ACTUALIZACIÓN
Esta entrada se publicó inicialmente el 14/04/2013. Esta actualización es provisional, a la espera de añadir otras interpretaciones de importancia.
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Uno está ya acostumbrada a leer a ciertos críticos afirmaciones para enmarcar, pero aun estando curado de espanto hay ciertas cosas que le hacen a uno partirse de risa. Es el caso de lo que leí hace poco: que el Romeo y Julieta de Tchaikovsky es una obra “opulenta y estruendosa” que “no llega al corazón”. En desagravio a tan suprema pedantería –meterse con las obras del gusto del público más popular queda muy moderno y muy comprometido– , quede aquí esta improvisada, y por ende incompleta, discografía comparada sobre el bellísimo, sincero y altamente emotivo (¡mal que le pese a algunos!) poema sinfónico inspirado en Shakespeare del autor ruso.
1. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1957). No debe
extrañar que mucha gente se quede con las cosas que hacía Bernstein
antes de su madurez –aquí no había cumplido aún los treinta y nueve–,
porque ofrecía una mezcla de frescura, brillantez, flexibilidad y
sentido teatral que te atrapaba desde el primer hasta el último minuto.
Ahora bien, él mismo dejaría claro con sus grabaciones posteriores que
en este registro faltan el misterio, la sensualidad y la poesía que
demandan los pentagramas, mientras que los clímax dramáticos resultan
mucho antes epidérmicos que sinceros. Tampoco la orquesta es nada del
otro mundo, e incluso los metales rajan lo suyo. La toma, estereofónica,
se ha mostrado muy digna para la época después del reprocesado a 192
KhZ. (7)
2. Maazel/Filarmónica de Berlín (DG, 1957). Resulta asombroso que un director de tan solo veintisiete años, atreviéndose a ponerse delante de la orquesta de Karajan, sea capaz de levantar la introducción a esta obra con semejante lentitud cargándola de tensión y malos presagios, paladeando volúmenes sonoros y colores de manera magistral y dotando al pasaje de convicción, sin quedarse en el mero exhibicionismo. El resto no alcanza semejante nivel, pero es notabilísimo: escenas de violencia muy electrizantes aunque algo apresuradas, frente a unas escenas de amor sin toda la sensualidad posible, si bien el segundo clímax resulta verdaderamente incendiario. Sonido monofónico de buena calidad. (8)
3. Markevitch/Orquesta Philharmonia (Testament, 1959). Interpretación sincera y directa, de sonoridad rústica e incluso bronca, que adopta un enfoque adusto, dramático e incendiario, atendiendo poco a la voluptuosidad, a la sensualidad y al lirismo y mucho a la vertiente más trágica de la obra. Conoce grandes arrebatos, destacando en este sentido la segunda sección amorosa, de una fuerza abrasadora y enorme desesperación, hasta llegar a una tragedia final expuesta de manera implacable y cerrada con una coda hiriente a más no poder. En cualquier caso, no renuncia el maestro a la concentración en el fraseo ni al sentido de la arquitectura. Magnífica la grabación. (9)
4. Karajan/Filarmónica de Viena (Decca, 1960). Grandes contrastes
dinámicos, brillantez y refinamiento en grado extremo, empaste perfecto, enorme
belleza sonora, numerosos detalles de preciosismo, pasajes un tanto lánguidos
que bordean el amaneramiento, explosiones orquestales más de cara a la galería
que sinceras… Todas las características del Karajan más puro se encuentran, para
lo bueno y para lo malo, en esta recreación que concide el virtuosismo como fin
y no como medio. Impresiona, pero no emociona.
(7)
5. Sargent/Royal Philharmonic Orchestra (EMI, 1960). Poco hay que decir sobre esta interpretación de Sir Malcolm, muy bien tocada y más que correcta en lo expresivo, pero aquejada de una evidente discontinuidad dramática y no todo lo emotiva que debería. A destacar, en cualquier caso, la sonoridad muy rusa que extrae de las maderas –escena “medievalizante” del prólogo– y el apropiado alejamiento de la dulzura y el amaneramiento. La toma sonora no es muy allá, si bien posee una amplia gama dinámica.
