, con todo el derecho del mundo, el resultado se convirtió pronto en una de las piezas angulares del repertorio sinfónico. Los directores, en cualquier caso, tienen que optar por mirar hacia un compositor o hacia el otro.

No hace falta insistir en que para hacer plena justicia a una página como esta se necesita una orquesta de un nivel considerable. Ahora bien, eso de que no hace falta "interpretar", sino tan solo poner de relieve las virtudes de la escritura sinfónica –lo ha dicho David Hurtwitz–, es una de las mayores chorradas que he escuchado en mi vida.

 


1. Koussevitzky /Sinfónica de Boston (Naxos, 1930). Este registro se realizó entre el 28 y el 30 de octubre de 1930. Primera grabación mundial de la obra. Dirigía quien encargó a Ravel la orquestación y la había estrenado en París el 19 de octubre de 1922. Está claro que Koussevitzky no solo conoce, sino que también ama su proyecto y es capaz de materializarlo en lo sonoro de manera muy convincente. Su acercamiento sobresale por su sensibilidad tímbrica y atención a la atmósfera, como también por la flexibilidad de una agógica que hoy nos puede resultar algo desconcertante. El trazo es fino y se aprecia una gran atención a los aspectos más ravelianos de la música; por el contrario, el maestro se queda bastante corto en el dramatismo de las catacumbas, en la electricidad que necesita la bruja y, sobre todo, en la grandeza imprescindible en el último número, llevado con demasiadas prisas. Bydlo no es encuentra del todo bien resuelto. Excelente el trabajo de restauración a cargo de Mark Obert-Thorn. (7)



2. Kubelik/Sinfónica de Chicago (Mercury-CSO, 1951). Toda una decepción escuchar este mítico registro a cargo de la orquesta que más y mejor ha grabado los Cuadros. Por supuesto que está tocada con gran brillantez y que la toma sonora con la que se estrenaba en el mercado Mercury Living Presence resulta espléndida para la época. Pero resulta que tan solo seis años más tarde la Chicago Symphony mostraría con Fritz Reiner un nivel técnico realmente portentoso y los ingenieros de RCA Living Stereo harían maravillas recogiendo el brillantísimo sonido de la formación norteamericana. En cualquier caso, quien aquí realmente defrauda es Rafael Kubelik, siempre firme y ajeno al efectismo pero, ya desde la aparición del tema principal, se muestra falto de concentración, desinteresado por la sensualidad, poco inspirado, desatento al matiz expresivo, y con a veces –gnomo, judíos– hasta precipitado. Tullerías, Limoges y Baba-Yaga son quizá quienes salen mejor parados. (7)



3. Markevitch/Filarmónica de Berlín (DG, 1953). Muchísimo más Mussorgsky que Ravel en esta áspera, amarga y encrespada interpretación en la que el maestro hace sonar a la formidable orquesta de manera muy distinta a como lo hará más adelante Karajan: tintes ocres para la cuerda, incisividad en las maderas y aspereza en los metales. Se ponen así de relieve los aspectos más inquietantes de la escritura sin descuidar la finura en el trazo ni el control de la arquitectura, aunque sí pasando un tanto de largo ante sus posibilidades más lúdicas. Por eso mismo, extraña un poco que el interludio entre el segundo y el tercer cuadro resulte más bien pimpante y que la bruja, aun cargada de fuerza, no resulte todo lo feroz que podía haber sido. Llamativos los personalísimos juegos agógicos en Tullerías y la excelencia de la tuba en Bydlo. La toma de la edición DG es monofónica; la del SACD del sello Praga Digital es un estéreo muy cerrado que muy probablemente es fruto de la manipulación. (9)

 

