lunes, 29 de junio de 2020

Adiós, Felipe

Ayer domingo murió Felipe. Esta es una de sus últimas fotos. Más de veinte años tenía, como una persona de más de cien.


Primero fue oficialmente de mi abuelo, a quien alegró a lo largo de algunos de sus últimos años de vida, pero a quien él quería realmente era a mi madre. Por desgracia, siempre tuvimos que tenerle aquí al lado, en el piso del abuelo, porque su rivalidad con el otro gato de mi madre, más joven y fuerte, era extrema. Le tenía miedo, y se atacaban mutuamente.

Tenía desde hace tiempo problemas con el tracto intestinal. Mi madre le buscó siempre la alimentación adecuada. Ella le tenía un cariño enorme, y en esos once años que yo estuve dando vueltas por Andalucía desplazándome allí donde me enviasen a dar clase, ella estuvo pendiente de todo lo que necesitaba.



Cuando yo regresé a Jerez, y tras un periodo de acostumbramiento -llegó a morderme fuerte en los primeros tiempos al verme como "invasor" de la vivienda del abuelo, que era la suya-, fue mi gatito fiel. Me ha dado algunos momentos de gran felicidad en estos dos últimos años que han sido tan duros para mí, con sus topaítas y búsqueda de caricias (siempre a primera hora de la mañana, y por la noche antes de acostarse). Aunque la mayor parte del tiempo le gustaba estar solo, como a casi todos los gatos. Mientras tanto, yo trabajaba frente al ordenador o escuchaba música. Me acompañó en muchísimas audiciones, bien en el respaldo del sofá, bien sobre mi regazo ronroneando. Últimamente le gustaba dormir en el sofá de al lado.



En las últimas semanas se había debilitado muchísimo. Apenas comía. Le llevamos dos veces a la veterinaria para que le inyectara vitaminas. Desde el jueves apenas podía moverse, pero nos negamos a "dormirlo". Tampoco se quejaba más de lo acostumbrado. Le hemos llevado con brazos a beber agua, a tomar el sol, a apartarlo del sol y a dormir.

El domingo por la mañana estuvo cuarenta y cinco minutos durmiendo en mi regazo, mientras yo escuchaba Beethoven por Du Pré y Barenboim. Llegó incluso a ronronear un poco. Luego tomó un poco el sol y controló un rato la calle desde la terraza, como a él le gustaba. A la hora de comer pegó un maullido y le llevé a beber, pero ya no se pudo tener en pie. Cayó sobre el tazón. Empezó a agonizar; así estuvo durante media hora, con mi madre y conmigo, hasta que finalmente se fue. Resultó muy duro verle morir.

Adiós, mi niño.

sábado, 27 de junio de 2020

Cuando Abbado grabó en Zaragoza y Madrid (¿o no fue él?)

Este disco editado por el sello Claves incluye el Concierto para oboe de Mozart y la Sinfonía concertante de Haydn en interpretaciones de Claudio Abbado y la Orquesta Mozart registradas en Zaragoza y Madrid en marzo de 2013. Pero hay un misterio: quien dirigió la obra de Franz Joseph en aquellos conciertos fue Gustavo Gimeno, que aparece en el libretillo reconocido como director asistente. ¿El disco sale de los ensayos del propio Abbado o es el valenciano quien se encuentra sobre el podio?


El CD –que he escuchado en alta definición a través de Qobuz– se abre con la KV 314. Me ha gustado poquísimo. Este es un Mozart pequeñito, en todos los sentidos. Amable, coqueto y delicado como una porcelana rococó. Frágil, muy frágil. La sonoridad es aérea. La articulación, influida por lo “históricamente informado”, apuesta por la agilidad pero deja muy aparte claroscuros, contrastes y tensiones –estamos en el extremo opuesto a un Harnoncourt, aunque alguno se pueda pensar lo contrario–. Tampoco hay nada de ese particular sentido del equilibrio entre la elegancia y la hondura que caracteriza a las mejores creaciones del neoclasicismo. Abbado y sus chicos apuestan por el hilo musical: todo muy bonito, ausencia de sobresaltos y ninguna necesidad de prestar atención. Ideal para tomar té con pastas. Lucas Macías Navarro –el admirable artista nacido en Valverde del Camino, "Huerva"– toca con exquisita, hermosísima y gélida perfección.

Al oboe del onubense se unen las impecables participaciones del violín de Gregory Ahss, el violonchelo de Kostantin Pfiz y el fagot de Guilhaume Santana para la página de Haydn. Aquí la dirección parece animarse un poco: resulta menos pálida, algo más risueña y atenta al sentido del humor. ¿Se trata de que Abbado sintonizó más con esta página, o lo que ocurre es que nos encontramos ante Gustavo Gimeno? Sea quien sea el que empuña la batuta, el resultado continúa siendo más bien tímido, anémico y aburrido. Un disco a olvidar. O quizá todo lo contrario: sirve para comprobar que una cosa es poseer una enorme técnica y otra muy distinta hacer gran música.

jueves, 25 de junio de 2020

1997, un gran año para Pierrot Lunaire

Vamos a comparar cuatro versiones de esa enorme obra maestra que es el Pierrot Lunaire de Arnold Schoenberg, con la particularidad de que tres de ellas corresponden al mismo año de grabación: 1997. Y de que las tres –bueno, las cuatro– son de enorme nivel.


Comenzamos con una veinte años anterior, de 1977. La registró CBS y en ella Pierre Boulez se ponía al frente de un conjunto de solistas formado nada menos que por (¡agárrense!) Daniel Barenboim, Michel Debost, Antony Pay, Pinchas Zukerman y Lynn Harrell. Este último estuvo quizá un punto menos expresivo que sus colegas, pero todos realizaron una gran labor bajo una dirección depuradísima y exquisita, llena de sutilezas, en el que tanto el lirismo como la ironía están admirablemente reflejadas. No lo están en semejante medida por parte de la mezzo Yvonne Minton, espléndida en lo técnico, quizá algo más cerca del canto que de la declamación, pero necesitada de un punto más de mordacidad y de inflexiones expresivas a la hora de recrear los poemas surrealistas de Albert Giraud.



Saltamos a 1997. Nos vamos con ese particular personaje que es Robert Craft, quien tuvo a su disposición un estupendo equipo de solistas de Nueva York agrupado bajo el nombre de Twentieth Century Classic Ensemble. La recreación, hoy editada por el sello Naxos, terminó siendo interesantísima porque en lugar de buscar una intensidad de corte más o menos expresionista, y desde luego alejándose por completo de cualquier clase de frialdad o intelectualismo, nos descubre la faceta más sensual, misteriosa e incluso acariciadora de esta partitura, que se encuentra recreada  con un desarrolladísimo sentido de la ambigüedad y del misterio. A sus cincuenta y siete años, Anja Silja no ofrece brillo ni atractivo en la voz –reconozcámoslo: ni siquiera en los sesenta su instrumento era hermoso–, pero debe considerarse entre las más grandes intérpretes de esta parte por su pleno dominio de la declamación, sabiendo decir con una enorme variedad expresiva y con todas esas sutiles inflexiones (¡qué inmensa cantante-actriz ha sido esta señora!) que Craft propone desde el podio, todo ello sin acercarse a ese peligro enorme de este papel que es caer en la exageración o el ridículo. Hay que escuchar este registro, sin duda.



Volvemos a Boulez, esta vez al frente de su Ensemble InterContemporain un registro técnicamente soberbio realizado por Deutsche Grammophon. Su  dirección es más claramente expresionista que la de Craft, ofrrece más ángulos y picos de tensión de mayor intensidad, pero al mismo tiempo, y aunque resulte paradójico, resulta más distante que la de su colega musicólogo. Aunque sea un tópico, aquí se puede hablar de frialdad bouleziana, o al menos de un excesivo distanciamiento. La poesía no termina de surgir, como tampoco se perciben esa sensualidad y ese sentido del misterio de la interpretaciones antes comentadas, incluida la del propio compositor francés. El Ensemble InterContemporain, eso sí, es el colmo del virtuosismo y la precisión, y Boulez lo controla con una depuración sonora diríase que insuperable. La solista es Christine Schäfer. Su instrumento es bien distinto al de la Silja –no digamos al de la mezzo Minton–, a quien supera con mucho en belleza vocal y refinamiento canoro, pero de nuevo se queda algo corta ante la variedad expresiva y la riqueza de acentos de su colega: por momentos resulta un pelín lánguida. El registro dio pie a una película de Oliver Herrmann disponible en YouTube.


