Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
jueves, 28 de febrero de 2013
Orgulloso de ser andaluz
martes, 26 de febrero de 2013
Minkowski y la “sinfonía imaginaria” de Rameau
¿Y la interpretación? Pues empeoro mi impresión inicial, que era positiva: irreprochable desde el punto de vista filológico y llena de esa energía, esa extroversión, ese gran sentido teatral y esas ganas de comunicar que caracterizan al director francés, eso es indudable, pero también muy basta, vulgar y de cara a la galería. En realidad Minkowski hace lo de siempre, que es ni más ni menos que lo habitual en los directores que buscan el aplauso por la vía fácil: irse a los extremos de la gama dinámica sin cuidar las gradaciones intermedias, contrastar todo lo posible los tempi haciendo más lentos los lentos y precipitándose en los rápidos, agitar a la orquesta en plan efectista sin atender al detalle y abusar de la percusión. Todo muy vistoso y muy primario.
También es cierto que en esta ocasión no hay problema a la hora de confundir, como le pasa tantas veces a este señor, el vuelo lírico con la frivolidad o la cursilería, entre otras cosas porque la música rococó demanda una buena dosis de levedad bien entendida; Minkowski sintoniza con ello plenamente y de este modo ofrece momentos “reposados” francamente bellos. Por eso mismo, y por las virtudes antedichas, no creo que se trate de un mal disco, sino más bien de una realización irregular que no hace plena justicia a la calidad de la música de Rameau como si lo han hecho, también en el terreno de suites orquestales, Frans Brüggen y Jordi Savall: precisamente del doble compacto de este último titulado La orquesta de Luis XV me gustaría hablar pronto.
Les dejo con una pequeña comparación para aclarar las ideas: el célebre rondeau de los salvajes de Les Indes Galantes interpretado primero por el gran William Christie (en la fantástica producción con coreografías de la granadina Blanca Li) y luego por el señor Minkowski en plan... Pues eso, muy salvaje.
domingo, 24 de febrero de 2013
Así hacen todos
Pues bien, me la jugué y parece que he acertado, pues he charlado -de viva voz y por “guasap”- tras el estreno de hoy sábado 23 con tres amigos diferentes, dos de Madrid y uno de Sevilla, los tres por cierto muy fiables, y me han dicho cosas muy parecidas. Bueno, con respecto al señor Sylvain Cambreling, exactamente lo mismo: que su dirección ha sido “pésima” (según uno), “una mierda” (dice otro) y “lo peor que jamás he escuchado en ópera mozartiana” (el tercero). Y añaden todos ellos que flácida, sin vida, fuera de estilo y muy defectuosa en lo técnico, con la orquesta completamente perdida. Merece la pena copiarles -con permiso del autor, claro- lo que me ha escrito uno de ellos:
“Musicalmente no me creo que esto sea la capital de España: la orquesta es una basura y el director un puto batutero de mierda que no indica nada a los cantantes, que no hace matices ni saca provecho de una partitura tan excelsa. Encima lo hace todo lentísimo, como un oratorio: ha alargado el primer acto quince minutos respecto a una interpretación estándar.”Los cantantes, escogidos al parecer por su físico más que por sus cualidades vocales. Las parejas de amantes les han parecido correctas o menos que eso, mediocre el Don Alonso e impresentable la Despina. Encima los recitativos han sido al parecer rarísimos, con parones interminables que cortaban toda la tensión.
¿Y la escena? Pues al parecer ni disparatada, ni provocativa ni rompedora. En eso coinciden, aunque luego mis amigos se dividen: a uno de ellos le ha resultado aceptable, con ideas interesantes y otras fuera de lugar, al segundo sencillamente no le ha gustado y al tercero le ha parecido muy normalita en lo que a dirección de actores se refiere y poco acorde con las intenciones originales de los autores.
¡Tanto jaleo con el señor Haneke para esto! En cuanto a Cambreling… Miren ustedes, yo no he estado en el Così y por ende no le puedo criticar directamente. Lo que sí censuro es que a Mortier le haya importado un pito que en París acumulase críticas negativas con su Mozart. Así hacen todos; o si no todos, al menos muchos. Así hacen gestores, agentes y cantantes: imponer por el morro a sus amigos aun sabiendo que se van a cargar una función. Vamos, lo mismo que en política. Y luego pasa lo que pasa.
martes, 19 de febrero de 2013
Boulez dirige Wagner y Liszt
La Obertura Fausto es prototipo del Wagner interpretado por Boulez: un soberbio ejercicio de arquitectura, realizado con asombroso trazo e insólita claridad, al que le falta un verdadero interés por los aspectos expresivos. De hecho, la atmósfera fáustica brilla por su ausencia. Por eso mismo me interesa más la interpretación de Thielemann con la Staatskapelle de Dresde -menos transparente pero desde luego más idiomática- que completa la Sinfonía Fausto de Liszt comentada en la entrada anterior.