4. Karajan/Orquesta Philharmonia (EMI, 1955-56). Este registro fue producido por Walter Legge y realizado en temprano sonido estereofónico en el Kingsway Hall en octubre de 1955 y junio de 1956. Las fechas nos avisan de que el de Salzburgo no debió de quedar muy satisfecho con las primeras tomas y quiso repetir algunos números. A tenor de los resultados, bien que terminó contento: lo que se escucha es de una perfección apabullante: empaste, equilibrio de planos, claridad, trazo global... Todo es absolutamente perfecto. Pero falta lo más importante: emoción. Ni humor de uno u otro tipo, ni vuelo lírico, ni sentido descriptivo, ni bullicio, ni atmósfera malsana, ni grandeza. Karajan sustituye la comunicatividad por un monumental espectáculo sonoro basado en los más desatados contrastes dinámicos: no sé hasta qué punto han metido mano los japoneses encargados de la reedición en SACD que he tenido la ocasión de escuchar –por esas fechas la compresión dinámica era algo habitual–, pero al llegar a los pollitos hay que subir el volumen de manera considerable para poder oír algo, mientras que en la Gran puerta de Kiev hay que bajarlo si no se quiere tener un serio problema con los vecinos. Solo se salvan los referidos polluelos, y no tanto por la batuta como por unas maderas muy incisivas llenas de intención que parecen guiadas por el espíritu del titular de la formación, Herr Klemperer. (7)


5. Reiner/Sinfónica de Chicago (RCA, 1957). Como era de esperar Reiner acierta sobre todo a la hora de ofrecer electricidad como, tensión interna y sentido teatral, como también acidez, incisividad y sonoridades sombrías, en una lectura no muy atenta al lirismo –aunque el viejo castillo es muy hermoso– ni al colorido refinado y sensual. Es decir, mira más a Mussorgsky que a Ravel. A destacar la excepcional manera en que recrea los esfuerzos del buey y un mercado de Limoges particularmente trepidante. El gnomo, por el contrario, podría estar más paladeado. Espléndida la orquesta, un prodigio de seguridad, agilidad y brillantez, que contribuye mucho al resultado final. Impresionante la toma sonora para la época, fantástica en SACD. (9)


6. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1958). Aunque a finales de los cincuenta al autor de West Side Story le quedaba mucho por madurar como director, lo cierto es que aquí no encontramos ese carácter excesivamente extrovertido y espontáneo que le caracterizaba en esa época. Al contrario, nos topamos con una recreación relativamente madura, bien trazada y con cierto vuelo poético de una partitura que, obviamente, ofrece todo el sentido descriptivo y colorista que hace a Lenny sentirse como pez en el agua. Si al final estos Cuadros no están entre los grandes se debe no tanto a la irregularidad de la inspiración –desconcierta Bydlo, quizá por intentar llegar a un punto de encuentro con el original pianístico– y a la falta de una última vuelta de tuerca en lo que a compromiso expresivo se refiere, como a la mediocre calidad de una Filarmónica de Nueva York cuyos metales (¡qué trompeta!) no pueden hacer justicia a la obra. (8)

 

7. Leibowitz/Royal Philharmonic (RCA, 1962). Director singular en sus maneras de hacer, el compositor y pedagogo de origen polaco se aparta por completo de lo raveliano, se desinteresa por lo que esta música puede tener de sensualidad, de atmósfera y de calidez poética, para ofrecer una recreación ágil y nerviosa, marcada por un nervio no siempre bien controlado, cuyas sonoridades afiladas e incisivas llegan a resultar en exceso secas, ajenas tanto al mundo de Ravel como al del propio Mussorgsky, pero a la que no se le puede negar atractivo dentro de su marcada irregularidad: si en el mercado de Limoges y la cabaña de la bruja la garra e inmediatez de la batuta enganchan por completo, el baile de los polluelos alcanza la excepcionalidad por su increíble claridad, acertadísimo colorido y nada inocente expresión. Por desgracia, en Bydlo se precipita de manera considerable, mientras que en el último número carece de grandeza y convicción. El trasvase a SACD pone bien de relieve la calidad de la toma sonora. (7)


8. Szell/Orquesta de Cleveland (Sony, 1963). Extraña y desconcertante la lectura en la que el maestro de origen húngaro acierta en la chispa y la picardía de los pollitos o el mercado de Limoges –desmenuzados de manera admirable–, interesa por la desazón que imprime al viejo castillo, se muestra poco poético en los pasajes meditativos de la Puerta de Kiev y evidencia una grave falta de concentración en el gnomo y Bydlo –dichas con exceso de nervio y muy de pasada–, mientras que en resto se queda en esa tan apreciable como rutinaria solidez que generalmente asociamos a su arte. Buen sonido en SACD, con apreciable gama dinámica y buenos graves. (7)


