Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
Vamos a por otra comparativa. Esta vez no de discos, sino de películas, basadas las dos en la misma novela de terror: Cementerio de animales de Stephen King. Leí esta obra a mediados de los ochenta. Luego descubrí que algunos la consideraban como una de las pocas realmente buenas del prolífico creador, junto con Salem’s Lot y The Shining (El resplandor), que –por pura casualidad– también había leído. El argumento de las dos es el mismo, lógicamente: un padre de familia que se enfrenta a una pérdida irreparable encuentra la posibilidad de resucitar a los muertos, y ya se sabe lo que les ocurre –es el viejo mito de Prometeo, filtrado por el de Frankenstein– a quienes intentan hacer lo que solo los dioses pueden.
Dos películas, decía. La primera la dirigió Mary Lambert en 1989. En su momento no me gustó. La otra es ya de 2019 y corrió a cargo de dos directores, Kevin Kölsch y Dennis Widmyer. No la vi cuando apareció. Pues bien, en casa he tenido la oportunidad de ver la una y repasar la otra en días consecutivos. Experiencia muy interesante.
He empezado por la más reciente. Me ha gustado solo de manera moderada: el guion funciona con solidez, los actores realizan una buena labor, la fotografía es espléndida y la ambientación está francamente cuidada. Se logra captar, aunque sea de manera parcial, la atmósfera malsana que desprendía la novela de King. Pero creo que la dirección se queda a medias a la hora de indagar en los aspectos más verdaderamente inquietantes del asunto, que son los referidos al sustrato indígena y a las fuerzas malignas que campan a sus anchas en los alrededores del cementerio de animales que da título a la novela y a las películas. Cuando los fallecidos empiezan a volver de sus tumbas –el primero es el gato, espero no hacer spoiler a nadie–, la preocupación de la cámara se centra en crear suspense sobre qué aparecerá o no aparecerá en los pasillos, en los rincones oscuros o detrás de las puertas. Que el final posea mucha más mala leche que el original no termina de arreglar las cosas: la cinta se sigue con interés, a ratos con el alma en vilo, pero no deja huella.
Mediocre la antigua. Muy mediocre. Está mal interpretada por el actor, plano a más no poder, sobre el que recae el peso del drama. Está mal dirigida por la tal Mary Lambert, cosa que queda muy clara comparando con la otra: si no fuera por algún otro picado o contrapicado muy efectista y hasta inconveniente, podría clasificarse el suyo como un rutinario trabajo televisivo en el que la planificación, el montaje, la iluminación y el uso del sonido no tienen la menor fuerza expresiva, limitándose a poner en celuloide lo que hacen los actores con el guion.
Y es que el guion también malo. ¿Saben ustedes quién lo escribió, con la exigencia de que lo respetasen al cien por cien? ¡El propio Stephen King! No es solo que no captura la esencia de su propia novela –la letra sí, obviamente–, sino que incurre en detalles pueriles y errores de bulto que bordean el ridículo. Ya ven, un escritor no tiene por qué ser quien mejor traspase a otro formato la excelencia que sí logra en el original.
Quizá ya se hayan dado ustedes cuenta de adónde quería yo llegar. Efectivamente: ¿quién ha dicho que el propio compositor sea el más capacitado para dirigir su propia obra? A tenor de estas reflexiones, me atrevo a más: ni siquiera tengo claro que su idea global de la interpretación musical sea la más válida. A muchos esta afirmación puede parecerles un disparate, pero insisto en lo de un Stephen King cargándose su propia obra no solo por su incompetencia como guionista, que también, sino por no darse cuenta de las verdaderas potencialidades de la escritura. Igual que eso, creo que las grandes obras musicales tienen hasta cierto punto “vida propia”. Y a mayor grandeza, más posibilidades. ¿Es acaso más verdaderamente mahleriano Bruno Walter que Otto Klemperer, por citar un caso clamoroso de dos maestros dirigiendo de manera magistral pero radicalmente opuesta la obra de quien llegaron a conocer en vida?
Ahí les dejo la reflexión. Pero ya que al final hablamos de música, digamos algo sobre las respectivas bandas sonoras. La de 1989 corría a cargo de Elliot Goldenthal, pero de un Goldenthal joven, aún por formar. Hay sintetizadores y hay orquesta “contemporánea” –estudió con Corigliano–, pero no demasiada inspiración. Y el tema principal se parece en exceso al que el gran Lalo Schifrin compuso para The Amityville Horror en 1979, voces de niños incluidas.
La reciente la ha compuesto Christopher Young, un señor que comenzó en el cine más o menos cuando lo hacía Goldenthal y llegó a deslumbrarnos con las dos primeras entregas de la saga Hellraiser. Luego se ha especializado en el cine de terror. Técnica tiene muchísima. También variedad en el lenguaje musical utilizado –él tampoco escapa a las voces infantiles–, así como –eso es marca de la casa– mucha sutileza en la escritura. Ahora bien, esta música funciona mucho mejor dentro de la película (es de las que “se escucha sin oírse”, es decir, de las que te mueven sin que te pongas a pensar en ella) que de manera independiente. Supongo que, al fin y al cabo, esa es la misión de una buena banda sonora.
Por cierto: mucho más terrorífico el gato de 2019 que el de 1989.
Hoy lunes 25 de septiembre se celebra el 117 aniversario del nacimiento de Dimitri Shostakovich. Por ello mismo he improvisado esta comparativa de su más famosa página, la Quinta sinfonía. Espero completarla dentro de poco incluyendo nombres como los de Gustavo Dudamel o Lahav Shani.
