viernes, 1 de noviembre de 2024

Barenboim y Argerich, en el mejor momento de su carrera: concierto en Berlín con Beethoven y Brahms

Escuché el concierto de Daniel Barenboim, Martha Argerich y la Filarmónica de Berlín del pasado sábado 26 de octubre, retransmitido en directo por la Digital Concert Hall, haciendo uso del móvil y los auriculares mientras caminaba por las calles de Parma. Ahora lo he visto en casa disfrutando de soberbia imagen 4K y una excelente calidad de sonido (aquí puede comprar su ticket). Vamos a por ello.

El Concierto para piano nº 1 de Beethoven es una versión corregida y aumentada del que hicieron los dos artistas en 2014 junto a la WEDO, publicado en DVD por Euroarts. Es decir, un perfecto ejemplo de fusión de dos maneras de hacer distintas, como si batuta y piano renunciaran a parte de su personalidad característica para lograr una interpretación tan perfcta como indiscutible. Lo lograron, pero ahora van todavía a más. ¿A más en qué? Pues en eso tan resbaladizo que se llama inspiración.

De hecho, esta es la que más me gusta de las no sé ya cuántas que le he escuchado al señor Barenboim, incluyendo una en directo en el Teatro de la Maestranza en 1992 con la misma orquesta. Las cosas ahora han cambiado, hasta el punto de que ni el más radical detractor de la “vieja tradición centroeuropea” podrá realizar reproche alguno. Y no porque el maestro opte por baquetas duras en los timbales –ya lo había hecho, muy sensatamente, con su Staatskapelle–, sino porque no hay rastro aquí de “densidades germánicas”, visiones otoñales ni nada parecido. Su interpretación es un prodigio de clasicismo, dejando bien claro hasta qué punto en los últimos años de su carrera ha logrado un incomparable entendimiento del estilo: hay aquí mucho de elegancia, de frescura, de agilidad, de ligereza incluso, también de chispa y desparpajo, coquetería y hasta de sana frivolidad, por no hablar de una altísima dosis de belleza sonora, pero sin por ello renunciar a lo que la música pide de tensiones internas, de contrastes, de efusividad poética y de hondura humanística. Todo ello, galvanizado por eso que es precisamente la esencia del clasicismo: el más absoluto equilibrio. ¿Que pueden preferirse visiones más ásperas, tensas y dramáticas, bien sea desde la óptica “contaminada por Wagner” o desde el historicismo combativo? Cierto es, pero yo creo que con esta felicísima síntesis la música muestra mejor todas sus facetas expresivas. Ni que decir tiene que buena parte del éxito corresponde a los primeros atriles de una orquesta en estado de gracia: luego volveré sobre ello.

De Argerich puedo decir exactamente lo mismo. Si en 2014 ya controlaba su tendencia al nerviosismo y a soltar alguna que otra frase mecánica, ahora se muestra todavía más inspirada, al tiempo que consigue sintetizar todas experiencias desde aquellos tiempos en los que era auténtica tigresa hasta el momento en que grabó esta misma partitura con un Érard de 1849 bajo la vigilancia de Frans Brüggen. Lo que aquí ofrece es realmente un “todo Beethoven”, con sus claroscuros y sus tensiones, con la sublime poesía de un Largo en el que sus dedos matizan con verdadera exquisitez, y también con una buena dosis de cachondeo. La anécdota: en el último movimiento la de Buenos Aires metió la pata de manera escandalosa en el acorde conclusivo de una de las frases del tercer movimiento. Recuerdo mi estupor allí en Parma. Luego las redes comentaron que iban a editar el gambazo, y efectivamente así ha sido: la versión colgada en la plataforma corrige el error. Me da un poco de pena, porque se pierde la espontaneidad del asunto, pero por otro lado ahora sí se puede decir aquello de “escuchen ustedes esta versión, porque estamos ante una referencia absoluta”. La propina es la de siempre, “Traumes-Wirren” de las Fantasiestücke op. 12 de Schumann. O sea, Argerich al cubo.

Sinfonía nº 4 de Johannes Brahms en la segunda parte. El maestro la había grabado en los noventa con la Sinfónica de Chicago: interesantísima versión por su intento de conjugar lo otoñal con la gravedad dramática, pero todavía por madurar. Qué quieren que les diga, el primer movimiento no resultaba inspirado, mientras que al Finale le faltaba unidad. Muchos años más tarde se la escuché en Huelva al frente de la WEDO: alto nivel sin nada que destacar. En 2017 llegó su registro con la Staatskapelle de Berlín: ahí sí, la genial Passacaglia conclusiva ya alcanzaba la estratosfera, pero todavía ese primer movimiento se le escapaba al maestro, justo como ocurrió poco después en su filmación en Buenos Aires. ¿Y ahora? Pues no solo le sale una interpretación completamente redonda, sino que se eleva hasta lo más alto de la discografía.