(7)
6. Munch/Sinfónica de Boston (RCA, 1961). Una introducción desconcentrada y sin misterio ya nos alerta que no nos vamos a encontrar ante una recreación especialmente afortunada. Efectivamente, la predicción se cumple en esta lectura muy bien tocada y sostenida por un pulso adecuado, pero dicha con bastante apresuramiento, sin pararse a paladear las maravillosas melodías ni a diferenciar los diferentes ambientes ni las gradaciones de tensión que requiere la página. Se escucha con indiferencia y se olvida. La toma tampoco es muy allá.
(7)
7. Giulini/Philharmonia (EMI, 1962). Parece mentira, pero aun teniendo a su servicio a la que por entonces era la mejor orquesta del mundo y sabiendo hacer gala de la musicalidad y el exquisito gusto –nada de excesos ni melifluidades– que en él son habituales, Giulini se muestra sorprendentemente falto de inspiración en una lectura lineal, parca en sensualidad y poesía, algo desconcentrada y más externa que sincera. La toma sonora deja un tanto que desear.
(7)
8. Haitink/Concertgebouw (Philips, 1964). Una introducción lenta, ominosa y muy concentrada da paso a una lectura muy bien planteada en su gradación de intensidades dramáticas y amorosas, en una línea ortodoxa, sobria y objetiva, ajena a efectismos, pero un tanto sosa, en exceso distanciada: puro Haitink, pero no del mejor posible. El holandés lo hará de manera más satisfactoria décadas más tarde.
(8)
9. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1966). La interpretación ha mejorado con
respecto a la del propio salzburgués seis años atrás. Han desaparecido algunos de
los portamenti y otros rebuscamientos, el segundo clímax amoroso es ahora más
ardiente y, desde luego, la Filarmónica de Berlín ofrece una sonoridad más
adecuada para esta obra que la de Viena. Pero las languideces, la insinceridad y
la obsesión por el sonido siguen ahí desde el arranque hasta los excesivamente
opulentos e hinchados acordes finales. Karajan sigue siendo Karajan.
(8)
10. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1972). La excelencia del Tchaikovsky –y no solo del Tchaikovsky– que Previn registró al frente de la LSO a lo largo de los años setenta no debe buscarse en genialidad alguna ni en una personalidad particularmente poderosa, sino en la convergencia de un gran dominio técnico, conocimiento del idioma, sensatez, buen gusto, pulso en absoluto nervioso y una apreciable dosis de inmediatez y comunicatividad. Es el caso de esta magníficamente ortodoxa recreación en la que el maestro consigue un sonido muy certero, carnoso y de color ocre, hace frasear a la cuerda con la cantabilidad típicamente tchaikovskiana y alcanza los clímax dramáticos plena lógica y naturalidad. El sello británico debería recuperar este registro con su sonido cuadrafónico original.