1. Stokowski/Orquesta de Philadelphia (Dutton, 1939). Solo ha transcurrido año y medio desde el estreno de la partitura. En su primera grabación occidental, el maestro británico –que ya acumulaba cincuenta y siete tacos a sus espaldas– no solo no cuenta con ningún referente para interpretar la obra, sino que tampoco ha podido escuchar la Sinfonía nº 4 –que el compositor tuvo que guardar en un cajón– y poco o nada sabe de las circunstancias personales de Shostakovich dentro de la URSS. Tiene que trabajar desde la más pura intuición, y en este sentido hay que reconocer que lo hace con bastante fortuna, porque no solo le inyecta mucha, muchísima vida y energía a los pentagramas, sino que la obra le va a sonar bastante menos “oficializada” que a quien la estrenó, Evgeni Mravinski. Ahora bien, don Leopoldo tampoco puede disimular el trazo grueso de su batuta ni su tendencia a la vulgaridad, por lo que a la postre a lo largo de la interpretación se van a alternar momentos más que satisfactorios con otros resueltos de manera que hoy nos resulta extraña o, sencillamente, planteados de manera errónea. Sorprende especialmente la tremenda ferocidad que inyecta al segundo movimiento, rapidísimo, y hay que congratularse de que en el minuto final no se desmadre en absoluto. Bueno el trabajo de Michael J. Dutton restaurando el disco de pizarra original. (6)
2. Mitropoulos/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1952). Suele decirse que la música de Shostakovich no fue comprendida en Occidente hasta las relecturas de Previn, Bernstein y Haitink. No es cierto: he aquí una Quinta que, tan solo quince años posterior al estreno, suena exactamente a lo que tiene que sonar, intensa, áspera y dramática, en absoluto interesada por la belleza sonora y cargada de mala leche. Cierto es que hay más de un despiste en la orquesta –el primer violín tampoco es muy allá–, y que el engañoso final podría ser más opresivo. También que algún pasaje debería estar más paladeado, pero esto no es precisamente aplicable a un Largo concentrado, doliente a más no poder, conmovedor sin necesidad de “romantizar” la música. Una interpretación a tumba abierta, pues, que sigue hoy vigente. Aceptable sonido en su reciente reprocesado. (8)
3. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1959). La portada del vinilo presenta a Lenny en el podio recibiendo las felicitaciones del mismísimo Shostakovich, y la contraportada reseña una larga gira por Europa y la URSS llena de triunfos. No es para menos: Bernstein no solo ofrece una lección de trabajo técnico con la orquesta -que sin ser ninguna maravilla funciona francamente bien-, sino que demuestra una magnífica comprensión del idioma del compositor, acierta a la hora de sacar a la luz la rabia dramática del primer movimiento –podía haber pasajes más concentrados–, triunfa a la hora de mezclar picardía y sarcasmo en el segundo y se muestra tan sincero como lacerante en el tercero sin necesidad de romantizarlo. ¿El problema? El Finale, por descontado: Bernstein se cree que va en serio. A Stalin le hubiera encantado. La toma sonora ha resultado ser francamente buena tras la recuperación en alta definición, a despecho de la comprensión dinámica que se deriva de haber grabado a volumen más alto de la cuenta. (8)
4. Previn/Sinfónica de Londres (RCA, 1965). Tardó en llegar la primera grabación en estudio en Gran Bretaña. Lo hizo de la mano de un joven André Previn que estaba todavía vinculado al medio cinematográfico –el año anterior había ganado el Oscar por My Fair Lady– y que quería demostrarlo todo en el mundo clásico haciendo gala tanto de una técnica como un entusiasmo admirables. El resultado fue una interpretación no solo increíblemente bien planificada –mucho mejor, con mayor lógica y control que las de un Stokoswki o un Bernstein– y estupendamente tocada, sino que además sonaba perfecta en el estilo –nada de romantizarla a la manera de un Mravinski, ni menos aún de hacerla hollywoodiense–, con agresiva mala leche en la marcha del primer movimiento, apreciable ironía en el segundo y enorme intensidad en un paladeado (16’01’’) y muy doliente Largo. ¿Y el Finale? Pues magnífico hasta llegar al minuto final: ahí Previn, pese al absoluto acierto expresivo de todo lo que venía delante, mete la pata creyéndose la versión oficial del asunto. Ya tendrá tiempo de plantearlo de otra manera en su siguiente grabación. (8)
5. Bernstein/Sinfónica de Londres (DVD Idéale, 1966). De nuevo el acercamiento extrovertido, inflamado e intuitivo del norteamericano alcanza excelentes resultados en un Allegretto con empuje e ironía y, sobre todo, en un Largo lleno de pathos, rebeldía y la más sincera tensión emocional. El primer movimiento, admirablemente enfocado, no alcanza toda la tensión deseable, mientras que en el cuarto Bernstein otra vez se deja llevar por la emoción y no acierta a capturar la ironía de la página: termina resultando precipitado, ruidoso y vulgar. La orquesta, tratada por la batuta del norteamericano con su consabida plasticidad, realiza una muy buena labor independientemente de algunos resbalones propios del directo, si bien dista de alcanzar el nivel de las mejores. Sonido discreto. (8)
6. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1965). Jamás un director genial y rara vez creativo, Ormandy demostró una enorme sintonía con Dmitri Dmítrievich cada vez que se acercó a su música. Esta es una Quinta que, beneficiándose de una orquesta opulenta (¡qué cuerda grave!) totalmente entregada a su director, acierta en toda la carga al mismo tiempo amarga y rebelde que albergan los pentagramas sin necesidad de “romantizar” su lirismo –seco, punzante– y sabiendo combinar la relativa distensión del segundo movimiento con una socarronería no ya conveniente, sino necesaria. En el Finale el maestro no se toma las cosas demasiado en serio, menos mal, pero tampoco indaga en dobles lecturas: se limita a trazar la música con gran solidez, sin prisas y renunciando a cualquier efectismo, hasta desembocar en una coda neutra que se aparta de lo épico. Para lo que por entonces se sabía de esta música, todo un acierto. Toma sonora de gran naturalidad en la tímbrica, buen sentido espacial y apreciable cuerpo y relieve; lástima que se grabara a un volumen algo elevado y no posea toda la gama dinámica necesaria en una partitura que exige extremos. (8)
7. Mravinsky/Filarmónica de Leningrado (DVD Dreamlife, 1973). Esta filmación, en color pero deficientemente planificada y con discreta toma monofónica, ofrece un extraordinario valor histórico: ver y escuchar la obra a los mismos intérpretes del estreno treinta y seis años después de aquel monumental giro en la carrera de Shostakovich. A tenor del testimonio, puede comprenderse el entusiasmo no solo del público sino también de las autoridades ante las que el compositor pudo reconciliarse, porque la visión de Mravinsky no puede ser más complaciente: en lugar del amargor, del carácter desolado y el nihilismo que hoy día asociamos con su música, la batuta adopta un punto de vista mucho antes épico que trágico para ofrecernos una recreación en la que el lirismo contemplativo, el consuelo, la esperanza, el humor desenfadado –no exento de carácter burlón– y hasta lo afirmativo también tienen su lugar. Todo ello, por descontado, sirviéndolo con un lenguaje que mira hacia el pasado romántico –espléndida para tal fin la orquesta, pese a los desafortunados metales de la coda– e inyectando una buena dosis de emotividad y convicción. Hoy día estas cosas no convencen, pero así se escribe la historia. (7)
8. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (RCA, 1975). Extrañísimo paso atrás por parte de un Ormandy que vuelve a triunfar en el tercer movimiento –el corazón de la obra–, pero que en el primero se muestra falto de fuerza e incluso despistado en lo expresivo: el resultado es deslavazado a más no poder. Notable el Scherzo, bien a secas un Finale que sabe no sacar los pies del plato ni caer en sus trampas. El trasvase cuadrafónico realizado por Dutton dn SACD recupera un mapa auditivo que coloca instrumentos por todas partes, siendo tan espectacular como antinatural. (7)