Quedan Giuseppe Sinopoli, Luisa Castellani y un admirable equipo de la Staatskapelle de Dresde que incluye el violonchelo de Jan Vogler, además del piano de Andrea Lucchesini. El registro es de Teldec y hoy se incluye en una caja de ocho compactos editada por Warner a precio de saldo que me parece por completo imprescindible. Entre otras cosas por este Pierrot, el que más me gusta de los cuatro.

Le pongo reparos a Castellani, en parte porque su instrumento presenta menos cuerpo del deseable, en parte porque tiende un poco –como Schäfer– a la languidez, aunque a la postre termina ofreciendo una interpretación de singular atractivo, muy lírica y sutilísima en sus inflexiones, pródiga además en detalles personales muy acertados y que muestran sus especial afinidad por la música contemporánea. Pero lo que me parece increíble es la parte instrumental. No, estos señores no son Barenboim y compañía, ni alcanzan la incomparable perfección del InterContemporain, pero están mejor. ¡Todavía mejor, aunque parezca imposible! Porque tocan estupendamente, porque interpretan con enorme implicación expresiva, porque saben ofrecer una enorme variedad de acentos y, desde luego, porque atienden de manera muy especial a lo que dicen los textos. Obviamente gran parte del mérito corresponde a un Sinopoli que ha sido el director que mejor ha demostrado que la Segunda Escuela de Viena nada tiene de frialdad intelectual si uno sabe hacer las cosas como deben hacerse. Su visión se encuentra muy cercana a la de Craft, es decir, se aleja de las tensiones expresionistas para indagar en todo el potencial surrealista de la página, pero haciéndolo quizá con mayor más variedad expresiva, además de ofreciendo un asombroso tratamiento de las texturas y haciendo que los instrumentistas fraseen con ese particular sentido de lo curvilíneo que caracterizaba su arte directorial. Por si fuera poco, la toma sonora es tan insuperable como la de la última de Boulez. Compren la referida caja, no se arrepentirán.

lunes, 22 de junio de 2020

Las Enigma por Barbirolli

Parece que Warner no avanza, como en una anterior entrada quise suponer, en su lanzamiento en las plataformas de la gran colección de grabaciones de Sir John Barbirolli nuevamente reprocesadas. Quizá nos hagan esperar, o saquen solo una parte. Sería una pena, porque la caja grande de cedés sale carísima. Voy a comentar, en cualquier caso, un disco dedicado a Elgar que el maestro grabó con la Philharmonia Orchestra en 1962, y que sí he podido escuchar a través de Qobuz en alta resolución porque lleva ya ahí unos meses. Trae las Variaciones Enigma y la Obertura Cockaigne, y suena bastante mejor que en el antiguo CD de discreto sonido que aún circula por ahí.


Pero debo decir la verdad: aunque Sir John fue probablemente el más grande recreador de Elgar en el mundo discográfico, quizá no sean estas Enigma su mayor logro. Algunas variaciones podrían alcanzar aún mayor inspiración, e incluso Nimrod resulta tan ardiente que la vehemencia por momentos roza la precipitación. Reparos menores, en cualquier caso, que solo se advierten si comparamos esta interpretación con otras aún mejores, porque Barbirolli rebosa estilo, solidez de trazo, fuerza expresiva y convicción; incluso el habitualmente dramático maestro nos regala enormes dosis de cantabilidad en la exposición del tema y de carácter amoroso en la primera variación, no en balde dedicada a la esposa de Elgar.

No le pongo pegas a la Obertura Cockaigne, aunque he podido comparar con el registro de Barenboim de 1973 y he encontrado que esta interpretación carece del sentido del humor socarrón de la del de Buenos Aires. Ahora bien, la iguala en desparpajo, luminosidad y comunicatividad, y la aventaja en vuelo lírico y elegancia; también quizá en claridad, por no hablar de esa particular “majestuosidad británica” tan necesaria el Elgar, pero al mismo tiempo tan fácil de confundir con lo vacuo e hipertrofiado. La orquesta está sensacional, obviamente con un sonido menos denso y germánico del que obtiene Barenboim con la London Philharmonic.

¿Mis versiones favoritas en CD? Para las Enigma, la de Menuhin con la Royal Philharmonic para Philips de 1985 –la de 1994 con la misma orquesta es peor– y para Cockaigne esta de Barbirolli o la de Tate con la Sinfónica de Londres.

sábado, 20 de junio de 2020

Sobre López Cobos, Moral y Granada

"Corre, pon La 2, López Cobos está destrozando la Segunda de Beethoven", le escribí por WhatsApp hace algunos sábados a un conocido y veterano crítico musical. "He visto un poco y he salido huyendo", me replicó. Hoy le he vuelto a escribir". En La 2, López Cobos sin piedad contra la Pastoral", a lo que me ha contestado: "atroz, es una de las cosas más triviales, atroces y ridículas que he escuchado en mucho tiempo".


Corresponden estas grabaciones, cuyo pase me parece por completo pertinente en este Año Beethoven, a la integral de sinfonías del sordo de Bonn que ofreció el maestro zamorano en un solo día, el 22 de junio de 2013, en el Auditorio Nacional de Madrid al frente de varias orquestas. Toda una proeza física y psicológica, eso parece incuestionable. Pero a tenor de lo escuchado, aquello fue un aquelarre. Miren ustedes, el difunto Jesús López Cobos me merece mucho respeto por su enorme profesionalidad, por su gran capacidad de trabajo y por su –al parecer– exquisitos modales con los músicos. Pero no me lo merece como artista, porque creo que no lo fue. Gran director puede, gran artista no. Le escuché mucho en directo, sobre todo en el Teatro Real. Y salvando unos muy buenos Diálogos de Carmelitas y una magnífica Salomé, todo me pareció aceptable sin más, cuando no aburrido o incluso mediocre. Lejos, muy lejos de lo que debería habérsele exigido por la enorme fortuna que cobró del erario público.

Viene todo esto a cuento porque uno de sus principales apoyos en el teatro madrileño –presuntamente había entrado por recomendación de Gonzalo Alonso, según reivindica este incalificable personaje– fue Antonio Moral, quien estuvo al frente del Real entre 2005 y 2010. Cuando ambos salieron para dar paso a etapa Mortier –muy irregular, pero mejorando de manera muy sustancial la calidad de los cuerpos estables– el referido gestor quiso reivindicar al de Toro desde el CNDM que pasó a presidir con, ente otras cosas, este maratón que ahora se releva en toda su mediocridad artística. Y es en estos días cuando estoy leyendo grandes elogios al señor Moral por la programación que, en medio de las terribles dificultades que todos conocemos y partiendo de algunos compromisos por ese Pablo Heras-Casado que ya no es más que un triste recuerdo, ha preparado para el Festival de Granada.


No me voy a privar de dar mi opinión. El señor Moral es un magnífico gestor, pero con unos gustos sobre interpretación musical que me parecen difíciles de compartir. Su reciente crítica de la Séptima de Beethoven de Petrenko lo deja bien clarito. Creo que hizo una muy pobre labor en el Teatro Real, tanto por su defensa a capa y espada del maestro zamorano como por su desconocimiento de quiénes eran las batutas que podían arreglar las cosas en el foso: Mortier sí que lo conseguiría. Luego Moral realizó una tarea formidable en el CDNM, aunque de nuevo pinchando cada vez que de directores de orquesta se trataba.

Y en cuanto a la programación de Granada, qué quienes que les diga... No sé qué interés pueden tener el Mozart de Andrea Marcon o Josep Pons (¡uf!), ni menos aún el Beethoven de Hengelbrock. Luego sí que hay cosas extraordinarias en la música de cámara y en los recitales, sobresaliendo –para mi gusto– los nombres de Sokolov, de Chamayou –en el repertorio que va a hacer, no sé en otros– y muy por encima de todos, de Daniel Barenboim: ya dije que sus Diabelli del pasado abril me parecen una de las más inconmensurables interpretaciones pianísticas jamás escuchadas de cualquier repertorio para el instrumento. Aunque claro, no deja de resultar paradójico que Moral fuera el fundador de Scherzo, una revista que se ha llevado décadas haciendo el ridículo con un constante ninguneo, sobre todo por parte de Enrique Pérez Adrián y de Arturo Reverter, de todo lo que ha hecho el maestro de Buenos Aires.

Que sí, que la programación está francamente bien para haber sido confeccionada bajo las durísimas condiciones en las que se ha hecho. Pero vale ya de elogios desmedidos a un Antonio Moral que sigue teniendo el mismo gusto musical de siempre. Tal vez ciertos periodistas "comprometidos" que le han dedicado muchísimo espacio en sus medios anden buscando entradas gratis; o agradecerle las muchas notas al programa que Moral les ha encargado durante años desde el CNDM; o tal vez apoyar que haya contratado a una buena cantidad de amigos suyos de la cuerda de tripa, de esos de la ciudad de la Giralda... Aunque tal vez todo sea pura coincidencia.