(9)
11. Ozawa/Sinfónica de San Francisco (DG, 1972). Lectura tan vistosa como superficial por parte de un director claramente inmaduro que, frente a la enorme electricidad que sabe ofrecer en los pasajes de los duelos, no es capaz de desplegar misterio en la introducción ni poesía en la conclusión, ni de diferenciar las dos escenas de amor ofreciendo delicadez en la primera y sensualidad en la segunda –volcánica, eso sí–. La toma sonora resulta reverberante. (7)
12. Muti/Orquesta Philharmonia (EMI, 1976). El maestro napolitano nos ofrece la interpretación que en él podíamos esperar, dramática y directa al grano, de altísimo voltaje en las escenas de lucha (¡tremenda la primera de ellas!) y voluptuosa, aunque dejando en exceso de lado lo que de sensual y tierno hay en esta música, las de amor. Todo ello, por descontado, haciendo gala de ese sonido denso y musculado, pero no exento de la adecuada aspereza, que tanto le gusta a Muti. (8)
13. Rostropovich/Filarmónica de Londres (EMI, 1977). Lo que hace portentosa esta interpretación –como la de todo el Tchaikovsky que Rostropovich grabó en su faceta de director en los años setenta– es exactamente lo mismo que convirtió al de Baku en un violonchelista genial, a saber, un fraseo de una cantabilidad, una ternura –pocas veces o ninguna se habrá escuchado así la primera escena de amor– y un humanismo de primera magnitud que cuando llega el momento de arrebatarse lo hace con un absoluto control de los medios, sin excesos ni desbordamientos, dejando a la música respirar con la mayor naturalidad dentro de la incandescencia. Sumemos a estos una gran plasticidad en el tratamiento de la masa orquestal –Rostropovich tenía gran técnica de batuta–, una excelente construcción de los clímax y una gran convicción para hacer que la orquesta ofrezca lo mejor de sí misma –impresionante el timbal en la escena de la muerte de los amantes– y comprenderemos por qué esta realización, sin ser tan personal y creativa como otras, sigue siendo descomunal. (10)
14. Bernstein/Filarmónica de Israel (DG, 1978). Han pasado veintiún años desde el registro para CBS. Ahora nos encontramos con un Lenny ya en plena madurez y, por tanto, con absoluto control de unos medios que, tomándose las cosas con más calma y concentración –20’14 frente a los 19’22 de antes– e interesándose mucho más por el misterio, el refinamiento y la magia poética, ofrece una verdadera lección de idioma, de cantabilidad y de sensualidad en el fraseo, de lógica en la planificación, de sentido dramático y, sobre todo, de intensidad expresiva. Nos ofrece así una recreación que, sin ser la más negra o áspera posible, destila una intensísima mezcla de pasión y sentido trágico. Sobresale en este sentido el segundo clímax amoroso –de los que humedecen los ojos– y la muy virulenta y desesperada sección agitada final. La orquesta, en absoluto de primera fila y quizá sin ofrecer toda la depuración sonora posible, rinde al límite de sus posibilidades. (9)
15. Colin Davis/Sinfónica de Boston (Philips-Pentatone, 1979). La nobleza, la elegancia, el refinamiento y el equilibrio propios del maestro británico se imponen en esta interpretación excesivamente apolínea para una obra que está pidiendo pasión a gritos, pero que en cualquier caso está fraseada con una naturalidad admirable y, eso desde luego, está soberbiamente tocada por la orquesta norteamericana. Muy buena la toma sonora cuadrafónica recuperada por Pentatone.
(8)
16. Ormandy/Philadelphia (DVD Arthaus, 1979). La orquesta realiza una labor verdaderamente impresionante desde el punto de vista técnico, pero la interpretación que realiza el mítico y un tanto sobrevalorado maestro muy rutinaria, plana e impersonal, que comienza bastante fría y aséptica y sólo en el segundo clímax empieza a destilar emoción. A olvidar.