9. Ansermet/Orquesta de la Suisse Romande (Decca, 1964). Rápida, fluida y animada interpretación, muy sensible en la tímbrica, en la que el maestro pasa un tanto de largo ante los pasajes más atmosféricos de la música -gnomo, catacumbas, sección central del último número– pero acierta cuando tiene que ofrecer sensualidad –castillo, Tullerías–, picardía –refinados pollitos– y efervescencia –Limoges–. Se queda muy corto en el juego dinámico de Bdylo –que es cosa de Ravel y no de Mussorgsky–, al tiempo que descubre una trompera especialmente cascarrabias en los dos judíos que anticipa el tratamiento de un Solti. La orquesta, lástima, tiene unos metales que se quedan cortos en una obra de lo más exigente para ellos. (7)


10. Giulini/Orquesta Philharmonia (DVD EMI, 1964). Que rondando los cincuenta años el maestro de Barletta todavía podía madurar más como director lo demuestran estos Cuadros en general magníficamente trazados, muy equilibrados –de momento, la cosa cambiará más adelante– entre el mundo de Mussgorgsky y el de Ravel, y dichos con convicción, intensidad y garra dramática, pero todavía por pulir en algunos aspectos. El Giulini más inspirado y personal está ya presente en el viejo castillo, en las Tullerías y los pollitos, pero en otros momentos se echa de menos una mayor creatividad y atención al detalle; Bydlo resulta flojísimo. En cualquier caso, lo interesante de esta filmación es lo que se ve: la gestualidad facial de Giulini es aquí mucho más variada y expresiva que en otros testimonios videográficos que de él conservamos. (8)

 

11. Schippers/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1965). Aunque ello no le impida paladear con delectación El viejo castillo ni hacer gala de un excelente sentido del humor en los pollitos –admirablemente desmenuzados–, la de Schippers es una interpretación que mira antes al mundo de Mussorgsky que al de Ravel, lo que significa que hay poco de sensualidad, de elegancia y de refinamiento y mucho de carácter bronco, de sonoridades rústicas, ocres y escarpadas, de tensión dramática, todo ello bien controlado por una batuta ágil y de elevado sentido teatral, pero muy atenta a la claridad y que sabe –ni siquiera en un Mercado de Limoges particularmente bullicioso– no dejarse llevar por la precipitación. A destacar la circunstancia de que en Bydlo, la pieza más alterada por Maurice Ravel, Schippers parece mirar a la idea del original pianístico antes que a la del compositor francés. (8)

 

12. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1965-66). El de Salzburgo tenía que volver a grabar la obra con su nueva orquesta y su nuevo sello. Lo cierto es que la Berliner Philarmoniker no supera a la increíble Philharmonia, pero Karajan sí que mejora su anterior recreación olvidándose hasta cierto punto –hay más de un amaneramiento en los paseos– de los preciosismos de antaño y procurando ofrecer la variedad expresiva y la emoción que entonces se echaban en falta. El gnomo y la bruja, por ejemplo, se encuentran recreados con garra e incisividad muy apropiadas, si bien en otros números el maestro no se resiste a soltarse la melena: en la Gran puerta de Kiev las secciones luctuosas suenan insinceras, y todo lo demás es puro exhibicionismo para epatar al personal. La toma es buena, algo seca; la recuperación en HD otorga relieve a la cuerda grave berlinesa, pero el bombo suena plano. (8)


13. Ozawa/Sinfónica de Chicago (RCA-Sony, 1967). Diez años después de la grabación con Reiner, la orquesta norteamericana –por entonces en la etapa Martinon– reafirma su liderazgo absoluto en esta obra con una interpretación, eso sí, de línea muy diferente a la del director húngaro. Con el oriental se pierde buena parte de la electricidad, la garra dramática y la sana rusticidad sonora de entonces -aunque no se trata en absoluto de una interpretación descafeinada: en el joven Ozawa aún no había hecho acto de presencia la blandura–, pero a cambio se gana considerablemente en elegancia, refinamiento y sensualidad, añadiendo un sentido del color mucho menos ocre y más pastel. En definitiva, de mirar a directamente a Mussorgsky se pasa a llegar a un punto de compromiso con el mundo raveliano anunciando lo que con la misma orquesta hará Giulini años más tarde. A destacar en esta versión de RCA, admirablemente reprocesada por Sony, la singular belleza que alcanzan las Tullerías y el carácter más bullicioso que trepidante de Limoges. Muy flojo Bydlo. (8)


