viernes, 30 de septiembre de 2022

Muti y los ballets de Tchaikovsky

Este disco con selecciones de El lago de los cisnes y La bella durmiente se registró, con toma sonora que deja bastante que desear, en el Memorial Hall de Filadelfia en febrero de 1984. Comienza maravillosamente: en el celebérrimo tema principal del Lago, Riccardo Muti despliega toda su fuerza, su rusticidad bien entendida y su enorme instinto dramático para dejarnos con el corazón en un puño, A continuación, un vals poco menos que lamentable para salir de quien sale, uno de los más grandes directores de orquesta de los últimos cincuenta años.

A partir de ahí, y siempre modelando con mano maestra a la Philadelphia Orchestra, se suceden números resueltos de manera magistral, números correctos sin más y piezas dichas por completo de pasada. Y siempre por lo mismo: cuando se trata de sacar a la luz lo que Tchaikovsky tiene de sensual, delicado y evocador, el maestro napolitano se queda cortísimo, no se sabe muy bien si por incapacidad, por falta de sintonía o simplemente por desgana. Cuando ha de ponerse “ruso” en el sentido más tópico del término la cosa cambia, aunque a veces se pase de temperamental.

En La bella durmiente la cosa cambia, porque la selección realizada se ajusta mucho más al perfil expresivo del maestro, aquí maravillosamente encendido, áspero y escarpado, teatral a más no poder sin descuidar la depuración sonora. El disco concluye, ay, con un vals casi tal mal interpretado como el del ballet anterior.

jueves, 29 de septiembre de 2022

El segundo disco Wagner de Barenboim

El enorme triunfo de Daniel Barenboim y la Orquesta de París en el disco Wagner comentado en una entrada anterior no se repitió en este segundo volumen dedicado al genial compositor alemán, en este caso centrándose en páginas de El anillo del nibelungo. La experiencia en el foso de Bayreuth por esas mismas fechas le había permitido profundizar en el idioma wagneriano, pero lo cierto es que los pliegues del Ring aún se le escapaban.

Sorprende la relativa flojera de la Cabalgata de las walkirias: interpretación solvente y bien encaminada pero algo gruesa, poco trabajada y poco matizada, aunque con algún impulso de energía muy eficaz. Ahora bien, la formación parisina resulta ideal para el “impresionismo” de los Murmullos del bosque, expuestos con una depuración sonora y una delicadeza bien entendida que resultan fascinantes.

En el Amanecer y viaje de Sigfrido por el Rin hay que destacar lo bien resuelto de las transiciones, la grandeza carente de escándalo gratuito y –marca de la casa– lo bien que se resaltan los aspectos siniestros de la llegada a la tierra de los gibichungos. La Marcha fúnebre decepciona relativamente, al menos en comparación que el prodigio que hará Barenboim años más tarde con la Sinfónica de Chicago: el planteamiento ya anuncia el posterior, filosófico y reflexivo, muy atento a los silencios, pero aquí no hay tanta imaginación ni concentración interna. El final de la ópera lo resuelve el maestro con convicción y buen criterio. Solo eso.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Schubert por Szell en Cleveland: grata sorpresa

Grata sorpresa esta recreación de La Grande de Franz Schubert a cargo de George Szell y su Orquesta de Cleveland, registrada por EMI en abril de 1970 y ahora reeditada con nuevo y excelente reprocesado. Al maestro, que contaba setenta y tres años y le quedaban tan solo tres meses de vida, se le nota aquí menos adusto, más flexible y más comunicativo de lo habitual.

Este nuevo planteamiento –desconozco su anterior grabación de la página, realizada en 1957 para CBS– lo evidencia ya desde una introducción muy bien cantada, incluso –cosa rara en nuestro artista– con su punto de emotividad. El resto del primer movimiento se desarrolla con más solidez arquitectónica que inspiración, añadiendo algún sorprendente detalle creativo y cayendo un poco en el “trompeterío” hacia el final. Bien el Andante con moto: sin meterse en profundidades filosóficas, y desde luego manteniéndose alejado de los aspectos más  dramáticos del movimiento, uno puede deleitarse en el hermoso fraseo de la cuerda. El Scherzo es magnífico, particularmente su trío: encontramos vigor, empuje y ese punto de rusticidad tan necesaria, pero el maestro sabe evitar la rigidez y la machaconería. Justo como logra hacer en el Finale, excelente en el trazo y altamente comunicativo; lástima que el acorde que cierra la página –por descontado, no encontramos el regulador de las interpretaciones más filológicas– resulte más seco de la cuenta.

La formidable orquesta suena con el carácter rocoso habitual en el maestro de Budapest sin renunciar a la plasticidad ni a la finura en el trazo. Lo dicho, un disco que se escucha con sumo placer, sobre todo cuando se sabe lo dificilísimo que es convencer en esta sinfonía.

sábado, 24 de septiembre de 2022

El primer Wagner de Daniel Barenboim

Daniel Barenboim se acercó por primera vez a Richard Wagner, fonográficamente hablando, en dos discos grabados para DG al frente de la Orquesta de París, en 1982 y 1983 para concretar: el maestro rondaba los cuarenta años y por entonces estaba bajando al foso de Bayreuth para dirigir Tristán e Isolda. La toma fue ya digital, y los ingenieros del sello dorado hicieron milagros con esa Salle Pleyel de tan problemática acústica en las numerosísimas grabaciones que allí había realizado el sello EMI.