9. Previn/Sinfónica de Chicago (EMI, 1977). Nunca ha sido Previn un maestro genial ni proclive a reinterpretaciones. Lo suyo es la solidez, la objetividad y el respeto absoluto hacia lo que está escrito, pero haciéndolo desde el pleno conocimiento del idioma adecuado y con absoluto compromiso expresivo. Es el caso de esta Quinta ajena a lecturas políticas en uno u otro sentido. Música pura, increíblemente bien planificada por la batuta e inmejorablemente tocada por una orquesta a quien Sir Georg Solti había hecho alcanzar su mejor momento. Que suena a Shostakovich, no a Tchaikovsky. Que sabe ser intensa bajo el más absoluto control. Resultar sórdida en la marcha del primer movimiento y burlesca en el segundo sin necesidad de cargar las tintas. Explayarse en un Largo lentísimo (15’53’’) de acongojante lirismo y en absoluto consolador. Y ofrecer enorme garra dramática en un Finale brillante como pocas veces se haya escuchado, dudosamente triunfalista pero tampoco opresivo: al contrario que en su anterior grabación londinense, la ambigüedad está servida. La toma se ha conservado bien y ofrece una gama dinámica espectacular. (9)
10. Leonard Bernstein/Nueva York (DVD Kultur y CD CBS, 1979). Es ya célebre esta filmación realizada en Tokio en la que Lenny, como era de esperar, nos ofrece una recreación juvenil y fresca, poco dada a dobles lecturas y caracterizada por su sinceridad e intensidad emocional, sobre todo por la de un Largo de dimensiones metafísicas. Los movimientos extremos pierden un poco: aun siendo muy intensos y sin caer en la retórica, no resultan lo suficientemente dramáticos y opresivos. En cualquier caso, se avanza mucho sobre la filmación de Londres, pues esta es más refinada, posee más concentración, no se deja llevar por el arrebato y atiende mejor a la polifonía orquestal. El cuarto movimiento, esta vez dicho sin precipitaciones ni vulgaridad, mejora muchísimo. También mejor la orquesta de Nueva York que la británica. (9)
11. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1981). Esta soberbiamente grabada interpretación gira en torno a un Largo lentísimo (15’40’’) y lleno de concentración, sin la intensidad visionaria de un Bernstein y sin el humanismo de un Sanderling, pero aportando una dosis incomparable de hondura, amargor y fuerza trágica, y revistiendo todo ello de una subyugante belleza sonora. Sobrio y maravillosamente planificado el movimiento, dicho desde una óptima mucho antes trágica que épica. El Scherzo no pretende, venturosamente, ofrecer una mera distensión, pero tampoco sabe ofrecer ese punto de ironía y sarcasmo típicamente shostakoviano: resulta bastante serio, al igual que al solo de violín le falta sabor popular. Controladísimo el Finale, desmenuzado de manera soberbia y por completo ajeno a cualquier clase de efectismo; ofrecer grandeza y fuerza trágica a partes iguales resulta ideal para esta página. (10)
12. Kurt Sanderling/Sinfónica de la Radio de Berlín (Berlin Classics, 1982). Como ocurría en la versión de Haitink del año anterior, lo que convierte a esta lectura en una referencia es un Largo paladeadísimo (15’34’’), muy concentrado, lleno de congoja y desolación, aunque no desde el distanciamiento nihilista que adoptaba el maestro holandés, sino aportando ese humanismo, ese vuelo lírico y esa emotividad que caracterizaban al gran Kurt. Los dos primeros movimientos están francamente bien, expuestos desde una óptica quizá más “romántica” que expresionista, pero siempre bajo la más sensata ortodoxia y una plena sinceridad. Y el Finale funciona de maravilla, controladísimo en su manifiesta fogosidad y rematado con una coda en absoluto festiva: el maestro siempre supo ver qué había detrás de las notas en la música de Dmitri Dmítrievich. La toma sonora se benefició de la acústica de la Christus-Kirche y de unos ingenieros que grabaron con enorme naturalidad tímbrica e inmejorable equilibrio de planos, pero el volumen en exceso elevado produjo una muy molesta compresión dinámica que el reciente rescate en alta definición no logra remediar. ¡Qué lástima! (9)
13. Rozhdestvensky/Sinfónica del Ministerio de Cultura de la URSS. (Melodiya, 1984). No hay sorpresa alguna, tratándose de quien se trata: lectura intensa, dramática, áspera y rebelde, sobresaliendo un clímax muy antimilitarista en el primer movimiento, una apreciable dosis de sarcasmo en el segundo, gran rebeldía en un tercer movimiento nada contemplativo y una clara intención de no hacer triunfalismo en el final, que el maestro hace machacón y mecanicista. La orquesta se queda algo corta, y la grabación decepciona seriamente tanto en la tímbrica como en la dinámica. (9)
14. Previn/Royal Philharmonic (YouTube, 1984). Acompañando un documental de la BBC, el maestro vuelve a hacer gala de sensatez y ortodoxia con una interpretación que procura equilibrar todos los componentes de la música de Shostakovich sin decantarse por ninguno de ellos al tiempo que ofrece convicción e intensidad. Por completo memorable el Largo, aun desolado antes que rebelde. (9)
15. Celibidache/Filarmónica de Múnich (audio en YouTube, 1986). Este testimonio de extremadamente precario sonido no parece proceder, aun siendo estereofónico, de una toma radiofónica, sino de una grabación grabadora en mano. Pero no parece tratarse de un fake: las maneras del Celi tardío se reconocen desde la primera a la última nota, empezando por los dilatadísimos 56’51’’ que le dura en asunto. ¡Y eso que el segundo movimiento lo lleva a un tiempo relativamente normal! Decisiones tan extremas no pueden sino conducir a la polémica, y de hecho entre los aplausos parecen escucharse algunos abucheos. Yo solo le pongo serios reparos a toda la introducción, tan extremadamente lenta que pierde su carácter premonitorio: creo que no es momento de meditar, sino de inquietarse ante lo que está por venir. La irrupción del piano resulta muy amenazadora, y la marcha se encrespa de manera muy adecuada hasta alcanzar un clímax desgarrador; a partir de ahí vuelven las lentitudes, esta vez no tan inconvenientes. Irreprochable el Allegretto, no el más sarcástico posible pero sí muy certero. El Largo se extiende nada menos que hasta los 18’45’’. El maestro aplica aquí los mismos parámetros que con los adagios brucknerianos, obteniendo sublimes resultados: nunca se ha escuchado esta música tan honda, tan sincera y conmovedora; tan doliente y visionaria en sus clímax (¡qué manera de planificar y de encrespar las tensiones!), al tiempo que revestida de la más digna nobleza. El Finale se encuentra portentosamente diseccionado y alcanza momentos de una elevadísima temperatura emocional sin que exista la menor precipitación; la coda podría ser más opresiva, pero en su contexto funciona de manera muy convincente. En fin, toda una experiencia que se ve lastrada, aparte de por la toma sonora, por una orquesta fallona y de solistas limitados que se las ve y se las desea para seguir al maestro. (9)
16. Ashkenzy/Royal Philharmonic (Decca, 1987). Aunque es muy buen conocedor de la música del autor, el de Gorki se limita a ofrecer una Interpretación vistosa y muy bien planificada que pierde bastante por culpa de una blandura y una resignación que llega a resultar molesta, sobre todo en el Largo. (7)
17. Muti/Orquesta de Filadelphia (EMI, 1992). Los Fabulous Philadelphians vuelven a la carga, esta vez con un director muy distinto de Ormandy. Consiguen no solo repetir, sino superar ampliamente su logro en lo que a técnica se refiere con la que quizá fuera la interpretación mejor y más brillantemente tocada hasta esa fecha. Sin embargo, el maestro napolitano no solo no avanza con respecto a su antecesor en lo que a indagación en los pliegues de la música se refiere, sino que se mantiene en una neutra zona de confort limitándose a planificar con absoluta excelencia, inyectar energía soberbiamente controlada y mantenerse ajeno a cualquier suerte de blandura. Todo está bien, incluso muy bien, no hay rastro de espectáculo gratuito ni de devaneos expresivos, pero tampoco un más allá detrás las notas. La ingeniería de los de EMI, sensacional. (8)
