martes, 21 de mayo de 2024

Sinfonía nº 5 de Jean Sibelius: discografía comparada

Publiqué inicialmente esta comparativa el 25 de junio de 2022. No me gustó el resultado. He vuelto a escuchar varias versiones, me he acercado a otras nuevas y he pulido considerablemente el texto. Aún sigue sin convencerme del todo, pero está mejor que antes. Pido disculpas por no haber atendido a todas las peticiones de audición, pero si seguía una grabación tras otra no iba a terminar nunca.

Una vez más, recordar que las puntuaciones del uno al diez no tienen importancia. Lo interesante es ver cuáles son las maneras en que puede abordarse esta música, cuáles son las intenciones del director de turno y si las cosas funcionan o no. ¿Una sola versión? Me quedo con tres: las últimas de Barbirolli, Bernstein y Berglund. El maravilloso clasicismo de Sir Colin Davis es una gran opción, pero no me parece tan imprescindible.


1. Ormandy/Orquesta de Philadephia (CBS, 1954). Con un instrumento no solo suntuoso, sino también ideal para esta música, y haciendo gala de un apreciable dominio de la agógica –flexible, no siempre convincente–, el maestro demuestra su conocimiento y amor hacia la partitura con una recreación que se aleja del mero lirismo paisajista –carnosas, sensuales maderas en el segundo movimiento– para atender como es debido a las asperezas, las tensiones y las cargas de electricidad que la Quinta demanda. Eso sí, en el movimiento intermedio hay apresuramientos que restan valor al resultado, justo como ocurre en un Finale que podría estar mejor construido y no verse tan lastrado por el nerviosismo. Excelente la toma monofónica. (7)
 


 
2. Barbirolli/Orquesta Hallé (EMI, 1957). Aun tendrá que alcanzar un grado mayor de inspiración determinados pasajes, y desde luego trabajar más a fondo con una orquesta que evidencia limitaciones –aun así, increíble cómo manera las texturas–, pero Sir John ya ofrece aquí una magnífica lectura en su característica línea seca, tensa, obsesiva y expresionista, electrizante mucho antes que paisajística o ensoñada, alcanzando una auténtica cima en un tercer movimiento lento, poderoso, soberbiamente construido y con instantes de mágica inspiración. Sonido estéreo que en alta definición suena muy digno para la época, pese a las inevitables distorsiones. (9)


 
 
3. Karajan/Filarmónica de Berlín (Sony, 1957). Esta toma de origen radiofónico deja en evidencia que la Berliner Philharmoniker, como en tiempos de Furtwängler, distaba de ofrecer en director la seguridad y redondez que habitualmente asociamos con ella. Efectivamente, los estudiadísimos registros de estudios para DG serán “otra cosa”. Por otra parte, interesa ver lo que aquí hace un Karajan aún por madurar, o al menos por encontrarse a sí mismo. La deuda toscaniniana aún está ahí. Los tempi son más bien rápidos, demasiado en un Andante mosso bastante trivial, las sonoridades tienden a la aspereza y la sequedad en los ataques se hacen presentes, aunque también está ahí esa tendencia a los grandes contrastes dinámicos y ese cuidado en el empaste de la cuerda que caracterizarán al Karajan posterior. La poesía brilla por su ausencia: el público disfrutaría del espectáculo, pero se emocionaría poco. El sonido, monofónico, es digno pero muy interior a las buenas tomas estéreo de la época. (7)



4. Karajan/Philharmonia (EMI, 1960).
El maestro vuelve a dejar testimonio de su temprana visión de la obra, tan distinta de la que ofrecerá años después, pero esta vez con la perfección que ofrece el estudio y con la superlativa participación de la Philharmonia, más adecuada que la berlinesa para plasmar este concepto seco y espartano, sin mostrar todavía esa tendencia tanto a la dulzura como al exceso, por mucho que los contrastes dinámicos sean grandes y la brillantez esté asegurada. Por otra parte, ahora sí consigue la unidad en el trazo, con empuje y atención a la claridad; cae quizá en cierto exceso de nerviosismo en la sección central del segundo movimiento, pero ofrece a cambio considerable decisión en todo el final, hasta el punto de que los acordes finales suenan muy poco separados entre sí, para lo que estamos acostumbrados. Buen sonido si se escucha en SACD. (8)



5. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1961).
La dirección del aún relativamente joven Bernstein es extrovertida y muy comunicativa, también muy volcada en los contrastes sonoros, siempre dentro de un perfecto estilo al que contribuye el sonido rústico de la orquesta. Quizá en exceso: los metales suenan no solo broncos, sino también algo pobretones. Desdichadamente, le falta algo de control de la arquitectura, más impulsiva que planificada, así como un mejor análisis de planos sonoros. Pincha en este sentido el primer movimiento, más nervioso de la cuenta. En el segundo destaca el excelente tratamiento de la cuerda. En el Finale el maestro paladea los pasajes claves con enorme concentración, pero otorgándoles asimismo un carácter algo hinchado, incluso retórico e insincero, lo que a su vez conduce a que a la arquitectura le falte unidad de trazo. Lo hará muchísimo mejor en el futuro. (7)



6. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1965).
Tan solo cinco años después. de su grabación con la Philharmonia, Karajan es ya el que todos conocemos, ofreciéndonos así un concepto “romántico” tanto en sonido como en expresión dentro de una idea en buena medida contemplativa y sensual de esta música. Así las cosas, esta nueva recreación es bien distinta a aquella: más hermosa, pero también más ampulosa e hinchada, y con cierta tendencia a la dulzura. Ciertamente impactan la robustez y la belleza del sonido, como también la capacidad para generar texturas densas y opresivas, así como la claridad del entramado orquestal, pero el maestro cae en lo ampuloso y pesante, e incluso en algún momento del primer movimiento tiene alguna frase demasiado “amable”. Sonido redondo, cálido y confortable en BR-A y en Atmos. (8)



7. Barbirolli/Orquesta Hallé (EMI, 1966).
El maestro británico madura definitivamente su acercamiento a la obra ofreciendo una genial recreación, expresionista y muy tensa, pero asimismo llena de control, consiguiendo una arquitectura de tensiones perfecta y una asombrosa disección del entramado orquestal en el que cada línea melódica se encuentra matizada con enorme acierto. En el primer movimiento, inquietante y lleno de malos presagios, hay que destacar como ni siquiera en esos instantes más delicados –hacia el minuto seis– en el que muchos directores se desinflan, Barbirolli deja de mantener la tensión interna. En el segundo, apartándose por completo de lo bucólico y optando por mantener un fraseo en marcado stacatto, tampoco baja la guardia: los acentos lacerantes de la cuerda producen escalofríos. Lleno de fuerza pero nada retórico ni hinchado el final, que acaba en acordes secos e implacables a más no poder. La toma sonora resulta áspera incluso tras la restauración en alta definición. (10)


 
8. Bernstein/Sinfónica de Londres (DVD ica Classics, 1966).
Lenny se deja llevar por la presencia del público y ofrece, siempre con ese espectacular manejo de las masas sonoras que le caracteriza y dejando bien clara su tendencia a disfrutar del sonido por sí mismo, una recreación ante todo directa, vibrante, impulsiva, dicha de un solo trazo, cargada de fuerza, que alcanza clímax poderosos a más no poder sin dejar por ello de ofrecer la adecuada delectación melódica en los pasajes líricos, pero también algo epidérmica, más impulsiva que meditada, y por ello carente todavía de esa concentración interior, de esa naturalidad en el fraseo y de ese refinamiento en el tratamiento de los diferentes planos sonoros de los que hará gala en su increíble recreación veinticuatro años posterior con la Filarmónica de Viena, no obstante anunciada aquí en un Finale de enorme grandeza. La toma sonora dista muchísimo de convencer, aunque la realización televisiva de Humphrey Burton, en blanco y negro, está por encima de la media de la época. (8)



9. Maazel/Filarmonica de Viena (Decca, 1966).
El trasvase a alta definición de la formidable toma realizada por los ingenieros del sello británico nos permite disfrutar plenamente del soberbio trabajo de clarificación de planos realizado por un Maazel a punto de cumplir los treinta y seis años y ya dueño de una técnica de primerísimo nivel con la que logra, al mismo tiempo, hacer zona a la Filarmónica de Viena de manera rústica y escarpada, dentro de una propuesta expresiva fresca, afilada, recorrida por electricidad y nervio interno, indisimulada en su búsqueda de brillantez, pero en absoluto grandilocuente ni pesada. Se queda corta en lo que a calor, efusividad y vuelo poético se refiere, sobre todo en un movimiento central dicho un tanto de pasada. En contrapartida, la acumulación de tensiones hacia el clímax final resulta impactante. (9)



10. Barbirolli/Orquesta Hallé (Testament, 1968).
Una vez más, el típico Sibelius de Barbirolli: áspero, dramático, tenso y electrizante, nada romántico. En esta ocasión se le puede reprochar un excesivo nerviosismo en algunos pasajes, limitación que compensa con algunos hallazgos extraordinarios. (9)



11. Celibidache/Sinfónica de la Radio Sueca (DG, 1971).
A pesar de lo admirable de una arquitectura de tensiones construida sobre unos tempi muy lentos, de echan de menos algo más de belleza y efusividad lírica. El final, grandioso pero sin un ápice de retórica, es un verdadero triunfo. (8)