PD. Yo ya tengo mis entradas para Barenboim, Chamayou y el último concierto de Zimerman. Y pienso escribir lo que me dé la gana, porque nada le debo a nadie.

viernes, 19 de junio de 2020

EMI recupera a Barbirolli: Sibelius y Dvorák

Sir John Barbirolli (1899-1970) fue uno de los más grandes directores del siglo XX. O al menos, de los años sesenta del pasado siglo. Y también de los más infravalorados: nadie duda de su enorme talento, pero todavía no se ha reconocido del todo la increíble altura de casi todas las grabaciones que realizó a lo largo de la última década de su no muy larga carrera. Ello puede tener en parte que ver con las deficiencias de algunas de las tomas realizadas por los ingenieros de EMI, así como por los pobres reprocesados que sufrieron en su trasvase a compacto: ahí está el caso de su Quinta de Mahler con la New Philharmonia, que sonaba regular en CD y ahora lo hace de escándalo tras la recuperación japonesa en SACD.


Parece que EMI por fin se decide a tratar con dignidad el legado del maestro y lanza una caja de nada menos que 109 compactos en reprocesados presuntamente nuevos que nos permitirán escuchar en las mejores condiciones hoy posibles estos testimonios. Pensaba comprármela en cuanto se pusiera a la venta, que ha sido hoy viernes 19 de junio, pero hay un problemilla: 221 euros en Amazon España, 152 más gastos de envío en Amazon Italia. Vamos a dejarlo. Venturosamente, alguna o muchas de esas recuperaciones podrían aparecer en las plataformas de streaming habituales. Este primer día lo han hecho dos, nada menos que a una resolución de 96 kHz, es decir, bastante mejor que en CD. No me he resistito a escucharlas en Qobuz.

Una es su justamente celebrada Segunda de Jean Sibelius. Bueno, la del ciclo para EMI grabada en 1966, porque hay otra cuatro años anterior que comenté aquí mismo hace ya tiempo. Son parecidas. Sir John ofrece lectura abiertamente antirromántica, decididamente en el extremo opuesto a lo que con esta música harán –con insoportables resultados– un Karajan o –de manera por completo genial– un Bernstein. La Orquesta Hallé, que rinde estupendamente, suena con una tímbrica  aristada e incisiva; no hay interés por la belleza sonora en sí misma. El fraseo se encuentra lleno de electricidad y nervio –tremendos zurriagazos en el tercer movimiento– pero sin caer en el nerviosismo y haciendo gala de una perfecta arquitectura, tan implacable en su desarrollo como férreamente controlada. Las melodías están bien cantadas sin ceder lo más mínimo a la dulzura ni a la ensoñación contemplativa. Y la emotividad es tan sobria en los pasajes introvertidos como rebelde, combativa y desgarrada en los más decibélicos. Ni que decir tiene que la grandeza del Finale no resulta en absoluto épica, sino trágica. ¿Y el sonido? Sinceramente, no noto que se trate de una nueva remasterización, aunque el HD resulta apreciable por la "carne", el relieve y la presencia de las frecuencias graves.

De complemento a este primer disco, El cisne de Tuonela. Un Barbirolli audiblemente emocionado –se escuchan a la perfección los mugidos del maestro– ofrece una recreación de una concentración tensa y doliente, de una belleza adecuadamente fría y desolada, en las que los breves clímax, aun evitando la opulencia sinfónica por la que optan otros directores, ofrecen una garra conmovedora. Impresionante.


El otro disco me ha gustado menos: Sinfonia nº 8 de Dvorák y Scherzo Capriccioso del mismo autor, todo ello con la Orquesta Hallé en una grabación original del sello Pye con copyright de 1958: debe de ser de ese mismo año o del anterior. El maestro ofrece un Dvorák que suena a eso, al genial compositor checo, no a una especie de Brahms con toque de Tchaikovky, por mucho que algunos directores hayan hecho auténticas maravillas desde semejante prisma interpretativo. Pero el de Sir John es Dvorák puro de oliva, rústico en el mejor sentido, lleno de frescura de de sabor folclórico, muy decidido y siempre atento a no quedarse en los aspectos más pintorescos de los pentagramas para, por el contrario, sacar a la luz lo mucho que de dramático hay en lo mismo.

Lo malo es que a la batuta se le va la mano con tanto fuego y tanto carácter combativo, descuidando otras cosas que también albergan las notas, y en grandes cantidades: sensualidad, ensoñación, vuelo lírico y delectación sonora. Del uno al diez, yo le pondría un ocho a los movimientos extremos de la sinfonía, y solo un siete a los centrales. Al Scherzo Capriccioso quizá le pondría el 8'5.

La toma sonora sufre las limitaciones habituales del sello Pye, si bien la restauración en HD permite realizar una audición la mar de digna en la Octava, no tanto en el Scherzo.Y ahora, a ver si asoman la cabeza los peces gordos, es decir, las genialidades que quizá podrían sonar mucho mejor de como ahors alo hacen: el Réquiem de Verdi, el Pelleas de Schönberg, la referida Quinta de Mahlere, Peer Gynt de Grieg, todo su Elgar...

jueves, 11 de junio de 2020

Quinta sinfonía de Mahler: discografía comparada

No me ha dado tiempo de terminar esta comparativa como a mí me hubiese gustado. Ni siquiera he podido escribir una introducción decente. Quede así provisionalmente, a la espera de poder cubrir algunos huecos y volver a escuchar algunas cosas. Abro por unos días la posibilidad de escribir comentarior por si alguien quiere plantear alguna cuestión, siempre y cuando no sea esa de "has escuchado esta versión rara rarísima de la muerte que yo tampoco conozco, pero hago como que sí, a ver si te pillo". Gracias.


1. Walter/Filarmónica de Nueva York (Sony-Pristine, 1947). Esta es la primera grabación completa de la partitura estrenada cuarenta y cinco años antes. No se le puede negar a Bruno Walter pleno conocimiento de Mahler y de sus circunstancias, pero lo cierto es que a dia de hoy esta recreación resulta bastante desequilibrada. Defraudan los dos primeros movimientos, expuestos con naturalidad y un trazo que evita tanto la rigidez como los excesos agógicos –nada que ver con lo que con este repertorio hacía un Mengelberg y presuntamente hacía el propio compositor–, pero bastante descafeinados en lo expresivo; salvo en momentos concretos, ni el dolor ni la rabia que albergan las notas se hacen presente con la intensidad que deberían. Bastante mejor el tercero: a despecho de algunos pasajes poéticos no del todo aprovechados, hay animación bien controlada, vistosidad y un estupendo tratamiento del entramado orquestal que pone de relieve el riquísimo color de la escritura. Espléndido el Adagietto, tan sobrio como musical, y al igual que el resto de la interpretación, por completo ajeno a narcisismos y amaneramientos, e irreprochable un Finale tan bien desmenuzado como correctamente planificado en sus tensiones. La orquesta se comporta francamente bien para los estándares de la época. En definitiva, una interpretación que en lo numérico iría desde el 6 hasta el 9, pero que globalmente merece valorarse con una nota alta: no era ninguna tontería enfrentarse a esta partitura en un momento en el que Mahler distaba aún de gozar de la popularidad que alcanzaría décadas más tarde. Muy convincente la ecualización de Pristine Classics. (8)



2. Horenstein/Sinfónica de Londres (Pristine, 1958). Se acaba de recuperar esta grabación de un ensayo –iba a realizarse un registro para el sello VOX– que supone el primer testimonio de la LSO interpretando a Mahler. En ella el maestro nacido en Kiev da buena cuenta de un planteamiento que sigue por completo vigente: severidad, control, análisis del expectro orquestal y una total ausencia de preciosismos y amaneramientos. Todo ello paladeando la música con delectación y naturalidad, sin necesidad de forzar las cosas. Los resultados fueron admirables, pero aun así esta lectura queda por completo eclipsada por la mucho más dramática, oscura y visceral que el propio Horenstein ofrecerá tres años más tarde con la Filarmónica de Berlín. Incluso hay que reconocer que a este Finale de Londres le falta un poco de fuelle. La toma, monofónica, es digna sin más. (8)