18. Svetlanov/Sinfónica Estatal de la Federación Rusa (Exton, 1992). La caída del comunismo permitió, entre otras cosas, que la tecnología extranjera entrara a grabar a las grandes formaciones rusas con mucho mayor acierto que en la desdichada era anterior. En este caso fueron los japoneses los que se lucieron con una espléndida toma que recoge perfectamente a la orquesta de Svetlanov y a su particular sonido “soviético” de metales poco empastados. De alto nivel la interpretación, no exenta de irregularidades. El primer movimiento funciona bastante bien, aunque me hubiera gustado que la breve marcha fuera más lenta y esperpéntica, así como una conclusión más paladeada en la que la negrura estuviera más marcada. El Allegretto que funciona de Scherzo es sensacional, uno de los mejores que conozco en su tratamiento extremadamente sarcástico, lleno de recochineo, del juego de madera y pizzicatos; sorprende quizá que el solo de violín no opte por la caricatura, sino que se presente como una evocación lírica que contrasta con la mordacidad que le rodea. Intenso, concentrado y doliente el Largo, a despecho de que alguna frase concreta podría sonar aún más rebelde. El Finale está globalmente bien comprendido y mejor resuelto, aunque en la coda la ambigüedad no termina de decantarse por lo opresivo y los últimos compases disten de convencer. Una lástima, porque se podía haber redondeado una gran versión. (8)
19. Solti/Filarmónica de Viena (Decca, 1993). Ese enorme director que fue Sir Georg conoció un importante declive en su inspiración en los últimos años de su trayectoria. Quizá fue por ello por lo que con Shostakovich, al que llegó bastante tarde, nunca acertó como con otros compositores. Eso queda en evidencia en esta toma en vivo –formidable, aunque hay que poner el volumen alto– en la que el perfecto equilibrio entre el trazo global y la atención al detalle, la electricidad, el sentido teatral y la brillantez férreamente controlada que caracterizaban su arte no se vean acompañadas –mejor dicho: no se encuentren al servicio- de una expresión honda y sincera. Da la impresión de que Sir Georg, aunque aporta frescura e incuestionable gancho comunicativo, no se entera de qué hay detrás de las notas. En cualquier caso, es difícil resistirse ante los milagros que obran el virtuosismo de batuta y orquesta en el segundo movimiento (¡qué pizzicatos!), o ante el alto voltaje de los momentos más hirientes del Largo. (8)
20. Rostropovich/Orquesta Sinfónica Nacional de Washington (Teldec, 1994). El de Baku fue uno de los músicos del siglo XX que mejor comprendió la música de Shostakovich, a la limpió de carácter oficial y lleno de humanismo, pero en la Quinta, por extraño que parezca, pinchó siempre –también en directo, cosa que pude comprobar en Sevilla en 1992–. Aquí nos ofrece una lectura sorprendentemente espontánea y juvenil, de tempi ágiles, poco sarcástica y también algo superficial. Posee calidez y emoción, pero no es suficiente para estar dentro de la que quizá sea la mejor integral discográficas de esta sinfonía. La orquesta se queda algo corta. (7)
21. Jansons/Filarmónica de Viena (EMI, 1997). El letón comparte la perspectiva “soviética” de esta obra y, armado de una sólida técnica al tiempo que demuestra unas enormes ganas de hacer música, nos entrega una interpretación sin atmósferas opresivas, retranca ni –menos aún– dobles lecturas, pero sí espléndidamente planificada y recorrida por una vitalidad contagiosa. El primer movimiento resulta épico y un punto cinematográfico. El segundo es todo chispa y felicidad; se le escapa un tanto el tratamiento de las maderas, no siempre bien atendidas. El tercero, sin ser agónico ni nihilista, emociona intensamente. Y el cuarto arranca con júbilo y termina de manera moderadamente afirmativa. Jansons cae, por tanto, en la trampa que el compositor le puso a Stalin, pero lo hace con tan absoluta convicción y tanta comunicatividad que termina ganando la partida en esta a la postre notabilísma lectura en la que la espléndida sonoridad de la Filarmónica de Viena desempeña un papel determinante. La toma es soberbia: la tímbrica es impecable y el volumen bajo al que se realizó garantiza esa amplia gama dinámica que la partitura demanda. (8)
22. Sanderling/Orquesta del Concergebouw (RCO, 1999). Estaba anunciado que en el Largo el veterano maestro volvería a hacer gala de su concentración, de su capacidad para frasear al mismo tiempo con sereno humanismo y tremenda congoja, a demostrar su una absoluta comprensión del trasfondo trágico de la música de Shostakovich. Los dos primeros movimientos están francamente bien, no confundiendo calma inquietante con languidez en el primero ni recurriendo a una gran virulencia en el segundo –el violín del Allegretto se queda algo corto en sabor popular e ironía, como ocurría en la interpretación de Haitink con la misma orquesta–, mientras que en el Allegro non troppo conclusivo sabe ofrecer brillantez, potencia expresiva y grandeza bien entendida sin caer en la tentación del efectismo, y aportando ese punto de carácter opresivo y ambigüedad que necesita la coda para convencer. Muy buena la toma sonora para ser en vivo, aunque la de Decca con Haitink en la misma sala sonaba mejor. (9)
23. Caetani/Sinfónica de Milán Giuseppe Verdi (Arts, 2001-02). El hijo de Markevitch no solo sabe obtener un digno rendimiento de una orquesta que es claramente de segunda –flojo el violín solista–, sino que además parece comprender a la perfección tanto el idioma shostakoviano como los pliegues expresivos que se esconden bajo la partitura. Falta, eso sí, un poco de mayor compromiso expresivo y de tensión sonora, así como aquilatar mejor la planificación del último movimiento. Espléndido el sonido, al menos en el desaparecido formato DVD-Audio. (7)
24. Gergiev/BBC Symphony (YouTube, 2002). Como era de esperar, el maestro ruso ofrece una versión muy extrovertida y fresca, pero también algo superficial, en la que prima el impulso frente a la reflexión. Resulta asimismo algo gruesa en lo sonoro, con esa tendencia de Gergiev tan particular hacia lo masivo. No merece la pena detenerse en ella, a pesar de que el Largo le queda muy emocionante. (7)
25. Kitajenko/Gürzenich-Orchester Köln (Capriccio, 2003). Notable interpretación que sobresale por un Largo concentrado y muy hermoso, ya que no particularmente desazonador. El primer movimiento está bien planteado, perdiendo por una sección final en exceso nerviosa. El segundo es espléndido, siempre que aceptemos una comicidad desenfadada y ajena a lo corrosivo. Flojea el Finale, trazado con corrección pero ayuno de fuerza y rabia. La toma sonora, sin ser la mejor posible, ofrece gran relieve en SACD. (7)
26. Rostropovich/Orquesta Sinfónica de Londres (LSO Live, 2004). Otra vez da la impresión de que Rostropovich no quiere ver ningún tipo de "significado oculto" en la partitura, limitándose a ofrecer una lectura en conjunto estimable que va de menos a más. Empieza un tanto rutinaria y descafeinada, continúa con un Allegretto muy centrado, culmina en un Largo emocionante, aunque más lírico ¿tchaikovskiano?) que nihilista, y se cierra con un Finale que sabe no caer en el efectismo. (7)
27. Maazel/Filarmónica de Nueva York (DG Concerts, 2006). Alcanzar los 20’30’’ en el Moderato inicial es un verdadero riesgo. El veterano director sortea el peligro sin que decaiga la tensión, proeza que está reservada a técnicas de batuta de primerísimo orden como la suya. Pero es que, además, Maazel acierta al evitar una aproximación digamos “romántica” a la partitura, decantándose por un calculado distanciamiento –auténtica llama fría– que evita los excesos pero que en absoluto deja a un lado los aspectos más inquietantes de la obra, especialmente en un Largo de un marcado nihilismo que el maestro sabe conducir hasta un clímax sobrecogedor. En el último movimiento no hay la menor retórica triunfalista, aunque aún se podría incidir más en su carácter opresivo. (9)
28. Ozawa/Orquesta Saito Kinen (Philips, 2006). El maestro oriental realiza un trabajo de gran finura en el tratamiento de la orquesta, pero su temperamento no termina de cuadrar con lo que la obra demanda. Al primer movimiento, irreprochablemente planteado y resuelto, le faltan aspereza, rabia y garra dramática. El segundo, elegantísimo y refinado, resulta una verdadera delicia. Solo eso: necesita más sarcasmo. Al Largo, no especialmente lento pero sí muy bien cantado, le falta carácter. A la postre, y aun sin terminar de convencer, lo más personal es un Finale expuesto con lentitud y subrayando sus aspectos más maquinistas y obsesivos, apuntando con acierto a la tragedia interior que se esconde detrás de semejante despliegue de brillantez. La toma en vivo es espléndida y posee unos graves de verdadero impacto. (7)