Poco interés guarda el Idilio de Sigfrido. Boulez traza las líneas con su consabido rigor, evita tanto la pesadez como la excesiva ligereza y sabe ofrecer el refinamiento que demanda esta obra sin caer -algo inimaginable en él- en lo blando ni en lo meramente ensoñado, pero el resultado no pasa de una excesivamente distanciada solvencia carente de idioma y, sobre todo, de la sensualidad y ternura aquí tan necesarias. En esta partitura el no va más lo marcan posiblemente Kubelik con la Radio Bávara (Sony, 1979) y Maazel con la Filarmónica de Berlín (RCA, 1999).
En cuanto a los Conciertos para piano de Liszt, a lo ya escrito aquí me remito. Para quien no quiera leer aquella entrada, resumo brevemente. Barenboim tiene problemas de dedos debido a la edad, sobre todo en el Primero, pero modela el sonido como un verdadero maestro, frasea con tanta naturalidad como flexibilidad y explora cada pliegue de la partitura con una musicalidad, una creatividad y un compromiso expresivo de primer orden. Boulez hace gala nuevamente de su impresionante sentido de la arquitectura y de su proverbial objetividad, pero se deja contagiar por el solista y sustituye la asepsia que exhibía en Wagner por una enorme tensión dramática bien balanceada con un nada desdeñable sentido de la atmósfera y, en el caso del Segundo, un adecuado sentido reflexivo. Los resultados son reveladores y perfectamente complementarios a los de las otra versiones de referencia, las más apolíneas e increíblemente bellas de Arrau con Colin Davis.
Ahora bien, ¿merece la pena realizar la compra si se tiene ya el CD, habida cuenta de que las dos páginas de Wagner no están muy bien servidas? A mi entender, la respuesta es afirmativa en caso de poseer en casa un equipo multicanal, porque el surround es francamente bueno y se consigue una extraordinaria calidad de sonido. Si no, puede pasarse de largo, aunque ver además de escuchar siempre resulta de interés.
domingo, 17 de febrero de 2013
Resumen denso, sesudo y profundo de la actual situación política en España
viernes, 15 de febrero de 2013
La Sinfonía Fausto de Liszt según Bernstein, Muti, Solti y Thielemann
La primera grabación es la que realizó Leonard Bernstein con la Sinfónica de Boston en julio de 1976, considerada por la mayoría de la crítica como gran referencia discográfica. Con toda justicia, a mi entender, porque Lenny ofrece una impresionante dirección: brillante, elocuente y muy sensual, nada retórica ni pesada, fraseada además con enorme comunicatividad, amplio aliento lírico y gran maleabilidad. El sentido teatral del maestro y su manera de hacer sonar fresco y espontáneo lo que está perfectamente planificado son grandes bazas a su favor.
Así las cosas, su interpretación resulta adecuadamente épica y llena de fuerza en un primer movimiento insuperable, paladeada con concentración en el segundo, incisiva en el tercero y visionaria en el coro conclusivo. La orquesta está sensacional y se amolda perfectamente a la batuta llena de plasticidad de Bernstein, que la trata con un refinamiento y un sentido del color admirables. Por desgracia, y estando muy bien el Tangelwood Festival Chorus, no convence un afalsetado Kenneth Riegel.
De esta recreación existen dos ediciones. Una de ellas es la de Deutsche Grammophon de toda la vida, editada en compacto con un sonido fabuloso salvo en el final, que no alcanza toda la gama dinámica posible. La segunda es la filmación realizada de modo paralela correspondiente a una sola velada, la del 26 del mes citado, que se encuentra en un DVD del sello Euroarts. Suena mucho menos bien que el CD, pero permite ver al maestro en acción; es justamente la misma que aquí le dejamos a través de YouTube. ¡Si no la conocen, no se la pierdan!
La segunda grabación que traigo es la de Riccardo Muti con la Orquesta de Philadelphia, registrada para EMI a principio de los ochenta. Es esta la versión mefistofélica por excelencia: electrizante, llena de tensión, de tímbrica áspera y enorme garra dramática, alcanzando su cénit en un tercer movimiento furioso y enérgico como ningún otro. Espléndido el primer movimiento, no solo épico sino también aristado. El segundo es más anhelante y ardiente que poético, echándose de menos sensualidad y refinamiento. Irreprochable el final, beneficiado por el magnífico Westminster Choir College Male Chorus. Lástima que la voz de Gösta Wimbergh suene constreñida. Una interpretación a conocer, sin la menor duda.
La de Sir Georg Solti con la Sinfónica de Chicago, grabada por Decca en 1986 con una maravillosamente natural toma sonora, no es exactamente como podíamos esperar: aunque el maestro hace gala de su habitual brillantez y electricidad, así como de su capacidad para planificar la arquitectura, hay también aquí una buena dosis de introversión y de lirismo, sobre todo en un segundo movimiento paladeado con asombrosa concentración, fraseado con sutil flexibilidad y maravilloso en el tratamiento de las texturas. Posiblemente nadie como el generalmente extrovertido Solti, vaya paradoja, haya tratado a Margarita con semejante grado de ternura, refinamiento y emotividad.