Claro, desde 2017 hasta 2024 nuestro artista ha sufrido una transformación. Lo dije en su momento, y lo sigo diciendo: a partir de su enfermedad Barenboim, que dirige con gesto mínimo y absoluta complicidad con unos músicos que saben exactamente lo que él quiere, es otro Barenboim. Más lento, más transfigurado y más genial. Una de las tres cimas absolutas de la dirección de orquesta, junto con el Furtwängler tardío y el Klemperer de sus últimos quince años.

Tampoco hace falta ser muy listo para darse cuenta de la considerable diferencia ente esta nueva recreación y las que hizo con la Staatskapelle de Berlín. No solo es cuestión de tempi. Hay algo más: mayor naturalidad en el trazo global –ahora más lógico–, sensualidad más desarrollada, dosis más importante de elevación poética… Y sí, caigamos en el tópico: un enfoque menos escarpado y más espiritual, sin que ello signifique la renuncia al músculo sonoro, a la densidad armónica ni al sentido trágico. El discófilo me entenderá enseguida si le digo que a la grabación que más me recuerda es a la de Giulini con la Filarmónica de Viena, una de mis preferidas junto a la del italiano en Chicago, a la de Carlos Kleiber y a la piratada que por ahí circula con Bernstein y los Wiener. Esta de Berlín la pongo ahora junto a ellas.

Lo de la orquesta es increíble. Karajan, que la hizo sonar maravillosamente brahmsiana en sus grabaciones –no muy inspiradas–, se caería de espaldas si escuchara lo que ahora estas personas son capaces de hacer. No por Barenboim, ojo, sino por la manera en la que ha ido subiendo el nivel, aunque tampoco está de más comparar con la horrible Cuarta (aquí comentada) que en 2024 hicieron con su titular Petrenko: con el de Buenos Aires la Berliner Philharmoniker suena mucho más a lo que es ella realmente, a esa gloriosa tradición centroeuropea que aún no se haya completamente perdida. Por cierto, ¡menudo flautista Sébastian Jacot!

jueves, 31 de octubre de 2024

Sin palabras

Perdonarán ustedes que continúa sin escribir nada por aquí. Esta vez no es por falta de tiempo, sino por algo mucho más serio: no me siento con fuerzas de hablar de música con la catástrofe natural que muchos han sufrido aquí en España. No encuentro palabra alguna de solidaridad, ni de consuelo, ni nada que se le parezca. Solo queda el horror, mudo. Descansen en paz los fallecidos.

lunes, 28 de octubre de 2024

En stand by

Estimados lectores, he estado este fin de semana en Módena, Mantua y Parma, así que tengo bastante trabajo acumulado y ahora mismo no puedo dedicarle tiempo al blog. Lo siento mucho. Por cierto, escuché el concierto de la Filarmónica de Berlín del sábado a través de los auriculares: confirmación de que tanto Daniel Barenboim como Martha Argerich se encuentran en el momento más inspirado de su carrera. 



martes, 22 de octubre de 2024

Daphnis et Chloé de Ravel, ballet completo: discografía comparada

ACTUALIZACIÓN 22.X.2024

La entrada original corresponde al 18 de agosto de 2022. Añado ahora comentarios sobre las interpretaciones de Nagano, Gielen, Chung, Haitink/RCM, Gimeno, Gergiev/Múnich, Saraste y Mena/Berlín. He vuelto a escuchar la de Martinon.

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Estrenado bajo la dirección de Pierre Monteux en 1912, el ballet Daphnis et Chloé permanece no solo como la obra maestra de Maurice Ravel, sino también como una de las más hermosas creaciones sinfónicas de todos los tiempos. Desdichadamente, la necesidad de contar con un coro –hay quienes hacen la obra completa sin él, lo que me parece muy desafortunado– ha conducido a que las suites orquestales se escuchen y graben muchísimo más que la versión original, que es la que nos ocupa en la siguiente discografía comparada. Eso sí, no se pierdan la toma radiofónica de las dos referidas suites a cargo de Celibidache y la Filarmónica de Múnich: es aún mejor que las versiones que aquí se llevan el diez.

 

 

1. Munch/Sinfónica de Boston (RCA, 1955). Con estéreo asombroso para la época nos llega una interpretación ante todo teatral, contrastada y vivaz, muy narrativa y de excelente pulso, de notable sentido del color y buena prestación de la orquesta norteamericana –hay más de una pifia evidente en los metales–, con la que el maestro realiza una admirable radiografía sonora de la partitura. Ahora bien, se le puede pedir un poco más de misterio y sensualidad en determinados pasajes, como también de intensidad en los clímax amorosos. El New England Conservatory Choir no es gran cosa. (8)

 


2. Monteux/Sinfónica de Londres (Decca, 1959). Lo que singulariza a esta extravertida y luminosa –más que brumosa– versión es su vitalidad y su desarrolladísimo sentido teatral y narrativo. ¿Fue así el estreno? En todo caso, la lectura podría ser algo más pausada, detenerse más en las texturas y ofrecer un fraseo de mayor calidez y sensualidad. (8)

 


3. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1961). El joven Bernstein ofrece exactamente la interpretación que de él podíamos esperar: rápida en los tempi, eminentemente descriptiva, animada de principio a fin, contrastada y muy vistosa en lo sonoro, comunicativa a más no poder y por momentos muy fogosa. Pero también, como estaba igualmente previsto, muy ajena al estilo, excesivamente temperamental, en algún momento dicha de pasada y tosca en más de una ocasión, aparte de no muy bien tocada por una orquesta que aún tendría que mejorar. Tampoco se encuentra dicha con especial sutileza por el Schola Cantorum Choir. (7)



4. Cluytens/Sociedad de Conciertos del Conservatorio (EMI, 1962). Una toma sonora cuyas insuficiencias ni siquiera ha logrado solucionar el rescate en alta resolución va en contra de una realización de gran altura cuyas principales bazas son la sonoridad “puramente francesa” de la orquesta y la sintonía de la batuta con las tradiciones interpretativas de este repertorio, ofreciendo una recreación sensual y refinada a la que le falta un último grado de variedad expresiva, de sentido teatral y de acentos dramáticos. (8)

 


5. Ansermet/Orquesta de la Suisse Romande (Decca, 1965).
A unos meses de cumplir los ochenta y dos añitos, el maestro suizo registra –con excelente toma– una interpretación ideal en el estilo y de enorme vuelo poético en la que consigue la verdadera cuadratura del círculo: que la sonoridad sea todo lo brumosa, sensual y difuminada que exige la ortodoxia impresionista y que, al mismo tiempo, se escuche todo. Absolutamente todo: la secuencia del amanecer, solo superada por Celibidache con la Filarmónica de Múnich, resulta literalmente un milagro. El fraseo es muy curvilíneo, flexible y holgado, la música está recreada sin prisa alguna –predomina el misterio frente a la teatralidad– y la orquesta suena con unas maderas “a la antigua”, de plena tradición francesa, que resulta de lo más adecuada. Solo falta un poco más de nervio y de carácter visionario en la danza final para conseguir la interpretación perfecta. (9)

 


6. Martinon/Orquesta de París (EMI, 1974). La perfección en el estilo identifica esta interpretación: alcanza el punto justo de equilibrio entre evanescencia, sensualidad y sentido de lo narrativo, se encuentra dicha con elegancia “clásica” de la mejor ley, despliega un colorido pastel de suaves difuminados y sabe ser altamente poética sin caer en el hedonismo. Algo menos de escándalo en los tutti, un punto adicional de magia poética y una danza final más intensa –le falta fuego orgiástico– hubieran elevado esta dirección a la categoría de lo excepcional. La orquesta, por su parte, hace gala de la sonoridad ideal, pero se queda un poco corta en virtuosismo y presenta diferentes limitaciones –las trompetas meten la pata en algún momento–. La toma de sonido –en su momento cuadrafónica–presentas problemas de origen, pero ha mejorado –mayor relieve y limpieza– en el último rescate a 94/24. (8)

 

 

7. Maazel/Orquesta de Cleveland (Decca, 1974). El maestro norteamericano hace gala de su proverbial técnica de batuta desplegando sentido del color, claridad y brillantez, pero lo cierto es que solo a ratos termina de conectar con la poesía que desprenden los pentagramas. No solo eso: hay pasajes de fraseo en erróneamente enfático, otros se encuentran dichos más bien de pasada y se detecta excesiva contundencia en los clímax. Tanto capricho y exhibicionismo de dudoso gusto terminan lastrando los resultados de una lectura que podría haber sido muy notable, en buena medida por la respuesta de la Orquesta de Cleveland y de su coro. (7)

 


8. Ozawa/Sinfónica de Boston (DG, 1974). El maestro oriental posee a manos llenas ese refinamiento, esa delicadeza, ese sentido del color pastel, ese fraseo curvilíneo y esa sensualidad características de Ravel. pero tales virtudes están aquí presentes de manera irregular: hay momentos que Ozawa paladea con enorme concentración y otros lastrados por un exceso de nervio en los que, extrañamente, incurre en el escándalo gratuito de cara a la galería. Tampoco la magia sonora y la elevación poética se hacen presente todo lo que debería. Asimismo, hay que apuntar que las texturas no están trabajadas con toda la claridad de análisis deseable, aunque aquí parte de la culpa puede radicar en el equipo de grabación, más atento a la sonoridad global que al detalle. Y eso que la toma no es en absoluto mala: tiene presencia, posee unos agudos formidables y hace gala de una gama dinámica impresionante. Formidable el Tanglewood Festival Chorus. (8)

 


9. Boulez/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1975). Fiel a su conocido modus operandi, el maestro francés se aleja todo lo posible de brumas, sensualidades y voluptuosidades expresionistas. Pero no por ello incurre en la frialdad que, no sin cierta justificación, muchas veces se le atribuye. Antes al contrario, esta es una lectura vitalista y teatral, rápida en los tempi –sin caer en el nerviosismo–, incisiva en la tímbrica y, eso por descontado, soberbiamente planificada. Faltan magia sonora y perfume poético, pero eso no parecen ser los aspectos que más interesan a Boulez. (8)