12. Berglund/Sinfónica de Bornemouth (EMI, 1973).
Cuarenta y cuatro años tenía el director finlandés cuando realizó el primero de sus cinco acercamientos fonográficos a la página. Demostró en él amor por esta música, un plausible acercamiento a medio camino entre lo romántico y lo expresionista y un gran cuidado formal a la hora de ir desgranando la música, sin prisas ni nerviosismo, pero no logró trazar correctamente la arquitectura: las líneas de tensión avanzan con dificultad y a veces se bordea el aburrimiento. Tampoco su lectura es del todo poética ni hace gala de una particular creatividad. Lo mejor, un Finale con muy buenos momentos. (7)




13. Colin Davis/Sinfónica de Boston (Philips, 1975).
Como EMI y Decca ya tenía en Europa sus respectivas integrales de Sibelius, los holandeses se ponen al día echando mano de la orquesta de Ozawa, cuyas suntuosas cuerdas y maderas -metales a menor altura- son recogidas por una toma sensacional para la fecha, y de un maestro que muestra un evidente interés hacia esta música, aunque aún por madurar. Por eso mismo, al tiempo que hemos de aplaudir el suntuoso modelado sinfónico que obtiene su batuta, la generalmente muy notable delineación del tejido polifónico, la inmediatez expresiva del acercamiento y el exquisito gusto que lo preside –ni rastro de excesos ni de caídas en lo contemplativo–, hemos de percatarnos de la discontinuidad de un primer movimiento en que cuenta con momentos excelentes, cierta falta de poesía en el Andante y una relativa falta de grandeza en un Finale que comienza de manera bulliciosa pero no termina de calar a fondo en la música. Desde un prisma de menores conflictos dramáticos y mayor depuración sonora, Sir Colin profundizará en el futuro de manera considerable en esta música que amará como pocas. (8)



14. Karajan/Filarmónica de Berlín (EMI, 1976).
Lectura en la misma línea opulenta, densa y grandiosa de su interpretación para DG, muy atenta a la belleza sonora, pero con menor pesantez y ampulosidad. Aun así, el segundo movimiento resulta por momentos en exceso dulce. (8)



15. Ashkenazy/Orquesta Philharmonia (Decca, 1980).
Aunque estos no eran sus primeros pasos discográficos como director, Ashkenazy demostró en su ciclo Sibelius no solo un gran talento para manejar tensiones y masas sonoras, sino también un apreciable olfato para interpretar al autor finés en el punto justo de equilibrio entre postromanticismo y modernidad. Lo dicho queda bien claro en esta Quinta austera, dramática, un tanto enrarecida, en modo alguno sentimental o contemplativa, pero no áspera ni particularmente escarpada, como tampoco ajena a la amplitud melódica ni a la belleza sonora. Le ayudan una orquesta aún en espléndida forma y una toma sonora de gran calidad realizada en un Kingsway Hall al que ya le quedaba poco tiempo de vida como estudio de grabación. (9)



16. Rattle/Orquesta Philharmonia (EMI, 1981).
Al frente de una orquesta excepcional a la que su batuta modela con pinceles finos, claridad y atención al detalle, el joven Rattle acierta con el lenguaje aportando el punto justo de equilibrio entre tradición y modernidad, sin resultar romántico o hinchado, pero tampoco necesitado de ser particularmente escarpado o electrizante. Su fraseo es natural y posee el carácter nervioso en el buen sentido que demanda esta música, mientras que la tímbrica ofrece el punto adecuado de incisividad. Eso sí, el desarrollo de las tensiones no está del todo conseguido, al menos en un primer movimiento en el que juega tan arriesgadamente con los pianísimos hasta el punto de que la continuidad está a punto de venirse abajo. En el segundo se echa de menos la efusividad poética que proponen los pentagramas. Lo mejor, un tercer movimiento brillante y con garra pero sin retórica, dicho además con un punto amargo muy adecuado, aunque tampoco posea la grandeza y el carácter visionario que ofrecen los grandes directores de la página. (8)



17. Berglund/Filarmónica de Helsinki (Warner, 1986).
Trece años después de su primera aproximación, Berglund repite su acercamiento ortodoxo y sensato, de fraseo cálido y ajeno al nerviosismo, pero ahora con las tensiones mejor delineadas y dando la impresión de realizar un más detallado desmenuzamiento del entramado sinfónico, circunstancia a lo que no es ajena una toma sonora superior a la de entonces. En cualquier caso, se siguen echando de menos electricidad y garra dramática. (8)



18. Bernstein/Filarmónica de Viena (CD DG y Blu-ray CMajor, 1987).
Sin palabras. Lenny alcanza aquí una de las cimas de su carrera como director ofreciéndonos una recreación lentísima, pero de enorme tensión interna; suntuosa y bellísima en la sonoridad sin caer en ese narcisismo que tanto tentaba a su batuta; romántica y de acongojante efusividad lírica en un planteamiento alejado del expresionismo, mas no por ello ajena a conflictos y contrastes. Dotada, en cualquier caso, de una convicción apabullante y de una emotividad conmovedora. Como lección de técnica, no tiene precio. Uno se queda mudo de asombro ante una arquitectura perfectamente estudiada su planificación de tensiones, permitiendo que el carácter orgánico de la música se desarrolle con total naturalidad. Todo ello obteniendo una plasticidad enorme de una orquesta a la que él sabía hacer sonar con más belleza que nadie, y haciendo gala de un fraseo tan sutil como flexible, lleno de cantabilidad y de humanismo. Tras un final grandioso a más no poder, pero en esta ocasión sin caer en los excesos de ocasiones anteriores, el maestro logra una merecidísima ovación del público que llenaba la Konzerthaus vienesa. Una pena que la espléndida filmación de Humphrey Burton haya sido recortada a formato 16:9 en su trasvase a Blu-ray. Compra imprescindible, en cualquier caso: se incluye sonido DTS-HD MA 5.1. No se conformen con el CD, porque ver a Lenny en acción no tiene precio. (10)



19. Celibidache/Filarmónica de Múnich (MPhli, 1988).
Feliz recuperación con espléndido sonido –algunas plataformas lo ofrecen incluso en Dolby Atmos– que nos permite conocer cómo abordaba Celi este repertorio en su época más personal, más genial y –por qué no decirlo– más discutible. El resultado, alejadísimo de la incisividad y la visceralidad expresionistas de un Barbirolli, pero también apartado de los grandes contrastes sonoros de directores más románticos”, recuerda a su Bruckner: tempi muy lentos, fraseo mórbido y de amplio aliento lírico, claridad extrema y, sobre todo, una calculadísima planificación de las tensiones en la que cada frase no es sino el resultado de la anterior, siempre partiendo de un concepto plenamente orgánico del edificio musical que si en el de San Florián se venía en cierto modo constreñido por un diseño heredero del mundo clásico, en Sibelius adquiere todo su sentido. La música fluye como en un manantial y discurre como ella quiere, al maestro le corresponde que lo haga con plena naturalidad y sin interrupciones. Todo ello al servicio de una idea expresiva que, de nuevo como en Bruckner, combina de manera asombrosa la reflexión humanística, la desazón más amarga y la plenitud espiritual. Por lo demás, mucha belleza sonora y una buena dosis de ternura, esto último quizá en exceso: el final del segundo movimiento resulta más dulce de la cuenta. (9)



20. Colin Davis/Sinfónica de Londres (RCA-Sony, 1992).
Aun sin tratarse exactamente de una versión "romántica", el maestro británico renuncia a la electricidad y a la aspereza sonoras para plantear una lectura eminentemente natural, fluida, en el que el discurso avanza con pulso firme sin que apenas se perciban los sutiles matices que construyen las tensiones y exhibiendo una gran belleza sonora, jamás relamida o narcisista. Admirables la poesía del arranque y el grandioso final, al que se llega con una naturalidad y lógica pasmosas sin forzar nunca la arquitectura ni caer en la retórica. Interpretación esencial, abstracta, hasta cierto punto distanciada, pero sin caer en la asepsia que atrapará a otros maestros que sigan esta misma línea. (9)



21. Berglund/Orquesta de Cámara de Europa (Finlandia, 1996).
Tan diferente es esta lectura a las suyas anteriores que parece que nos encontramos ante otro director. No es cuestión de tempi –más rápido en el primer movimiento, lo contrario en los otros dos–, ni de la formación utilizada. Es el concepto: articulación mucho más marcada, sonoridad más incisiva, mayor protagonismo de la tensión armónica frente a la nobleza del fraseo, mucho mayor relieve de las maderas y de sus células repetitivas que van generando tensión. En resumen, mirada decidida hacia los aspectos más modernos de la escritura de Sibelius. Lo que no entiendo muy bien es la ralentización “espiritual” o “mística” en el minuto seis del movimiento conclusivo, que parece contradecir –quizá desee precisamente eso, el contraste– el planteamiento anterior. (9)



22. Berglund/Orquesta de Cámara de Europa (Medici TV, 1998). Repetición de la jugada, esta vez con imágenes. Importa poco que la filmación no esté a la altura de la tecnología actual, o que la orquesta cometa algún gazapo propio del directo: es un placer ver, además de escuchar, una propuesta tan estimulante, tan llena de nervio como ajena al nerviosismo, tan incisiva sin merma de la belleza sonora, tan sincera y comunicativa dentro de una visión muy apartada del romanticismo por el que apuestan otros directores. Ideal para un primer acercamiento a la página. (9)



23. Berglund/Filarmónica de Londres (LPO, 2003). A sus setenta y cuatro años, el maestro finlandés nos deja su quinto y último documento que nos permite apreciar cómo evoluciona su visión de la página. También el mejor, o al menos el más conseguido dentro del atractivísimo enfoque tardío: un Sibelius anguloso, obsesivo e inquietante a más no poder, poco interesado por la voluptuosidad sinfónica y más bien volcado clarificar cada una de las líneas de la polifonía y subrayar las tensiones que su entrecruzamiento provocan. Muy en la línea de un Barbirolli, pero restando un punto de aspereza y carácter escarpado. A destacar de manera especial la doliente intensidad del clímax final, alcanzando unas cotas de amargor que dejan el corazón en un puño. La orquesta, tratada con depuración sonora admirable, se encuentra muy bien recogida por la toma pese a proceder de un concierto realizado en el complicado Royal Festival Hall. En algunas plataformas de streaming se puede escuchar en alta resolución. (10)