14. Giulini/Sinfónica de Chicago (DG, 1976). Pasan ahora nueve años y la CSO vuelve a la carga. Pero no con su nuevo titular, que se reservaría para más adelante, sino con un Giulini que paradójicamente nunca hizo hincapié en la brillantez sonora de la orquesta, sino que más bien se sirvió de su infalible virtuosismo para galvanizar interpretaciones marcadas por la cantabilidad, la elegancia y la introversión. Es justamente lo que ocurre con estos Cuadros, no tan sensuales ni con tanta magia sonora como los de Ozawa –de momento: el italiano le superará en este y otros sentidos en su posterior grabación en Berlín–, pero sí más poéticos e inspirados. También mejor desmenuzados, siempre dentro de una línea bastante raveliana, aportando además de una impronta humanística –escúchese lo desolado de la trompeta en los judíos– marca de la casa, aunque no por ello carezca de tensión interna ni de grandeza –sin ápice de ampulosidad– en un final en el que los portentosos metales de la orquesta ponen lo mejor de su parte. Magnífica la grabación. (10)

 

15. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (DVD Euroarts, 1978). La formación norteamericana asombra por su nivel de ejecución, pero la batuta de Ormandy se muestra plana y escasamente creativa, alternando números de muy estimable solvencia, como los pollitos o los judíos, con otros tan flojos como Bydlo. La Gran Puerta resulta precipitada y vulgar. La toma sonora no parece que fuera buena en origen, pero la pista en DTS parece aportar cuerpo y gama dinámica. (7)

 

16. Muti/Orquesta de Philadelphia (EMI, 1978). Tan solo un mes más tarde de la grabación con Ormandy, la formación norteamericana revalida su extraordinario nivel, pero esta vez bajo una batuta mucho más comprometida que ofrece exactamente lo que de ella podíamos esperar: una interpretación atractiva y personal, rápida en los tempi, áspera e incisiva en las sonoridades, nada preocupada por la belleza sonora, volcada en la tensión interna y la fuerza expresiva. Para ser genial le haría falta algo más de sensualidad tímbrica y una Puerta de Kiev más grandiosa y solemne. En todo caso, el enfoque es por completo coherente consigo mismo. (9)

 

17. Mehta/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1978?). Mediocre trabajo de los ingenieros de CBS para una interpretación en la que un Mehta ya por entonces más interesado en el estrellato que en el trabajo riguroso pasa con enorme facilidad de un castillo fraseado con sensibilidad, unos pollitos dichos con mucha picardía o de una bruja con apreciable garra a un Bdylo más bien vulgar o un final volcado en el efectismo, pasado por otros números dichos con gran profesionalidad sin nada en especial que señalar. La orquesta, que ha mejorado con respecto a la etapa Bernstein, sigue evidenciando limitaciones. En cualquier caso, el maestro acierta a tratarla con una tímbrica incisiva -judíos, Limoges- muy adecuada que apunta a Mussorgsky. (8)


18. Maazel/Orquesta de Cleveland (Telarc, 1979). Temprana toma digital, espléndida y de amplia gama dinámica, para una extrovertida, rápida y juvenil lectura que falla por sus evidentes altibajos de concentración, pero que hace gala de toda la imaginación y el sentido teatral que podíamos esperar en el irregular maestro norteamericano. (8)


19. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1980). En la misma línea de Reiner y, por ende, apartándose de la de Giulini, Sir Georg consigue resultados aún más redondos, aportando sobre el antiguo titular de la orquesta una dosis mayor de imaginación, de matices y de vuelo lirico. También, aunque parezca mentira, de tensión interna, sobresaliendo una Baba-Yaga electrizante como ninguna y una Puerta de Kiev de una grandeza y fuerza incomparables. Y todo ello servido con una depuración sonora extrema: la enorme vitalidad del maestro y su total renuncia al preciosismo en modo alguno van en menoscabo de la más absoluta atención al detalle. Una toma sonora sensacional hace que este testimonio sea el ideal para acercarse por vez primera a la partitura. (10)