3. Horenstein/Filarmónica de Berlín (Pristine, 1961). Horenstein le coge la orquesta a Karajan, se va al Festival de Edimburgo y levanta una interpretación negra, intensa y expresionista a más no poder, nada rápida en los tempi, muy flexible cuando ello es necesario, pero siempre sujeta por riendas firmes y por completo ajena blanduras o éxtasis místicos. Los dos primeros movimientos renuncian a lo quejumbroso para poner directamente el dedo en la llaga. El gran Scherzo central no anda escaso de chispa ni de sentido del humor, pero posee una gran visceralidad, rusticidad sonora bien entendida y cierto carácter rugiente; lo demoníaco termina imponiéndose. El Adagietto no es contemplativo, sino doliente y encendido. Y el Finale está recorrido por un tremendo impulso vital en el que resulta difícil distinguir qué es júbilo y qué risa desesperada. La coda se expone con lentitud y evidencia la renuncia a todo efectismo, pero no por ello el público deja de lanzarse a aplaudir con enorme entusiasmo. La toma de sonido es muy precaria, a pesar de la concienzuda restauración realizada por Pristine. A esta se le puede discutir el relieve artificial que se le ha concedido a las frecuencias graves, si bien es verdad que sin ellas no se puede entender el sonido propio de la Berliner Philharmoniker. (10)



4. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1963). Aun no habiendo alcanzado por entonces todavía su madurez como director, el autor de West Side Story demuestra no solo una enorme sintonía con el universo musical de Mahler, que aborda con una sinceridad y fuerza expresiva abrumadoras sin que hagan su aparición melifluidades, preciosismos ni amaneramientos, sino también –y eso no era tan habitual en el norteamericano en esas fechas– un muy apreciable control de los medios. El resultado es una lectura encendida y comunicativa al tiempo que bien trazada, atenta tanto a la claridad y al detalle como a la arquitectura global, además de rica en color y brillante en el buen sentido del término. Falta el grado de depuración sonora –sobre todo en el último movimiento–, de plasticidad y de concentración de que hará gala en sus recreaciones fonográficas posteriores, que además ofrecen mayor hondura trágica que ésta. Y se echa de menos una orquesta como la Filarmónica de Viena en las referidas interpretaciones, porque lo cierto es que la New York Philharmonic, empezando por la trompeta solista, se queda bastante corta a la hora de responder al alto grado de virtuosismo que exige la escritura mahleriana. (8)



5. Neumann/Orquesta del Gewandhaus de Leipzig (Berlin Classics, 1966). Un placer escuchar con una orquesta superior a la Filarmónica Checa –aunque las trompetas rajan tela marinera– a un maestro como Vaclav Neumann, quien nos sorprende con una recreación que engancha de principio a fin gracias a su desbordante –que no desbordada: no hay precipitaciones, ni descontrol, ni excesos– intensidad expresiva. Interpretación de una fuerza, una vehemencia y una comunicatividad arrolladora que, aun rechazando la sobriedad para practicar un saludable hedonismo sonoro, se mantiene siempre lejos del narcicismo y del amaneramiento. Ahora bien, hay que reconocer que el enfoque del maestro checo resulta un tanto unilateral, escorándose hacia la extroversión y descuidando enriquecer el fraseo con acentos que otorguen los adecuados claroscuros expresivos. Por eso mismo los dos primeros movimientos, aun llenos de fuerza y rebeldía, carecen del carácter luctuoso –ojo, no lánguido ni plañidero- que también deben poseer, e incluso podrían estar un poco más paladeados, mientras que el tercero ganaría si fuera más poliédrico y rico en significaciones. Cálido, emotivo y sin languideces el Adagietto, rebosante de felicidad el Finale. (9)




6. Barbirolli/New Philharmonia (EMI, 1969). Vista con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, esta lectura puede considerarse, hasta cierto punto, como la negación de buena parte de lo que vendrá después. Nada de retórica, de decadentismo, de voluntarias vulgaridades y de complacencia hedonista. Tampoco esquizofrenia, ni expresionismo. Ni dulzura, ni éxtasis místicos, ni contrastes extremos entre la muerte y la vida, entre el dolor y el júbilo. Aquí impera un dramatismo tan severo como lleno de fuerza interna (¡y eso que los tempi, con excepción del cuarto movimiento, son bastante lentos!) que da como resultado una recreación tan discutible como necesaria. En el primer tercio de la obra no hay lugar para aspavientos ni para el desgarro, solo para el dolor concentrado. El Scherzo no tiene mucho de festivo ni de danzable, lo que no le impide al maestro –al que se escucha resoplar claramente al principio– desgranar las melodías con maravillosa naturalidad ni analizar el espectro sonoro con escalpelo de cirujano. El Adagietto resulta adecuadamente sobrio e intenso: ni sentimental, ni contemplativo. Se escucha desde la distancia y como adecuada introducción a un quinto movimiento que, sin renunciar a la brillantez, en lugar de épico y optimista resulta resulta implacable y está lleno de grandeza bien entendida. La orquesta, un milagro, como lo es también la remasterización de Esoteric en SACD. (10)



7. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1970). Haciendo gala de su absoluto control de la arquitectura, elevadísimo sentido teatral y capacidad para ofrecer una enorme dosis de brillantez sin caer en el mero espectáculo, Solti renuncia a todo ese hedonismo sonoro, sentido de lo decadente y agonía psicológica que habitualmente asociamos al mundo mahleriano para ofrecer una recreación rápida –que no precipitada–, directa, extrovertida, sincera y muy comunicativa. Hay que puntualizar que en los dos primeros movimientos no se percibe lo suficiente la congoja, resultando más encrespados que otra cosa, aunque dichos con una finura de trazo asombrosa; que el tercero es muy luminoso, está lleno de frescura y de vitalidad, mezclando muy bien alegría y tensión dramática; que el cuarto es rápido, nada contemplativo, ofreciendo clímax lacerantes; y que el quinto resulta jubiloso como con pocos directores se haya escuchado, aunque de nuevo la increíble fuerza del trazo no merma la claridad, ni la finura ni la increíble precisión. (8)



8. Haitink/Royal Concertgebow (Pentatone, diciembre 1970). Todavía a unos meses de distancia del estreno de Muerte en Venecia, con todo lo que eso iba a suponer para la imagen popular del compositor en general y del Adagietto de esta sintonía en particular, un Haitink de cuarenta y dos años propone una visión sobria en lo sonoro y distanciada en lo expresivo, pero no con el deseo de hurgar en los aspectos más adustos y dramáticos de la partitura, a la manera de un Barbirolli, sino con el de poner de relieve la portentosa escritura orquestal mahleriana. Obviamente lo consigue, pues para algo posee una técnica de batuta excepcional y tiene a su disposición a una orquesta espléndida –sin llegar aún al nivel increíble de tiempos más recientes–, pero lo cierto es que esta música parece pedir un mayor compromiso con el torbellino de emociones que, a partir ese increíblemente rico mosaico sonoro que Haitink expone de maravilla, parece pedir desde la primera nota hasta la última. La recuperación de la toma cuadrafónica original que brinda el SACD de Pentatone permite disfrutar de una admirable espacialidad sin que apenas se pierda –sobra quizá algún platillazo demasiado lateral– la distribución tradicional de una orquesta, amén de una espectacular gama dinámica. (8)



9. Kubelik/Radio Bávara (DG, 1971). No se puede reprochar el concepto del esta Quinta, ciertamente más lírica y luminosa que dramática, pero en cualquier caso dicha con una buena dosis de frescura, ajena tanto a excesos como amaneramientos y bastante bien diseccionada. Sí se le pueden poner pegas a la continuidad de las tensiones: el segundo movimiento arranca con bastante flojera y el quinto, sencillamente, nunca termina de arrancar. Pero lo que no es de recibo es la actuación de la orquesta, pobre en su sonoridad global y lastrada por unos metales que rajan continuamente. Tampoco la toma sonora, ni siquiera en HD, se ha conservado bien. La toma radiofónica diez años posterior resulta mucho más recomendable para conocer el acercamiento de Kubelik. (7)


10. Bernstein/Filarmónica de Viena (DVD DG, 1972). Interpretación dionisíaca y extrovertida por excelencia, de una fuerza y sinceridad arrolladoras, muy teatral y hedonista sin caer en el narcisismo, que con tanto fuego está a punto de precipitarse, sin llegar a ello, y olvida un tanto la clarificación del entramado instrumental, aunque por lo demás el rendimiento que obtiene de la orquesta es admirable y sabe hacerla sonar indistintamente con dulzura y de manera aristada. Extrañamente la trompeta del arranque resulta algo tímida, incluso blanda. A partir de ahí, los dos primeros movimientos son volcánicos, poderosos y rebeldes al mismo tiempo, al borde del frenesí. El tercero está lleno de entusiasmo y luminosidad, como también de sabor popular y cierta rusticidad sonora que le sienta muy bien, y por lo cual los abundantes portamenti no llegan a resultar cursis. El Adagietto, voluptuoso y romántico pero no dulzón ni ensimismado, es de una fuerza expresiva arrolladora, culminando en un clímax lleno de intensidad. Jubiloso el Finale, una auténtica orgía de ritmos y timbres admirablemente controlada, aunque tal vez no del todo paladeada. Hay que puntualizar que la versión no resulta tan creativa ni está tan paladeada como la posterior de Lenny con la misma orquesta, pero quizá sea todavía más sincera. (9)