29. Tilson Thomas/San Francisco (Blu-Ray y CD SFS, 2007). Al contrario que otros maestros que dicen una cosa sobre la partitura para luego terminar haciendo otra muy distinta a la hora de ponerla en sonidos, el maestro norteamericano lleva por completo a la práctica el magistral análisis que realiza en el documental al que complementa esta interpretación filmada en los Proms. Es decir, apostar por una lectura en la que los aspectos más sombríos, amargos y opresivos de la obra quedan en primer plano y subrayan la ambigüedad que subyace en mucho de los pasajes, de manera muy particular en un Finale que es aquí, como pocos directores han logrado poner de relieve, una beligerante denuncia política cargada de negrura. Los otros tres son francamente buenos, destacando un primero cargado de poderoso dramatismo y un segundo no particularmente corrosivo, pero dicho con saludable socarronería y magníficamente expuesto. En el tercero cosas aun más profundas y acongojantes se han escuchado, pero aun así Tilson Thomas, que en el documental relaciona el pasaje con la música litúrgica de la iglesia ortodoxa, logra convencer por su sabia mezcla de vuelo lírico e intensidad emocional. La orquesta, ni que decir tiene, funciona de maravilla y es tratada por la batuta con una claridad y una plasticidad admirables, bien recogida en Blu-ray por una toma sonora en surround auténtico que supera las limitaciones propias de la acústica del Royal Albert Hall, aunque no del todo las del origen televisivo del producto: la gama dinámica no es todo lo amplia que podía haber sido. Por cierto, yo estuve allí. (9)
30. Vasily Petrenko/Royal Liverpool Philharmonic (Naxos, 2008). El talentoso pero algo irregular maestro de San Petersburgo nos ofrece interpretación lenta, de magnífico pulso y admirable concentración, que sobre todo por los primeros movimientos, muy centrados en lo expresivo sin necesidad de cargar las tintas del expresionismo. El Largo resulta bajo su batuta doloroso y profundo, ya que no especialmente terrible. Magnífico –por sincero, antes que visceral– el movimiento conclusivo, que remata de manera adecuadamente opresiva, ambigua y antirretórica. Muy bien la orquesta. (8)
31. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Mariinski, 2012). Queda claro que el niño mimado de Putin no solo domina el idioma shostakoviano y que conoce todos los dobleces del universo expresivo del compositor –la visión no es nada “oficialista”–, sino también que ama su música y es capaz de recrearla con enorme intensidad, logrando combinar brillantez y sentido lirismo, sarcasmo y garra dramática, siempre dentro de ese estilo vitalista, impulsivo antes que reflexivo, que caracteriza sus maneras de hacer. ¿El problema? En el cuarto movimiento se suelta la melena y monta el numerito decibélico que en él era de esperar. No es que no comprenda el sentido último de esta música, que sí lo comprende. Es que resulta basto y vulgar como él solo. Espléndida toma en SACD multicanal. (7)
32. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Blu-ray Arthaus, 2013). Esta filmación en la Sala Pleyel de París mejora el registro en audio del año anterior. Ahora el cuarto movimiento no es un desmadre: simplemente se queda en lo superficial, sin indagar en las notas. Al primero, más que correcto, se le puede pedir una atmósfera más cargada y opresiva, así como mayor rabia en sus clímax. Segundo y tercero están francamente bien: Gergiev demuestra, una vez más, que ama esta música y es capaz de comprometerse con ella, aunque también que como director no pasa de una discreta segunda fila. Toma de enorme pureza tímbrica e inaceptable compresión dinámica. (8)
33. Sokhiev. Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2014). La sonoridad musculada y poderosísima de la orquesta, sencillamente la ideal para esta partitura (¡qué tremenda la cuerda grave “a lo Quinta de Beethoven” en el segundo movimiento, por no hablar de los metales en el cuarto!) es la gran baza de esta interpretación dirigida con enorme solvencia, aunque sin nada en particular que decir por parte de un Sokhiev que, siendo correcto y acertando con la ambigüedad del final, no sabe resultar particularmente intenso ni profundo. Además, incluye algún que otro discutible portamento. (7)
34. Nelsons/Sinfónica de Boston (DG, 2015). La ejecución es impresionante. La planificación, portentosa. Exquisito el gusto con el que todo está dicho, tanto por la naturalidad del fraseo como por la ausencia de cualquier efectismo. Pero Nelsons se niega a ver más allá de las notas y, aunque no cae en la tentación de oficializar la partitura a la manera de un Mravinsky, tampoco está dispuesto a profundizar en su expresión. Se echan de menos atmósfera opresiva, rebeldía y desesperación, como también ese particular retranca shostakoviana que le da sentido a su música. De este modo, el primer movimiento arranca sin verdadera congoja y, aunque está admirablemente construido hacia un clímax de enorme tensión, no desprende la desesperación que la música necesita. El segundo está bien, dentro de una línea más amable que socarrona; se podría echar más imaginación a las intervenciones de las maderas. El Largo se encuentra paladeado con amplitud y concentración, aun sin dejar que la música nos hiera en los más hondo. En el Finale Nelsons ve notas y nada más que notas: asepsia pura. Magnífica la toma en vivo. (8)
Parece que la discografía comparada de la Novena de Gustav Mahler va a tardar más de lo previsto, así que vaya aquí un aperitivo: la registrada por Sir John Barbirolli al frente de la Filarmónica de Berlín en enero de 1964. Suele decirse que no es tan formidable como la Quinta y la Sexta grabadas también para EMI. Cierto es, pero aun así se trata de una gran interpretación.
Arranca Sir John desconcertándonos con unos innecesarios portamentos, pero a los pocos minutos queda claro que este Mahler va a ser el que podemos esperar del grandísimo director británico: dramático y combativo, adusto en la sonoridad al tiempo que encendido en la expresión, desinteresado por la belleza y dispuesto a hurgar en la llaga. Ahora bien, en el primer movimiento las cosas no terminan de funcionar: el pathos se hace bien presente, pero la peculiar poesía que esta música alberga -melancólica y humana, sin que ello signifique que haya que caer en lo erróneamente contemplativo- no llega a brotar. Tampoco, y eso es más extraño, termina el maestro de analizar como es debido todo el entramado orquestal, y eso que somete a un verdadero tour de forcé a una orquesta a la que hace sonar de manera muy, pero que muy distinta, más áspera y angulosa, de como lo harán Karajan y Abbado en esta misma página.
Los movimientos centrales, aquí hay no hay sorpresa, son formidables. Barbirolli no necesita distanciarse con la socarronería de un Klemperer: le basta con mantener el punto justo de equilibrio entre visceralidad y control para realizar una lectura descaradamente expresionista en la que, sin renunciar a cierto sentido del humor, no hay lugar para el respiro lúdico. En perfecta coherencia con lo hasta aquí desarrollado, en el Finale la batuta prende fuego a la cuerda increíble de la orquesta berlinesa (¡qué soberbio trabajo el de la remasterización de 2020!) y nos conduce de manera implacable a los grandes clímax para dejarnos con el corazón en un puño. Tras el último, qué cosas, vuelven los portamentos y el maestro no termina de encontrar ese punto de negrura absoluta al que parecía dirigirse.
Esta entrada se publicó por primera vez el 6 de enero de 2010. Ahora aparece sustancialmente remozada. Quien quiera saber algo más sobre la prodigiosa Primera Sinfonía de Shostakovich, aquí tiene un enlace que podría ser de utilidad.
Confieso que no estoy contento de cómo ha quedado la comparativa, pero puede ser divertida. Una vez más, insistir en que no se tomen muy en serio esto de las puntuaciones del uno al diez. ¡Como si se pudiera medir realmente algo tan subjetivo como es la interpretación musical!