 


10. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca, 1980).
Esta grabación posee un comprensible prestigio: el idioma resulta irreprochable, es colorido riquísimo, la sensualidad decadente la justa y el equilibrio entre lo narrativo y lo contemplativo resulta perfecto. Dicho esto, la batuta no se muestra todo lo concentrada que debiera –sin llegar a ser nerviosa–, lo que se traduce en una cierta falta de magia sonora. Además, sobra alguna caída en el estruendo y el efectismo. Magnífico el coro de la propia orquesta. (8)

 


11. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1981). La plenitud del estilo impresionista en una lectura mucho antes contemplativa que narrativa: cálida y sensual a más no poder, exquisita en el color, refinadísima en las texturas, sonada con levedad bien entendida y paladeada con exquisito gusto. Solo le falta para ser perfecta la magia poética de un Celibidache –inalcanzable por ningún otro director– y –como a otros grandes maestros– un poco más de tensión y carácter visionario en la danza final. Muy bien el coro de la orquesta. La grabación, siendo buena, dista de estar a la altura de las mejores de la época. (9)


12. Abbado/Sinfónica de Londres (DG, 1988). Un arranque verdaderamente mágico por su mezcla de levedad, concentración y vuelo poético nos pone sobre aviso de la sensacional técnica de un Abbado dispuesto a realizar verdaderas filigranas con la partitura. Cierto es que no disimula la tendencia que ya entonces evidenciaba hacia la búsqueda de los máximos contrastes sonoros, a perderse en preciosismos o a enfatizar en exceso determinados clímax, pero lo cierto es que son tan grandes la frescura de su acercamiento, su sentido de la narración, la riqueza de colores y texturas, la animación de su batuta y el refinamiento con que trata a las masas orquestales y corales –excelente el LSO Chorus–, que el milanés termina ganando la partida. Una pena que la toma deje que desear, si bien es cierto que recoge toda la tremenda amplitud dinámica en que se recrea Abbado. (9)  


13. Haitink/Sinfónica de Boston (Philips, 1989). Admirablemente cultivada en la sensibilidad hacia lo francés por Munch y Ozawa, la dúctil, sensual y refinada Boston Symphony –menos brillante y más europea que el resto de las formaciones estadounidenses– se muestra como el instrumento ideal para esta partitura bajo la batuta atentísima de un Bernard Haitink que la trata con extrema depuración sonora, levedad en su punto justo y una asombrosa plasticidad a la hora de trabajar timbres y texturas. No solo eso: mucho más inspirado que sus dos predecesores, por estar más atento al misterio, a la sensualidad y a la atmósfera que destilan los pentagramas, el holandés desgrana una interpretación de exquisito gusto en la que la sugerencia se pone por delante de lo narrativo y, siempre desde una óptica eminentemente apolínea, se destila una poesía de altísimo vuelo. El Tanglewood Festival Chorus vuelve a estar formidable. Una toma de lujo convierte a esta grabación de una de las más recomendables. (10)

 

14. Nagano/Sinfónica de Londres (Erato, 1992). Aun sin ofrecer una mirada personal, creativa o reveladora, Nagano nos entrega una de las más redondas versiones que existen del ballet. ¿La clave? Son dos. La primera, un perfecto equilibrio entre todos los componentes de la partitura: lo narrativo, lo coreográfico, lo evanescente, lo poético, lo refinado… Todo en su punto justo, sin pasarse o quedarse corto ni un milímetro, llegando así a la síntesis perfecta entre las interpretaciones más o menos dinámicas de un Monteux o un Ansermet y las –llamémoslas así– estáticas de un Previn o un Haitink. La segunda es, sencillamente, la mezcla de virtuosismo e intensidad que aportan tanto la batuta como la orquesta, así como un London Symphony Chorus en estado de gracia: hay pianísimos de no dar crédito. La toma sonora, realizada en Abbey Road, es de considerable calidad y ofrece una de las más amplias gamas dinámicas que yo jamás haya percibido en disco compacto. (9)



15. Boulez/Filarmónica de Berlín (DG, 1994). Planificando con asombrosa minuciosidad y transparencia en grado superlativo, el maestro francés insiste en su visión rápida –más de la cuenta en algún momento– y muy animada, poco brumosa, antes cercana al neoclasicismo que al impresionismo. La orquesta, obviamente, es muy superior a la Filarmónica de Nueva York, mientras que el Coro de la Radio de Berlín realiza un impresionante trabajo. La toma, realizada en la Jesus-Christus-Kirche, es de muy notable calidad, especialmente por su amplia gama dinámica y el buen equilibrio con el coro. (8)

 


16. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1995). En los años en los que alcanzó la cima de su inspiración –al salir de Ámsterdam empezó a desvariar–, el maestro milanés ofreció la que a día de hoy sigue siendo versión perfecta, dotada de una claridad extrema, una ejecución impecable, un desarrollado sentido del color, una emoción a flor de piel y el punto justo de “neblina” impresionista. No hace falta decir más. La gama dinámica de la grabación es espectacular. (10)