 
24. Colin Davis/Sinfónica de Londres (LSO, 2003). Sir Colin y su orquesta repiten la jugada, esta vez en directo y con una toma no tan buena como en la ocasión anterior. Importa poco, porque los resultados son, como mínimo, igual de admirables. Su interpretación respira naturalidad, fluidez y elegancia, se despliega una enorme suntuosidad sonora sin acercarse en modo alguno a la opulencia, las masas se encuentran tratadas con enorme plasticidad y las tensiones, aun sin encontrarse en primer plano, sostienen la lectura desde el primer al último compás. Puro clasicismo. (10)


25. Salonen/Orquesta del Festival de Verbier (DVD Medici Arts, 2007).
Anguloso, aristado y algo distante, como era de esperar, el notabilísimo primer movimiento. En los otros dos la cosa cambia: el otras veces cerebral Salonen se muestra caprichoso en la agógica, por momentos algo dulzón y más bien insincero en lo expresivo, sobre todo en un tercer movimiento en el que –ralentizando hasta el límite numerosos pasajes– juega a ser Celibidache. La gama dinámica está muy comprimida. (7)



26. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall y Blu-ray, 2010).
Recordando bastante a la que hizo con la Philharmonia, el británico ofrece una interpretación equilibrada entre lo romántico y lo moderno, dicha sin retórica vacua alguna, trazada con pinceles finos, pero no muy poética, falta de sensualidad, grandeza y carácter visionario, y con una grave discontinuidad en las tensiones del primer movimiento. La gran ventaja es la orquesta, suntuosa, con una cuerda grave de lo más conveniente y con solistas de musicalidad excelsa. (8)



27. Dausgaard/Sinfónica Nacional Danesa (Blu-ray CMajor, 2011?).
Interpretación muy aseada y solvente, mucho antes lírica que dramática, expuesta de manera impecable y dicha con un gusto exquisito por un director que sabe lo que se hace y una orquesta que responde con un estupendo nivel, pero a la que le falta una muy buena dosis de tensión interna y fuerza expresiva para convencer. Todo suena un tanto neutro, incluso plano, mientras que los aspectos más visionarios de esta música quedan relegados. Imagen y sonido, extraordinarios. (7)

28. Vänskä/Orquesta de Minnesota (BIS, 2011). Nada que objetar ante el enfoque de la interpretación, lírico y contemplativo antes que basado en los grandes conflictos de líneas y bloques sonoros. Es posible hacer esta música así, aunque no sea la manera en la que la modernidad de los pentagramas se ponga mejor de manifiesto. El problema está en la discontinuidad del discurso, en los innecesarios tirones de tempo y en las caídas en la laxitud. También en un trabajo de texturas que, sin ser en modo alguno de trazo grueso, no logra clarificar del todo bien los planos ni “explicar” el tejido sinfónico al oyente. Y no parece que sea cosa de la toma, magnífica escuchándola en alta definición, ni tampoco de una orquesta que, con sus obvias limitaciones, se comporta bastante bien. Aburre. (7)



29. Paavo Järvi/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2013).
El enfoque del director estonio atrapa desde el arranque por su inmediatez, electricidad y carácter escarpado, pero conforme avanza la interpretación uno repara en que el exceso de nervio se lleva por delante la grandeza –fin del primer movimiento– y esa particular mezcla de sensualidad, lirismo contemplativo y desazón –segundo– que anida en los pentagramas. El tercer movimiento es lo más conseguido en esta interpretación vistosa y con gancho, pero algo superficial. (8)



30. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2015).
Beneficiándose sobremanera de la maravillosa sonoridad de la orquesta, trabajada en todo momento con pinceles finos, el maestro británico vuelve a ofrecer una interpretación certera en su enfoque: esencial y despojado de aditamentos, distante del romanticismo y sin voluntad de resultar expresionista, optando más bien por una especia de clasicismo apolíneo y ajeno a la retórica. Ofrece así una lectura muy equilibrada en lo expresivo y perfectamente depurada en lo sonoro, pero también algo falta de tensión sonora, de sensualidad y, sobre todo, de emotividad lírica. Se echa de menos, a la postre, implicación emocional. (8)




31. Paavo Järvi/Orquesta de París (RCA, 2015).
El maestro estonio repite una aproximación que parece querer seguir la senda de Berglund a la hora de apartarse de voluptuosidades más o menos “románticas” para subrayar las angulosidades de la escritura. Lo hace con buena caligrafía y apreciable convicción, pero sin llegar a semejante altura: ni delinea el tejido orquestal con semejante perfección ni alcanza su intensidad expresiva. Incurre, además, en cierta aparatosidad inconveniente, sobre todo en las conclusiones de los movimientos extremos. Magnífica la toma si se escucha en formato de alta definición. (8)




32. Mäkelä/Filarmónica de Oslo (Decca, 2021).
Veinticinco años contaba el director finlandés cuando realizó este registro, soberbiamente grabado y beneficiado del formato Dolby Atmos en algunas plataformas de streaming. Apostó claramente por un Sibelius "clásico": equilibrio expresivo, elegancia y belleza sonora por encima de otras consideraciones. ¿Resulta válido este enfoque? Colin Davis y la Sinfónica de Londres demostraron que sí, que lo es plenamente. El problema es que Mäkelä no solo pule en exceso las asperezas, se desinteresa por las células de electricidad que recorren esta música y rehúye los grandes conflictos dramáticos, sino que también resulta en exceso laxo –en el minuto seis del primer movimiento se le cae la tensión, como le suele pasar a Rattle– y no transmite la fuerza emotiva que anida en esta música. Así las cosas, triunfa en el movimiento central y se queda a medio camino en los otros dos. Espléndida la orquesta, eso sí, tratada con una plasticidad digna de admiración. (8)



33. Salonen/Sinfónica de San Francisco (SFS, 2022)
. Esta vez Salonen no apuesta por las angulosidades en el primer movimiento, sino que se apuesta por un distanciado y sereno clasicismo que, en cierto modo, se emparenta con el de su joven compatriota Mäkelä. En el segundo desconciertan los marcados contrastes en los tempi, que no terminan de encontrar una justificación expresiva; la parsimonia con que frasea la última sección puede llegar a irritar. En el Finale, como en su registro de Verbier, vuelve a “hacerse el Celibidache” estirando la música todo lo posible: consigue que el edificio no se venga abajo, pero no alcanza la sinceridad ni la magia poética del rumano. Por descontado, el trabajo con la orquesta es de muy alta calidad. Se disfruta de manera especial en Dolby Atmos: violines primeros y violonchelos suenan a los lados del oyente, circunstancia que a algunos resultará artificioso, pero que a mi entender mejora la claridad. (8)
 


34. Franck. Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2023). Alguien podría argüir que lo que pretende Mikko Franck es seguir el sendero que se aparta tanto de las opulencia y apasionamiento de las interpretaciones más o menos románticas como de las descargas de electricidad de las que miran hacia lo expresionista para optar, en su lugar, por un sereno y distanciado clasicismo. Podría ser, pero a mí lo que me parece es que el maestro finlandés multiplica las insuficiencias que adoptando este mismo prisma evidenciaron Rattle y –sobre todo– Mäkelä al mostrarse por completo incapaz de inyectar a su lectura un mínimo de tensión interna: por mucho que la exposición resulte pulquérrima, la portentosa arquitectura diseñada por Sibelius se viene abajo. Como la batuta tampoco parece capaz de destilar la suficiente emotividad en el movimiento central, el resultado es una de las direcciones menos logradas que he escuchado de esta sinfonía. La orquesta, aun impecable, parece tocar con cierta indiferencia. Imagen 4K y sonido Dolby Atmos. (6)

domingo, 19 de mayo de 2024

Albéniz por Ormandy: disco malo, pero meritorio

Entre enero y abril de 1956 Eugene Ormandy y su Orquesta de Philadephia registraron para CBS la Iberia de Isaac Albéniz en la orquestación de Enrique Fernández Arbós y Carlos Surinach. El sonido, monofónico, ha sido reprocesado con alta calidad en la gran caja que Sony Classical ha editado con todas las grabaciones del maestro húngaro anteriores a la estereofonía.

¿Merece la pena la audición? Creo que no. Nunca me gustaron estas orquestaciones. Prefiero la realización, incompleta, firmada por Francisco Guerrero: cierto es que el de Linares también deja de lado la vertiente más sensual de esta obra maestra absoluta de la música para piano, pero no resulta tan hortera como la de Arbós/Surinach y se muestra muy sabio a la hora de poner de relieve los aspectos más incisivos, modernos si se quiere, de la escritura.

Lo peor, en cualquier caso, es la dirección de Ormandy, a todas luces admirable desde el punto de vista técnico y vistosa a más no poder, pero empeñada en resaltar los aspectos menos afortunados de la orquestación, amén de ajena a la poesía de la partitura. Parece mentira que un maestro que comprendió sin problemas cómo el folclore se integra en la música de Bartók aquí se quedara en la más tópica tarjeta postal. A mí me ha molestado particularmente cómo la batuta pasa de largo ante las posibilidades de la pieza dedicada a mi tierra, Jerez, pero lo cierto es que todo está dirigido con la misma falta de sensibilidad.