20. Colin Davis/Concertgebouw (Philips, 1980). La asombrosa maleabilidad de la orquesta holandesa y la suprema musicalidad de sus solistas –admirables el saxo en el castillo y la tuba en Bydlo– es la gran baza de esta recreación dirigida por Sir Colin con elevada sensibilidad, rico sentido del color –maravillosa la toma–, gran atención al detalle -gnomo- y más de un apunte creativo muy original –muy flexible la agógica en Tullerías–, siempre dentro de una visión mayormente clásica y equilibrada, sin interesarse mucho por la electricidad –se echan de menos chispa en su Mercado de Limoges y garra en su Baba Yaga–, pero también sin excederse en lo raveliano, y sabiendo ofrecer una buena diferenciación expresiva entre los mundos sonoros de cada cuadro. Sir Colin se muestra extrovertido y humorístico cuando debe y ofrece poesía cálida sin necesidad de bañarlo todo con un barniz otoñal como Celibidache o el Giulini tardío. (9)

 

21. Celibidache/Sinfónica de Londres (DVD NHK, 1980). Edición oficial japonesa –la importación me costó bien cara– con imagen y sonido superiores a la medie televisiva de la época de una filmación de la NHK que recoge la más ortodoxa y equilibrada de todas las aproximaciones de Celi a esta página. Los tempi son relativamente lentos, pero no se puede decir que desfiguren la obra ni que atenten contra la teatralidad que necesita. No hay excentricidades, y sí refinamiento tímbrico, sensualidad y mucha poesía –no toda la posible en el viejo castillo– en una aproximación cien por cien raveliana, maravillosamente desmenuzada, en la que sobresalen un encantador baile de los pollitos –a velocidad normal, curiosamente–, unas catacumbas más atmosféricas que terroríficas y una Puerta llena de grandeza. La orquesta, en su tan breve como complicada relación con el rumano, demuestra categoría más por sonoridad global que por el detalle: las pifias son numerosas. (9)

 


22. Abbado/Sinfónica de Londres (DG, 1981). A punto de empezar el gran giro a peor en su carrera, Abbado a sus cuarenta y ocho años es todavía un director más interesado por la intensidad en la expresión que por el mero sonido y, tratando con verdadera mano maestra a una orquesta que no estaba a la altura de las primerísimas europeas, nos entrega una recreación muy equilibrada entre Mussorgsky y Ravel, escarpada cuando debe serlo, pero también de apreciable refinamiento. Hay que destacar la enorme teatralidad del gnomo, la efervescencia del mercado de Limoges y, sobre todo, la fuerza tremenda de la Gran Puerta de Kiev. Sorprenden Bydlo por su lentitud –soberbio tratamiento de la dinámica– y los pollitos por ser más delicados que humorísticos. Notable grabación en el desaparecido Kingsway Hall. (9)

 

 

23. Previn/Filarmónica de Viena (Philips, 1985). Una pena que la Wiener Philharmoniker no haya tenido mucho éxito en sus escasas grabaciones de la página. En esta todo se encuentra en su sitio, expuesto con estilo irreprochable y musicalidad evidente, pero con la excepción de unos espléndidos castillo y judíos, Previn no se muestra muy inspirado ni creativo: se limita que la orquesta luzca su hermosísima sonoridad. Tampoco la toma sonora es la mejor posible, resultando algo turbia y reverberante. (8)

 

 

24. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca, 1985). Interpretación fluida, vistosa y elegante la del maestro suizo, que planifica de manera irreprochable y sabe destilar el adecuado carácter descriptivo y apreciable comunicatividad. Pero es también la suya un tanto rutinaria y lineal, ajena tanto a la poesía de los directores que optan por un enfoque más bien otoñal y raveliano como de la electricidad y la garra dramática de los que prefieren acercarse a Mussorgsky. Artesanía de primerísima calidad envuelta en toma sonora de lujo (8)

 

25. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1986). El de Salzburgo nos deja su versión “madura” de la obra, de nuevo todo un muestrario de opulencia y brillantez, de refinamiento y sentido del color, como también de contrastes extremos tanto en la dinámica como en la expresión: eso de ofrecer sonoridades en extremo mórbidas para luego desplegar todo el aparato efectista es auténtica marca de la casa. Dicho esto, Karajan está aquí bastante más implicado que en su antigua grabación para EMI y no se desmelena tantísimo como en su posterior registro para el sello amarillo. A la postre, una interpretación dicha de cara a la galería, pero ante la que resulta muy difícil resistirse. (9)

 