17. Gielen/Sinfónica de la SWR (Hännsler, 1997). Singular y renovadora propuesta la de Michael Gielen: dejar un poco de lado la sensualidad y potenciar todo lo posible, esto es, sin llegar a perder el sentido de la elegancia y de la belleza imprescindibles en Ravel, la incisividad, la aspereza y la tensión que también existen en esta música. Pero ojo, porque no se trata de una vuelta al dinamismo descriptivo de un Munch o un Monteux. resto es otra cosa. ¿Acaso el maestro mira a su querida Segunda Escuela de Viena? Suena a tópico, pero eso es justo lo que parece. Por eso mismo, y porque la idea está realizara con una espléndida arquitectura -tensión no significa nerviosismo- y muchísima claridad, este registro debe ser escuchado por quienes deseen profundizar en la partitura. Formidable la labor tanto de la orquesta como del EuropaChorAkademie, estupendamente recogidos por los ingenieros de sonido. (9)


18. Chung/Filarmónica de la Radio de Francia (DG, 2004). Como era de esperar conociendo las maneras del maestro coreano, a Myung-Whun Chung se le va la mano en lo que a ligereza, hedonismo y vaporosidad se refiere. Es cierto que su batuta ofrece un refinamiento extremo y es capaz de desplegar una belleza tan mágica como seductora, lo que significa que hay momentos –el amanecer– francamente logrados, pero globalmente la interpretación pincha por su sonoridad en exceso aérea, pulida y evanescente –todo suena entre gasas, lo que también tiene que ver con la grabación–, así como por un fraseo que se queda en lo contemplativo en los momentos más delicados para irse al otro extremo, al del nerviosismo e incluso cierto carácter saltarín, cuando se trata de dibujar las escenas de acción. En cualquier caso, hay demasiada belleza en este registro como para ignorarlo por completo. Muy bien la orquesta y el coro. (8)



19. Haitink/Sinfónica de Chicago (CSO, 2007). El holandés vuelve a realizar un espléndido acercamiento a la partitura, esta vez con menos brumas y mayor dinamismo, pero también evidenciando una concentración bastante menor (pasamos de 57’46’’ a 53’18’’), particularmente en los diez primeros minutos, y sin destilar la magia poética de antaño. Sea como fuere, el tratamiento de la orquesta no es menor depurado que entonces y las fuerzas de Chicago no son precisamente menos admirables que las espléndidas de Boston. La toma sonora, en vivo, ofrece graves más imponentes, pero no alcanza el equilibrio de la anterior. (8)

 


20. Gergiev/Sinfónica de Londres (LSO, 2009). Sorprende el habitualmente mediocre maestro ruso con una dirección enormemente voluntariosa, paladeada sin prisas –cuidando de no perder el pulso–, expuesta con admirable sensibilidad para el color y las texturas, muy atenta a las brumas, a la sensualidad y al misterio –notable Amanecer–, más contemplativa que teatral, y desde luego muy bien tocada por una LSO que ya tenía una excelente trayectoria discográfica con esta partitura. ¿El problema? En no pocos de los clímax Gergiev hace gala de su proverbial efectismo, vulgaridad y mal gusto. Irreprochable sonido en SACD multicanal. (7)

 

21. Nézet-Séguin/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2012). Aunque cuando se realizó esta filmación era aún joven –treinta y siete años–, Yannick no ofrece una interpretación particularmente dinámica o narrativa. El entusiasmo está ahí, ciertamente –incluso sobra un poco de nerviosismo en la Danza guerrera–, pero su visión no se recrea tanto en los aspectos pictóricos de la página como en los más estáticos, léase abstractos, aquellos en los que el compositor se muestra particularmente visionario explorando las posibilidades expresivas de la música al margen de los "sentimientos". En este sentido, el maestro canadiense demuestra un perfecto dominio de colores y texturas, sabe ser sensual sin necesidad de excederse con las brumas y acierta con el grado de elegancia y depuración sonora aquí imprescindibles. Está de más, eso sí, algunos detalles decadentistas que pueden sonar anticuados, y se echa en falta un discurso dotado de mayor continuidad. Tampoco estaría mal algo más de claridad en el clímax del Amanecer, aunque aquí hay que advertir que la toma de la Digital Concert Hall no parece recurrir a los trucos de algunas grabaciones "de estudio". En cualquier caso, las limitaciones de esta interpretación las compensan sobradamente los solos llenos de musicalidad de los profesores de la orquesta y, sobre todo, la increíble participación del Coro de la Radio de Berlín bajo la dirección de Michael Gläser. (9)

 

22. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2016). Adoptando unos tempi más bien rapiditos y haciendo gala de una gran capacidad para hacer que la opulenta Filarmónica de Berlín suene con la transparencia y la ligereza apropiadas, Sir Simon construye una interpretación ágil, fluida y de un muy elevado sentido teatral, antes narrativa (¡maravillosamente narrativa!) que atmosférica o extática, y por ella no muy atenta a las brumas impresionistas y sin toda la inspiración poética posible. En cualquier caso, el trazo es refinado, el trabajo con las texturas irreprochable y la comunicatividad muy elevada. Formidable el trabajo del Rundfunkchor Berlin, esta vez bajo la dirección de Gijs Leenaars. (9)