Dicho esto, creo que el disco tuvo un mérito enorme: divulgar esta música entre el público norteamericano en unos momentos en los que no era suficientemente conocida, y hacerlo poniéndole las cosas facilitas al personal con una orquestación decibélica y una ejecución vistosa a más no poder. En realidad, un repaso del "lujurioso" libro que acompaña la referida edición discográfica deja claro que el gran mérito de todas esas grabaciones de los años cuarenta y cincuenta fue precisamente poner a disposición del público estadounidense, en ejecuciones de abrumadora brillantez orquestal, un repertorio muchísimo más amplio del que por las mismas fechas llevaban al disco Bruno Walter en Nueva York, Charles Munch en Boston, George Szell en Cleveland y Rafael Kubelik en Chicago. Como labor pedagógica y divulgativa, impresionante. Solo por eso, ya Ormandy se merece toda nuestra admiración.

sábado, 18 de mayo de 2024

Leipzig no llena

Enorme alegría al leer esta misma semana que por fin se puede volar directamente desde Jerez a Leipzig, con un vuelo que sale los viernes por la noche y vuelve el domingo por la mañana. Muy temprano, ciertamente, pero veinticuatro horas en la ciudad de Bach y la Gewandhaus tiene su interés. Miré en seguida a ver qué había hoy: concierto con Andris Nelsons y Anne-Sophie Mutter, nada menos. ¿Por qué no he ido? Ahí viene la parte mala: los vuelos son francamente caros, así que no hay nada que hacer.

Dicho esto, lo que quiero es comentar una cosa que me ha llamado mucho la atención: aún quedan entradas para el referido concierto de hoy sábado 18, y no precisamente pocas. Cierto es que son 130 euros la butaca, y que en el programa no está solo la Segunda de Sibelius, sino que aparecen también Adès y Lutoslawski: estos compositores asustan a cierto público. Aun así, que una ciudad como Leipzig no llene un concierto con Nelsons y Mutter me parece de lo más preocupante. Algo está fallando, así que hay que tomar medidas. Y estas no pasan por lo que a algunos desearían, que es hacer recortes. Más bien se trataría de lo contrario, aunque probablemente no baste con eso. hay que ir más allá.

viernes, 17 de mayo de 2024

La ROSS, en estado de alarma: no puede con Prokofiev

Tenía clarísimo que no iba a escribir nada sobre el concierto de ayer jueves 16 de mayo de la Sinfónica de Sevilla bajo la dirección de Marc Soustrot, pero tras consultar con la almohada he decidido hacerlo. Eso sí, yendo al grado sobre lo que me preocupa.

Disfruté del sublime Concierto para clarinete KV 622 que hizo al maestro francés: un Mozart maravillosamente tradicional, cálido y fraseado con amplitud, que me recordó al que hacía Klaus Weise con esta misma orquesta. Más ensimismado de la cuenta, eso sí, y con alguna caída de tensión, pero lo disfruté. A la peligrosísima kale barroka hispalense seguro que le horrorizaría: esas cosas solo le gustan con cuerda de tripa, marchando con prisas y fraseando a saltitos. Más me gustó todavía la labor de José Luis Fernández Sánchez, a la sazón discípulo del primer atril de la orquesta a quien se rendía homenaje tras su fallecimiento, Piotr Josef Szmyslik. Tocó no ya con solvencia técnica, sino también con enorme musicalidad. Recibió muy merecidos aplausos.

El problema fue la Quinta de Prokofiev, obra que adoro de manera muy especial. A mi entender, Marc Soustrot –a quien le escuché en el mismo Maestranza una blandísima Tercera de Mahler hace unos meses– acertó en el concepto: tempi más lentos que la media, marcado carácter atmosférico, clímax mucho antes opresivos que épicos, lirismo punzante y perfecta mezcla de cantabilidad y sarcasmo en el Finale. Pero la orquesta no pudo técnicamente con la obra, particularmente en lo que a la sección de metales se refiere. Tampoco la batuta, no vayamos a quitarle responsabilidad: abundaron los desajustes –en los compases finales el maestro tuvo que correr para pillar a los músicos que se habían adelantado–, hubo pifias, faltó empaste –trombones en el último movimiento–, se echó de menos tensión interna y, en líneas generales, la ROSS sonó de manera pobre, escasa de virtuosismo y de brillantez. Sí, ya sé que no puedo comparar con las increíblemente maravillosas versiones que le escuché en directo a Esenbach con la Philadelphia Orchestra y a Rozhdestvensky con la Sinfónica de Berlín, pero que la Sinfónica de Sevilla no pueda con esta obra emblemática del repertorio me parece preocupante.

¿Soluciones? Ciertamente el asunto es complicado, pero de lo que estoy por completo seguro es de que la peor de todas es la que proponen las hordas liberales: pegar grandes tijeretazos económicos a la orquesta. Si reducimos plantilla y funcionamos a base de aumentos puntuales, el nivel técnico lo que hará será empeorar y la formación hispalense caminará hacia la disolución. Claro que a lo mejor es eso precisamente lo algunos están buscando.

miércoles, 15 de mayo de 2024

Sinfonía nº 5 de Prokofiev: discografía comparada

Actualización, con introducción profundamente renovada, del 15 de mayo de 2024. La entrada original se publicó el 26 de agosto de 2021. Añado las grabaciones de Jansons/Concertgebouw y Rouvali/Filarmónica de Berlín.

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Un amigo me ha invitado a escuchar la Quinta sinfonía de Prokofiev este jueves 16 de mayo en Sevilla. Se lo agradezco una barbaridad, porque es una de mis obras favoritas. Pero me voy a la web de la ROSS (aquí) y descubro que se habla de felicidad, de evocación del espíritu humano y –peor aún– de optimismo pleno en el Finale. Casi me da algo. ¿De verdad hay gente tan ingenua que se sigue creyendo lo que dijo Prokofiev para contentar a la oficialidad soviética en un momento, 1945, en el que era forzoso celebrar triunfos y dejar a un lado cualquier suerte de pesimismo? Pero el compositor supo colársela al muy imbécil de Stalin, al igual que Shostakovich hacía hecho años antes con su propia Quinta: aquí tienes una "respuesta de un compositor soviético a unas criticas justas", que ya otros se darán cuenta de lo que en realidad estoy diciendo.

A mí me parece que la cosa está clarísima. El Andante inicial arranca con una mezcla de lirismo y desazón para ir acumulando conflictos que, pese a algunas necesarias distensiones que sirven como contraste, conducen de manera irremediable a un clímax opresivo y ominoso a más no poder. El Allegro marcato, que al parecer procede de un descarte de Romeo y Julieta, engancha por su impuso rítmico y su sentido del humor. Eso sí, del humor que le gustaba a Prokofiev: ironía, incisividad y hasta mala leche. Meno ambiguo resulta el Adagio: su lirismo nostálgico no resulta meramente evocador, sino que se desarrolla dentro de una atmósfera amarga y enrarecida, malsana incluso, que llega a atravesar un clímax particularmente turbulento lleno de rabia y desesperación; las sonoridades del Prokofiev más decibélico resultan ideales para trasmitir el desgarro interior.

¿Y qué pasa con el Allegro giocoso conclusivo? Hay quien ha querido encontrar aquí el paralelismo musical de los pastores y las cabritas de Picasso celebrando el fin de la guerra. Yo lo que veo es que arranca una clara distensión, con horizonte de esperanza incluso, pero que a medida que se va desarrollando acumula aristas, destila ironía y evidencia un carácter burlesco muy malintencionado que enlaza, probablemente no por casualidad, con el Finale de la Quinta de Shostakovich: hay que reírse porque nos obligan, pero la procesión la llevamos por dentro y quien quiera entenderlo lo entenderá. El alocado frenesí que se acumula hacia el final, las maderas chirriantes, los golpes de la percusión y una coda con sonoridades mecánicas y violín diabólico no permite dudar demasiado de las intenciones del compositor.

Otra cosa es que el director de turno sepa verlo, claro está. Muy contadas batutas han sabido sacar lo que hay dentro de esta música: la mayoría se quedan en el espectáculo más o menos vistoso o en el optimismo oficialista. Leonard Bernstein sí que acertó en sus dos grabaciones, particularmente en la última. Debo advertir que tengo por ahí una grabación radiofónica de toma muy deficiente a cargo de Maazel y la Filarmónica de Viena que me parece superior a todas las versiones reseñadas, y que además tuve la ocasión de escuchar en directo a Rozhdestvensky con la Sinfónica de Berlín una lectura también superior a las cuarenta y cuatro aquí comentadas. En consecuencia, he tendido a puntuar a la baja: solo la citada de Bernstein de 1979, que el inefable David Hurwtiz pone a caldo, me ha parecido merecedora del 10. De todas formas, no me hagan mucho caso. Utilicen estas notas solo para entretenerse. Lo importante es que disfruten de la partitura, una de las más grandes sinfonías del siglo XX.