El primero de ellos fue un triunfo por todo lo alto, porque este señor se marcó, extendiéndose hasta los 10’23’’ sin que se notase el menor signo de morosidad, uno de los mejores preludios de Los maestros cantores que se hayan escuchado. Es la suya una interpretación muy analítica que cuida de manera extraordinaria el tejido polifónico de la pieza sin perder de vista la progresión horizontal de la misma, tan llena de fuerza como sutil. El sentido del humor podría haber sido más sarcástico –imposible olvidar el prodigio de Klemperer–, pero el vuelo lírico es incomparable. La grandiosidad del final, por completo carente de ampulosidad, redondea una lectura que, sin ser especialmente encendida, resulta prodigiosa. El propio Barenboim no será capaz de alcanzar semejante altura en sus grabaciones posteriores.

Sí que se superará a sí mismo –registro de la ópera completa–, al menos en lo que a plasticidad sonora y carácter visionario se refiere, en la obertura del Holandés errante. En cualquier caso, esta interpretación ya es sensacional: amplia (11’53’’) y muy paladeada sin dejar de ofrecer toda fuerza, la incandescencia y la magia poética que esta música necesita. A día de hoy, sigue siendo una referencia.

Barenboim ofrece asimismo un preludio de Tristán e Isolda magnífico, perfectamente construido y de gran equilibrio entre reflexión y pasión. La liebestod, que comienza muy bien, se descontrola al llegar al clímax –percusión excesiva- y pierde concentración al final. En cualquier caso, la sinceridad, la emoción y el idioma wagneriano son indiscutibles. Concentrado, bellísimo a más no poder y lleno de desolación el preludio del acto tercero de la misma ópera, con Alain Denis al corno inglés.

De propina, un delicioso pecadillo de juventud de don Ricardo Wagner, que conoció aquí su primera grabación mundial: la Descente de la courtille. Del segundo disco, bastante menos logrado, hablaremos en otro momento.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Dos millones y medio

Bueno, pues desde aquel domingo 25 de mayo de 2008 en que empezamos a andar hemos superado los dos millones y medio de visitas. No es gran cosa para la red, pero tampoco está mal para un blog que habla de música clásica. ¡Gracias a todo el mundo! Y recuerden: NOS QUEDA UN DÍA MENOS. Vladimir ya tiene el dedo cerca del botón, tic-tac, tic-tac. Así que aprovechen el tiempo.



 

martes, 20 de septiembre de 2022

El Holandés errante de Solti

Las grabaciones que hasta ahora había escuchado de El holandés errante de Richard Wagner eran las de Knappertsbusch/Bayreuth (Golden Melodram, 1955): Klemperer/New Philharmonia (EMI, 1968), Böhm/Bayreuth (DG, 1971), Sergestam/Festival de Savonlinna (filmación de 1989), Sinopoli/Deutschen Oper (DG, 1991) y Barenboim/Staatskapelle de Berlín (Teldec, 2011); esta última la volví a escuchar ayer mismo.


Hoy he podido conocer una de la que no tenías referencias demasiado buenas: la que registró Solti para Decca en mayo de 1976 al frente de sus soberbios conjuntos de Coro y Orquesta Sinfónica de Chicago. Me ha gustado mucho la dirección, como no podía ser menos: ¿cuántos directores tan indicados para levantar una tempestad en una orquesta, para hacer soplar viento huracanado y encrespar al máximo las olas, sin que haya merma en la claridad y sin caer en el escándalo gratuito? Klemperer le gana en claridad, Barenboim lo hace en carácter poético e incluso en plasticidad, pero Sir Georg aventaja a los dos en brillantez sonora. Posee además el maestro un desarrolladísimo instinto teatral que le lleva a triunfar en los momentos en que precisamente Barenboim se queda algo corto, el encuentro entre Daland y el Holandés y el coro de hilanderas; por desgracia, pasa rápido y sin inspiración por la fundamental balada de Senta y no logra destilar todo el sentido posible del misterio y de la atmósfera en el encuentro entre esta y el navegante. Son estupendos los coros de la marinería, gracias en parte al soberbio trabajo de Margaret Hillis, y posee mucha fuerza dramática todo el final.

Norman Bailey posee un instrumento muy considerable, pero este no está en su mejor momento y el vibrato resulta en exceso acusado; su intención expresiva es acertada, componiendo un personaje oscuro sin excesivas truculencias, así que se alternan los momentos notables con los no muy felices, entre ellos toda la escena con Senta. Esta recae en la voz de Janis Martin, apurada en la franja más aguda pero acertada a la hora de equilibrar los aspectos más frágiles y sensuales de su personaje con las descargas de temperamento. Aunque con la voz algo más cansada que con Klemperer, Martti Talvela compone un Daland formidable.

El gran lunar de la grabación, como siempre se ha dicho, es René Kollo: tiene tantos problemas vocales que su Erik resulta difícil de soportar. Tampoco se puede tener mucho aguante ante el blando y relamido Timonel de Werner Krenn. Isola Jones es una notable Mary.

En resumen, un testimonio que merece la pena escuchar por la labor de la batuta, como también por la ingeniería de sonido: ¡vaya labor de los ingenieros en el Medinah Temple!

domingo, 18 de septiembre de 2022

El primer Don Giovanni de Barenboim

Si no me fallan los datos, Don Giovanni de Mozart fue la primera ópera grabada por Daniel Barenboim. La editó EMI en 1975 y desde entonces ha pasado sin pena ni gloria. Hoy he tenido la oportunidad de escucharla, y ahí va mi opinión.