26. Karajan/Filarmónica de Berlín (DVD Sony, 1986). Afirma la página oficial de Karajan que esta filmación se realizó al día siguiente –22 de febrero– del registro en audio. Difícil creerlo: conociendo al maestrissimo, lo que se oye saldrá probablemente de la combinación del vivo, del estudio y de no sé cuántos ajustes pensados en función de la imagen. En cuanto a lo que se ve, parece claro que los planos del director proceden del evento, mientras que los de la orquesta son, en su gran mayoría, playbacks “por familias” tan descarados que en más de un momento –atención a Catacumbas, con los metales colocados en posición piramidal coronados por el tam-tam y bañados por una luz irreal– rozan el ridículo. Casi mejor quedarse con el CD. (9)

 

 

27. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1986). La gran baza de esta grabación –espléndida en lo técnico pese a resultar algo reverberante– es la orquesta holandesa, que la batuta modela con enorme plasticidad poniendo en evidencia la seguridad y el virtuosismo de todas sus familias, pero también una enorme musicalidad en sus correspondientes solistas. En lo interpretativo es una lectura ante todo extrovertida e inmediata, de carácter muy narrativo, capaz de sonar poderosa y también de descender al detalle refinado sin caer ni en el efectismo ni en la blandura, y de enfoque en su punto justo entre Mussorgsky y Ravel, pero necesitada de una última vuelta de tuerca en imaginación y compromiso, sobre todo –aunque no en exclusiva– en los pasajes más sensuales y poéticos. El resultado evidencia a un director con enorme técnica que aquí carece de cosas interesantes que decir. (8)

 

28. Celibidache/Filarmónica de Múnich (Altus, 1986). Solo han pasado seis años desde su interpretación con la Sinfónica de Londres –ambas se registraron en Tokio, casualmente–, pero aquí las cosas funcionan de manera más desconcertante, porque ahora sí que hacen acto de presencia esos tempi extremadamente lentos que caracterizarían muchas de las interpretaciones de Celi en su etapa muniquesa, hasta el punto de que nuestra paciencia se pone a prueba ante tanta parsimonia en el fraseo y tanto silencio interminable. Por descontado que el colorido es riquísimo, la sensualidad enorme y la riqueza en detalles extrema, pero el conjunto resulta un tanto desarticulado y se pierde algo que en esta obra es esencial: el sentido narrativo. En cualquier caso, catacumbas y la Gran Puerta de Kiev resultan, aunque hinchadas, otra vez imponentes. La orquesta bávara evidencia limitaciones. Algo difusa la toma sonora; en contrapartida, presenta mucho relieve y una amplísima gama dinámica. (9)

 

 

29. Sinopoli/Filarmónica de Nueva York (DG, 1989). Esta interpretación sobresale por el proverbial sentido del color del malogrado maestro veneciano. Un color contrastado e incisivo, mirando por un lado a Mussorgsky y por otro al universo expresionista tan caro a Sinopoli. El problema es que, en su empeño en clarificar el tejido orquestal y en que escuchemos cosas nuevas, cosa que consigue con creces, su fraseo resulta poco natural, un tanto rebuscado. Con frecuencia incluso trabajoso, cayendo incluso en una alarmante flacidez al retratar a Baba-Yaga. Lo mejor, quién lo diría, un Mercado de Limoges animado y colorista como pocas veces se ha escuchado. Estupenda la toma. (8)

 

 

30. Giulini/Filarmónica de Berlín (Sony, 1990). Al frente de una orquesta (¡todavía!) mejor que la de Chicago en los setenta, y decidiéndose por tempi más reposados, Giulini pierde notablemente en tensión interna e incisividad tímbrica para ofrecer una lectura depuradísima en lo sonoro, de una elegancia y sensualidad insuperables, fraseada con enorme nobleza, expuesta con verdadera magia tímbrica y recorrida en todo momento por la más exquisita poesía. Todo ello sin el menor espacio para la blandura, como tampoco para la retórica en una gran puerta de Kiev ahora mucho más lenta y solemne en la que los metales berlineses –mucho más controlados que con Karajan–, hacen que caigamos de rodillas sin que aquello suene aparatoso. En definitiva: la interpretación más raveliana de todas, y una de las mejores. (10)

 

 