El primer movimiento del maestro húngaro es muy bueno, estando realizado de un solo trazo y carente de retórica, pero se echa de menos el punto visionario que ofrecía Bernstein. Espléndido el tercero, que sabe ser diabólico en la sección mefistofélica sin llegar a los extremos de un Muti. Maravillosamente trascendental Sir Georg en el final sin caer en lo melifluo, beneficiándose de un coro admirable y de un Siegfried Jerusalem en su mejor momento. Si quieren apreciarlo por sí mismo, ahí arriba tienen la grabación completa.
La última de las cuatro interpretaciones la he escuchado muy recientemente y es la que ha dado pie a esta entrada. Se trata de la de Christian Thielemann con la Staatskapelle de Dresde, filmada en 2011 por Cmajor y editada tanto en DVD como en Blu-ray. Puede que falte un punto de creatividad, de garra dramática y de carácter visionario, sobre todo en el primer movimiento, pero la interpretación es notabilísima por su calidez tímbrica -impresionante el sonido de la orquesta-, por la naturalidad de su desarrollo y, sobre todo, por su sentido de la atmósfera, no tanto en los aspectos más tenebrosos de la partitura como en los sensuales, atendidos con especial sentido del legato y de las texturas; recuerda un tanto en este sentido a la grabación en vivo de Horenstein con la BBC Northern Symphony (PTC, 1972).
La transición a la sección coral podía haber estado más lograda por parte de Thielemann, si bien esta última, pese al canto poco agradable de Endrik Wottrich, alcanza una asombrosa elevación poética. De hecho podríamos decir que si Bernstein se ocupa de Fausto, Solti de Margarita y Muti de Mefistófeles, el maestro berlinés -gesto seco y facciones desagradables- se encarga de hacer hincapié en la redención del protagonista de la obra de Goethe. La toma resulta algo turbia pero ofrece amplia gama dinámica y enorme relieve, aportando el DTS una gran presencia del órgano en el final.
¿Y Barenboim, se preguntarán algunos? ¿Dónde está mi admirado Barenboim? Pues lamento decir que su registro para Teldec de 1992, siendo magnífico en el primer movimiento y ofreciendo una espléndida intervención de Plácido Domingo en el final, no me parece globalmente a la altura de los cuatros citado, al menos de los de Bernstein y Muti. Qué le vamos a hacer.
miércoles, 13 de febrero de 2013
Verdi y Wagner en el Diván de Barenboim
Me preguntaba el otro día un amigo sevillano cuál podría ser el próximo programa de la Orquesta del West-Easter Divan en Andalucía. Yo no tenía idea, la verdad, aunque me pareció plausible su razonamiento de que este año se centrara en Verdi y Wagner por aquello de los aniversarios. Ahora otro amigo me ha dado una posible confirmación gracias a la página del Festival de Lucerna del próximo verano, donde están previsto dos conciertos de la WEDO bajo la batuta, obviamente, de Daniel Barenboim. Abajo les copio los programas tal como aparecen en la web oficial.
Antes quiero añadir que me parecería muy adecuado que el maestro, dado el importantísimo esfuerzo económico -1.139.099 euros de presupuesto para la Fundación en 2013- que hace la Junta de Andalucía para su proyecto en estos tiempos de crisis, no haga lo del año pasado de dejarnos con un solo concierto -el de Beethoven en el Maestranza- y nos ofrezca, cuanto menos, un par de ellos en distintos puntos de la comunidad. Por cierto, no estaría nada mal que se pasara por el Villamarta, ¿no les parece?
Sun, 18 August 2013 | 18.30 | KKL Luzern, Concert Hall | 606
West-Eastern Divan Orchestra | Daniel Barenboim conductor
Giuseppe Verdi (1813-1901)
Overture to Les Vêpres siciliennes
Saed Haddad (*1972)
Que la lumière soit (world premiere)
Giuseppe Verdi (1813-1901)
Overture to La traviata
Overture to La forza del destino
Richard Wagner (1813-1883)
Prelude to Parsifal
Chaya Czernowin (*1957)
At the Fringe of Our Gaze (world premiere)
Richard Wagner (1813-1883)
Prelude to Die Meistersinger von Nümberg
Mon, 19 August 2013 | 19.30 | KKL Luzern, Concert Hall | 607
West-Eastern Divan Orchestra | Daniel Barenboim conductor | Michael Barenboim violin | Karim Said piano
Alban Berg (1885-1935)
Chamber Concerto for piano and violin with accompaniment of thirteen wind instruments
Richard Wagner (1813-1883)
Prelude and Liebestod from Tristan und Isolde
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Symphony No. 7 in A major, Op. 92
martes, 12 de febrero de 2013
El triunfo de Jacobs y de la orquesta: soberbio Haendel en Madrid
Llevo aproximadamente veintidós años acudiendo a todos los conciertos que puedo y hasta ahora no he conseguido ver en director a René Jacobs, artista que me atrae muy poco en su antigua faceta de contratenor pero me interesa bastante en la de director. Ha sido en el Auditorio Nacional de Música el pasado domingo 10, dentro del ciclo Universo Barroco que organiza el CNDM, interpretando frente a la soberbia Orquesta Barroca de Friburgo el oratorio de Haendel Il trionfo del Tempo e del Disinganno -versión original en italiano, no la inglesa-, una página de la que por cierto solo conozco dos interpretaciones completas: la de Minkowski (Erato, 1988), que me gusta regular tirando a poco, y la de Haïm (Virgin, 2006), que me gusta muchísimo. Los resultados de la velada madrileña no han estado a la altura de esta última grabación, pero por culpa de los cuatro solistas vocales, que alcanzando un digno nivel no estuvieron ni mucho menos a la altura de la parte instrumental.