La interpretación que realiza el de Buenos Aires, muy lejos de resultar “romántica", es de un severo neoclacisismo, muy en la línea de todo el Mozart que había hecho a lo largo de los sesenta y primera mitad de los setenta con la English Chamber Orchestra, que aquí vuelve a estar maravillosa. La hace sonar con músculo, pero también con una depuración sonora extraordinaria. El fraseo es amplio, la cantabilidad extraordinaria y lo del “dramma”, faltaría más conociendo cómo se las gastaba el maestro por aquellas fechas, se pone en primer plano frente a lo “giocoso”.

Ahí está el problema: su enfoque no solo resulta en exceso unilateral, sin que además el discurso adolece de falta de agilidad, chispa y variedad expresiva, como también de verdadero sentido teatral. Lógico, estando a la batuta un joven que apenas había pisado el foso operístico. Dicho esto, la musicalidad del maestro se encuentra presente en todo momento y hay muchísimos números dichos con una concentración y una elevación poética sublimes; por ejemplo, las dos arias de Zerlina, el trío de las máscaras o la introducción del “Mi tradi”. El clave de Walter Baracchi ha quedado anticuado.

En el elenco me parece muy atendible el Don Giovanni de Roger Soyer, que probablemente ganaría mucho en escena. Por el contrario, deja bastante que desear el Leporello vulgar y permanentemente cabreado de Geraint Evans. Antigone Sgourda hace una Donna Anna correcta sin más; mejor, con sus irregularidades, la Donna Elvira de Heather Harper. La que sí está estupenda es Helen Donath, deliciosa Zerlina. Alberto Rinaldi no llama la atención como Masetto, mientras que Luigi Alva, aun menos blando y más autoritario de lo que era de esperar, lo pasa canutas en la coloratura de “Il mio tesoro”. Peter Lagger no mete demasiado miedo como el Comendador; de hecho, su gran escena final resulta floja por parte de todos, Barenboim incluido. Ya tendrá este último oportunidades para hacer mejor las cosas.

viernes, 16 de septiembre de 2022

Lang Lang y Disney: musicalidad, belleza, emoción

Acabo de escuchar un disco muy especial: Lang Lang, The Disney Book. Sí, las canciones de Disney en Deutsche Grammophon. La mitad del mismo, la correspondiente a piano en solitario, se grabó en China, la otra mitad en Londres con la Royal Philharmonic bajo la dirección de Robert Ziegler. Habrá costado una verdadera pasta, por los derechos de autor de las piezas y por lo que habrán cobrado tanto la estrella protagonista como los artistas invitados. Ganará el sello dorado una fortuna, porque el producto no puede ser más comercial. Verán ustedes cómo se vende en navidades.

Me gustaría dedicarle muchas líneas, pero como no tengo tiempo me decanto por un comentario rápido. Si usted es de los que piensan que Disney es un detestable ejemplo de hipócrita conservadurismo norteamericano, que sus películas son cursis y que sus canciones valen poco, huya de este disco como de la peste. Si por desventura tuviese contacto alguno con él, enciérrese en una habitación a ver películas de Michael Haneke.

Si por el contrario está convencido, como yo y millones de personas más, de que la factoría Disney –desde tiempos de su fundador hasta los actuales de Pixar– ha sido una de las más admirables fuentes de talento, creatividad, de emoción y de Arte con mayúsculas de los últimos cien años, que cosas como Blancanieves, La bella y la bestia o Coco son obras maestras absolutas del cine, que gran parte de las canciones de todas estas cintas son estupendas y que escuchar a Angela Lansbury cantando “Beauty and the Beast” es una experiencia musical de primer orden, este disco le parecerá una maravilla. Porque los arreglos son fantásticos, Lang Lang está sensacional –no hablo de dedos, hablo de interpretación– y se arrojan muchas nuevas luces sobre estas páginas, unas mejores que otras, pero todas ellas dichas de tal manera, con tanta musicalidad y buen gusto, que se disfruta muchísimo.

¿Algún corte en particular? Destacaría la maravillosa “Recuérdame” de Coco, aquí para piano, orquesta y la guitarra del formidable Milos Karadaglić, como también las dos versiones de “Beauty and the Beast”, aunque a la postre con lo que más he disfrutado es con los arreglos de canciones de los clásicos de los años treinta y cuarenta tocados por el pianista chino en solitario. Diré más: la enternecedora “Hijo del corazón” de Dumbo, que en manos de Lang Lang casi parece Debussy, es una de las cosas más bellas y emotivas que he escuchado –confieso  que lo he hecho tres veces seguidas– en estos últimos años. Si tuviera que llevarme cuatro o cinco tracks de nuestro artista a una isla desierta, este sería uno de ellos. Escandalícese el que quiera.