1. Mitropoulos/Filarmónica de Viena (Orfeo, 1954). Estamos diez años después del estreno. El maestro de Atenas se aparta de la versión “oficial” de la obra, esa que habla de “la gloria del espíritu humano”, y por ende abandona cualquier tentativa de vuelo lírico o carácter juguetón, aunque también de la exploración de atmósferas más o menos siniestras. Porque la suya es una lectura llena de fuerza dramática, rabia y desesperación, y no solo en los movimientos impares sino también en un segundo con algunas frases que suenan con insólita ferocidad. Por desgracia lo atractivo del enfoque no se ve controlado por la concentración y depuración sonora necesarias, pues Mitropoulos llega hasta él a través de precipitaciones, discontinuidades y descontroles varios, lo que empaña el resultado final. A destacar la manera en que el último movimiento, llevado a un tempo más lento de lo habitual, evita la tentación de lo festivo y ofrece la retranca propia del autor. La toma sonora, monofónica y con distorsiones, recoge toda la amplia gama dinámica que demanda la obra. (7)

 

 2. Reiner/Sinfónica de Chicago (CSO edición limitada, 1958). Esta grabación en vivo, de sonido mediocre, pone bien de relieve las características del gran Reiner, pero no siempre del mejor Reiner posible. Hay aquí frescura, inmediatez, carácter incisivo, apreciable sentido dramático, impresionante vigor rítmico y una electricidad indesmayable que recorre de la partitura de principio a fin. Pero hay también excesivo apresuramiento, desinterés tanto por el vuelo lírico como por los aspectos atmosféricos, cierta escasez de matices, algo de confusión y más de un descuadre, entre otras cosas porque la orquesta no había alcanzado el nivel portentoso de los años sesenta. Tampoco los lloriqueos de la cuerda al arrancar el cuarto movimiento son muy de recibo. (7)

 

 

3. Szell/Orquesta de Cleveland (Sony, 1959). El primer movimiento es un claro error, porque la velocidad que toma el maestro no solo se lleva por delante la “grandeza pesimista” y el vuelo lírico, sino que también lo hace sonar por momentos frívolo e incluso equivocadamente jubiloso. El Adagio convence bastante más, pues aunque careciendo de la atmósfera opresiva apropiada, posee virulencia y garra dramática. Los movimientos pares son magníficos, pues aquí Szell extrae de su fabulosa orquesta una sonoridad de lo más apropiada –soberbias las maderas–, traza la arquitectura con tensión sostenida, aclara las texturas con precisión de cirujano –y eso que los tempi son veloces– y sintoniza sin problemas con la ironía de los pentagramas. Interpretación muy irregular, pues, que se beneficia de una toma sonora aun hoy admirable. (7)

 

 

4. Dorati/Sinfónica de Minneapolis (Mercury, 1959). Interpretación extrovertida, incisiva, llena de vida, comunicativa y muy atenta tanto a los componentes dramáticos y rebeldes de la página como a su importante carga irónica, pero seriamente lastrada por una batuta no solo rápida en los tres primeros movimientos, sino también muy nerviosa y desconcentrada. Esto trae como consecuencia que el Andante inicial resulte más externo y aparatoso que tenso, y que el Adagio carezca por completo de la atmósfera opresiva imprescindible para que funcione. El Allegro giocoso está llevado con relativa lentitud y aporta un lirismo que sustituye al carácter trepidante que en él es habitual. A destacar, en cualquier caso, el magnífico trabajo de Dorati a la hora de diseccionar minuciosamente todo el entramado orquestal, así como una toma sonora más que notable para la época. (6)

 

5. Leinsdorf/Sinfónica de Boston (Testament-Sony, 1963). Desde el primer momento asombran la perfección de la orquesta y la claridad de la batuta, a lo que contribuye una notable grabación. Suena muy a Prokofiev, por la carnosidad de las maderas y la estridencia de los timbres, y el enfoque es certero en todo momento, aunque más del lado del Prokofiev brutal que del lírico. Los más discutible es el más bien extraño desarrollo del primer movimiento, lo que no le impide alcanzar un clímax de terrible tensión. Extraordinarios los otros tres movimientos, dichos con todo el sarcasmo y la negrura necesarias, sin cayendo en la tentación de la trivialidad ni el triunfalismo en el último movimiento. No es la interpretación perfecta, pero se le acerca. (9)

 

 

6. Ansermet/Orquesta de la Suisse Romande (Decca, 1964). No podemos negar al veterano maestro la solidez con que traza la arquitectura ni la gran plasticidad con que maneja los volúmenes y colores orquestales, pero lo cierto es que Ansermet no acierta ni con el estilo del compositor, blando en la articulación y suavizado en las aristas, ni en el aspecto expresivo, obviando toda ironía y, lo que es peor, descafeinando por completo toda su carga dramática y opresiva. Flojísimo en este sentido el primer movimiento, dicho de pasada y sin matices. Algo frívolo el segundo. El Adagio de nuevo vuelve a caer en la superficialidad, mientras que el cuarto, dentro de una línea más bien lírica, sí que llega a funcionar de manera satisfactoria. (5)

 

 

7. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1966). Haciendo gala de un extraordinario dominio de la agógica y de un instinto musical de primer orden, amén de su habitual comunicatividad y fuerza expresiva, Lenny acierta por completo al ralentizar de manera considerable los tempi y al colorear las maderas de los tintes más sombríos posibles, desvelando así todo el carácter opresivo, siniestro y asfixiante que anida en los movimientos impares, por lo demás admirablemente diseccionados para poner de relieve la portentosa escritura del autor. El Allegro marcato es magnífico, y si bien es cierto que el Allegro giocoso carece del carácter trepidante que alcanza con otros directores, a la postre resulta coherente con la negrura del enfoque adoptado. En cualquier caso, Lenny dará una vuelta de tuerca más en su grabación ya digital, y con una orquesta que rendirá mejor que esta Filarmónica de Nueva York que muestra muy evidentes limitaciones. (9)

 

 

8. Rozhdestvensky/Sinfónica de la Radio de Moscú (Melodiya, 1966). Al frente de una orquesta mediocre que su batuta trata con especial aspereza, el por entonces joven maestro antepone el sarcasmo, la incisividad y la aspereza al lirismo y el misterio, pero convence con su enfoque dramático y su certero sonido a Prokofiev. El primer movimiento funciona bastante bien, siempre dentro de un enfoque antes escarpado y visceral que opresivo, resultando más nervioso de la cuenta en algunas frases. El Allegro marcato permite al director desplegar su increíble sentido de la ironía, de la incisividad y del ritmo, por lo que los resultados son fenomenales. Rabioso y dramático el tercero, admirable asimismo en el tratamiento de las texturas, aunque subrayando antes las aristas que la atmósfera opresiva de la página. En el cuarto Rozhdestvensky se decide, sabiamente, por negar su presunto carácter lúdico para entregarnos una lectura de marcado carácter expresionista, visceral y chirriante, hasta descargar toda la fuerza acumulada en un final convertido en una terrible carrera hacia el abismo. (8)

 

 

9. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1968). El de Salzburgo se interesó muy poco por Prokofiev. Cuando por fin se acercó a él discográficamente, lo hizo seguramente por compromiso y llevándolo a su terreno, el del romanticismo, desplegando su fabuloso sentido de la tensión dramática y sus sonoridades robustas, empastadas y suntuosas. Obviamente el resultado no termina de sonar al autor, al menos en unos movimientos impares poco logrados: se echan de menos las atmósferas malsanas, la densidad, la acumulación de tensiones y el carácter opresivo que necesitan, muy particularmente en la virulenta sección central del Adagio. Los movimientos pares, por el contrario, están francamente bien: sin ser los más irónicos posibles, despliegan una tímbrica adecuadamente incisiva, un excelente sentido del ritmo y una admirable claridad conseguida por una batuta atenta tanto a la globalidad como al más sutil detalle. ¡Qué técnica tenía Karajan! La toma sonora se conserva bien tras el último trasvase, aunque se queda corta en dinámica y molestan algunos elementos de la percusión muy en primer plano. (8)

 

 

10. Mravinsky/Filarmónica de Leningrado (Praga, 1968). No acierta el mítico maestro de San Petersburgo –sesenta y cinco años contaba entonces– en el carácter del primer movimiento, que concibe antes épico que dramático, como tampoco en la sonoridad propia de Prokofiev, pero termina convenciendo por la solidez del trazo y la grandeza con que trata la página. El segundo sí es sensacional: no solo porque ahora sí suena plenamente al autor de Pedro y el lobo, sino también por la fuerza y la convicción con que está dirigido. El tercero lo aborda con excesiva prisa y sin atender a su carácter opresivo, incluso –como ocurría en el primero– lo romantiza un tanto, pero uno tiene que admirar la plasticidad con que está tratada la magnífica cuerda de la orquesta. Y de nuevo formidable el cuarto, en el que Mravinsky, por fortuna, no termina de creerse eso de la felicidad después de la tormenta. La toma sonora deja muchísimo que desear, incluso en el SACD del sello Praga. (8)

 

 

11. Martinon/Nacional de la ORTF (Vox, 1971). A lo largo de su no muy bien grabada ni tocada integral sinfónica, el maestro de Lyon manifiesta con claridad que concibe a Prokofiev como un compositor eminentemente poderoso, rugiente y encrespado. Semejante enfoque no parece equivocado en esta tensa y extrovertida Quinta, por lo demás no exenta de su punto de ironía y muy bien desmenuzada a pesar de la rapidez de los tempi, pero al final uno se queda –sobre todo en el tercer movimiento– con cierta sensación de que tras el impactante despliegue decibélico no se ahonda lo suficiente en los pentagramas. Más brillante que profunda, pues. (7)

 

 

12. Rozhdestvensky/Filarmónica de Leningrado (BBC Legends, 1971). El público de los Proms reacciona con verdadero júbilo al término de este concierto ofrecido por la orquesta de Mravinsky en plena guerra fría y recogido por los micrófonos de la BBC lidiando con la muy problemática acústica del Royal Albert Hall. No es para menos semejante entusiasmo, porque Rozhdestvensky, que comprende la obra mucho mejor que el titular de la mítica formación, ofrece una lectura realmente extraordinaria, tanto o más que su registro en estudio cinco años anterior. ¡Lástima que nos dejara ningún testimonio de su visión de la obra en los últimos años de su vida! (9)