La soprano coreana Sunhae Im no es mayor de edad pero sí vieja conocida: voz preciosa, muy esmaltada, manejada con suficiente agilidad, incuestionable elegancia y cierta escasez de variedad expresiva. Realizó una buena labor en la parte de la Belleza, aunque solo nos emocionó -y lo hizo intensamente- en la bellísima aria con que concluye la obra.
Más me gustó la jovencísima (¡nació en 1989!) Julia Lezhneva, voz muy pequeña de volumen y de timbre claro que deslumbró en las dos arias de bravura por su agilidad extrema y conmovió en un “Lascia la spina” cantado con enorme belleza y sensibilidad, además de rica y sabiamente ornamentado. Los resultados fueron muy superiores a los de este vídeo de YouTube donde la rusa, mediocremente acompañada, ofrece la versión de la misma música incluida en Rinaldo.
El contratenor Christophe Dumaux no se beneficia de un timbre agradable, pero cantó de manera correcta y con intención. El tenor Jeremy Ovenden se limitó a cumplir con al parte del Tiempo; ni a él ni a su compañero les benefició que les colocaran, al contrario que las chicas, detrás de la orquesta, aunque ambos se esforzaron por teatralizar mínimamente sus roles.
Magnífica la dirección de Jacobs, no tan vibrante e imaginativa como la de la citada Haïm pero en cualquier caso llena de vida, de agilidad bien entendida, de teatralidad, de ese sentido de los contrastes tan importante en el mundo barroco, de claridad polifónica y, desde luego, de musicalidad, aunque personalmente hubiera preferido que hiciera sonar a la cuerda de modo menos ácido.
Lo mejor, en cualquier caso, fue la orquesta, de enorme solidez en los tutti y con solistas de asombroso virtuosismo. De alucinar el bajo continuo, riquísimo en su ornamentación y perfecto en su integración con el conjunto, lo que se debe sin duda tanto a la musicalidad y el rigor estilístico de Jacobs como al talento de cada uno de sus miembros: Wiebke Weidanz al clave, Sebastian Wienand al órgano -magnífico en el concierto que se incluye en la primera parte-, Shizuko Noiri al laúd y nada menos que Mara Galassi al arpa, sublime esta última en “Lascia la spina”.
El público -al que por cierto le hubiera venido muy bien tener los textos a su disposición- aplaudió a rabiar. Triunfo de los de Friburgo y de su director, pues, aunque me parece que los mayores laureles se los llevó, en un entorno aún reacio a programar este tipo de repertorio, el señor que con veintidós añitos compuso semejante maravilla. Digresiones aparte, gran velada musical. A mí, por desgracia, me tocaría después conducir cuatro horas y media soportando lluvia y viento, aunque el sacrificio mereció la pena.
domingo, 10 de febrero de 2013
Sensacional Beethoven por Khachatryan y Mena con la Nacional
La admiración se ha transformado en entusiasmo ante la interpretación que ha ofrecido esta mañana junto a la Orquesta Nacional de España en el Auditorio Nacional, donde ya apenas he encontrado rastro de excentricidad -hay alguna frase original en el buen sentido- pero sigue existiendo la misma mezcla de tensión interna, sentido dramático y emotividad que entonces. Ahora bien, acompañado esta vez de un lento y muy idiomático Juanjo Mena, Khachatryan ahora ha abordado la partitura en una línea más introvertida y reflexiva que se beneficia de un muy adecuado sonido -desgarrado el registro agudo, poderoso el grave- y, sobre todo, de una pasmosa concentración interior para desgranar cada una de las frases con enorme claridad y plena atención al significado; impresionante en la cadencia de Kreisler. Dos propinas, sensacionales ambas: un Ysaÿe volcánico pero controlado a más no poder, y una canción armenia recreada con increíble belleza en la que logró adelgazar su sonido al límite sin menor asomo de fragilidad. Impresionante.
A la dirección de Juanjo Mena, por cierto muy superior a la que le escuché a Dudamel con la misma orquesta hace algunos años, solo le pongo como reparo la falta de garra dramática y de rebeldía en el gran clímax antes de que acabe el segundo movimiento. Por lo demás, como anticipé líneas arribas, un Beethoven paladeado con sosiego, adecuadamente denso en su sonoridad y muy centrado en lo expresivo.