Se me olvidaba algo importante: no se compren en CD. Escuchen en streaming en su lugar, pues la audición se prolonga con multitud de bonus hasta casi los 100 minutos, y se puede escoger entre los 192 kHz de Quboz y el Dolby Atmos de Tidal.

jueves, 15 de septiembre de 2022

Bruckner por Blomstedt: honestidad y sabiduría

Para quitarme el mal sabor de boca que me dejó François-Xavier Roth en Colonia, he visto en la Digital Concert Hall la Sinfonía nº 3 de Anton Bruckner que Herbert Blomstedt y la Filarmónica de Berlín ofrecieron el 9 de diciembre de 2017: entiendo que es exactamente la misma toma que la formación alemana ha editado en audio y que se encuentra disponible en las plataformas de streaming. 


El anciano maestro se decanta, como Roth, por la larga e infrecuente versión original de 1873. Me gusta bastante menos que las habituales, a decir verdad. Pero en lo referente a la interpretación, media un abismo. Siendo cierto que Blomstedt es, siempre lo ha sido, mucho antes artesano que artista, y que en esta recreación se echa de menos una dosis adicional de inspiración poética, su dominio del lenguaje bruckneriano es aplastantemente superior al de Roth, como también su capacidad para levantar la arquitectura, para modelar a la orquesta y para combinar belleza sonora con fuerza dramática. No hablo de cuestiones expresivas, sino de aspectos puramente técnicos: esta “wagneriana” se encuentra muchísimo más trabajada. En cuanto a lo otro, pues más o menos lo ya dicho: se puede volar más alto, se puede alcanzar mayor sensualidad y –en el otro extremo– se pueden cargar más las tintas, pero el estadounidense sabe lo que se trae entre manos y destila una combinación adecuada de lo que esta música necesita. En definitiva, un Bruckner honesto y sabio, digno de toda admiración.

En la primera parte de la velada, Concierto para piano nº 23 de Mozart con Maria João Pires. Resultados notables, aunque cada uno por su lado: él más enérgico, determinado y resuelto, siempre dentro de la más admirable ortodoxia, ella tímida en los contrastes, excesivamente suave en el toque y algo insulsa, aunque ofreciendo toda la elegancia, la cantabilidad y belleza sonora que en la lisboeta es de esperar. Aplausos cálidos y merecidos.

Por cierto: la calidad audiovisual es myu buena, pero se echan de menos el 4K y el Dolby Atmos de las filmaciones más recientes de la propia orquesta.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

El pésimo Bruckner de Roth en Colonia

Ya lo dije en otra entrada: tenía el mono de escuchar una gran orquesta haciendo una gran sinfonía, así que aproveché una escapada a Colonia para escuchar, en la gloriosa Philharmonie renana, a la Gürzenich Orchester Köln haciendo la Sinfonía nº 3 de Anton Bruckner bajo la batuta de su titular, François-Xavier Roth. Intenté convencerme a mí mismo de que no se puede juzgar bajo los parámetros de la tradición de los Jochum, Karajan, Celibidache o Barenboim una lectura que discurre por un sendero distinto, el de lo “históricamente informado”: instrumentos modernos, articulación sin vibrato continuo. Al terminar llegué a la conclusión de que no, de que el problema no era yo. Porque el señor Roth no dice absolutamente nada nuevo sobre el compositor. No arroja luces. No nos permite descubrir cosas interesantes, aunque hubiera sido a costa de perder valores que se consideran esenciales: ya se sabe que, entre los grandes directores, los hay que se interesan más por la espiritualidad mientras otros anteponen el conflicto. 


Pero no, el problema no estuvo en irse a un extremo u otro. La de Roth fue, sencillamente, una versión mala. Diría que impresentable para tratarse de una orquesta que tuvo durante tres décadas como titular a Günter Wand: trazo poco natural, nulo sentido orgánico de la arquitectura, violencia gratuita, clímax decibélicos en el peor de los sentidos, transiciones mal planificadas… Un Bruckner tallado a hachazo limpio, de alarmante mal gusto (¡qué coda final, santo cielo!) y nulo en valores poéticos, dramáticos o como se quiera decir. Misterio, sensualidad y poesía brillaron por su ausencia. Ah, la edición de la partitura era la inhabitual de 1873. La de Blomstedt, para entendernos. ¿Qué más da?

En la primera parte se estrenó una obra de encargo, el Concierto para clave de Miroslav Srnka: el compositor checo juega con las posibles texturas en las que el clave y la orquesta pueden compartir espacio, pero las pocas ideas que tiene no dan para mucho y se ve obligado a estirarlas hasta ocupar los veinticinco minutos de rigor. Mahan Esfahani demostró absoluto dominio de su instrumento y Roth, que aquí no tenía que interpretar sino simplemente dar indicaciones, resolvió el asunto sin aparentes problemas.

Salí muy, pero que muy cabreado del concierto, con la sensación de haber sido engañado por un maestro, François-Xavier Roth, de escasísimo gusto musical que se ha amparado en “redescubrir” –con instrumentos originales o sin ellos– el repertorio de finales del XIX y de principios del XX para ocultar su propia mediocridad. Menos mal que en el viaje pude volver a visitar mi adorada Aquisgrán, porque si no...

Críticos espantosos, médicos geniales

Ya dije algo por aquí sobre el artículo de Justo Romero que llamaba a Domingo, Barenboim y Pollini "momias vivientes". Hoy Gonzalo Alonso le apoya plenamente desde las páginas de La razón –para quienes nos visitan desde fuera de España: diario oficial del principal partido de la derecha–, hasta el punto de aplicar el mismo calificativo de resonancias egipcias a los tres artistas citados. Nada que de extrañarse en quien aspira a ser un Norman Lebrecht en versión ibérica (aquí su artículo).