1.Markevitch/Orquesta de la ORTF(EMI, 1955). El joven Markevitch construye una versión rápida y electrizante. El primer movimiento resulta teatral, animado y humorístico, no especialmente corrosivo aunque tampoco nada naif, sino lleno de intención, a lo que ayuda una tímbrica muy incisiva. El segundo, lleno dinamismo, se precipita y no deja respirar a la música con el sentido atmosférico que debe. El tercero y el cuarto son muy punzantes y poseen una adecuada rebeldía. Impresionantes los timbales antes del final, de un carácter implacable lleno de amenaza. Lástima que la planificación no sea irreprochable y que existan momentos de barullo. (8)
2. Martinon/Sinfónica de Londres (RCA-Decca, 1957). El maestro francés, quizá por lo curvilíneo de su fraseo y su sensibilidad para el color, convence sin problemas en un primer movimiento animado, juguetón y con una dosis muy adecuada de ironía, ya que no de sarcasmo, pero se muestra más bien deslavazado en el segundo, cuyo clímax deja bastante que desear. Los otros dos los plantea con intensidad “romántica”, atención a la atmósfera y plena conciencia del subtexto dramático, pero con frecuencia se precipita y no logra dotar de continuidad al discurso. La orquesta tampoco ayuda: los metales no están en plena forma y las trompetas, concretamente, dejan mucho que desear. La toma, estereofónica, es clara y equilibrada en los planos, pero bastante áspera y carente de relieve, mostrándose lastrada por la compresión dinámica. (7)
3. Kurtz/Philharmonia (EMI, 1957). Al frente de una orquesta maravillosa y beneficiándose de una toma de sonido ya estereofónica, el maestro ruso realiza una interpretación objetiva, maravillosamente construida, directa y sin el menor devaneo, y dotada de un elevado sentido teatral. Eso sí, sin ofrecer toda la ironía que debe destilar el primer movimiento, el sentido de lo inquietante y lo misterioso del segundo, la hondura dramática del tercero ni la emotividad del cuarto. (8)
4. Stokowski/ Symphony of the Air (EMI, 1959). Ya desde un agrio y sarcástico comienzo queda claro que el mítico maestro captura a la perfección el espíritu de la obra y va a optar por una lectura poco festiva, con mucha retranca, que se beneficia de su gusto por la tímbrica descarnada, pero que también se ve lastrada por un pulso muy irregular –deplorable el arranque del Scherzo–, por una ejecución un tanto chapucera y por alguna excentricidad marca de la casa. A destacar, en cualquier caso, el carácter particularmente amargo que Stokowski destila en los dos últimos movimientos, así como su alejamiento de la retórica y el triunfalismo. En la toma sonora, estereofónica, se notan demasiado los empalmes. (7)
5. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (Sony, 1959). Sin ser el precisamente el colmo del riesgo y de la personalidad,
sino más bien un artesano de la más absoluta honestidad, Ormandy demuestra una perfecta
comprensión de la tempranísima partitura, tanto del componente gamberro y
circense de su primera parte –sin llegar al extremo de sarcasmo que más adelante
ofrecerá un Rozhdestvensky– como del indisimulado romanticismo de la segunda –sin alcanzar el profundo e intenso pathos de un Bernstein–. Todo ello lo pone
en sonido mediante una técnica sin fisuras y una orquesta en estado de
gracia. (9)
6.Markevitch/Orquesta Nacional de la ORTF(DVD EMI, 1963). Ocho años después de su registro en audio para EMI, la Radiodifusión Francesa realizó esta filmación de mediocre calidad audiovisual que no solo no mejoró el registro oficial realizado para EMI, sino que dejó más aún en evidencia las limitaciones de la orquesta. Los parámetros interpretativos son prácticamente los mismos. En cualquier caso, resulta impagable contemplar el gesto sobrio y marcial de Markevitch. (7)
7. Ancerl/Orquesta Filarmónica Checa (Supraphon, 1964). El director checo acierta con una interpretación fresca y juvenil, desprejuiciada, extrovertida y muy sincera. El primer movimiento le sale especialmente animado y bullicioso, ofreciendo una acertada tímbrica incisiva, aunque quizá sea un poco más risueño de la cuenta y por momentos roce lo pimpante. Muy animado y dinámico el segundo, si bien no rehuye lo inquietante. Abiertamente rebelde –más que nihilista– el Lento, y de gran sentido de la teatralidad pero sin asomo de retórica el final, cuya tímbrica áspera y tratamiento dramático resultan muy acertados. (9)
8. Kondrashin/Filarmónica de Moscú (Melodiya, 1972). Evidenciando su contrastada afinidad con la música del autor, el gran director ruso ofrece en su pionera integral una interpretación tensa y corrosiva, de clímax hirientes y rebeldes, atenta tanto al sarcasmo como al dramatismo, que podría ganar aún en refinamiento y paladear mejor el –aun así, intenso– tercer movimiento. Magnífico el final, frenético y nada triunfalista. (9)
9. Rozhdestvensky/State Academy Symphony Orchestra of the URSS (Brilliant, 1976). Aunque en su integral obtendrá resultado más convincentes, por ofrecer un trazo más cuidado y una mejor planificación global, el marido de la Postnikova ofrece ya una interpretación ácida, tensa y corrosiva, que no mira al pasado romántico sino al futuro Shostakovich expresionista. El Allegretto es juguetón pero albergando mucha mala leche. El Allegro que le sigue resulta aristado, no del todo gótico. El tercer movimiento es muy negro y doliente, mientras que el cuarto sabe ser antes frenético que triunfalista. Lástima que a veces haya algo de confusión y que la grabación, más bien pobre, desequilibre los planos sonoros. (9)
10. Solti/Sinfónica de Chicago (Blu-Ray Cmajor, 1977). En uno de los primeros acercamientos del maestro al universo del autor de La nariz, Solti nos ofrece una interpretación
rápida, bulliciosa y chispeante, dicha con claridad y virtuosismo extremos por
parte de una orquesta y una batuta de técnica insuperables, trazada con la
adecuada electricidad interna y sin la menor concesión al efectismo, pero un
tanto limitada en lo expresivo al no mirar más que a la etapa gamberra,
extrovertida y humorística del Shostakovich juvenil –a veces parece que estamos
escuchando la banda sonora de una cinta de animación– y, por ende, a
desentenderse de la atmósfera inquitante y el pathos no poco romántico que
subyacen en la partitura. Dicho de otra manera: espléndidos los movimientos
iniciales, desaprovechados los dos últimos. La toma sonora
podría haber sido mucho mejor. (7)
11. Haitink/Filarmónica de Londres (Decca, 1980). Siempre objetivo y un tanto distanciado, el holandés ofrece una gran versión en su conjunto, pero a la que le falta chispa y sentido del humor –carencia habitual de Haitink– en el segundo movimiento. El resto es sólido y ofrece un acertado dramatismo, manteniendo la tensión en todo momento. Excelente prestación orquestal, si bien la toma sonora no es la mejor del globalmente admirable ciclo grabado por Decca. (9)
12.Rozhdestvensky/Sinfónica del Ministerio de Cultura de la URSS (Melodiya, 1983). Resulta francamente difícil superar esta modélica lectura, sarcástica y juguetona pero también altamente dramática, trufada con algún detalle personal algo discutible pero llena de fuerza. Sería aún más disfrutable con una orquesta de primera fila y con una toma sonora a la altura de las circunstancias. Bochornoso que toda esta imprescindible integral se encuentra hoy por hoy descatalogada. (10)