Altamente experimentado en el repertorio alemán en su muy meritoria carrera internacional, el director vasco ha hecho en la segunda parte un Pelléas y Melisande de Schoenberg hiperromántico en su enfoque, dicho con tempi rápidos y pulso sostenido, encendido en el fraseo y muy arrebatado en los clímaxs, aunque determinados pasajes podían haber estado dichos con más calma y mayor sutileza en las texturas.
La orquesta parecía sonar bien, pero mi localidad en primera fila no era en absoluto adecuada para apreciar el empaste y el equilibrio de planos. Desde luego la ONE está sonando ahora bastante mejor. Fruto del trabajo intenso durante estos años con Josep Pons, posiblemente. O quizá todo lo contrario: tal vez la ausencia de éste está resultando beneficiosa, vayan ustedes a saber. En cualquier caso, espléndido concierto que ha hecho merecer a Mena y a Khachatryan grandes aplausos por parte del respetable. Y ahora les dejo, que tengo a Haendel con Jacobs en el propio Auditorio.
sábado, 9 de febrero de 2013
I due Foscari en Valencia con Domingo
Plácido, maravilloso. Con un instrumento inadecuado, sí, pasándolo mal en los pasajes de bravura y con problemas para hacerse oír en los concertantes, pero conservando una voz de increíble belleza en el centro, fraseando con un legato exquisito, cantando las melodías con verdadero espíritu verdiano y matizando en lo expresivo con un altísimo grado de sutileza y emotividad. Esta semana he escuchado dos grabaciones con Leo Nucci (el DVD comentado por aquí y una toma con Muti en la Scala) y no tengo la menor duda de quedarme con el madrileño, muchísimo más musical, más emocionante y más artista, por mucho que no sea barítono.
Estupendo el tenor Ivan Magrì, con problemas en su primera aria pero a partir de ahí valiente, luminoso y entregado, muy en sintonía con el Verdi primerizo. La jovencísima y prácticamente debutante Guanqun Yu tiene aun muchas cosas por mejorar, sobre todo en dicción y espíritu italiano, pero su voz es de fuste -sin ser una dramática de agilidad, pero apuntando en esa dirección- y su técnica solvente; estuvo muy bien y probablemente en el futuro podrá desarrollar una carrera importante si se cuida. Poderosa la voz del bajo Gianluca Buratto.
Omer Meir Wellber dirigió en plan Toscanini: tempi muy rápidos, fraseo ágil, incisivo y cargado de electricidad, enorme sentido teatral y un descuido muy considerable hacia la cantabilidad, la sensualidad y la atmósfera. Así las cosas, se alternaron momentos rutilantes con otros precipitados, excesivamente nerviosos y dichos por completo de pasada, por no hablar de la habitual tendencia del director israelí al decibelio gratuito; a Domingo lo tapó en más de una ocasión, mientras que no dejó al tenor frasear con la suficiente amplitud su segunda aria. La orquesta, sensacional, con solistas repletos de musicalidad. ¡Menos mal!
La dirección de actores fue muy pobre e incluyó alguna considerable chorrada, como el hecho de que al final la infeliz Lucrezia ahogase a su propio hijo provocando la muerte por infarto de Francesco. Fueron sin embargo muy atractivas la escenografía y el vestuario, y muy sugerente la iluminación. En conjunto, muy digna producción escénica que redondeó una velada quizá no sensacional, pero sí de notabilísimo nivel: si se hubiera grabado en DVD, sería mucho más recomendable que el de Parma comentado en la anterior entrada. Yo me lo pasé divinamente. Ah, entre el público estaba Mortier: ¿estará pensando en llevarse estos Foscari al Real?
jueves, 7 de febrero de 2013
I Due Foscari en Parma con Nucci
La gran baza de esta nueva grabación es la espléndida labor de Donato Renzetti, quien lidiando con una orquesta y un coro más bien discretos, ofrece toda la rusticidad, el sabor popular, el nervio y el sentido teatral que demandan el Verdi primerizo. Aunque en algún momento se puede echar de menos algo más de reposo, así como de sentido de la atmósfera, su sinceridad expresiva termina imponiéndose en esta partitura sin duda desigual y de libreto lamentable, pero de una comunicatividad portentosa. ¡Enorme Verdi!
Leo Nucci, con sesenta y siete años a sus espaldas, se muestra más bien irregular. Su voz, que nunca ha sido bella, no se conserva mal para la edad y ciertamente es muy adecuada para el personaje. Su línea es indiscutiblemente verdiana, aunque por momentos su afinación parece dudosa y ciertas frases suenan en exceso agrias. De nobleza, calidez y humanismo, más bien cortito. En los dos primeros actos aburre. Eso sí, en el tercero destapa el tarro de las esencias y, armado de un extensísimo fiato y de un caudal que parece muy considerable, se muestra verdaderamente sensacional (¡lo juro!) en su enfrentamiento con el Consejo, aunque en una línea mucho antes rebelde que matizada en lo psicológico.