Lo insólito y maravilloso es que Gonzalo Alonso se revela como un médico genial. Si ya Romero había intuido una conexión entre el repentino ingreso en urgencias de Maurizio Pollini y el hecho de tener el auditorio del Festival de Salzburgo ya repleto de público deseando escucharle la Hammerklavier, el periodista madrileño alcanza ver que el problema cardíaco "posiblemente, estuvo causado por nervios ante un reto inviable". ¡Encima, el diagnóstico lo ha logrado realizar a distancia y sin necesidad de valorar el historial médico del paciente!

En fin, un absoluto desastre Romero y Alonso para el mundo de la crítica musical, al tiempo que una enorme pérdida para el de la medicina. O el de la adivinación, vayan ustedes a saber.

domingo, 11 de septiembre de 2022

El peor Bruckner de mi vida

Ha sido ahora mismo, en la Philharmonie de Colonia. Tercera sinfonía. Orquesta de la casa. François-Xavier Roth. ¿Y por qué he sacado entrada, con lo poco que he gusta este señor? Porque echaba mucho de menos escuchar una gran formación sinfónica en directo, más el incentivo de hacerlo en una de las mejores salas de concierto del mundo.



viernes, 9 de septiembre de 2022

Cuando Vengerov hizo Bruch y Mendelssohn a los diecinueve

No conocía este disco: he quedado maravillado. En él un Maxim Vengerov de diecinueve años se enfrentaba nada menos que a los conciertos para violín de Bruch y Mendelssohn –el nº 1 y el nº 2 respectivamente, claro está– junto a Kurt Masur y la que todavía era su Orquesta del Gewandhaus de Leipzig. Lo hizo de manera prodigiosa. No solo por la solidez de su sonido –brillante y afilado en el agudo, prieto en el centro– y la infalibilidad de su mano izquierda, sino también por la enorme carga de intensidad emocional que despliega en cada una de sus frases sin perder dos aspectos tan fundamentales en estas obras maestras: el sentido melódico y la elegancia formal. Pocos, muy pocos violinistas han volado aquí tan alto como él.

La dirección de Kurt Masur me ha gustado muchísimo en Bruch: adecuadamente musculada en la sonoridad, cálida y muy bien paladeada, aun sin alcanzar el temperamento de un Claudio Abbado –su soberbia grabación con Shlomo Mintz–. En Mendelssohn me ha parecido notable sin más, con todo en su sitio y dejando que la música vuele en el Andante, pero sin agilidad ni frescura en los movimientos extremos.

La toma se realizó en septiembre de 1993 y suena divinamente en el Dolby Atmos que ofrece Tidal. No se pierdan este disco.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Un acercamiento a Rafael Kubelik

Por si alguien se pregunta qué fue de aquel libro que inicié sobre directores de orquesta, le diré que después de 76 páginas se encuentra paralizado, no sé si de manera definitiva o no. En cualquier caso, no pienso tirar lo trabajado. Aquí va lo que escribí sobre Rafael Kubelik, a ver qué les parece a ustedes.

Forjador durante casi dos décadas de la Sinfónica de la Radio de Baviera (1961-1979), a la que poco a poco fue modelando para solucionar sus insuficiencias hasta convertirla en una de las grandes orquestas de Europa, Rafael Kubelik era un maestro al que resulta más fácil definir por lo que no era que por un rasgo singular. El checo no era opulento, narcisista o rebuscado. Tampoco hinchado, pesado o moroso. Ni nervioso, ligero o trivial. No se puede decir que fuera muy personal, arriesgado o creativo, también hay que decirlo, pero esto tampoco significaba que resultara neutro, menos aún aséptico: la comunicatividad estaba garantizada.

En realidad, la definición de su arte podría realizarse con una sola palabra: naturalidad. Fluidez y lógica serían términos que la complementan. Cuando el melómano escucha una interpretación de Kubelik tiene la sensación de que eso tiene que sonar así, que esa es la forma correcta por encima de otras opciones tal vez reveladoras, pero que no traducirían a sonidos de manera tan directa y respetuosa lo que está escrito en la partitura. Su fraseo, por otro lado, estaba exento de cualquier artificio; alejado tanto de la rigidez como del capricho caprichoso o de los arrebatos pasionales, el maestro concebía las grandes líneas del discurso con un perfecto equilibrio entre arquitectura y expresión, dejando que la música fluyera sin excesivas interferencias, matizando con tanta moderación y sensatez como sensibilidad.

Otra cosa es que a lo largo de su legado fonográfico se apreciase una progresión en la que el ardor y la rusticidad bien entendida de los años cincuenta, cuando grababa para Mercury con la Sinfónica de Chicago –de la que fue titular– y para EMI y Decca tanto en Londres como en Viena, para ir dando paso a aproximaciones más en las que un cálido y transparente vuelo lírico equilibraba y otorgaba poesía a su enfoque interpretativo. Por eso mismo son sus numerosas grabaciones para Deutsche Grammophon en Múnich las que nos presentan al gran Kubelik, si bien son las que realizó al final de su vida para CBS, algunas de ellas ya digitales, las que nos presentan al maestro en la cima de su inspiración.