11. Karajan/Filarmónica de Berlín (Blu-ray Audio DG, 1973). En los dos primeros movimientos, el salzburgués alterna momentos muy estáticos con otros de tal arrebato que se encuentran al borde del desbordamiento, pero aunque el resultado engancha el gusto por el preciosismo sonoro termina evidenciando la insinceridad de la propuesta. La trompeta, curiosamente, no está del todo bien. El Scherzo comienza un tanto blando e indiferente, o al menos en exceso amable, para luego transitar el sendero no ya de la blandura sino del más irritante amaneramiento; poco a poco se va centrando y se llegan a alcanzar momentos muy encrespados. El Adagietto, lento, dulce, estático y contemplativo a más no poder, se mueve dentro del más evidente tópico de lo de decadente, resultando de lo más significativo que el registro se realizara en plena efervescencia mahleriana derivada de Muerte en Venecia. De hecho, no resulta difícil visualizar con los muy lacerantes violines del clímax final el éxtasis fatal del protagonista de la película de Visconti. El Finale arranca de manera plácida y poco a poco se va encrespando hasta alcanzar, como ya ocurría en el Scherzo, altas cotas de temperatura emocional que no terminan de quitarnos el sabor agridulce en los labios que nos deja esta interpretación que nos muestra al mismo tiempo lo mejor y lo peor de Herbert von Karajan. La toma sonora sufre evidentes limitaciones de origen, aunque la reproducción en HD permite recrearla con apreciable naturalidad y un robusto registro grave muy conveniente. (7)



12. Levine/Orquesta de Filadelfia (RCA, 1977). Sobreactúa de manera considerable el joven Levine –treinta y tres años– en los dos primeros movimientos, vistosísimos pero de una teatralidad muy excesiva en los ataques, exagerado en la percusión, aparatoso y muy insincero. El dolor y la rabia no se sientes: son excusas para montar el espectáculo. Al menos no hay languideces ni blanduras, ciertamente. Bien el tercero, animado y rico en el colorido, atento al descaro orquestal que sin duda la partitura necesita, incluso a ese sentido de lo vulgar tan importante en Mahler, pero aquí controlándose más y con mayor sentido. Lento y poco emotivo el Adagietto, y espléndido el final, soberbiamente diseccionado y lleno de animación. La orquesta evidencia su admirable nivel, aunque los metales no terminan de empastar, tal vez por deseo expresivo de la batuta. Francamente buena la toma. (7)


13. Neumann/Filarmónica Checa (Supraphon, 1977). Once años después de su registro en Leipzig, el maestro checoslovaco vuelve a adoptar un enfoque cálido, sincero y ajeno a cualquier clase de languidez, pero están vez nos resultados no son tan atractivos. Se diría incluso en a los dos primeros movimientos no solo les falta ese punto de negrura y de carácter fúnebre de entonces, sino que además por momentos bordean lo festivo. El Scherzo se ralentiza ahora de manera considerable, con lo que se acentúa aún más el enfoque distentido, ajeno a visceralidades más o menos expresionistas, con que lo aborda Neumann. El Adagietto vuelve a ser espléndido. El Finale, como el tercer movimiento, también adopta un tempo más lento (16'08'' frente a 14'45''), perdiendo parte de esa alegría desbordante que enganchaba en la anterior ocasión, al tiempo que gana en una coda dicha con mayor grandeza. La orquesta, mucho mejor en los problemáticos tiempos de Karel Ancerl, responde a buen nivel y se encuentra cuidadosamente trabajada. La toma sonora se ha conservado bastante bien, pero no es equiparable a la que por las mismas fechas realizaban Deutsche Grammophon, Philips o Decca. (7)



14. Tennstedt/Filarmónica de Londres (EMI, 1978). Esta primera Quinta de Tennstedt –luego vendrían cinco más, todas ellas en vivo– se aparta de los criterios más personales de otros directores, ofreciendo una síntesis de los diferentes enfoques posibles –hay dramatismo, voluptuosidad, ensoñación y capacidad analítica, todo ello en su punto justo–, pero siempre anteponiendo la elegancia, la calidez y el vuelo poético frente a otras consideraciones más o menos inquietantes. En este sentido, el tercer movimiento puede resultar –sobre todo en su arranque– algo más amable de la cuenta, como también le ocurre a un quinto luminoso mas no arrebatado. El Adagietto destaca por un sereno humanismo que sabe alejarse de lo en exceso decadente sin renunciar a recrearse en la sensualidad de la página. A la postre, lo menos convincente es la actuación de una London Philharmonic sin duda notable, pero con metales no muy allá. La toma suena francamente bien en la recuperación HD. (8)



15. Abbado/Chicago (DG, 1980). ¡Qué enorme director fue Abbado en su juventud! ¡Qué diferencia con lo que vino después! He aquí una lectura prodigiosamente planificada y ejecutada, brillante sin caer en lo efectista, extrovertida y luminosa en el mejor de los sentidos, quizá un poquito más fría de la cuenta en el primer movimiento, pero globalmente irreprochable en la expresión: nada que ver con las languideces y amaneramientos de su siguiente registro discográfico. Los movimientos tercero y quinto son sensacionales, como también una toma –Klaus Hiemann- que venturosamente fue analógica y por ello se ha podido recuperar en alta definición y que hace refulgir a la increíble orquesta en todo su esplendor. (9)



16. Kubelik/Radio Bávara (Audite, 1981). Una visión más apolínea que dionisíaca, objetiva, fresca y sincera, que respira naturalidad, de tímbrica rica y moderadamente incisiva, muy bien diseccionada, elegantísima siempre y se mueve siempre dentro de un exquisito gusto, pero a la que le faltan imaginación y compromiso expresivo. Primer movimiento ortodoxo, sin aspavientos pero también sin miedo al exceso. El segundo ofrece un fuego intenso al tiempo que controlado. El tercero es quizá demasiado alegre e ingenuo, incluso un punto pastoril, y por momentos algo liviano, y en algunos momentos la tensión decae un poco para ofrecer un cierto aire de melancolía; el resultado es algo discontinuo, aunque su final sí es enérgico y brillante. El Adagietto es muy lírico y femenino, también algo distante, lo que no impide que el clímax sea intenso. Luminoso y desenfadado el Finale, muy atento a la claridad y la polifonía, con un final jubiloso y particularmente optimista. (8)



17. Maazel/Filarmónica de Viena (Sony, 1982). Expuesta con la mano maestra que es de esperar en una de las batutas con más técnicas que hayan existido, y tocada con depuración sonora y belleza supremas por una orquesta que siempre ha resultado ideal para esta música, nos encontramos aquí ante una interpretación elegante, distanciada y parsimoniosa –no amanerada, aunque sí un poco preciosista– en la que uno queda fascinado por el puro sonido pero en ningún momento siente emoción. Parece que Maazel viese a Mahler desde el más apolíneo clasicismo vienés, o quizá desde la curvilínea distinción de la Sezesion, mucho antes que desde las turbulencias de entresiglos, pero lo cierto es que este enfoque, que tan maravillosamente bien le funciona en la Cuarta, resulta muy insuficiente en una música, la Quinta, que parece pedir compromiso a gritos. (7)


 


18. Sinopoli/Philarmonia (DG, 1985). Haciendo gala siempre de ese sentido del color y de esa capacidad para el análisis del entramado orquestal que son marca de la casa, el maestro veneciano parece querer jugar la carta de la esquizofrenia en esta extraña e irregular interpretación. Así, en el primer movimiento quiere resultar distante y estático, manteniendo las distancias y optando por sonoridades más bien apolíneas, con frecuencia ingrávidas y bordeando lo relamido, para en el segundo acentuar los contrastes entre momentos planteados en esta misma línea y otros de gran vehemencia, acelerados y un punto frenéticos, que sin duda alcanzan gran intensidad. En el tercero, de nuevo lleno de claroscuros que parecen más pensados de cara a la galería que sinceros, parece apuntarse hacia la Segunda Escuela de Viena que tan maravillosamente dirigía Sinopoli. Estático, espiritual y muy hermoso el Adagietto. En Finale, por su parte, resulta un tanto frío y solo se anima en los minutos finales, en los que felizmente hacen su aparición el entusiasmo, la sinceridad y la grandeza bien entendida. Magnífica la toma. (7)