13. Kurt Sanderling/Sinfónica de Berlín(Berlin Classics, 1983). El gran maestro alemán nos ofrece una visión marcadamente gótica y sombría, pero no sólo en los dos últimos movimientos, excepcionales por su dramatismo, su pathos, su sinceridad y su alejamiento de la falsa retórica, sino también en los dos primeros: la jovialidad se sustituye por el carácter ominoso, al tiempo que en el segundo movimiento –que de manera incomprensible arranca sin fuerza alguna– explora como ningún otro lo ha hecho la vertiente turbia e inquietante de su segundo tema. Ideal para quien desee bucear en los aspectos más dolientes de esta música sin hacerlo desde una óptica expresionista. (9)
14. Neeme Järvi/Nacional de Escocia (Chandos, 1984). No sé si será porque en la primera mitad de los ochenta el director estonio aún no había sucumbido a la grabación compulsiva de discos, pero lo cierto es que sorprende escuchar al tantas veces pedestre y rutinario Neeme Järvi una Primera de Shostakovich así, no solo bien trazada y dicha con convicción, sino además muy comprometida en un enfoque que desdeña todo lo que de festivo y juguetón pueda rastrearse en la obra para decantarse por subrayar los aspectos más incisivos, sombríos y amargos de la partitura. Sobran cierta blandenguería en el solo de violonchelo anterior a la coda y la tendencia a acumular decibelios en los clímax. Le ayuda una toma sonora que, además de poseer una admirable transparencia, posee una amplísima gama dinámica. (9)
15. Bernstein/Sinfónica de Chicago (DG, junio 1988). En su único disco con la Sinfónica de Chicago, Lenny nos entrega una lectura sobresaliente que destaca por su enorme pathos, por su tremenda sinceridad expresiva y por su sentido del dolor y de la tragedia, ante todo en los dos últimos movimientos. Los dos primeros no resultan especialmente sarcásticos ni electrizantes, pero están ricamente matizados, desmenuzados hasta el límite y dotados de un sentido del misterio y de lo inquietante muy apropiado. Solo Celibidache será capaz de llegar aún más lejos, si bien Bernstein cuenta con la enorme ventaja de tener a su servicio una orquesta absolutamente insuperable. (10)
16. Bernstein/Orquesta del Festival Schleswig-Holstein(DVD Euroarts, julio 1988). Como en su lectura inmediatamente anterior para DG, los dos primeros movimientos están llenos de intención, misterio y fina ironía, si bien se puede echar de menos la electricidad de otras lecturas, así como una mayor dosis de mala leche. Los dos últimos resultan extraordinariamente conmovedores por su pathos, cantabilidad, fuerza dramática y carga expresiva, extrayendo Bernstein un lirismo de lo más acongojante. Desdichadamente las diferentes familias de la orquesta juvenil y algunos de sus solistas muestran sus relativas insuficiencias, por lo que el nivel se acaba resintiendo. En cualquier caso, los extensos y fascinantes ensayos que incluyen este DVD hacen su conocimiento indispensable. (9)
17. Ashkenazy/Royal Philharmonic(Decca, 1988). Siempre solvente pero rara vez brillante en sus aproximaciones a la obra del compositor, Ashkenazy encuentra un certero punto de equilibrio entre los componentes dramáticos y lúdicos de la pieza. Por desgracia, la versión pierde fuelle por cierta languidez en el tercer movimiento, así como por una tendencia al efectismo en el cuarto que hace que el resultado sea más espectacular que sincero. La realización es muy buena, si bien al final hay algo de barullo. (7)
18. Solti/Orquesta del Concertgebouw(Decca, 1991). Nos encontramos aquí en la antípoda de Sanderling. Hay en esta lectura mucho de sentido del humor, de fuerza, de tensión sonora y de rebeldía, triunfando Solti en un Allegretto inicial animadísimo pero nada mecánico. Lo hace también en un Allegro que sabe conciliar lo juguetón con lo tenso, y aunque su segundo tema no resulte del todo inquietante, hay que destacar como la furia con que este movimiento concluye nada tiene de lúdica. En la segunda mitad de la obra, y aunque por fortuna el maestro ha remansado un poco los excesivos tempi de su interpretación con Chicago, siguen echándose de menos poso dramático, ambigüedad, nihilismo y carácter atmosférico, careciendo el fraseo de la intención y de la concentración deseable. De este modo resulta algo superficial el tercer movimiento y solo bueno el cuarto, que finaliza, eso sí, con una enorme fuerza y sin la menor retórica. La toma sonora, realizada en vivo, se encuentra realizada a un volumen muy bajo y resulta un tanto extraña. (8)
19. Solti/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 1991). Mientras que el disco de Decca procede de los conciertos de los días 18, 19 y 21 de septiembre, este otro corresponde solo al del 19. Edición complementaria de la anterior, pues, que suena distinta pero no mejor. (8)
20. Rostropovich/Orquesta Sinfónica Nacional de Washington (Teldec, 1993). La integral de Rostropovich, menos sarcástica pero con mayor vuelo lírico y profundidad humana, es el complemento perfecto a la de Rozhdestvensky. Esta Primera resulta admirable por su perfecto equilibrio entre los ingredientes de la partitura, siendo de un humor muy elegante –más irónico que sarcástico– el primer movimiento, animadísimo pero también inquietante el Allegro, de gran pathos –no especialmente nihilista– el tercero y adecuadamente dramático el cuarto. El final podría ser aún más tenso y rebelde. (9)
21. Barshai/Orquesta Sinfónica de la WDRde Colonia (Brilliant, 1994). En su notable y baratísima integral, el experto Rudolf Barshai mostró un irreprochable conocimiento del idioma, como también ciertas desigualdades interpretativas. Así las cosas, el primer movimiento le quedó fresco y juguetón, pero no muy matizado, dicho un tanto de pasada. Bastante soso el Allegro. Tercero y cuarto, rápidos en sus tempi, ofrecieron un muy adecuado dramatismo, aunque podían estar más paladeados. Muy notable la orquesta, y fantástica la grabación. (7)
22. Celibidache/Orquesta Filarmónica de Múnich(EMI, 1994). Plenamente inmerso en su estilo interpretativo de última época, esencial y abstracto, el maestro rumano ofreció una genial recreación en la que uno no sabe si asombrarse más por cómo está desmenuzado el tejido orquestal; por la manera de sostener el pulso a pesar de la lentitud de los tempi; por la naturalidad y flexibilidad del fraseo; por la enorme cantidad de matices expresivos que se descubren; por la riqueza de la paleta de colores desplegada; por esa ironía al mismo tiempo fina y socarrona puramente celibidachiana; por el marcadísimo sentido de lo atmosférico; o por el trágico y hondo patetismo –que no el nihilismo de un Sanderling– que se logra aquí extraer de la partitura. Lástima que la orquesta no sea de primera y que la grabación, lógicamente en vivo, no esté a la altura de la época. (10)
23. Jansons/Filarmónica de Berlín(EMI, 1994). Al frente de una orquesta maravillosa que lse rindió a él incondicionalmente, el irregular Jansons ofreció una versión rutilante y espectacular, dicha con muchas ganas, bien planificada y soberbiamente tocada, de notable sentido del humor, pero un tanto externa e insincera en los momentos más dramáticos. Como suele pasar con este algo sobrevalorado director, más ruido que nueces. (8)
24. Temirkanov/Filarmónica de San Petersburgo (RCA, 1996). Con la complicidad de una orquesta de espléndida cuerda y metales algo pobres, Temirkanov acierta plenamente en los dos primeros movimientos, cuyo espíritu juguetón y desenfadado, mas no inocente, captura de manera admirable. Otra cosa es que su sentido del humor sea antes irónico que sarcástico o corrosivo. La segunda mitad de la obra está francamente bien resuelta, aunque cosas más intensas y con más garra se hayan oído. La coda final resulta muy extraña y caprichosa, aunque tal vez se encuentre, sencillamente, mal tocada. Toma sonora a muy bajo volumen y en exceso difusa. (8)