Los mismos derroteros, esto es, poderío vocal más que sutileza y atención a los pliegues expresivos, sigue la pareja de enamorados. Notable el tenor Roberto de Biasio, voz de calidad e intérprete vibrante, entregado y muy emotivo, a despecho de obvias insuficiencias por arriba y por abajo. Tatiana Serjan apechuga con el rol más difícil de la partitura, el de Lucrezia Contarini, y lo hace con un instrumento apropiado -asunto este nada fácil aquí- y mucha brillantez en los pasajes de bravura. El bajo Roberto Tagliavini está espléndido en sus escasas intervenciones. Entre los comprimarios, por desgracia, hay alguno para salir corriendo.
Presuntamente esenciales pero a la postre de gran pobreza la escenografía y los figurines de William Orlandi, al servicio de una dirección escénica de Joseph Franconi Lee rancia y escasa en ideas. Los cantantes deambulan como buenamente pueden; Nucci lo hace poniendo su habitual cara de estreñido. La realización televisiva resulta abiertamente mediocre. La toma sonora, muy inferior a la media actual y por completo falsificada en los canales surround. La imagen sí es buena y se incluyen subtítulos en castellano, excepto en los diez minutos que introducen en inglés o italiano esta ópera verdiana. También existe edición en Blu-ray. ¿Merece la pena? Ustedes mismos.
miércoles, 6 de febrero de 2013
El americano perfecto, de Glass: cultura de suplemento dominical
Hoy miércoles 6 de febrero ofrece el Teatro Real -con filmación en directo a través de Medici.tv- la última función de The Perfect American, la obra de Philips Glass sobre Walt Disney encargada por Mortier para la New York City Opera que finalmente, tras abandonar el belga su cargo por problemas presupuestarios, ha conocido estreno mundial en Madrid. Del nutrido catálogo de óperas del compositor minimalista el firmante de estas líneas solo conocía Sataygraha, concretamente en la filmación de hace dos años del Met: lo consideré un bodrio monumental y una verdadera tomadura de pelo. Este nuevo título no me ha parecido tan rematadamente malo, pero aun así una pérdida de tiempo. Permítanme que no gaste mucho más en él dedicando solo unas líneas que toman como base la función que vi el pasado viernes 1.
El libreto de Rudy Wurlitzer -sobre la novela de Peter Stephan Jungk- es infumable, no solo por la carencia de tensión dramática sino también, y sobre todo, por la extrema vulgaridad de los textos, llenos de frases que se pretenden lapidarias y en realidad son más simples que un ocho. Los personajes están trazados con brocha gorda y las situaciones se simplifican de la manera más maniquea posible: el creador que se considera más famoso que Jesucristo frente al sindicalista que le tacha de no ser más que un empresario aprovechado, y cosas por el estilo. Todo ello, por si fuera poco, pretendiendo ofrecer un discurso sesudo, complejo y lleno de interrogantes sobre el ego artístico, la relación entre el creador y sus colaboradores, el “hacerse a uno mismo” típicamente norteamericano y otras cuestiones a todas luces apasionantes, pero tratadas aquí con la profundidad propia de un suplemento dominical, de esos a todo color con las fotos muy grandes.
La música es puro Glass. No voy a regatearle una poderosísima personalidad, como tampoco la capacidad para generar texturas fascinantes a partir de la superposición y repetición de patrones rítmicos. No voy a ser yo, que admiro profundamente cómo el arte islámico alcanza con fórmulas parecidas extraordinarias alturas artísticas, quien niegue las posibilidades de este sistema. Lo que ocurre es que estamos hablando de ópera, es decir, de un género en el que orquesta y voz humana han de alcanzar una dialéctica con la escena en la que ambas partes se enriquezcan mutuamente, y eso aquí no existe: la música de una secuencia se puede intercambiar con la de otra completamente distinta en lo argumental, por lo que al final la partitura se termina convirtiendo en ese papel pintado, meramente decorativo, del que hablaba Stravinsky cuando se refería a la música de cine. Ciertamente no se llega en The Perfect American a los extremos de sopor de Sataygraha, e incluso hay momentos muy sugestivos (¡soberbio el arranque!), pero a la postre el resultado es mediocre.
De disimular tales carencias se encarga la muy notable propuesta escénica de Phelim McDermott, visualmente atractiva, solvente en la dirección de actores y con algunas soluciones sugerentes. La orquesta estuvo irreprochablemente dirigida por Dennis Russel Davies, aunque los metales de la Sinfónica de Madrid no siempre respondieron con la precisión y brillantez que la obra demanda. Christopher Purves -Walt Disney- y el resto del equipo -a destacar la presencia de Marie McLaughling- realizaron una buena labor apechugando con sus muy anodinas e inexpresivas líneas vocales. Total, un espectáculo tan vistoso y bien realizado como superficial que pretende ofrecer alta cultura cuando en realidad lo que está vendiendo es trivialidad. Lo dicho: puro suplemento dominical.