19. Solti/Sinfónica de Chicago (DVD Sony, 1986). El maestro vuelve a ofrecer una enorme garra dramática en los dos primeros movimientos, sentido de los contrastes sonoros y expresivos en el tercero, lirismo tan sobrio como concentrado en el adagietto y una buena mezcla de tensión, fuerza y júbilo en el final, todo ello con el concurso de una orquesta cuyo virtuosismo e incisividad resultan ideales para semejante enfoque. No sé hasta qué punto su anterior grabación de audio queda superada, pero a esta le he puesto más alta puntuación porque me ha querido parecer –quizá sea cosa de ver, además de escuchar– algo más intensa que aquella. Muy buena la toma, no tanto la imagen. (9)



20. Bernstein/Filarmónica de Viena (DG, 1987). En el extremo opuesto de la sobriedad dramática y concentrada de Horenstein y Barbirolli, Bernstein decide extremar el mundo de contrastes sonoros y anímicos propuestos por el compositor sin tener miedo del exceso y jugando sin complejos con lo decadente, lo narcisista e incluso lo amanerado, pero sin llegar a caer nunca en estos extremos: tal es la sinceridad expresiva con que lleva a cabo su propuesta. Resultan portentosos los dos primeros movimientos, lentos y paladeadísmos, mostrando desbordante imaginación para aportar mil y un acentos descubrir detalles que suelen pasar desapercibidos, y haciéndolo con un pulso tan flexible como bien sostenido que alcanza unos clímax visionarios y arrolladores; todo ello lo hace, como no podía ser menos, exhibiendo un pasmoso sentido del color, una insuperable claridad y un alucinante manejo del rubato, además de una perfecta fusión entre hedonismo y garra dramática. El tercer movimiento ha perdido algo de fuerza, rusticidad y velocidad con respecto a la filmación del propio Bernstein, pero ha ganado en elegancia, refinamiento, variedad tímbrica y claridad, ofreciendo además pasajes líricos de enorme belleza; la trompa de Friedrich Pfeiffer, memorable. El Adagietto, antes un tanto extrovertido e inflamado, resulta ahora lento, sobrio y recogido, un punto distanciado incluso, pero sigue siendo bellísimo y su decadentismo no llega a caer en lo empalagoso: la desolación se encuentra aquí despojada de adherencias. El Finale también ha perdido frenesí –sigue siendo arrebatador, por descontado- y gana en refinamiento y claridad, permitiendo el lucimiento pleno, bajo un control absoluto desde el podio, de una orquesta en estado de gracia que no solo luce su inigualable belleza tímbrica sino que también se implica al máximo en cada una de las intervenciones solistas. Por si fuera poco, la grabación es soberbia. (10)


21. Haitink/Filarmónica de Berlín (Philips, 1988). Han pasado dieciocho años desde su primer registro. La Berliner Philharmoniker de finales los ochenta es mejor (¡aún!) que la Concertgebouw de principios de los setenta. El maestro holandés consigue un grado todavía mayor de claridad y depuración sonora, en parte por hacer uso de unos tempi considerablemente más sosegados. Pero su distanciamiento expresivo sigue siendo el mismo, y esta música necesita acercamientos más a flor de piel. A destacar, en cualquier caso, un Adagietto lentísimo (13’55’’ frente a los 10’38’’ de antes), concentrado y estático que evita cualquier tipo de edulcoramiento, y un Finale lleno de grandeza y de vitalidad bien controlada. Espléndida labor la de los ingenieros de Philips. (9)



22. Mehta/Filarmónica de Nueva York (Teldec, 1989). El planteamiento del maestro indio se asemeja en buena medida al de un Solti, es decir, olvidarse de narcisismos, de amaneramientos, de lloriqueos y de psicoanálisis para ofrecer una lectura directa, fresca, extrovertida y sin retórica, en la que los valores supremos se encuentran el supremo talento con que Mahler mezcla ritmos, armonías y colores mucho antes que en su capacidad para volcar sentimientos no del todo sinceros; en este sentido casi es de agradecer un Adagietto tan concentrado como frío y distante, ajeno a lloriqueos autoconmiserativos. El problema es que Zubin no es Sir George, y aunque todo está en su sitio, falta ese punto de chispa, de emoción y de compromiso que convierten una muy buena interpretación en otra excepcional. Y también, por qué no decirlo, un mayor interés por diferenciar timbres y clarificar texturas en esta recreación más atenta a la globalidad que al detalle, y a la postre un punto superficial. La orquesta, por su parte, mucho mejor que en la etapa Bernstein pero no a la altura de las verdaderamente grandes. La toma sonora deja que desear: recoge muy bien las frecuencias graves pero resulta bastante turbia. (7)



23. Bertini/Sinfónica de la Radio de Colonia (EMI, 1990). Bien ayudado por la soberbia acústica de la Philharmonie de Colonia, el maestro israelí se aparta por completo de lo preciosista y de lo decadente, de las sonoridades ingrávidas, de la contemplación estática y de la reflexión trascendente para ofrecer una interpretación rápida, decidida, incisiva en la tímbrica y repleta de vitalidad, de garra y de extroversión que engancha de principio a fin sin dejar lugar para un respiro. Ciertamente no es la interpretación más trágica posible –de hecho, los dos primeros movimientos resultan un poco más festivos de la cuenta–, tampoco la más profunda ni la más visionaria, y desde luego no la más personal ni creativa, pero da gusto escuchar un Mahler así, tan alejado de la pretenciosidad, tan fresco y tan comunicativo, y al mismo tiempo tan atento a las mayores virtudes de la partitura, que son ni más ni menos que las puramente sonoras. (9)



24. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1990). Esta grabación se realizó en vivo en la Musikverein de Viena durante la misma gira Europea en que Solti y los chicagoers registraron la Octava de Bruckner en San Petersburgo. Estamos, pues, justo en el momento en el que el arte de Sir Georg empezaba a decaer, no en lo que a virtuosismo se refiere –prodigioso siempre–, sino en concentración, calidez y fue interno se refiere. En inspiración, en definitiva. Y eso se nota en esta su tercera Quinta mahleriana, soberbiamente expuesta y de nuevo sin devaneos expresivos, pero también sin la intensidad que antaño le caracterizaba. Sus mejores momentos son el final del segundo movimiento y todo el quinto, precisamente por ser los que mayor despliegue de brillantez y sentido teatral se refiere. El Adagietto resulta bello en lo formal pero apenas destila poesía, y ni siquiera su clímax es muy intenso. La toma sonora recoge muy bien los graves y, al estar realizada a un volumen bajo, permite una muy amplia gama dinámica. (7)



25. Tennstedt/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 1990). Último de los testimonios fonográficos del maestro alemán dirigiendo esta música que tanto debió de amar, el concepto no ha variado mucho desde aquella primera grabación con la LPO de 1978. Elegancia, cantabilidad, renuncia a lo aristado, a lo temperamental y a lo hiperdramático, sobriedad no reñida con la expresión, se ponen por encima de los aspectos más dionisíacos y visionarios de la página. Lo que sí ha variado son los tempi, ahora algo más reposados en todos los movimientos menos en el último. No lo he hecho menos la calidad de la orquesta: la holandesa es muy superior. Y quizá también inspiración: ahora se detecta un trabajo más minucioso de análisis orquestal, una plasticidad más desarrollada en el tratamiento de las diferentes familias instrumentales, una mayor riqueza en los matices de cada una de las líneas de la escritura y, en general, una mayor personalidad en los resultados. Todo ello haciendo gala de un gusto exquisito: ni frivolidades ni efectismos tienen cabida en esta recreación que alcanza su punto más alto en un Adagietto lento (12’11) y contemplativo, pero sin empalagos ni grandes éxtasis místicos, en el que las líneas de la cuerda, portentosamente planificadas en acentos y en gradaciones dinámicas, van entrelazándose con calidez y con emoción contenida, hasta alcanzar un clímax no arrebatado, menos aún lacrimógeno, sino dicho desde un cierto distanciamiento en el que la belleza de la forma llega a un punto justo de equilibrio con el amargor expresivo. Lo menos bueno vuelve a ser el Finale, al que le falta un punto de nervio, de tensión interna, aunque en este sentido resulta coherente con la óptica globalmente apolínea de la propuesta. La toma sonora es de origen radiofónico: ofrece gran definición rtímbrica, apreciable limpieza y extrardinario sentido espacial, si bien podríamos pedir algo más de gana dinámica. (9)