 

 

13. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1974). De entrada, maravilla la claridad del entramado orquestal, que Previn desmenuza con una técnica soberbia y ayudado por una orquesta que, sin estar del todo a punto, hace sonar perfectamente a Prokofiev, atendiendo de manera particular a las sonoridades graves. Ahora bien, hay que reconocer que el Andante inicial no está a la altura: acierta el maestro al plantearlo más opresivo que brillante, pero el discurso no está del todo bien trazado hacia los clímax y, por sorprendente que parezca, hay alguna chapucilla en la que batuta y orquesta comparten responsabilidades. Al segundo le falta electricidad, pero a cambio rebosa mala leche. El tercero, más que notable y realizado de un solo trazo, podría aún ser más atmosférico y opresivo. En el cuarto Previn vuelve a acertar con su renuncia a la brillantez para obtener tensión dramática dentro de un enfoque inquietante. (8)

 

 

14. Weller/Sinfónica de Londres (Decca, 1976). El maestro acierta a plantear el primer movimiento sin prisas, paladeando la música y creando una atmósfera de grandeza trágica y opresiva, pero su problema con la continuidad de las tensiones es evidente y la página no termina de funcionar. El segundo movimiento, aunque ofrece virtuosismo, se ve aquejado por cierta indiferencia expresiva, cuando no por la blandura. En el Adagio Weller apuesta por la lentitud y la atmósfera, lo que está muy bien, pero aquí la tensión sí que se viene abajo desde el primer compás: el resultado es muy aburrido. El Allegro giocoso, clarificado de manera admirable, se limita en lo expresivo a subrayar los aspectos más líricos sin marcar tensiones ni bucear en los pliegues expresivos, en la ironía ni el sarcasmo. La toma sonora, excelente. (6)

 

 

15. Maazel/Orquesta de Cleveland (Decca-DG, 1977). Ni que decir tiene que el trazo es sólido, el idioma el adecuado y el virtuosismo innegable, pero lo cierto es que sorprende, habida cuenta de la excelencia de varios testimonios radiofónicos posteriores que dan buena cuenta de la genialidad que es capaz de desplegar el maestro franco-norteamericano en esta obra, que Maazel no termine aquí de mostrarse todo lo implicado, comprometido e intenso que debiera, particularmente en un primer movimiento sin la tensión, la rebeldía y la garra dramática adecuadas. En cualquier caso, hay que aplaudir el soberbio análisis polifónico del cuarto movimiento. (7)

 

16. Bernstein/Filarmónica de Israel (Sony, 1979). En este registro en vivo, de toma ya digital pero no del todo nítida –aunque sí que alcanza una muy amplia gama dinámica gracias al bajo volumen de grabación–, el maestro norteamericano profundiza de manera considerable sobre sus planteamientos densos, atmosféricos y muy sombríos de su testimonio anterior ralentizando aún más los tempi –la obra le dura cincuenta minutos– y flexibilizando el discurso armado de tanta imaginación como capacidad para mantener las tensiones sin que se resquebraje la arquitectura. De este modo consigue resultados asombrosos en los movimientos impares: nada épico, voluntariamente pesante y muy ominoso el primero, lentísimo y opresivo a más no poder el Adagio –tremendo su clímax central– sin por ello estar exento de vuelo lírico. En los pares, soberbiamente desmenuzados, se pueden echar de menos la incisividad tímbrica y el vigor rítmico de otros directores, pero a cambio Lenny saca a la luz sus aspectos melódicos y no solo no cae en el error de lo trivial o lo espectacular, sino que se sabe destilar la mala leche que se esconde tras lo pentagramas. En este sentido cabe destacar cómo el Allegro giocoso no arranca consolador, sino más bien agridulce e impregnado de esa peculiarísima melancolía del compositor, continúa con una verdadera carrera hacia el abismo (tic-tac, tic-tac: el tiempo se acaba) y concluye con un violín acertadamente diabólico, unas trompetas con sordina muy espectrales y un seco golpe final que dejan muy claro que Lenny comprendió mejor que nadie de qué iba realmente esta partitura. Versión de referencia. (10)

 

 

17. Celibidache/Sinfónica de la Radio de Stuttgart (DG, 1979). Estaba claro que, pese a la mediana calidad de la orquesta, Celi iba a conseguir una gran recreación. Cierto es que no arranca con mucha concentración, pero acumula tensiones y logra un final del primer movimiento apabullante. El Allegro marcato está muy bien, ortodoxo y centrado, pero convence más en el Adagio por su sentido del color, de las texturas y del vuelo lírico. El Allegro giocoso es magnífico, brillante y sarcástico al mismo tiempo, ofreciendo detalles creativos y convincentes. En conjunto, una versión menos heterodoxa que la suya posterior de EMI, pero no por ello menos lograda. (8)

 

 

18. Rostropovich/Orquesta Nacional de Francia (Erato, 1985). Junto con su gran amigo Seiji Ozawa, cuya integral sinfónica ofrece un mayor grado de refinamiento y depuración sonora pero globalmente resulta menos intensa que esta, Slava supo rescatar el Prokofiev más lírico y humano, menos atento a las aristas tímbricas y rítmicas –aunque tampoco ofrecieran recreaciones domesticadas– que a la intensísima nostalgia agridulce que recorre los pentagramas del compositor. De esta manera, Rostropovich nos ofrece una Quinta que no es particularmente ominosa ni sarcástica, tampoco electrizante ni espectacular, pero que sabe apuntar hacia el lado más humanístico de la partitura. En este sentido, el Allegro giocoso se aleja de la mala leche y de los dobles sentidos, lo que no impide al maestro plantear (¡y diseccionar!) magníficamente su demoníaca coda. (7)

 

 

19. Ashkenazy/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1985). Queda claro que el de Gorki no solo domina a la perfección el idioma de Prokofiev, sino que sabe trazar con solidez el discurso, acertar en la expresión y desplegar sentido del ritmo y de la animación en los movimientos pares, sobre todo en un Allegro marcato francamente logrado. Pero también que no termina de profundizar en los pentagramas, de ofrecer esa dosis extra de convicción, de fuerza expresiva y de garra que la música necesita. El Adagio, aunque adecuadamente escarpado, está llevado más deprisa de la cuenta y carece de atmósfera y carácter opresivo. A la postre, una interpretación vistosa pero dicha de cara a la galería. Espléndida la orquesta, aunque seguramente podría estar mejor clarificada. (7) 

 

 

20. Neeme Järvi/Orquesta Nacional de Escocia (Chandos, 1985). Solo la tan extendida como errónea creencia de que Prokofiev es ante todo un compositor especializado en ritmos vigorosos y explosiones sonoras nos permite explicar el prestigio de este registro a todas luces tosco y superficial, poco matizado en el fraseo y la dinámica, escasamente trabajado en las texturas y desatento a la creación de atmósferas, que además incurre en algún despiste –legato en determinadas frases del segundo movimiento– bastante notorio. Eso sí, no vamos a dejar de reconocer una tímbrica muy adecuada para el compositor y el considerable entusiasmo de un Järvi padre que, al menos, sabe ser vehemente y comunicativo. La toma sonora posee excesiva reverberación y resulta confusa. (5)

 

 

21. Previn/Filarmónica de Los Ángeles (Philips, 1986). Doce años después de su registro en Londres, Previn vuelve a dejar testimonio de su absoluta sintonía con el lenguaje de Prokofiev, como también de su perfecta mezcla de frescura y convicción expresiva, pero sin que los resultados lleguen tampoco a lo excepcional. El primer movimiento lo lleva ligeramente más rápido; resulta más lineal y no tan opresivo, pero el trazo es más seguro y mucho mayor la depuración sonora. El segundo parece haber perdido un poco de mala leche. El tercero vuelve a resultar antes dramático que atmosférico, y en el cuarto Previn vuelve a convencer por completo sabiendo bucear en los pliegues de la página hasta conducirla a un final cargado de dobles intenciones, aunque ligeramente menos cargado de ponzoña que en la anterior ocasión. La toma sonora es muchísimo mejor que la de EMI: transparente, natural y de una amplísima gama dinámica. Ahora bien, hay que poner el volumen bastante alto. (8)

 

 

22. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca, 1988). El director suizo grabó mucho a lo largo de los años ochenta para Decca. Demasiado. Pero a veces logró ir mucho más allá de la aseada solvencia que le caracterizaba. Es el caso de esta Quinta de certero idioma, sólida arquitectura, trazo fino y considerable acierto expresivo que solo pincha en un Adagio más rápido de la cuenta que sabe ser lírico pero no trágico, refinado mas no opresivo. El Andante, irreprochablemente construido, sí que está dicho sin prisas y con apreciable carga trágica, mientras que segundo y cuarto movimientos, sin ser el colmo del sarcasmo ni del nervio interno, funcionan de manera notabilísima. La toma sonora sigue siendo una de las más afortunadas de las que se ha beneficiado esta partitura. (7)

 

23. Barshai/Orquesta Philharmonia (Collins, 1989). A pesar de que tiene a su disposición una orquesta –etapa Sinopoli– que responde de manera muy satisfactoria y de que su batuta es capaz de trazar la arquitectura de manera tan fluida y natural como sólida, no convence Barshai a la hora de acercarse a la obra. Su visión, que pretende ser ágil y ajena a grandes densidades, resulta en exceso liviana en lo sonoro y bastante descafeinada en lo expresivo. Todo está en su sitio, pero el resultado no atrapa en ningún momento. La toma sonora, realizada en el Henry Wood Hall, no ayuda: distante y un tanto cavernosa. (6)

 

 