31. Celibidache/Filarmónica de Munich (EMI, 1993). No hay novedad: Celi ofrece más de lo mismo. Personalidad, creatividad y poesía a manos llenas, colorido de sensibilidad extrema, pero también excesiva lentitud y pérdida de continuidad en el discurso. En cualquier caso, hay que conocer el resultado. (9)

 

 

32. Giulini/Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino (Opera di Firenze, 1993). Tres años después de su registro en Berlín, Giulini sigue siendo un maravilloso recreador de la página, pero ahora tiene que lidiar con una orquesta bastante inferior, lo que implica no solo que la ejecución va a estar menos conseguida, sino también que no puede diseñar los asombrosos reguladores de la anterior ocasión –Bylo– o que los metales no van a aterrorizar e imponerse tanto en los tres últimos números. En cualquier caso, hay que descubrirse ante la sensualidad del viejo castillo –irreprochable saxofón– o del muy depurado tratamiento de las maderas en los pollitos. La toma sonora deja que desear y se ve boicoteada por molestos golpes en los micrófonos. (8)

 

 

33. Muti/Orquesta de Philadelphia (Philips, 1990). Como era de esperar, el napolitano vuelve a ofrecer una interpretación musculosa, rotunda, directa y sincera, realizada de un solo trazo, ajena por completo a amaneramientos y fabulosamente planificada. También en esta ocasión se echa de menos un punto de sensualidad, incluso de sabor raveliano, como también de creatividad, pero en contrapartida hay números de infarto, como el gnomo, Bydlo, Limoges o Baba-Yaga, llenos de fuerza e intención. La gran puerta de Kiev sí que alcanza en este remake la solemnidad necesaria, sin caer en lo pesante pero ofreciendo toda la brillantez posible. Apabullante la orquesta, de sonoridad grave y muy empastada, recogida por una toma soberbia. (9)

 


34. Solti/Sinfónica de Chicago (DVD Sony, 1990). Aunque pareciera imposible, Solti repite e incluso mejora su enorme logro de diez años atrás en estudio en esta filmación en vivo realizada en el Suntory Hall de Tokio, ofreciendo una altísima dosis de teatralidad, desplegando la más rica gama de colores imaginable –rústicos e incisivos– y extrayendo las mayores dosis de brillantez y virtuosismo posibles de su orquesta, entregada al máximo. Verdad es que no todo es insuperable: el gnomo podría estar mejor desmenuzado, en el viejo castillo se echa de menos la poesía de un Giulini o un Celibidache, las Tullerías se podrían plantear en plan menos gamberro, con mayor ternura, y en Bydlo se han escuchado interpretaciones aún más implacables. Sin embargo, nadie –repito: nadie– ha alcanzado a Solti en la vivacidad que ofrecen los pollitos, en la incisividad del retrato de Schmuÿle como viejo cascarrabias –no como pobre que suplica–, en el carácter trepidante del mercado de Limoges, en el terror que producen las catacumbas y en la electricidad del vuelo de Baba-Yaga. La Puerta de Kiev, brillante y grandiosa como nunca se ha escuchado. (10)


35. Abbado/Filarmónica de Berlín (DG, 1993). Si alguien todavía no se cree que Abbado cayera en picado a lo largo de los ochenta, aquí tiene la prueba: frente a la fuerza y el compromiso de su registro de 1981, he aquí una lectura tan correcta como plana, insustancial e incluso aburrida. La orquesta es espléndida y no hay excesos, pero nada disimula la molesta sensación de flojera generalizada. Un fiasco. (6)

 

36. Svetlanov/Sinfónica de la BBC (BBC Music, 1999). He aquí una interpretación irregular, como lo fue el propio maestro moscovita. Empieza en exceso apresurada y nerviosa, pero que a partir de un Bydlo muy pesante y de unos pollitos llenos de encanto, consigue la concentración deseable y ofrece multitud de interesantísimos efectos tímbricos sin sacar nunca los pies del plato. De todas formas, Limoges podría tener un poco más de electricidad, y la Puerta de Kiev mayor grandeza. (8)

 

 