(7)
17. Barenboim/Sinfónica de Chicago (DG, 1981). Al frente de una orquesta sensacional, muy aprovechada y trabajada con una gran claridad, un Barenboim aún en su primera madurez como director ofrece una recreación particularmente dramática y sombría, antes que sensual, en la que la batuta desgrana minuciosamente la partitura otorgando un poderosísimo sentido expresivo a los colores y al fraseo, y en la que la tensión se acumula de manera implacable para conseguir clímaxs tan poderosos como desgarrados y un final terriblemente siniestro. (10)
18. Chailly/Orquesta de Cleveland (Decca, 1984). La admirable labor de ingeniería de Decca –natural, equilibrada, transparente– ponen de relieve las grandes virtudes de esta recreación, que no son sino las puramente formales, trazo perfectamente controlado, depuración sonora, naturalidad y vuelo lírico en el fraseo, excelente planificación hacia los grandes picos dramáticos. En este sentido, los pasajes que narran las confrontaciones entre Montescos y Capuletos funcionan francamente bien, aun sin ser las más viscerales posibles. Las dos grandes secuencias líricas, por el contrario, carecen de esa peculiarísima mezcla de sensualidad y carácter agónico que esta música necesita. (8)
19. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1986). Muy distinto el enfoque del titular de la formación norteamericana del que hizo gala el invitado Barenboim seis años atrás. Sir Georg es mucho menos denso y sombrío, también menos doliente y menos visionario. Su lectura es ante todo narrativa, brillante y teatral en el mejor de los sentidos, fresca y comunicativa a más no poder, pero aunque no podemos dejar de maravillarnos ante cosas como la perfecta planificación del trazo global, o la plasticidad con que el maestro trata a su orquesta –tremendos los contrabajos en la introducción, admirablemente recogidos por una toma soberbia–, queda la sensación de que la poesía no termina de aflorar ni en los momentos más líricos ni en los dramáticos, y que pasajes como toda la disolución final podía haber estado paladeada con mayor concentración y fuerza expresiva. (8)
20. Muti/Orquesta de Filadelfia (EMI, 1988). Tal vez por un proceso
de maduración personal, quizá por tener al frente una formación menos
áspera y más suntuosa que la Philharmonia de doce años atrás, o quizá
modificada nuestra perfección por una toma muy superior –aunque también a
muy bajo volumen– que la de entonces, lo cierto es que el napolitano
parece mejorar un poco los resultados previos en una lectura que, en
cualquier caso, resulta bastante similar a la grabada en su juventud. A
destacar una introducción en la que el mórbido tratamiento de la cuerda
otorga una muy particular mezcla de misterio y sensualidad, así como el
último clímax amoroso, lleno congoja. (9)
21. Abbado/Sinfónica de Chicago (1988). La orquesta norteamericana sigue siendo impresionante, pero está menos aprovechada en lo expresivo que con Barenboim. En cualquier caso la batuta consigue de ella una muy notable interpretación, bien trazada y muy brillante, con un clímax amoroso final muy apasionado, pero que resulta más vistosa que sincera, algo superficial, necesitando una mayor implicación emocional y sobrándole alguna delicadeza, como esos violines ingrávidos propios del Abbado maduro, que llega a molestar. El maestro tiene otras dos grabaciones, ambas en DG, que desconozco. (8)
22. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (DG, 1989). Un Lenny en su momento de mayor madurez como director ofrece, frente a su amada orquesta neoyorkina de la que había sido titular, una interpretación comprometidísima, y imaginativa y muy flexible, aunque no por ello cercana precisamente al descontrol, pues está en realidad muy bien calculada en su acumulación de tensiones y en la diferenciación de los dos clímax amorosos, tierno e inocente el primero, sexual y paroxístico el segundo. Hay además grandes dosis de electricidad y dramatismo, con un final impactante, sin llegar a las cotas de negrura de Barenboim, pero aportando una mayor sensualidad y frescura. En cualquier caso, una lectura tan personal como extraordinaria.
(10)
23. Haitink/Filarmónica de Berlín (DVD TDK, 1993). El holandés ahora sí que da lo mejor de sí mismo en una interpretación sobria, adusta y objetiva pero llena de fuerza y tensión, poco “amorosa” pero sobrecogedora por su potencia dramática, por no hablar de su alejamiento de cualquier superficialidad o decadentismo, su enorme claridad y el sonido de la magnífica orquesta, en cuyos timbres oscuros la batuta se recrea. En definitiva, una espléndida lectura en la línea de la primera de Barenboim, sin alcanzar su excelso grado de inspiración.
(9)
24. Barenboim/Sinfónica de Chicago (Teldec, 1995). El de Buenos Aires y los de Chicago repiten obra empeorando los resultados. De nuevo se trata de una interpretación oscura y dramática, sin concesiones, pero aquí la concentración es mucho menor por parte de la batuta, que no paladea cada pasaje con tanta delectación, no ofrece una arquitectura global tan lograda ni, en definitiva, logra la intensidad emocional de su anterior versión, aunque haya momentos muy impactantes. La toma sonora es muy buena, pero tampoco está del todo conseguida. Un fiasco.