24. Celibidache/Filarmónica de Múnich (EMI, 1990). Aquí Celi es ya el Celi “raro”, el lento y personalísimo, para lo bueno y para lo menos bueno. Así las cosas, el rumano nos ofrece una recreación singular y desigual que sorprende por su introversión y carácter atmosférico. El primer movimiento es ominoso y siniestro, pero no muy rebelde: la batuta opta más bien por lo contemplativo. El segundo sorprende por su carácter lírico y por su humor nada frívolo, aunque tampoco sarcástico. El Adagio es sencillamente genial, siniestro y nocturno más que rebelde; solo por este movimiento ya habría que conocer la grabación. El cuarto, lástima, resulta en exceso tranquilo y falto de mala leche, aunque el análisis tímbrico es excepcional y no carece en absoluto de fuerza. La toma se queda algo corta. (8)

 

 

25. Muti/Orquesta de Philadelphia (Philips, 1990). La gran baza de este registro es una orquesta suntuosa, virtuosística a más no poder y que bajo la batuta de Muti suena a Prokofiev como ninguna otra orquesta –increíbles las maderas– jamás ha sonado, beneficiándose además de una toma sonora de gama dinámica espectacular. Ahora bien, la lectura resulta irregular en su compromiso expresivo, o al menos extraña en lo que a la comprensión de la obra se refiere, pues va de más a menos desde un movimiento lleno de garra –abrumador el clímax– hasta un cuarto por momentos blando y relajado, equivocadamente pacífico, pasando por dos movimientos centrales más que notables. (7)

 

 

26. Ozawa/Filarmónica de Berlín (DG, 1990). Rigor arquitectónico, riquísimo sentido del color, brillantez sin excesos y un sonido muy a Prokofiev –soberbia la respuesta de la orquesta alemana para amoldarse al mismo– son las grandes virtudes de un Ozawa que en sus diferentes grabaciones se ha movido siempre muy bien en el universo del autor de El ángel de fuego, a pesar de que la consabida elegancia de su batuta no casa bien con la rusticidad demandada en el mismo. Por desgracia, aquí no termina de redondear su acercamiento: el dramatismo de los movimientos impares es más aparatoso que opresivo, mientras que el humor del Allegro giocoso final resulta más suave de la cuenta, incluso un punto blando. La toma sonora resulta particularmente minuciosa, escuchándose muchos detalles que generalmente pasan inadvertidos. (7)

 

 

27. Tilson Thomas/Sinfónica de Londres (Sony, 1991). Este registro supuso un verdadero fiasco en su momento, no solo por su toma sonora más bien turbia, sino sobre todo por el despiste de un Tilson Thomas en otras ocasiones fenomenal maestro para la música del siglo XX, pero aquí muy blando e indiferente en una versión tan deslavazada como aburrida que no se sabe muy bien a dónde va. (5)

 

 

28. Temirkanov/Filarmónica de San Petersburgo (RCA, 1991). Al frente de una orquesta que mantiene las cualidades de la época de Mravinsky, a saber, una cuerda sensacional y unos metales ásperos y poco empastados, Temirkanov ofrece una interpretación animada, muy colorista, cien por cien rusa y cien por cien Prokofiev tanto en sonoridad como en fraseo, destacando el soberbio tratamiento expresivo de las maderas en todas y cada una de sus intervenciones. El maestro evidencia, además, mucha comunicatividad y un apreciable sentido del ritmo. Ahora bien, su acercamiento parece mucho antes impulsivo que estudiado, como también un tanto externo: si los movimientos pares funcionan muy bien en su desarrollado sentido de la ironía y la incisividad –extraordinariamente captado el carácter maléfico de la coda–, el dramatismo de los impares descansa más en el decibelio y en cierta aparatosidad que en la planificación cuidadosa. La toma sonora posee amplia dinámica y recoge de manera impresionante toda la percusión. (7)

 

 

29. Levine/Sinfónica de Chicago (DG, 1992). Orquesta soberbia para una batuta tosca, superficial, ajena al lenguaje del compositor y muy poco interesada en los subtextos de esta música. Fracasan sin remisión los movimientos impares, dichos de manera lineal, estruendosos, machacones, carentes por completo de atmósfera e incapaces de acongojar, amén de muy gruesos en lo sonoro: el maestro norteamericano no se interesa por el análisis de planos sonoros, sino únicamente por montar el mayor estruendo posible. Los pares están bastante mejor, pues en ellos Levine puede hacer gala de su sentido del ritmo y de la brillantez, y además los chicagoers se lucen en su prodigioso virtuosismo, pero a la postre los problemas son los parecidos: la vulgaridad termina triunfando. Mucho ruido y pocas nueces. Si la versión se lleva al menos el cinco es por la maravillosa orquesta, no por el director. (5)

 

 

30. Rattle/Sinfónica de la Ciudad de Birmingham (EMI, 1992). El director británico planifica con habilidad, derrocha brillantez, despliega una adecuada tímbrica incisiva y muestra un elevado sentido del ritmo, pero permanece ajeno al contenido expresivo de la partitura: no solo no atiende ni a la creación de atmósferas opresivas y turbulentas ni al sarcasmo, sino que se vuelca abiertamente –sin llegar a resultar vulgar– en la búsqueda de la espectacularidad. Magnífica la toma. (7)

 

 

31. Gergiev/Sinfónica de Londres (Decca, 2004). El maestro ruso domina el lenguaje del compositor (¡faltaría más!), pero la vulgaridad de su temperamento artístico queda bien en evidencia en una recreación muy desequilibrada. Por un lado, los movimientos pares están francamente bien: llenos de ritmo, vida y humor, aun no siendo el Allegro giocoso especialmente sarcástico ni estando del todo desmenuzado. Por otro lado, los impares: atropellados, insinceros y muy efectistas. Puro decibelio. (6)

 

32. Kitajenko/Gürzenich-Orchester Köln (Phoenix, 2005-07). Interpretación eficaz en la que Kitajenko demuestra buena comprensión del universo del autor y hace gala tanto de convicción expresiva como buen gusto –nada de vulgaridad ni de efectismo–, pero sin terminar de construir bien la arquitectura, ni de diseccionar la portentosa orquestación –pese a algún novedoso detalle clarificador aquí y allá–, ni de colorear los timbres lo suficiente ni, sobre todo, de transmitir emoción a través de los sonidos. El trazo resulta más bien lineal, las tensiones no progresan, las atmósferas no están conseguidas y la emotividad no termina de brotar. Lo más discreto es un Adagio que pasa sin pena ni gloria, y lo mejor un Allegro giocoso bien salpimentado y con la adecuada carga de virulencia hacia el final, aunque también con alguna notable caída de tensión. Tampoco es que la orquesta, portentosamente recogida por los ingenieros de sonido, sea nada del otro jueves. (6)

 

 

33. Bělohlávek/Sinfónica de la BBC (DG Concerts, 2007). El sello amarillo edita este concierto de los Proms –yo estuve allí– a cuya segunda parte corresponde esta Quinta sensata, ortodoxa y centrada que destaca por su rico colorido y, sobre todo, por su excelente sentido del ritmo, lo que la hace triunfar en los movimientos pares. En los otros dos, aun estando irreprochablemente construidos, se echan de menos atmósfera malsana, tensión soterrada y una mayor dosis de carga trágica, resultando más vistosos y superficiales que sinceros. La orquesta está trabajada con pinceles finos y rinde a buen nivel, quedándose los metales algo cortos. (7)

 

 

34. Paavo Järvi/Cincinatti (Telarc, 2007). Idioma perfecto, con el tratamiento adecuado a las maderas. Pulso firme. Excelente claridad, con muchos detalles reveladores. Todo eso ofrece Järvi hijo junto con una correcta idea expresiva de la obra, pero a la postre su lectura necesita mucha más personalidad y atención al matiz. El primer movimiento tarda en arrancar, consiguiendo luego admirables clímax que, eso sí, resultan más externos que opresivos. Correctísimo el segundo, un tanto impersonal. El Adagio no resulta del todo atmosférico ni incisivo, aunque sí alcanza momentos de apreciable dramatismo. El cuarto sobresale por el espléndido trabajo de disección orquestal y por la manera de subrayar los aspectos más disonantes de la orquestación, haciendo de este modo que el final suene con el carácter ambiguo e inquietante que le conviene. Toma sonora de volumen bajo y más bien difusa, incluso en SACD. (7)

 

 

35. Vladimir Jurowski/Orquesta Nacional de Rusia (Pentatone, 2007). El maestro ruso evidencia un sólido conocimiento del idioma del compositor, así como buen pulso, sentido del ritmo, rico colorido y una admirable capacidad para clarificar texturas. Pero lo cierto es que todas estas virtudes le sirven para ofrecer dos notabilísimos movimientos pares, maravillosamente desmenuzados y dichos con su adecuado punto de ironía y sarcasmo –sin subrayarlo–, mientras que en los otros dos se queda corto a la hora de generar atmósferas malsanas y opresivas. Concretando un poco, en el Andante parece que le cuesta acumular tensiones hacia un final que le suena encrespado, pero no ominoso ni cargado de la fuerza trágica que le corresponde. En el Adagio va demasiado aprisa, no permite que las melodías vuelen con ese lirismo al mismo tiempo turbio y emotivo que necesitan, y cuando llega la sección dramática Jurowski resulta más bien vistoso, epidérmico, sin que la rabia llegue a aflorar. Tampoco le ayuda una orquesta notable, pero con esos metales poco empastados y un tanto ¿verbeneros? propios de la “Madre Rusia”. Toma en SACD multicanal sensacional, no ya por la naturalidad de la tímbrica, el relieve de las masas sonoras o la amplitud de la gama dinámica, sino también por una enorme atención al detalle (¡la parte del piano, generalmente desapercibida, se escucha aquí como nunca!) que no está reñida con la perfección del empaste y el buen equilibrio de planos. (7)