26. Abbado/Filarmónica de Berlín (DG, 1993). Altamente elogiada por algunos medios en el momento de su aparición y luego tratada con mimo por DG en sus diferentes ediciones comerciales, este registro pone en evidencia el enorme giro estético que vivió Claudio Abbado cuando subió al podio berlinés. A mi juicio, a muchísimo peor. Basta con escuchar el primer movimiento para encontrarse con todo el catálogo de horrores del Abbado de esos tristes años: sonoridades ingrávidas y relamidas, expresividad a medio camino entre lo insípido y lo melifluo, preciosismos sonoros meramente narcisistas, languideces quejumbrosas, falta de garra dramática… El segundo sigue en la misma línea, pero se soporta un poco mejor porque aquí abundan las explosiones orquestales y en ellas el maestro da buena cuenta de su espectacular técnica de batuta –claridad, riqueza en el color, sensibilidad para las texturas– en unos tutti en los que la orquesta también luce su calidad técnica. El tercero está bien, siempre que se acepte la interpretación más bien apolínea y distendida propuesta y que se perdonen los amaneramientos que de vez en cuando aparecen. El Adagietto responde a lo que se esperaba: lento, ingrávido y muy contemplativo, pero poco emocionante y nada sincero. Lo mejor es el Finale, un triunfo en lo que a construcción de la arquitectura se refiere, aunque se eche de menos la fuerza dionisíaca que imprimen otros maestros –pienso ahora en la interpretación de Vaclav Neumann en Leipzig, o en las de Bernstein– y las ingravideces que de vez en cuando asoman nos recuerdan las cursilerías que hemos tenido que aguantar a lo largo de la audición. La toma sonora, siendo muy natural, no es todo lo buena que podía haber sido. (4)



27. Chailly/Concertgebouw (Decca, 1997). Interpretación portentosamente tocada, transparente y de afinado sentido del color, que se aleja al máximo del decadentismo para ofrecer una visión sobria e intensa, en el punto justo entre lo apolíneo y lo dionisíaco, y a la que sólo le falta un grado más de emoción para ser genial. Fue grande Chailly en los años de Ámsterdam: luego se vino abajo. Toma inmejorable. (9)




28. Barenboim/Chicago (DVD Arthaus, 1997). Como era de esperar, el de Buenos Aires se decanta por el lado oscuro de la pieza, ofreciendo una lectura sobria, poderosa y dramática, con un magnífico primer movimiento, pero se queda algo corto de sentido del color y de los contrastes anímicos en los movimientos tercero y quinto, en la línea de Barbirolli pero sin alcanzar semejante dramatismo: resultan robustos pero algo sosos. La claridad podía ser mayor, si bien la orquesta ofrece una ejecución portentosa: quizá sea aquí cuando mejor está. (9)


 

29. Barshai/Junge Deutsche Philharmonie (Brilliant, 1999). Interpretación intensa y comunicativa, dicha con excelente pulso, variedad expresiva y una enorme capacidad de comunicación, aunque más atenta a la arquitectura global que al detalle. Eso sí, al tercer movimiento, planteado con luminosidad y entusiasmo juvenil, le sobran algunos amanerados portamentos y le faltan acentos sombríos, mientras que el Adagietto, dicho sin eternizarse, es un punto más sentimental de la cuenta. La toma sonora ofrece cuerpo y pegada, pero resulta algo turbia, escasa de profundidad y algo corta de dinámica, además de ofrecer algunos instrumentos –el arpa, por ejemplo– en excesivo primer plano. (8)



30. Rattle/Filarmónica de Berlín (EMI DVD solo audio, 2002). En el concierto inaugural de Rattle como titular de la orquesta berlinesa, el maestro británico demostró con creces sobrada técnica para acceder a un podio de semejante categoría: transparencia, riquísima sensibilidad para el colorido –ora incisivo, ora sensual–, capacidad para combinar refinamiento y brillantez, virtuosismo para trabajar con pinceles muy finos, perfecta planificación de la arquitectura global… Todo está ahí. Pero también está, ya en lo puramente interpretativo, la influencia de su antecesor Claudio Abbado, y algo hay aquí de la lamentable grabación del milanés nueve años anterior para DG, de esas ingravideces sonoras, de esa languidez expresiva y de esa trivialidad tan molestas. En mucho menor grado, por supuesto, pero siempre dentro de una óptica muy alejada tanto del severo dramatismo de un Barbirolli como del huracán de emociones de un Bernstein: con Rattle todo suena en exceso distendido, de una belleza un tanto superficial, sin suficiente garra. Insincera, en definitiva. A destacar negativamente un Adagietto un tanto relamido y, en el otro extremo, un Finale que arranca con más de una blandura pero finaliza con esa luminosidad juvenil que tan bien se le da al maestro británico. Un siete para su dirección, que se transforma en un ocho por obra y gracia de una orquesta para quitarse el sombrero. Portentosa toma sonora en el DVD video “solo audio” en DTS multicanal. (8)



31. Maazel/Filarmónica de Nueva York (NYP, 2003). Admirablemente respaldado por una toma de sonido soberbia (¡y además de origen radiofónico!), el anciano maestro hace gala de su técnica de batuta excepcional para ofrecernos una interpretación que es una gozada desde el punto de vista puramente sonoro. Tal es el grado de perfección arquitectónica, claridad y plasticidad en el tratamiento de planos orquestales, por no hablar de la maravillosa cantabilidad del fraseo o la manera de trata la tímbrica ora buscando sensualidad, ora marcando aristas, todo ello dentro de una visión que en lo expresivo podríamos calificar como “clásica”, apolínea y equilibrada en el mejor de los sentidos, en absoluto frívola pero tampoco volcada en el desgarro emocional. ¿El problema? Se detectan aquí y allá demasiados rebuscamientos marca de la casa, de esos que pretenden demostrar que él es capaz de descubrir aquí y allá detalles nuevos pero que no solo no aportan nada realmente interesante, sino que terminan evidenciando cierto narcisismo en esta interpretación a muy disfrutable por las razones antedichas, pero asimismo en exceso parsimoniosa en los dos primeros movimientos, más distendida que visionaria en el Scherzo, estática en el Adagietto, risueña en el Finale y globalmente un punto insincera. (8)

 

32. Abbado/Festival de Lucerna (DVD Euroarts, 2004). Recupera hasta cierto punto el pulso un Abbadio que se decide por visión marcadamente apolínea, obsesionada por la belleza y perfección sonoras, de estudiadísima arquitectura, claridad insuperable, riquísimo colorido –sin renunciar a la estridencia, pero tampoco acentuándola– y pulso firme en el que no hay lugar para el arrebato ni para la languidez. Eso sí, la interpretación desprende una clara sensación de frialdad, a lo que se une la obsesión de Abbado por las cuerdas muy pulidas y un punto ingrávidas, así como por los pianísimos exagerados. Los dos primeros movimientos resultan en exceso distantes, poco comprometidos, habiendo algunos portamentos al final del segundo. El tercero es luminoso, elegante y distinguido, quizá en exceso, mucho antes que rústico y sensual, y desde luego nada demoníaco, aunque haya que admirar su colorido y la riqueza en las texturas. Frio y estático el Adagietto, sin pathos, algo ingrávido, aunque tampoco dulzón a pesar de los abundantes portamenti. El Finale de nuevo es más elegante que comprometido. Excepcional toma sonora en DTS. (7)



33. Dudamel/Simón Bolívar (DG, 2006). Lejos de caer en los amaneramientos insufribles en los que sí ha incurrido en otros acercamientos suyos al compositor, el maestro venezolano ofrece aquí una recreación directa, sincera, despojada de toda afectación y de toda retórica vacua, muy bien trazada –aunque la claridad no es la máxima posible– y de apreciable comunicatividad. Concretando un poco, Dudamel procura acentuar los contrastes entre los dos primeros movimientos, estático –y un punto más ingrávido de la cuenta– el primero, muy apasionado el segundo. El tercero está dicho desde la más sensata ortodoxia, aunquese podría alcanzar una dosis mayor de sensualidad y de evelación poética. El Adagietto, venturosamente, lo plantea con distanciamiento y sin azúcar alguno, lo que no le impide estar dicho con apreciable concentración y agudos picos de tensión. El Rondo-Finale es, por su frescura y entusiasmo bien controlado, lo mejor por parte de la batuta, aunque aquí es donde la orquesta, disciplinadísima, deja más en evidencia sus limitaciones. La toma sonora tampoco es la mejor posible. (8)