lunes, 4 de febrero de 2013
Parsifal en Madrid con Hengelbrock: cuerdas de tripa para Wagner
Este es el tercer Parsifal que escucho en directo. El primero fue con Barenboim y las huestes de la Staatsoper en Sevilla, funciones que en su momento comenté en Filomúsica; no hace mucho escuché la grabación pirata que me pasaron y volvió a parecerme una maravilla en lo musical. El segundo fue el de Lorin Maazel y Werner Herzog en Valencia, del que algo dije por aquí: alcanzó un alto nivel a pesar de la manera en que pinchó la batuta en los actos impares. Esta vez ha sido en versión de concierto, pero con el aliciente de ofrecer una reconstrucción filológica de la instrumentación escuchada en el estreno en Bayreuth, incluyendo cuerdas con tripa y sin vibrato, oboes de paredes más gruesas y sonido más oscuro, oboe-contralto wagneriano en lugar de corno inglés, trompeta en Si bemol y una muy curiosa máquina de truenos, entre otras particularidades que señala Minkus Teske en el modesto libretillo -gratuito, pero sin “hermano mayor” a la venta- editado para estas funciones que ha ofrecido el Teatro Real de Madrid en coproducción con el Konzerthaus Dortmund y la Philharmonie Essen. Estuve en la tercera de ellas, la del sábado 2 de febrero, que por lo visto ha sido la más convincente.
¿Mi opinión? En lo que a los instrumentos se refiere, me ha interesado mucho: la sonoridad es ciertamente menos brillante y robusta, pero ofrece una sensualidad muy especial. El Balthasar Neumann Ensemble, nutridísimo para la ocasión, estuvo estupendo; de justicia es señalar que, pese a ciertas inseguridades y alguna pifia puntual, falló menos que la Statskapelle de Berlín de Barenboim en las funciones sevillanas referidas. Ahora bien, en Madrid ha fallado lo principal: la dirección de Thomas Hengelbrock me ha parecido muy mediocre, no por rápida sino por rígida, mecánica, poco natural, nada flexible, en absoluto mística y en modo alguno sensual (¡pecado gravísimo en Parsifal!). Sí que hubo teatralidad y garra dramática de muy buena ley en el segundo acto -de erotismo, ni rastro-, pero a cambio las dos escenas de la transformación fueron de una vulgaridad alarmante. Los coros funcionaron bien, aunque me parece discutible haber recurrido a niños para los dos primeros escuderos y para las voces blancas de los caballeros.
Pese a lo dicho, los dos primeros actos se salvaron por obra y gracia de Kwangchul Young, el Gurnemanz oficial de Bayreuth en los últimos años: le pueden ver ustedes, con alitas, en la producción de Herheim comentada hace unos días. El bajo coreano estuvo impresionante en Madrid, no tan rico en matices como René Pape -sensacional en Sevilla- pero nobilísimo, sincero y muy comunicativo. El público madrileño le braveó con entusiasmo al terminar la velada. El otro pilar de estos actos es Amfortas, aquí un Matthias Goerne muy disminuido vocalmente desde aquella maravillosa L’upupa de Henze en este mismo teatro. ¿La intoxicación de mariscos anunciada por Mortier al comienzo del espectáculo? Lo dudo mucho, porque un amigo muy fiable me dijo que el barítono alemán ya sonó considerablemente áfono hace unas semanas cantando Mahler. En cuanto a su visión del personaje, resultó por completo anodino en el acto primero y se mostró mucho más matizado y sensible en el tercero, aun en una línea antes intimista que rebelde que no es la que a mí más me gusta. Tremolante el Titurel de Victor von Halem, que ya había grabado el papel… ¡con Karajan!
El segundo acto fue otro cantar, literalmente. Aun no poseyendo una voz lo suficientemente oscura para Klingsor, Johannes Martin Kränzle convenció por su excelente línea y su muy intencionada recreación del hechicero, en la que no hubo lugar para las truculencias ni los excesos que son habituales en esta parte.
La pareja protagonista, aun con insuficiencias, fue de nivel. Puede que la voz de Simon O’Neill no sea precisamente bella, pero su Parsifal me ha gustado tanto como cuando le escuché el segundo acto en Valencia hace un par de años junto a una inmensa Waltraud Meier: a lo entonces escrito me remito. Angela Denoke, soprano de voz notable pero un tanto impersonal, no alcanza en modo alguno las cimas de la citada mezzo, pero a mi entender ofreció en Madrid los momentos más electrizantes de la velada. Ciertamente se quedó algo corta por arriba como por abajo -el papel es casi imposible-, desafinó de manera evidente en más de un momento y mostró algún enturbiamiento de la emisión que posiblemente se debiese a la enfermedad que le hizo cancelar la primera noche madrileña (fue sustituida por Anna Larsson). Pero hizo lo más importante: interpretar a Kundry. Vocalmente y también escénicamente, beso en la boca incluido. Y haciéndolo con sensibilidad, convicción y mucha inteligencia a la hora de no convertirla en una bruja seductora para, por el contrario, poner de relieve los aspectos más frágiles y atormentados del personaje. Su dúo con un entregadísimo O’Neill fue memorable.