 


23. Roth/Les Siècles (Harmonia Mundi, 2016). ¿A qué viene un Daphnis “históricamente informado” cuando tenemos una grabación de espléndido sonido bajo la dirección de quien empuñó la batuta en el estreno? Vale, de acuerdo: los instrumentos eran distintos. Y hay que reconocer que su sonoridad resulta fascinante, más por ofrecer algo distinto a lo que estamos acostumbrados que por resultar preferibles, cosa que no tengo nada clara. Sensacional el coro. En cuanto a la dirección, es el trabajo que hasta ahora más ha gustado del muy sobrevalorado François-Xavier Roth: hay control y refinamiento dentro de una línea marcadamente impresionista que opta por lo aéreo antes que por lo denso. Lejos, en cualquier caso, de la poesía que obtienen los grandes directores de la página. Y sobra más de un detalle decadente.  Soberbia la toma. (8)

 

24. Haitink/RCM Symphony Orchestra (YouTube, 2016). Volviendo a los tempi lentos de su grabación en Boston (58' exactos), un Haitink de nada menos que ochenta y siete años ofrece una lección magistral de disección orquestal: comparen ustedes con cualquiera de las tres filmaciones con la Filarmónica de Berlín aquí comentadas, Nézet-Séguin, Rattle y Mena, para comprobar que aquí se escuchan más cosas. En lo conceptual, el maestro holandés también retorna a la interpretación brumosa de Boston, estática pero llena de fuerza, de elegancia en absoluto indolente y muy sabia a la hora de no confundir refinamiento con ligereza. Se podrán preferir enfoques de mayor vivacidad y más ricos en lo conceptual, pero en su línea los resultados son formidables. En cuanto a la calidad de los conjuntos juveniles del Royal College of Music, ¡qué nivel, Maribel! La calidad de imagen es soberbia, mientras que la toma ofrece una amplia gama dinámica, pero en lo que sí hay compresión es en el número de bits: hay una distorsión en el fondo de la pista de sonido que puede resultar molesta. (9)


25. Gimeno/Filarmónica de Luxemburgo (Pentatone, 2017). El maestro valenciano se mueve como pez en el agua desplegando lo que más le gusta, levedad sonora, sensualidad y una elegancia indolente que le sientan de maravilla a esta partitura. Siempre y cuando no se pasen de la raya, claro está: a veces Gimeno lo hace a la hora de sonar aéreo o dulce. En la Danza guerrera se pasa al extremo opuesto: una cosa es reflejarla brutalidad de los malos de la función y otra distinta es hacer el bruto. En cualquier caso, su afinidad con la partitura es grande, y su dominio técnico queda fuera de cuestión. Lástima que la toma, de gran riqueza en los graves, resulta algo turbia y empaña la claridad de su batuta. (8)


26. Gergiev/Filarmónica de Múnich (Medici TV, 2020). Sorprendente opción la de los bávaros: orquesta sobre el escenario de la Philharmonie de Gasteig, pero gran espacio delante para desarrollar una versión escénica a cargo del ballet del Mariinski en coreografía de Vladimir Varnava. Esta prescinde por completo de la dramaturgia original y propone un punto de partida interesante, pero a pesar de algunos momentos atractivos resulta globalmente ininteligible y aburrida, cuando no ridícula (¡esos espasmos en el primer clímax orquestal!). Molesta más que aporta, aunque al menos distrae de la poco estimulante dirección de Gerviev: aunque el maestro ruso acierta en el tratamiento mórbido de los conjuntos a su disposición –excelentes– y en la dosis de dinamismo, a la postre su escasa sensibilidad poética, su vulgaridad y hasta su mal gusto quedan en evidencia. No recomendable. (6)


27. Saraste/Sinfónica de la WDR (YouTube, 2022). En lugar de apostar por esa mezcla de brumas, estatismo y objetividad “no romántica” por la que han apostado buena parte de los maestros de las últimas décadas, Saraste parece volver la mirada hacia el nervio, la vitalidad y el sentido eminentemente narrativo de las grabaciones de los Monteux, Munch y Ansermet, solo que sustituyendo la sonoridad netamente francesa de aquellos por otra considerablemente más angulosa, incisiva y contrastada. Lo hace con bastante fortuna, aportando muy bien pulso –hay alguna precipitación– y una apreciable técnica para tratar las texturas, pero su arriesgada y en buena medida reveladora opción tiene como precio llevarse por delante parte de la magia poética de la partitura. La orquesta se beneficia de la soberbia acústica de la Philharmonie de Colonia –lástima que la transmisión adolezca de una corta gama dinámica–, mientras que el coro convence bastante menos: le faltan sutileza y morbidez. (8)