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25. Gatti/Royal Philharmonic (Harmonia Mundi, 2003). El desigual y desconcertante Gatti, en general mediocre tchaikovskiano, construye una interpretación irregular que va de menos a más. Comienza con una introducción desmayada, sin densidad. Siguen una sección agitada en exceso nerviosa, más una primera escena de amor en exceso delicada, blanda e insustancial. A partir de ahí se va entrando en calor y se ofrecen muy buenos momentos, aunque el resultado es más vistoso que profundo. La grabación ofrece una muy amplia dinámica, aprovechada a fondo por un director empeñado en ofrecer pianísimos casi inaudibles y fortes de gran volumen.
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26. Gergiev/Sinfónica de Londres (YouTube, Proms 2007). Vistosa y encendida recreación, de espléndida factura y sonoridades muy rusas, dicha con entusiasmo y mucha garra, que a la postre resulta algo epidérmica e impersonal, amén de un tanto nerviosa y falta de concentración. Los que estuvimos en esa sesión de los Proms –se me ve en más de un momento de la filmación de la misma– lo pasamos bien, pero cuando se realizan las comparativas pertinentes las cosas se ponen en su lugar.
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27. Ion Marin/Filarmónica de Berlín (Blu-ray, Euroarts, 2010). La estrella del concierto anual de la Berliner Philharmoniker en el Waldbühne no fue un director de orquesta, como es habitual, sino Renée Fleming. El rumano Ion Marin se limitó a acompañar a la diva y a ofrecer alguna página orquestal, entre ellas este
Romeo y Julieta dicho con excelente gusto y, desde luego, maravillosamente tocado, pero bastante plano e insulso, amén de no muy bien planificado en lo que a las tensiones se refiere, ya que por momentos suena descafeinado. El sonido multicanal no parece surround auténtico, ni siquiera en el DTS Master-audio del Blu-ray.
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28. Dudamel/Sinfónica Simón Bolívar (DG, 2010). Introducción lentísima y muy atmosférica, aunque no del todo tensa. Correcta la primera sección dramática. Primera sección lírica con pianísimos extremos y blandos portamentos que conducen a la cursilería. Bien la segunda sección dramática, buscando siempre la brillantez pero sin caer en el exceso. Segunda sección lírica muy bella y voluptuosa, pero no tan ardiente y desesperada como con otros directores. Última sección dramática muy vistosa, con coda de gran belleza y no mucha negrura. Acordes finales más contundentes que desgarrados. En una palabra, irregular.
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29. Nelsons/Concertgebouw (YouTube, 2011). Una interpretación sólida, ortodoxa y sensata a más no poder, expuesta con inmejorables fluidez, naturalidad y comunicatividad, en la que más que cargar las tintas sobre los aspectos dramáticos de la página o dejarse llevar por arrebatos amorosos, el director letón pone énfasis en la enorme carga sensual de la partitura, particularmente en un arranque y un final mucho antes sentimentales –en el buen sentido– que nihilistas. A todo ello no es ajena la capacidad de la batuta para frasear con asombrosa morbidez ni la calidad de una orquesta que sabe desplegar los más cálidos colores imaginables. Con imágenes, la mejor.
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30. Nézet-Séguin/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2012). El joven maestro canadiense construye una versión de amplio calado sinfónico dicha en un solo trazo, perfectamente delineada en sus tensiones hacia la segunda escena de amor, brillante en su punto justo y por completo ajena tanto a la blandura como a cualquier clase de devaneo sonoro, siempre dentro de un enfoque más sombrío que sensual, es decir, más en la línea de la primera grabación de Barenboim que de la última de Bernstein. Desdichadamente el resultado, siempre dentro de un nivel notable respaldado por la excelencia de la orquesta berlinesa, se ve lastrado por una extraña sensación de frialdad, de distanciamiento expresivo e incluso de falta de ideas, que denota cierta falta de madurez por parte del director.
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