Por todo lo expuesto arriba, no debe de extrañar que su Mozart haya sido uno de los más grandes escuchados a lo largo del pasado siglo. También uno de los más indiscutibles: es tal el equilibrio que consigue entre agilidad y densidad, entre belleza formal y tensión dramática, entre delectación melódica y sentido de los contrastes, tal su capacidad para atender al mismo tiempo a lo que en la música del genio de Salzburgo hay de amable, galante, melancólico, épico y hasta patético, que sus recreaciones son admiradas tanto por los partidarios de un Mozart más “germánico” como de aquellos acostumbrados a aproximaciones de mayor ligereza o más contrastadas.

El ciclo de sinfonías de Beethoven que registró al frente de nada menos que nueve orquestas distintas fue menospreciado por Deutsche Grammophon durante años. De manera incomprensible, porque se trata de uno de los mejores habidos y por haber. ¡Cómo logra el maestro “bajar del Olimpo” al dios y traerlo al mundo de los humanos sin restarle un ápice de su grandeza, de su pathos y de su carácter visionario! Heroica y Pastoral, dos de las sinfonías más complicadas de interpretar –si no las que más– conocen recreaciones de primerísima magnitud, seguramente las ideales para quien se acerque por primera vez a estos prodigios. El sello Pentatone ha recuperado en SACD la tecnología cuadrafónica original de estas grabaciones –salvando la Tercera, estereofónica– y nos ha devuelto una sonoridad cálida y confortable que nos permite disfrutar como nunca de este Beethoven que sabe ser tanto apolíneo como dionisíaco y hacernos disfrutar a tope sin necesidad de adentrarnos en las brumas filosóficas que nos proponen otros grandísimos maestros.


El Schumann de Kubelik se encuentra revestido de un prestigio extraordinario, tal es la mezcla de sensatez y musicalidad de la propuesta del maestro en los dos ciclos de sinfonías que grabó, el primero con la Filarmónica de Berlín para DG y el segundo con la Radio Bávara para CBS: aquí están esa peculiar agilidad –que no ligereza– schumanniana y esa dualidad espiritual que se traduce en nervio bien entendido, en un fraseo con nervio y en un espíritu anhelante en el que delicadeza y frenesí se yuxtaponen con más sentido de los contrastes que de la coherencia, pero siempre con enorme frescura y comunicatividad. Ahora bien, quienes busquen interpretaciones que mezclen nobleza y densidad, que suenen con músculo, que atiendan al carácter orgánico de la arquitectura y que exploren los aspectos más "góticos" de la música –es decir, mirando en buena medida a Brahms–, deben mirar antes a directores como Furtwängler, Klemperer, Celibidache o Barenboim.

El tan cacareado ciclo Mahler que grabó entre 1967 y 1971 deja que desear, tanto en lo que a la actuación de la Sinfónica de la Radio de Baviera se refiere como en lo que respecta a la labor del maestro, valiente a la hora de enfrentarse a un compositor que todavía no era del todo aceptado –la suya fue la primera integral completada en Europa–, pero lejos de la fuerza y del sentido de los contrastes que hoy han conseguido los grandes mahlerianos: su visión resulta mucho antes lírica que dramática y sus realizaciones suelen adolecer de falta de continuidad y escasa tensión interna. Ni siquiera las tomas de sonido estuvieron a la altura: mucho mejor acudir a las tomas radiofónicas, por lo general posteriores en el tiempo –y por ello con una orquesta en mejor forma– editadas por Audite.

Sí que hizo Kubelik un gran Bruckner, sobresaliente por su fluidez, su lirismo apolíneo, su carácter luminoso y su ligereza bien entendida. Ligereza, que no superficialidad. No encontramos aquí –nos referimos fundamentalmente a la Wagneriana y a la Romántica grabadas ya con sonido digital– grandes masas sonoras luchando la una contra la otra en una polifonía cargada de tensiones armónicas, sino un discurso ágil y de perfecta lógica en su planificación en el que se pasa de la concentración contemplativa a lo encrespado con una naturalidad pasmosa –portentoso dominio de las transiciones–, en el que las melodías están cantadas con un humanismo efusivo pero nada agónico –todo lo contrario de un Celibidache, por ejemplo– y en el que no hay espacio para la pesadez, como tampoco para lo épico o lo terriblemente trágico, sin que semejante postura conduzca a la merma de tensión interna ni de fuerza expresiva.

Qué decir de su Verdi, particularmente de su Rigoletto en La Scala de 1964: sigue siendo el mejor de la historia del disco gracias en gran medida –no podemos olvidar al inolvidable trío formado por Fischer-Dieskau. Scotto y Bergonzi– a la genial dirección del maestro: extrovertida, briosa y llena de fuerza y empuje dramático, pero también de refinamiento y sensualidad, y no exenta de admirable creatividad. Tampoco es precisamente desdeñable su lírico Parsifal wagneriano protagonizado por la hermosa voz de Sandor Konya. Y defendió a Schöenberg en una época en que todavía no era muy querido por el público ni por las discográficas, haciéndolo además con vehemencia y sinceridad, sin rastro de intelectualismo en sus aproximaciones y no desatendiendo la vertiente lírica de este mundo sonoro.