28. Mena. Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2024). Tercera filmación del ballet completo a cargo de los Berliner Philharmoniker. Como Nézet-Séguin y Rattle, el maestro Juanjo Mena ofrece una dirección no excepcional pero sí muy notable, aunque no cercana tanto a la frescura y la inmediatez del británico como a la visión más bien cálida y sensual del canadiense; compartiendo con este último la relativa lentitud de los tempi, no le alcanza en vuelo poético, pero tampoco cae en sus relativas meteduras de pata. Ofrece también mayor continuidad del discurso, que en ocasiones puede resultar algo corto en intensidad y variedad expresiva. En cualquier caso, lo que marca la calidad vuelve a ser la gloriosa intervención de la formidable orquesta –alguna metedura de pata hay– y del glorioso Coro de la Radio de Berlín. Mención especial merece Emmanuel Pahud, que nos entrega una Pantomina de antología. Su éxito en los aplausos es abrumador. Imagen 4K, pero la toma se queda corta en gama dinámica. (8)

sábado, 19 de octubre de 2024

Herbert Blomstedt, Bruckner a los 97

Venga, otra Novena de Bruckner más. Pero esta es especial. 11 de julio de 2024. Se interpreta en la mismísima Abadía de San Florián, la orquesta es la Sinfónica de Bamberg y se pone a su frente un señor que ese día cumple nada menos que noventa y siete años: Herbert Blomstedt. Muy bien llevados, dicho sea de paso.

Y no, no es una versión "de anciano director". No resulta particularmente lenta, contemplativa o espiritualizada. Simplemente, un señor que nunca fue un grandísimo artista, sino más bien un artesano de primera fila, ofrece la síntesis de una dilatadísima experiencia dirigiendo este repertorio. Y claro, nada hay novedoso ni revelador en su lectura, como tampoco particularmente intenso, pero muy difícilmente se puede poner el menor reparo. Todo rezuma ortodoxia, sensatez, pleno conocimiento tanto de la letra como del espíritu y mucho amor por esta música. Los tempi son los adecuados, la sonoridad también, las transiciones se encuentran resueltas con enorme naturalidad, las secciones se yuxtaponen con coherencia y sentido global de la arquitectura... En lo expresivo se alcanza el complicado equilibrio entre carácter dramático, elevación poética y sentido de lo trascendente, sin necesidad de cargar tinta en ninguno de estos aspectos. Luego el experto bruckneriano podrá argüir que no están aquí la incomparable sensualidad agridulce de Giulini, el carácter visionario de Furtwängler o Barenboim, la personalidad reveladora de un Klemperer, la brillantez sinfónica de un Solti, la sonoridad organística de un Celibidache o incluso la rabia que alcanzó Karajan con la Filarmónica de Viena. Da igual: esto es Bruckner de pura cepa, perfecto y modélico en sí mismo.

La toma es notable, a pesar de lo reverberante de la acústica, y la realización visual resulta formidable: se aprovecha la belleza de la arquitectura sin dejarse llevar por el esteticismo y buscando relación con la música. A destacar, en este sentido, los planos del órgano en los momentos más claramente organísticos de la obra.

Bueno, ¿y cómo puede usted ver esta estupenda Novena? Pues gratuitamente haciendo click aquí, por cortesía del Canal Arte. ¡Y luego dicen que se acabaron las grabaciones de música clásica! Lo que se acabó más bien es el chollo de algunas discográficas trasvasando a CD sus antiguos registros más que amortizados. Porque el mundo de la fonografía sigue ahí, vivito y coleando. Como Blomstedt,


Más sobre la subjetividad de la crítica: Novena de Bruckner por Nelsons

Esta entrada continúa el hilo abierto por la anterior y sus correspondientes comentarios. ¿Es posible renunciar en la crítica musical a la subjetividad de la percepción? Sigo afirmando que no: cada uno de los elementos más o menos objetivos de la interpretación –tempi, articulación, equilibrio de planos, planificación de tensiones y tal, por referirnos exclusivamente al campo sinfónico– son árboles que a veces impiden ver el bosque. Cierto es que no puede haber bosque sin árboles, pero estos no son el bosque. Para verlo hay que dar un paso hacia atrás y contemplar el panorama global, y luego decir qué nos parece lo que estamos contemplando.

Si en el texto precedente usé como ejemplo la Sinfonía nº 9 de Bruckner en interpretación de Christian Thielemann con la Staatskapelle de Dresde, ahora vamos a por la que solo tres años más tarde, en 2018, grabaron Andris Nelsons y la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig para DG: con independencia de que el berlinés usa una edición algo diferente –Alfred Orel–, ambas son de corte similar pero ofrecen resultados bien distintos.