34. Gatti/Royal Concertgebouw (Blu-ray, 2010). Un arranque sin apenas garra nos anuncia un primer movimiento no ya lento, sino moroso, tristón antes que doliente y flácido en lugar de sensual. El segundo mejora un tanto, pero de nuevo la progresión dramática se realiza a trompicones, desatendiendo el maestro la arquitectura global para detenerse en la delectación melódica un tanto meliflua y en el preciosismo sonoro. En el Scherzo, Gatti se arriesga de manera considerable jugando imaginativamente con el tempo, estirándolo o acelerándolo a discreción y, por ende, descubriendo nuevas posibilidades en este movimiento; ahora bien, el resultado es más efectista que otra cosa, ya que semejante esquizofrenia sonora no parece casar del todo bien con la dulzura ensoñada, por lo demás de enorme belleza, que imprime a determinados pasajes, ni con el tratamiento no poco narcisista de algunas frases. Tras todos estos devaneos sorprende muy gratamente el Adagietto, dicho sin languideces contemplativas ni éxtasis místicos: directo al grano, emotivo y sin azúcar. El Finale es un derroche de luminosidad, de expresión sincera y de energía controlada, además de la mejor oportunidad para que la orquesta luzca su asombrosa calidad global y la formidable musicalidad de los solistas que la integran. Lástima que la coda arranque de manera algo rebuscada en esta versión que, en cualquier caso, va de menos a más y termina convenciendo, entre otras cosas por la espléndida calidad que ofrece la pista 5.0 –surround auténtico, con la reverberación de la sala perfectamente recogida– del Blu-ray editado por la propia orquesta. (7)



35. Chailly/Gewandhaus de Leipzig (Blu-ray Accentus, 2013). Toda una experiencia, sobre todo en la pista DTS-HD Master Audio que incorpora el Blu-ray, disfrutar de la increíble toma –espaciosa, natural más no poder en la definición tímbrica, perfectamente equilibrada en los planos sonoros, de amplísima gama dinámica y relieve de oírlo para creerlo– que recoge a las mil maravillas la explosión de vida, ritmo y color que propone un Chailly que domina como pocos directores lo han hecho el entramado polifónico de la obra, poniendo de relieve todas y cada una de las líneas sonoras, pero dotándolas de sentido y sin hacer que el análisis se ponga nunca por delante de la comunicatividad intensa que desprende su aproximación. ¿El problema? Pues que la búsqueda de la ligereza en tempi, en sonoridad y también en expresión que el maestro milanés parece buscar a toda costa en esta nueva integral mahleriana en Leipzig termina traduciéndose no diré que en asepsia –en absoluto–, ni siquiera que en excesiva rapidez –pese a que se despacha la obra en una hora siete minutos–, pero sí en numerosos pasajes en que la cuerda suena con una ingravidez amanerada que llega a irritar de manera considerable. Al menos el Adagietto, aun sonado de la referida manera, se aparta de las densidades contemplativas y de los éxtasis místicos para adquirir –como con Barenboim, por ejemplo, aun siendo tan diferente el enfoque– el carácter de preludio al Finale. (8)




36. Nelsons/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2015). Una interpretación que recuerda no poco tanto a Kubelik como a las últimas de Claudio Abbado por renunciar a la expresividad exacerbada que tanto nos gusta en este repertorio para optar por una especie de clasicismo en el que la elegancia apolínea, cierto distanciamiento y también algún devaneo con las sonoridades ingrávidas y un punto relamidas, se imponen frente a la invitación al desmelene que ofrecen los pentagramas, lo que no impide construir con solidez la arquitectura ni ofrecer el más alto grado posible de espectacularidad. En este sentido, el primer movimiento impresiona por su fantástico envoltorio sonoro, pero engancha poco: lo encuentro excesivamente sobrio y más aéreo de la cuenta en el tratamiento de la cuerda, en la que los portamenti son abundantes. Mucho mejor el segundo, lejos de la visceralidad expresionista pero cargadísimo de fuerza sin dejar de estar maravillosamente controlado y, precisamente por ello, inmejorablemente clarificado en las texturas. El tercero se deja asimismo de locuras dionisíacas y resulta ante todo amable, luminoso y distendido en el mejor de los sentidos posibles, aunque no sea esta la visión a a muchos más nos guste. Liviano, contemplativo y muy bello el Adagietto, lejos de la dulzonería pero quizá algo más decadente de la cuenta y algo superficial. El Finale, obviamente luminoso y optimista a más no poder, pero sin apenas espacio para el arrebato –salvo en la coda–, permite el lucimiento de una orquesta en su mejor momento. (8)



37. Nelsons/Festival de Lucerna (Blu-ray Accentus, 2015). Nelsons continúa en una línea antes apolínea y luminosa que dionisíaca, pero en cualquier caso maravillosamente realizada tanto por parte de la batuta –portentosa la planificación– como por la de la excelente orquesta. Quizá el primer movimiento está ahora más conseguido que en Berlín. El segundo, poderosísimo pero siempre bajo un férreo control, vuelve a ser formidable. El tercero es una maravilla si se comparte esta visión amable, nada demoníaca, de la página; afloran pasajes de un lirismo digamos que espiritual, desde luego muy hermoso, que resultan todo un acierto. El Adagietto tal vez sea más amanerado que antes, amén de poco emotivo. Irreprochable el Finale, de nuevo optimista y muy jovial. (8)




38. Dudamel/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2018, versión de Berlín). El maestro venezolano aborda ahora la obra desde una óptica no diametralmente opuesta, pero sí bien distinta a la que adoptó doce años atrás en su grabación para el sello amarillo. Frente a la visión más directa y despojada que ofreció frente a la Simón Bolívar, ahora ofrece una lectura que pierde en apasionamiento y garra dramática, sobre todo en lo que al segundo movimiento se refiere, para ganar de manera apreciable en sensualidad, en efusividad y en vuelo poético, incluyendo en este sentido la aparición de numerosos portamentos que en el Adagietto se adentran en esa tendencia a la dulzura excesiva con que otros maestros abordan esta página. Claro que también es verdad que está ahí una Filarmónica de Berlín que rinde de manera formidable bajo una batuta de técnica excepcional que alcanza grados insuperables de depuración sonora, que traza la arquitectura con perfecta solidez -ni nerviosismo ni puntos muertos- y que, tras navegar entre los devaneos sonoros antes referidos, triunfa por su convicción en un Finale con algún pasaje más suave de la cuenta, pero gozoso y comunicativo a más no poder. Lástima que la toma sonora no ofrezca toda la gama dinámica deseable. (8)



39. Dudamel/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2018, versión de Taiwan). Repetición de la jugada, sin grandes novedades con respecto a la ocasión anterior encontramos en esta nueva recreación excelente trazo, buen conocimiento del idioma y una perfecta fusión entre frescura y control, entre chispa y sentido dramático, entre refinamiento y sanísima rusticidad, todo ello haciendo gala de un portentoso virtuosismo y extrayendo lo mejor de una orquesta en el más brillante momento técnico de su trayectoria. Pero se ese ímpetu dramático, esa fuerza volcánica al borde del descontrol, esa sinceridad y ese arrebato de antaño se han suavizado considerablemente. Ahora todo es más mesurado, más equilibrado, más pensado para complacer. Además, encuentro pasajes en el segundo y tercer movimientos en el que los portamenti resultan no ya innecesarios, sino excesivos. Cuando llega el Adagietto estos ya llegan a molestar, aunque sin que la cosa llegue a mayores. Y en un punto central del Finale, que globalmente resulta espléndido, Dudamel se pone amanerado y comienza a mostrarlo lo bonito que es ese momento y lo precioso que con él queda. La orquesta, en cualquier caso, compensa con creces estos devaneos del maestro haciendo gala de su increíble nivel; a destacar, como no podía ser menos, la tropa de Stefan Dohr en el tercer movimiento. (8)



40. Nézet-Séguin/Filarmónica de Rotterdam (Medici TV, 2020). Sólida en su concepto, irreprochablemente construida y de notable inspiración esta lectura en la que el maestro canadiense alcanza un punto perfecto de equilibrio entre los componentes “tardorromántico” y “expresionistas” de la página, evitando por completo caer en lo empalagoso o en lo contemplativo pero igualmente sin necesidad de extremar contrastes o de dejarse llevar por visceralidad. En el fondo es la suya una interpretación tan ortodoxa como sensata y sincera, que sabe moverse entre lo atormentado y lo luminoso –soberbio el Finale– sin forzar las cosas al tiempo que su batuta de técnica soberbia atiende a las dos grandes grandes bazas de esta partitura, que no son otras que su impresionante tejido polifónico y su riquísimo sentido del color. Una lástima que la orquesta, aun más que digna, no sea de primera magnitud, y que sus metales –la trompeta, sin ir más lejos– dejen un tanto que desear. La toma sonora adolece de cierta compresión dinámica e intercambia los canales derecho e izquierdo, si bien recoge de maravilla las frecuencias graves tan fundamentales en esta música. (8)

Con el Rey Roger, el de la ópera