En cualquier caso, Kubelik será siempre recordado como apóstol de la música checa. Sus sinfonías de Dvorák con la Filarmónica de Berlín son un modelo: sanamente rústico en la sonoridad, perfectamente equilibrado entre lirismo y fuerza dramática, siempre inmediato en lo expresivo. Las Danzas eslavas del mismo autor dejan bien claras las señas de identidad del maestro, ideales para esta música: fluidez, naturalidad, elegancia ajena a amaneramientos y una dosis muy considerable de frescura, desparpajo y entusiasmo. También de gran valía su Janácek, si bien la obra eternamente asociada a su trayectoria es Mi patria de Smetana, de la que nos dejó nada menos que cinco documentos sonoros oficiales más algún otro de circulación restringida. De todos ellos el más redondo nos parece el que corresponde a un concierto de 1984 con su orquesta editado en doble CD por Orfeo y en DVD por Euroarts. Cierto es que la orquesta de la Radio Bávara no es comparable a la de Boston de su ya magnífico registro de 1974: las trompetas resultan estridentes en el primer número. También que se aprecia cierta falta de tensión en los pasajes fugados de “Por los bosques y prados”. Pero globalmente nos encontramos ante una extraordinaria interpretación, eminentemente lírica y evocadora, en la que la cantabilidad, la sensualidad tímbrica y la poesía más efusiva se ponen por delante de los aspectos más dramáticos de la obra. ¿Significa esto que en los dos últimos números se puede pedir más garra? Pues sí, pero a cambio nuestro artista evita todo triunfalismo mal entendido, al tiempo que ofrece una enorme grandeza espiritual. Y El Moldava, una página en la que nunca brilló –hay que escuchar a Karajan con las Filarmónicas de Berlín y Viena en los años ochenta–, fue el mejor de cuantos hizo para el disco.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Musikfestival 2022: Pappano, Levit y Santa Cecilia

Recuerdo que cuando tuve la oportunidad de pedirle un autógrafo a Antonio Pappano –el  más simpático de todos los maestros a los que he podido acercarme–, le dije lo mucho que me gustaba la manera en que hacía cantar a la orquesta, con verdadera italianidad”. “Pues claro”, me replicó, “¡por algo me llamo Pappano!” Será un prejuicio mío, pero lo cierto es que la interpretación de La noche transfigurada en la Philharmonie de Berlín que le acabo de ver en directo a través de la Digital Concert Hall me ha parecido caracterizarse precisamente por eso mismo, por el maravilloso sentido melódico de los grandes arcos de tensiones y distensiones planificados de manera magistral por Arnold Schönberg. Fraseo natural, amplio, efusivo, como salido de la garganta humana. También carácter sensual, voluptuosidad, agitación sin nerviosismo y nobleza. Gran interpretación, francamente bien sonada por la cuerda de la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia


Morbo enorme en la segunda parte: el Concierto para piano de Ferrucio Busoni. Es decir, un piano megavirtuosístico luchando de manera titánica contra una orquesta enorme a lo largo de setenta minutos, sumándose al final un coro masculino con textos de alabanza a Alá. Se había estrenado en Berlín, allá por 1904, bajo la batuta de Karl Muck, pero la verdad es que casi nadie lo ha tocado o grabado. Yo no la conocía. El primer movimiento me ha parecido algo pesado. Más interesante el segundo, con su peculiar sentido del humor. Grande e impresionante música en el tercero, Pezzo serioso, para luego pasar a una tarantela llena de fuerza en la que solista y masa orquestal rivalizan a ver quien toca más fuerte. Una salvajada en todos los sentidos con la que podría acabar la obra, pero aún queda el quinto, un Cantico de apreciable elevación espiritual.

¿Interpretación? Se le podrán pedir más matices aquí y allá, no solo vigor sino también más sutilezas, pero Igor Levit ya ha pasado a la historia como uno de los pocos pianistas que ha querido y podido tocar la obra, haciéndolo además con insultante facilidad técnica. La dirección de Pappano, muy difícilmente alcanzable. La orquesta romana ha estado a la altura –es decir, maravillosa–, no así el coro. 

Los vítores y aplausos del respetable han sido los más intensos hasta ahora escuchados en el Musikfestival berlinés. Con toda justicia.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Musikfest 2022: Shani con la Filarmónica de Rotterdam

El programa berlinés de esta noche, retransmitido en directo a través de la Digital Concert Hall, se ha abierto con una obra que me gusta especialmente: Atmósferas. La partitura de Ligeti no necesita una interpretación propiamente dicha, sino un director de técnica suprema y una orquesta de apreciable virtuosismo. Lahav Shani ha sobradamente demostrado lo primero. La Filarmónica de Róterdam parece mantener el alto nivel en que la dejó Nézet-Séguin en 2018. Pero no es de primerísima, como sí lo son los prodigios de Concertgebouw, Philadelphia o Cleveland que han desfilado los días anteriores, y eso se ha dejado notar: atreviéndose su titular a pedir lo imposible para extremar los contrastes, por momentos se ha quedado un pelín corta, e incluso ha habido algún desliz. 

Estreno en Alemania de la versión original de la Segunda sinfonía del holandés Willem Pijper (1994-1947), un compositor del que confieso no conocía nada. No es una obra larga, pero sí que exige una orquesta de dimensiones colosales –órgano, cuatro arpas, seis mandolinas, ocho trompas, dos pianos, legión de contrabajos–. Por ende, necesita una mano maestra que gobierne todo aquello sin que haya desmadre. Shani y los de Róterdam han triunfado plenamente en lo técnico y en lo expresivo, logrando que lo pasemos muy bien con una partitura que no será una obra maestra, pero que se sigue con enorme interés por su particular frescura y por sus hallazgos a medio camino entre la tradición y la modernidad.