 

 

36. Eschenbach/Orquesta de Philadelphia (sello de la orquesta, 2008). Esta es una interpretación con muchos puntos fuertes. Primero, sonar claramente “a Prokofiev”, en lo que tiene mucho que ver la carnosidad de la madera grave de la orquesta. Segundo, poseer una arquitectura trazada de manera meticulosa, con las tensiones perfectamente calculadas; sólo hay que reprochar algún pasaje algo más nervioso de la cuenta en el primer movimiento, por lo demás bien conducido hasta un clímax terrorífico. Tercero, desmenuzar con claridad el complejo entramado orquestal de la partitura. Cuarto, hacer gala de una rica paleta de colores, aristada pero no estridente, y de una gran brillantez que en ningún momento conocen concesión al efectismo. Y quinto, estar interpretada desde un enfoque expresivo que sabe ser mucho antes dramático que épico en el primer movimiento, tan ágil como sarcástico en el segundo, muy doliente en el tercero –aunque a mí me gusta más lento y ominoso– y adecuadamente ambiguo en el engañoso final: el último minuto alcanza una tensión, una rabia y una mala leche espeluznantes. A la postre, una de las mejores versiones. (9)

 

37. Dudamel/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2009). Siempre entusiasta, comunicativo y soberbio en una técnica que puede exprimir al máximo a la fabulosa orquesta, el maestro venezolano ofrece un primer movimiento enérgico, decidido, muy bien trazado, aunque no del todo ominoso y algo efectista en la coda. Allegro marcato muy dinámico, vistoso sin exceso, con algunos glissandi fuera de lugar. El Adagio se beneficia de la sonoridad densa y oscura de la formación alemana, si bien todavía se podría obtener mayor carácter atmosférico. Y sensacional –como era de esperar– el Allegro giocoso, muy bien explicado hasta el punto de revelarse nuevos detalles, todo ello desplegando con un sentido del color y del ritmo admirables. ¡Qué intervenciones las de las maderas! (8)

 

 

38. Alsop/Sinfónica de Sao Paulo (Blu-Ray Audio Naxos, 2011). La directora norteamericana propone una interpretación antes lírica que dramática, menos opresiva y atmosférica de lo acostumbrado al tiempo que más sensual, incluso más luminosa: opción respetable que a mi entender resta un poco de fuerza a los pentagramas. El primer movimiento arranca de manera concentrada y con gran belleza, para ascender hasta los clímax con admirable lógica y naturalidad; cosas más virulentas y visionarias se han escuchado. En el segundo sorprenden algunas frases en legato cuando usualmente se hacen en staccato, aunque en contrapartida la batuta ofrece algún pasaje con los metales muy incisivos. El tercero está muy bien planteado en lo sonoro y en lo expresivo, sin terminar de destilar toda la negrura posible. El cuarto, pues lo dicho: hay más “paz después de la guerra” que ambigüedad expresiva. A la postre, notable pero un tanto descafeinada interpretación. Magnífica la toma en BR Audio. (7)

39. Luisotti/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2011). No hay heterodoxia estilística aquí ninguna, sino una admirable fusión entre el temperamento del maestro toscano y la naturaleza de la partitura. Tampoco hay particular creatividad. Nos encontramos, pues, ante una interpretación de lo más ortodoxa, sonada con un músculo, una carnosidad, muy apropiada para Prokofiev, y enfocada de manera poderosa, dramática y encendida. Alcanza unas dosis de garra y energía realmente elevadas, pero controladas siempre por una batuta firme, concentrada, atenta al entramado polifónico y con las cosas muy claras. No todo es perfecto. Por una parte, la lectura resulta un punto lineal, no del todo flexible ni imaginativa. Por otro, falta un punto de ironía y mala leche, aunque esta la aportan, siempre de manera suave, los formidables solistas de la no menos formidable orquesta, probablemente la ideal –ya quedó claro con Dudamel– para esta partitura. (8)

 

 

40. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Mariinski, 2012). Venturosamente ajeno en esta ocasión a efectismos y brutalidades varias, además de todo lo centrado en el estilo que se puede pedir a un director que conoce al dedillo este repertorio, Gergiev ofrece aquí una interpretación más depurada que la de Phillips, muy bien planteada en lo expresivo y dicha con apreciable comunicatividad. Aun así, el edificio se resiente de una clara falta de unidad. Las tensiones no saben conducir a los clímax, más decibélicos que otra cosa, la atmósfera opresiva de los movimientos impares no está conseguida y la riqueza de matices no es la apropiada. Los movimientos pares son nuevamente los que mejor funcionan, aunque todavía se le podría sacar más punta al sarcasmo y a la mala leche que anidan en los pentagramas. La orquesta, no particularmente buena –cuerda pobretona–, se encuentra recogida por una toma de graves espectaculares, pero sin el correcto equilibrio de planos. (7)


41. Jansons/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 2014). Ningún reparo se le puede poner a esta interpretación desde el punto de vista formal. La orquesta toca divinamente, Jansons la hace sonar con un idioma perfecto –aristas e incisividad en su punto justo, sin descuidar la necesaria carnosidad del empaste entre cuerda y madera–, el trazo es fino, la claridad resulta más que notable y no hay escándalo gratuito. El problema está donde era de esperar, conociendo al maestro letón: la incapacidad de la batuta para ir más allá de las notas, lo que en este caso concreto se traduce en un carácter un tanto descafeinado, ajeno a segundas lecturas, particularmente en un tercer movimiento al que le faltan densidad, atmósfera y garra dramática. Los minutos finales de la obra, por el contrario, están bastante bien planteados: se evita por completo el efectismo y lo inquietante de los pentagramas –maderas ácidas, metales burlescos– se hace presente. Existe una filmación procedente de estos mismos conciertos disponible en la plataforma Symphony: se disfruta bastante, a pesar de que hay unas cuantas torpezas en los movimientos de cámara y en el montaje. (7)

 

42. Gaffigan/Filarmónica de la Radio de Holanda (Challenge, 2016?). El maestro norteamericano plantea francamente bien el Andante inicial, desde la mezcla de anhelo y esperanza de su arranque hasta la terrible explosión dramática del final; no carga las tintas en la negrura, tampoco en las aristas sonoras, pero traza de manera admirable el arco de tensiones sin olvidarse de una ajustada clarificación de las texturas. Es precisamente la claridad lo que más hay que admirar en un Scherzo que no descansa únicamente –como es habitual– en la rítmica implacable y la incisividad tímbrica, sino también en la belleza del canto melódico; por eso mismo pueden preferirse recreaciones más sarcásticas, más ásperas e incisivas, que metan más el dedo en la llaga. En perfecta coherencia con todo lo anterior, el Adagio apuesta por el lirismo enrarecido mucho antes que por la atmósfera cargada o por las explosiones de rabia que plantean otros directores. El Finale es irreprochable: ofrece jovialidad y consuelo para luego ir destilando cada vez más mala leche hasta llegar a ese final maquinista (¿el engranaje de un reloj, quizá el de la vida?) que sabe sonar abiertamente amenazador y concluir en una coda de lo más inquietante. En suma, una versión más lírica de lo que uno hubiese deseado, pero que está tan admirablemente realizada (¡y grabada!) que resulta imposible no disfrutarla de principio a fin. (8)

 

 


43. Nézet-Séguin/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2019). Parece mentira que teniendo delante a una orquesta ideal que obtuvo notabilísimos resultados con Dudamel y Luisotti, el director franco-canadiense se limite a ofrecer una interpretación de trazo fino y rico color, pero bastante descafeinada e incluso un poco despistada. Flojea particularmente el primer movimiento, ayuno de rabia y de potencia dramática al tiempo que lastrado por más de un detalle de blandura. El segundo está bien a secas: Yannick no termina de plasmar el carácter maquinista de la página ni de sacar a la luz su sarcasmo. En el tercero el maestro se muestra muy sensible e inspirado en lo que a los aspectos líricos se refiere, quedándose corto en atmósfera, carácter opresivo y garra dramática. El cuarto, finalmente, está planteado y resuelto de manera irreprochable, aunque cosas más comprometidas se hayan escuchado. (7)

 

44. Rouvali/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2022). El joven maestro finlandés no solo demuestra una técnica impresionante a la hora de analizar, con detalle pero sin narcisismos, el complejo tejido orquestal diseñado por Prokofiev, equilibrando planos de manera admirable y huyendo especialmente de la aparatosidad decibélica. Santtu-Matias Rouvali también capta con acierto la esencia expresiva de la obra, de tal modo que en el Andante inicial hay más de dramático que de épico y en el Allegro marcato los aspectos sombríos se ponen en primer plano. En ambos movimientos, en cualquier caso, sobran varios detalles tan personales como discutibles –efectista silencio antes del gran clímax conclusivo del primero–. El Adagio resulta adecuadamente atmosférico, pero hay alguna caída de pulso. En el Finale hay que agradecer el tempo no demasiado rápido y el subrayado de algunas frases líricas, aunque se echan de menos mayor nervio y un punto de agresividad. La orquesta, con su sonido oscuro y musculado, es ideal para las intenciones del maestro, mientras que las intervenciones de las maderas, técnica y expresivamente, son todas de matrícula de honor. (8)

Sinfonía nº 5 de Jean Sibelius: discografía comparada

Publiqué inicialmente esta comparativa el 25 de junio de 2022. No me gustó el resultado. He vuelto a escuchar varias versiones, me he acerca...