37. Gergiev/Filarmónica de Viena (Philips, 2000). Registro en vivo de muy amplia gama dinámica –toma a volumen bajo– para una interpretación típica de Gergiev: vistosa y de muy elevado sentido teatral, pero también vulgar y de cara a la galería, interesada mucho antes en extremar los contrastes tanto dinámicos como expresivos –sensual y un punto más suave de la cuenta el castillo–, incluso también en los tempi –en exceso rápidos los pollitos–, que en atender a la planificación de las tensiones o en enriquecer el fraseo con matices. En los dos últimos números el maestro se entrega por completo al desmelene decibélico, consiguiendo mucho más ruido que fuerza en la bruja o grandeza en Kiev. Si no fuera por la orquesta, de estupendos metales y una cuerda inigualable que luce su singular belleza en los pocos números en los que aquí adquiere protagonismo, sería una interpretación de escaso interés. (7)

 

 

38. Rattle/Filarmónica de Berlín (Blu-Ray Euroarts, 31 diciembre 2007). Aunque el carácter festivo del Concierto de San Silvestre se preste a ello, Rattle renuncia por completo al efectismo y a la búsqueda del aplauso fácil ofreciendo una interpretación trazada con pinceles muy finos y dicha con exquisito gusto, pero en la que quizá se recrea en exceso en las infinitas posibilidades de la Berliner Philharmoniker a la hora de ofrecer belleza sonora, echándose de menos en varios de los números carácter escarpado, garra dramática y fuerza expresiva, como también inspiración poética cuando le toca ser intimista. Quizá donde mejor da lo mejor de sí sea en unos Pollitos donde da rienda suelta a su habitual sentido del humor –mucho antes disentido que jocoso– y en un Mercado de Limoges dicho con tanta agilidad como frescura. Los dos últimos números también funcionan a pedir boca, no tanto por el compromiso de la batuta como por la increíble prestación de la orquesta. La toma, a volumen muy bajo, permite recoger una amplísima gama dinámica. (8)

 

39. Gergiev/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2010). Lo que saca adelante la versión es la increíble calidad de la orquesta y el altísimo virtuosismo de sus solistas, porque la dirección del ruso vuelve a ser más bien plana, lineal y rutinaria. Los matices son escasos y poco convincentes, aunque al menos esta vez no cae tanto en el efectismo. (7)

 


40. Van Immerseel/Anima Eterna Brugge (Zig-Zag, 2013). La renovadora paleta tímbrica que ofrecen los instrumentos originales –originales de tiempos de Ravel, se entiende– son lo único interesante de esta deslavazada, flojísima lectura en la que el maestro belga no solo se muestra incapaz trazar la arquitectura con suficiente tensión interna –la falta de electricidad en algunos números resulta alarmante-, sino también prosaico en la expresión, tímido cuando no le corresponde –pobre Schmuÿle– e imaginativo en el peor de los sentidos (¡ese portamento del saxofón al final del segundo cuadro!). Tampoco es muy allá desde el punto de vista técnico: el trazo no es refinado, las transiciones son más bien chapuceras y la orquesta no suena muy allá. Así las cosas, sorprende que Kiev sea lo más convincente del conjunto. Toma sonora de muy buena calidad, con más reverberación de la cuenta. (5)

 

 

41. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Mariinski, 2014). Más voluntarioso aquí –menos efectista en los dos últimos números– que en anteriores ocasiones, Gergiev vuelve a ofrecer una interpretación colorista y animada sin poder disimular el limitado vuelo poético de su batuta, como tampoco la parquedad de sus aportaciones –más bien de trazo grueso– ni su tendencia a la precipitación e incluso a la chapuza –pollitos–, por no hablar de su más bien primaria planificación al frente de una orquesta bastante inferior a Viena y Berlín. La bondad de la toma no redime la discreción de los resultados. (7)

 

 

42. Dudamel/Filarmónica de Viena (DG, 2016). El joven maestro ofrece trazo fino, elegancia y exquisito gusto, sensualidad y poesía, pero –extrañamente, dado su habitual carácter extrovertido– no mucha garra, potencia expresiva, sentido teatral o contrastes. Tampoco se muestra rico en matices: quitando algún detalle interesante aquí y allá, da la impresión de que el venezolano hubiera puesto el piloto automático. Que el gnomo esté dicho un tanto de pasada, Bydlo suene algo alicaído – impresionante la tuba, eso sí– y a la bruja le falte fuerza no deja de decepcionar. En contrapartida, las Tullerías o los pollitos estén dichos con mucho encanto, mientras que Limoges se desarrolla con una enorme agilidad. Toma mejorable: la orquesta suena con naturalidad, pero un poco difusa y sin mucha pegada. (8)

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