Primera de Mahler para concluir. Versión de sólido trazo, irreprochablemente sonada y directa al grano en la expresión, sin narcisismos ni puntos muertos. Lo que ocurre es que quien firma estas líneas ya se ha vuelto viejo y, la verdad, necesita más imaginación, más personalidad y más fuerza expresiva en la batuta para disfrutar de la partitura. Para qué voy a ocultarlo: esta música ha dejado de gustarme.

viernes, 2 de septiembre de 2022

Musikfest Berlín 2022: Rattle con la Sinfónica de Londres

Tiene su morbo ver a Simon Ratle en la Philharmonie de Berlín con una orquesta que no se aquella con la que tantos conciertos le hemos visto en la Digital Concert Hall, la Berliner Philharmoniker, sino con la Sinfónica de Londres. Ya le queda poco con ella –Sir Simon se va por culpa del dichoso brexit–, pero parece claro que en lo técnico la mantiene en plena forma.

Se ha abierto el concierto de hoy dentro del Musikfest con la obertura El corsario de Berlioz, en recreación particularmente bulliciosa y dicha con todo ese desparpajo, esa inmediatez expresiva y esas ganas de vivir que caracterizan a Rattle: un poco como el joven Leonard Bernstein, pero con muchísimo más control de los medios.

A continuación, el estreno alemán de una obra encargada por la orquesta: Sun Poem, de Daniel Kidane. Pareciéndome correctísima, no me ha enganchado lo más mínimo. Sí que me ha gustado la interpretación de La valse, fabulosamente expuesta y dicha con un punto adecuado de decadentismo, aunque sin explorar demasiado ni la atmósfera, ni la sensualidad ni la fuerza expresiva que anidan en esta obra maestra de Ravel: con la orquesta de la casa, Lahav Shani hizo ofreció una interpretación de absoluta referencia en el mismo escenario el pasado 31 de diciembre.

La Séptima de Sibelius que ha abierto la segunda parte se parece a la que ya le conocíamos con la Filarmónica de Berlín: sólida, musicalísima y antes extrovertida que otoñal, pero lejos de las grandes tensiones que han sabido imprimir otros directores. Por cierto, que siendo la LSO una formidable orquesta, la diferencia con la BP se deja notar.

Lo mejora llegado con la suite del Mandarín maravilloso, un prodigio de colorido, de ritmo, de sentido de la descripción y de expresividad, pero si algo hay que elogiar en la dirección de Rattle y en la respuesta de los músicos es el asombroso trabajo realizado con las texturas genialmente trazadas por Bartók. Hay que irse a Solti para encontrar algo mejor en lo que a la suite se refiere. De propina, una Pavana de Fauré muy hermosa.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Musikfest Berlín 2022: Yannick y Philadelphia

Acaba de terminar otro concierto de la Musikfest de Berlín, retransmitido en directo a quienes estamos abonados –si usted no lo ha hecho aún, anímese– a la Digital Concert Hall. Menudo nivelazo el de la Philadelphia Orchestra: quizá el más alto de su historia, lo que es decir muchísimo. Salvo algún primer atril sin la excelencia de sus compañeros, nada que envidiar a sus antecesoras en el festival, Filarmónica de Berlín y Concertgebouw.

Yannick Nézet-Séguin ha arrancado con una obertura Carnaval de Dvorák interpretada a pedir boca: brillante en su punto justo, pero también muy cálida y poética, amén de trabajada con pinceles finos y gran plasticidad.


El resto del programa ha servido para promocionar los dos últimos discos de la formación estadounidense y su titular. De absoluta referencia el Concierto para violín nº 1 de Karol Szymanowski, que yo ya había escuchado en el correspondiente registro. Lisa Batiashvili ha lucido un sonido hermosísimo, carnoso en el centro y dorado en el agudo, ha mostrado virtuosismo supremo y ha sintonizado a la perfección con la singularísima, fascinante sensualidad de la partitura. Pero más aún –si ello es posible– me ha gustado la dirección de Yannick, de una sensibilidad para el colorido y las texturas impresionistas difícil de superar, como también muy comprometido con la expresión, con la intensidad de las emociones, amén de perfecto planificador de la arquitectura tanto vertical (¡qué claridad!) como horizontal. Creo que es imposible escuchar una interpretación mejor que esta. La propina, la misma del disco: Beau soir de Debussy con el maestro al piano.


Lo que yo no conocía es la Sinfonía nº 1 de Florence Price (1887-1953), una compositora de raza negra que supo salir adelante en un contexto no precisamente cómodo para una persona de sus circunstancias. De esta partitura en particular, completada en 1931, no me ha gustado el cuarto movimiento, pero los otros tres me han parecido una delicia: música maravillosamente norteamericana y maravillosamente “racial” que, partiendo de manera indisimulada del legado europeo, sabe aportar frescura y personalidad. ¿La interpretación? Sonada con enorme belleza y comprometida a más no poder. Tampoco aquí se me ocurre cómo se puede hacer mejor.

Primera propina, una obrita para violín y piano de la misma autora transcrita para la maravillosa cuerda de Filadelfia. Segunda, una bulliciosa y algo precipitada Danza húngara de Brahms que podían haberse ahorrado.

Concierto para piano nº 2 de Rachmaninov: discografía comparada

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