25. Vladimir Jurowski/Orquesta Nacional Rusa (Pentatone, 2004). La realización es espléndida y el enfoque dramático muy certero, pero el conjunto desprende cierta sensación de distanciamiento y frialdad que no casa bien con esta música que necesita ante todo ironía y pasión. Un relativo chasco para venir de una de las más interesantes batutas del panorama actual. Fabulosa, eso sí, la toma de sonido. (7)
26. Kitajenko/Gürzenich-Orchester Köln(Capriccio, 2004). Al frente de una notable orquesta y dentro de una más que digna integral que aprovecha el formato SACD, el ya veterano maestro ofrece una lectura de muy buen pulso e irreprochable idioma, equilibrada entre lo burlón y lo dramático, a la que le falta un punto de creatividad y le sobra algo de tosquedad para ser excepcional. (8)
27. Masur/Filarmónica de Londres (LPO, 2004). Sorprende gratamente encontrar al tantas veces aburrido Masur entusiasta y comprometido con la obra, al menos en una primera mitad donde hay animación, ironía –suave antes que sarcástica–, chispa y refinamiento bien entendido, como también sentido del misterio y de lo inquietante. El tercer movimiento funciona mucho menos bien, pues aquí el maestro se detiene poco en explorar atmósferas y no termina de calar en la fuerza trágica de la obra. Tampoco convence el cuarto, bien trazado pero con algunas languideces –blando el solo de violín y, algo menos, el de violonchelo– y cierta tendencia a la aparatosidad –la decisiva intervención del timbal–. Coda mucho antes efectista que sincera. La toma sonora está realizada a volumen muy alto, lo que implica una apreciable compresión de la gama dinámica. (6)
28. Rattle/Filarmónica de Berlín (EMI, 2005). Aunque el maestro británico suele mostrarse más atento al lado lúdico de las obras que dirige que al dramático, en esta página apuesta por una visión abiertamente áspera y sombría. El primer movimiento resulta así seco y dramático, parco en sentido del humor. Lo mismo el segundo, algo soso. El Lento es muy siniestro, algo mortecino por momentos, mientras que el último vuelve a ser más dramático que brillante. La orquesta es fabulosa, pero por momentos la realización resulta algo tosca en lo sonoro. (8)
29. Wigglesworth/Filarmónica de la Radio de Holanda (BIS, 2006). De manera parecida a la de un Sanderling o un Rattle, el maestro británico pasa un tanto de largo ante los aspectos más juveniles, burlones y electrizantes de la partitura para, moderando los tempi y creando atmósferas espectrales, encontrar en esta obra tan temprana el germen del Shostakovich maduro. Ciertamente lo consigue, y además lo hace con apreciable musicalidad y trazo fino, pero el pulso no es regular, hay clímax sin garra –tercer movimiento– y, en general, se echa de menos la tensión interna que debe recorrer la obra. La toma sonora, al estar realizada a un volumen bajísimo, recoge de manera asombrosa toda la gama dinámica que proponen los pentagramas. (7)
30. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Mariinski, 2008). Moderando su habitual tendencia a la vulgaridad y el efectismo, el director favorito de Vladimir Putin ofrece una interpretación de notable nivel técnico y buen gusto en lo expresivo, si bien dentro de un enfoque mucho antes romántico que expresionista. En este sentido, la comicidad del primer movimiento está teñida de cierta melancolía, mientras que el Allegro, no muy tenso ni aristado, quizá algo desvaído, alberga un atractivo carácter sombrío. En el tercer movimiento se alcanza un apreciable vuelo lírico, y solo hay que reprochar que por momentos lo trágico se confunda con lo sollozante. El cuarto resulta convincente, a pesar de su coda algo efectista e insincera. (7)
31. Vasily Petrenko/Royal Liverpool Philharmonia (Naxos, 2009). Aunque ha realizado algunos muy buenos acercamientos a la obra del autor, Vasily Petrenko defrauda aquí con una interpretación lenta, flácida y con tendencia a la blandura, en la que sustituye la tensión interna por un juego extremo con las dinámicas. Lo mejor es el primer movimiento, algo descafeinado pero bien bien trazado. El segundo es un disparate: las secciones lentas las hace ralentiza al límite y el resultado, lejos de ser inquietante, es amanerado. En el tercero la batuta mira a la pasacaglia de la Octava, pero en lugar de lentitud y desolación hay flacidez y un aire tristón. En el cuarto los pasajes líricos no tienen garra y los solistas ofrecen intervenciones sollozantes, optándose en la coda final por el estruendo para contrastar. (4)
32. Currentzis/The Mahler Chamber Orchestra (DVD y Blu-ray Euroarts, 2013). Como era de esperar, el controvertido maestro griego deja a un lado todo lo que de desenfadado y gamberro puede tener esta página para decantarse por una visión sombría, cuya primera mitad ofrece una fuerte dosis de humor negro –más siniestro que corrosivo, pero siempre tensando al máximo las cuerdas– y en la segunda decantarse por un lirismo impregnado de congoja, verdaderamente doloroso, hasta llegar a un final lleno de rabia contenida. Todo ello lo hace, además, delineando a la perfección la arquitectura de la obra y haciendo que los solistas de la orquesta –todos muy implicados en lo expresivo, pese a más de un desliz aislado y a un piano algo flojo– intervengan con el más acertado sentido teatral. La imagen es magnífica en Blu-ray, pero no tanto el sonido: la gama dinámica podría ser aún más amplia. Y se echa de menos el surround. (10)
33. Michael Sanderling/Filarmónica de Dresde (Sony). Como Currentzis,
pero sin cargar las tintas en semejante extremo, Sanderling hijo evita
ver en esta obra una gamberrada juvenil, desatiende la ironía más o
menos corrosiva –la sonrisa es no aquí una burla autodefensiva, sino una
siniestra mueca de dolor– y recrea la obra desde la perspectiva del
Shostakovich maduro, cargando la atmósfera de malos presagios y ofreciendo, lógicamente más en los dos últimos movimientos que en los
primeros, un desolador recorrido con los paisajes del alma humana, así hasta
llegar a una coda tan lacerante en su congoja como implacable en su
resolución. La orquesta se encuentra tratada con enorme acierto, haciendo que
los metales suenen descarnados y matizando muy bien a los solistas;
discreto el primer violín, por cierto, si bien los timbales son
magníficos. Espléndida la toma. (9)
34. Paavo Järvi/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2015). Al igual que su padre, Paavo es un maestro que parece sintonizar con esta partitura bastante más que con otros repertorios. No es solo que todo esté en su sitio –eso por descontado– y que suene plenamente a Shostakovich, sino que además se ofrece fuerza, sinceridad y hasta una serie de interesantes hallazgos desde el podio. El primer movimiento, dicho con incisividad y sarcasmo necesidad de cargar las tintas, no es quizá el que está mejor dirigido de los cuatro, pero aquí los increíbles solistas de la orquesta (¡sensacional Emmanuel Pahud!) colocan en listón en lo más alto no solo en lo técnico, sino también en lo expresivo. El segundo sabe ser juguetón al mismo tiempo que ofrecer misterio –muy paladeados los interludios entre los ataques de las cuerdas– y una buena dosis de ferocidad, con detalles muy interesantes. El tercero resulta adecuadamente patético –aquí difícil alcanzar a Bernstein, claro– y el cuarto, espléndidamente delineado y con momentos muy incandescentes, concluye con la adecuada mezcla de brillantez y amargura. Lástima que en la coda el maestro se precipite un poco. La extraordinaria calidad de la orquesta, en cualquier caso, redondea una interpretación de muchísimo nivel. (9)