En los dos casos, orquestas sajonas de sonido cálido ideal para Bruckner, o al menos para ofrecernos un Bruckner menos imponente y más humano: ni el músculo tremendo de Berlín ni la mezcla de plata y terciopelo de Viena. Coinciden también en la extraordinaria plasticidad en el tratamiento de las familias instrumentales, en el perfecto balance y en la manera de combinar morbidez con potencia sonora. Asimismo lo hacen en lo que a la belleza y elegancia del fraseo se refiere, sin que ello signifique desatención –todo lo contrario– a la necesidad de alcanzar picos de tensión crispados. En todo caso, es a Nelsons al que se le puede hacer algún reproche serio en lo que a la continuidad de las secciones se refiere: en los movimientos extremos no siempre los cambios en el tempo poseen la naturalidad deseable.

Lo curioso es que, a pesar de lo dicho, el maestro letón resulta superior a su colega en algo tan difícil de objetivar como fácil de percibir: la intensidad con que hace tocar a los músicos que tiene delante. ¿Cómo se puede medir, con datos meramente formales, eso de la "intensidad expresiva"? Sí, vale, el asunto tiene que ver con los tempi, con el vibrato, con los golpes de arco y con no sé cuántas cosas más, pero en este caso concreto la praxis interpretativa de los señores Thielemann y Nelsons son similares, y su punto de vista estético tampoco difiere demasiado. Cierto, hay que especificar que el segundo de los citados subraya las disonancias de las interjecciones de las trompetas en el primer movimiento –desde 14:12–, como si quisiera apuntar hacia un presunto germen del expresionismo, y que además aborda el Trío del Scherzo con una rapidez bastante nerviosa, pero las diferencias tampoco van mucho más allá. Simplemente, uno se encuentra inspirado y el otro un tanto dormido. Y con ellos, sus respectivas orquestas.

jueves, 17 de octubre de 2024

La crítica musical tiene que ser subjetiva: Novena de Bruckner por Thielemann

Hay gente que se empeña en que la crítica musical puede y debe ser objetiva, esto es, atenerse a unos parámetros que de algún modo u otro sean mensurables, susceptibles de ser analizados estrictamente desde el punto de vista formal. Entre estas personas, hay algunas que van más allá y se empeñan en convertir sus críticas en una especie de examen de conservatorio: cogen la partitura y apuntan si el artista de turno resolvió bien los tresillos de tal compás, hizo con limpieza las notas picadas de aquel otro o recurrió a un portamento di sotto para resolver tal ascenso al agudo.

Pura pedantería. Miren ustedes, la crítica musical no es un examen de conservatorio, como tampoco es musicología. Es lo que su nombre indica: crítica musical. Se trata de escribir desde una cierta experiencia y desde el yo eminentemente subjetivo lo que se percibe que ha ocurrido ahí, intentando descubrir qué visión de la obra ha procurado ofrecer el intérprete de turno, si ofrece interés ese punto de vista y hasta qué punto el resultado ha sido estimulante. Cierto es que puede ser muy útil hacer referencia a la praxis interpretativa concreta, a las decisiones que se han tomado y a la mayor o menor destreza técnica a la hora de ejecutar la partitura según esos parámetros, pero nunca se deben confundir los árboles con el bosque. Porque a veces los árboles están todos en su sitio, pero el bosque no ofrece la menor sugestión poética. Y en el fondo, de esto último es de lo que se trata.

Perfecto ejemplo de esto es la Novena de Anton Bruckner que acabo de ver en la plataforma Stage +, en un intento de presentar una discografía comparada de esta sinfonía que tengo como mi favorita de todo el repertorio, Beethoven y Brahms incluidos: Christian Thielemann y la Staatskapelle de Dresde, en filmación del año 2015, también disponible en Blu-ray.

La orquesta, salvando algún levísimo roce puntual, está divina, aplastantemente mejor que en los tiempos en que el especialista Eugene Jochum grabó con ella su integral. Thielemann obtiene un empaste redondo, aterciopelado y con su punto de brillantez. Trabaja con plasticidad los planos sonoros para conseguir la sonoridad organística apropiada para el autor. Las líneas se escuchan con nitidez. El fraseo no conoce precipitación alguna, respirando las melodías con suficiente amplitud. Las líneas globales de tensión y distensión poseen lógica. Las transiciones están bien planificadas. Y sin embargo...

Sin embargo, la versión no convence. Comienza bien, pero a los diez minutos un servidor ya estaba deseando que acabara. ¡Y se trata de mi sinfonía favorita! Llegar al final me ha costado trabajo. ¿Razón objetiva? Insisto en que ninguna. ¿Acaso puedo objetivar de alguna manera la sensación de frialdad que me ha dejado esta recreación? Quizá pueda apuntar, como dato medianamente objetivo, que en el tercer movimiento un muermo monumental bajo la batuta del berlinés las tensiones no terminan de progresar, que los pasajes hermosos se yuxtaponen sin un sentido de clara progresión. Pero no se trata solo de eso. Se trata, sencillamente, de falta de sensualidad, de misticismo bien entendido, de agónico terror ante el más allá, de vuelo poético... De inspiración, en definitiva. Y eso no es objetivable.

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Escuché el concierto de Daniel Barenboim , Martha Argerich y la Filarmónica de Berlín del pasado sábado 26 de octubre, retransmitido en di...