De muy alto nivel el conjunto de Muchachas-Flor. Como Hengelbrock alcanzó en esta parte de la obra su punto más aceptable de inspiración -y desde luego controló bien los medios a su disposición: todo sonó muy en su sitio-, la conclusión está clara: este Parsifal mereció la pena, y mucho, por el segundo acto. ¡Y por Gurnemanz!
domingo, 3 de febrero de 2013
Caetani con la OCNE: faltaron los textos
He pasado este fin de semana en Madrid. Mi objetivo era el Parsifal con instrumentos originales, aunque aproveché para ver El americano perfecto. De esos espectáculos escribiré otro día. Ahora quiero decir algo sobre el que he visto esta mañana, un programa de la Orquesta y Coro Nacionales de España bajo la dirección de Oleg Caetani (Lausana, 1956). No sabía cómo era este señor físicamente, por lo que al verle me he llevado toda una sorpresa: es clavadito a su padre, que como probablemente ustedes saben no es otro que el gran Igor Markevitch.
Se abrió el programa con una obra de Víctor Ibarra (Guadalajara, México, 1978) que bajo el título Silensis, homenaje a Antoni Tàpies, toma como punto de partida la obra del desigual pintor catalán para ofrecer todo un catálogo de texturas orquestales. Efectivamente, esto está más visto que el tebeo, pero lo cierto es que a mí me gustó, en parte porque el joven compositor parece albergar talento, en parte porque la dirección de Caetani tuvo toda la fuerza rústica y ardiente de papá Igor. La obra está grabada por la misma orquesta bajo la dirección de José Luis Temes, como galardón de su triunfo en el Segundo Concurso Internacional de Composición Auditorio Nacional de Música-Fundación BBVA.
Vino a continuación el bellísimo Concierto para violonchelo nº 1 de Camille Saint-Saëns. Caetani atemperó aquí su ardor para ofrecer una visión de perfecto sabor francés, desgranada con elegancia y sensualidad, bien paladeada e irreprochablemente expuesta. El jovencísimo Pablo Ferrández (Madrid, 1991) tocó de maravilla y ofreció una recreación muy íntima, lírica y delicada de la obra en la que sobresalió la cantabilidad con la que abordó las frases más amplias. Quien esto firma prefiere enfoques mucho más temperamentales (o sea, Du Pré/Barenboim), pero el resultado fue indiscutiblemente hermoso y comunicativo. Este chico tendrá muchas cosas que decir en el futuro si logra evitar la tentación de recrearse en exceso en la belleza sonora, que justamente fue lo que ocurrió en el Cisne (obviamente de El carnaval de los animales) que ofreció de propina. Estaremos atentos.
Decimotercera sinfonía de Shostakovich en la segunda parte. No es de lo mejor de su autor, pero alberga interés (incluso Barenboim, poco atraído por este universo, tiene la página en repertorio). Lo que le conozco a Caetani de su integral con la Sinfónica de Milán me parece desigual, pero en esta partitura da la de cal. Lectura rápida la suya, y por eso mismo no todo lo atmosférica que debería haber sido, pero muy idiomática, perfectamente trazada y en incuestionable sintonía con el contenido expresivo. El único reparo serio que le pongo es su tendencia a acumular efes sin atender a las dinámicas más intermedias. En cualquier caso hubo sinceridad, rigor y comunicatividad en su notabilísima Babi Yar. La orquesta sonó muy por encima de su nivel medio habitual, mientras que la sección masculina del coro funcionó con gran solidez bajo la dirección de Joan Cabero. El bajo Askar Abdrazakov cantó estupendamente su larga parte, aunque no terminó de matizar con la debida riqueza expresiva los poemas de Yevgeni Yevtushendo.
Y aquí llega al gran borrón de este espléndido concierto: ni rastro de los textos cantados en el díptico que se entregaba en la sala. Eliminando el cartel de la portada y los “próximos conciertos” de la contraportada hubieran cabido, si no con los originales, sí al menos la traducción, pero ya se sabe que a los responsables del asunto les importa más llenar butacas que atender debidamente al espectador. ¿Y el programa de mano por dos euros con las traducciones? Pues agotado. En los ratos que pasé en la tienda, al principio y en el intermedio, pude comprobar como bastantes aficionados se acercaban a comprarlo para encontrarse con una disculpa por parte de la chica del mostrador. Yo tuve que recurrir a la alternativa de descargarme el programa “largo” de la web de la orquesta en mi smartphone y seguir en la pantalla los textos. Antes, como es natural, pedí permiso a quienes se encontraban a mi alrededor por si la luz les molestaba; no solo no hubo problema en ese sentido, sino que me llevé la sorpresa de que la pareja a mi izquierda había tenido exactamente la misma idea. El resto del público, me temo, no se enteró de lo que coro y solista estaban diciendo, lo que en este caso concreto significa no comprender en absoluto la obra.
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