jueves, 15 de mayo de 2025

Arranque del Festival Shostakovich de Leipzig con Nelsons, Boston y Trifonov

Fe de errores: escribí que la orquesta era la Sinfónica de Boston. Pues no, la de este concierto es la de la Gewandhaus de Leipzig. Eso explica los puntuales errores de ejecución, si bien la formación sajona puede mirar frente a frente a la norteamericana sin demasiados problemas. Sencillamente, está en su mejor momento.

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La tarde de hoy ha arrancado el Festival Shostakovich que se celebra en la Gewandhaus con protagonismo de la Sinfónica de Boston, la Orquesta de la Gewandhaus y una formación llamada Orquesta del Festival, más la batuta de quien es la máxima autoridad tanto en la ciudad sajona como en la estadounidense: Andris Nelsons. Festival merecidísimo, dicho sea de paso, toda vez que ya nadie o casi nadie duda ya que el autor de La nariz es uno de los grandes compositores del siglo XX. La plataforma Stage + ha tenido a bien retransmitirlo en directo, así que aquí van unos comentarios.

Ha arrancado la velada con la Obertura Festiva, página tan menor como simpática que no necesita mucho para funcionar. Ahora bien, no es lo mismo escuchársela a Rozhdestvensky maravilloso que a Plácido Domingo flácido, por mucho que el madrileño tenga delante a la Filarmónica de Viena. A Andris Nelsons le sale bastante bien, pero solo eso: soberbio trazo, esmeradísima ejecución e irreprochable gusto, pero lejos de la electricidad que conseguía el citado director ruso.

Concierto para piano nº 2 a continuación, con Daniil Trifonov como solista. Interesa mucho comparar con la versión que Nelsons y Boston hicieron en disco con Yuja Wang, comentada aquí hace tan solo unos días. La diferencia entre los dos pianistas es apreciable, porque mientras la china se empeñaba en ofrecer sonoridades levísimas y belleza a toda costa, su compañero hace gala de un toque made in Russia mucho más adecuado y presta mejor atención a las tensiones armónicas. En el primer movimiento, lástima, Trifonov tiende tanto a la precipitación como Wang y no termina de encontrar tampoco ella lo hacía sustancia dramática a la partitura. En el tercero es puro fuego. ¿Y el Andante? Seguramente por petición del pianista, Nelsons va mucho más lento que en el disco y bucea mejor en el amargor que desprende la página, mientras que el piano no tan matizado, pero menos narcisista que el de Yuja roza el cielo con una recreación doliente a más no poder, como también muy hermosa, que mira antes a Chopin que a Rachmaninov, pero que en cualquier caso revela que esta música no es lo que parece. A Shostakovich le pasó lo mismo en la Sinfonía nº 1: como explicó en su momento Leonard Bernstein, el compositor quiso hacer una especie de burla de la tradición pero, en los dos últimos movimientos, se vio atrapado por esta y la cosa le salió en serio. Pues aquí igual, así que nada de hacerlo Andante: Adagio, y a hurgar en la herida. De propina, el Scherzo op. 1 del autor, un prodigio en manos de un Trifonov que saca toda la música habida y por haber, y aún más de la que hay.

Sinfonía nº 4 en la segunda parte. Teníamos ya dos testimonios de Nelsons. El primero se remonta a 2014, un vídeo con la Orquesta del Concertgebouw absolutamente descomunal, diría que de referencia. El segundo es el disco con Boston, ya de 2018: de altísimo nivel global, pero ahora mucho más rápido en el primer movimiento, lo que significa que se gana en electricidad y carácter combativo al tiempo que se pierde en carácter gótico. La de hoy jueves vuelve a ser de altísimo nivel, pero creo que me sigo quedando con la recreación holandesa.

En el primer movimiento se han recuperado unos tempi sensatos: hay vigor, aristas y conflictos dramáticos, al tiempo que se deja que la música respire y no se permite que todo descanse en el frenesí. Algunos pasajes los he escuchado mejor con otros directores, si bien hay que reconocer que Nelsons trabaja muy bien los planos sonoros; a destacar la tremenda fuga escrita para la sección de cuerda que termina en una terrorífica cabalgada, todo un ejemplo de soberbia técnica de batuta. Extrañamente, hay algunos ligeros fallos aquí y allá por parte de la orquesta, que no tienen mayor importancia pero que, todo hay que decirlo, no se producen con la Orquesta del Concertgebouw ni, en general, en las transmisiones de la Filarmónica de Berlín a través de la Digital Concert Hall. Lo más extraño: el primer violín se desmelena en una serie de narcisismos sin sentido.

Segundo movimiento lentísimo, siniestro a más no poder e increíblemente bien trabajado en su polifonía, no solo en los que a claridad se refiere, sino también en matices expresivos. De las cuarenta y tantas grabaciones que tengo escuchadas, no recuerdo ninguna que supere esta recreación, que por lo demás se beneficia muchísimo de las maderas sajonas. 

La marcha fúnebre con que se abre el tercer movimiento es lentísima y se encuentra cargada de pathos. A partir de aquí, Nelsons parece mirar antes gracia la negrura que al desgarro expresionista, es decir, se parece más a Rostropovich que a Rozhdestvensky, desmenuzando muy bien la música hasta llegar a una coda especialmente lenta, densa y nihilista, de esas que dejan el corazón en un puño. O de las que podrían dejar, porque las toses del público han molestado tela. En cualquier caso, enorme recreación de una sinfonía de, en palabras de Pérez de Arteaga, genial equilibrio desequilibrado.

Cotilleo: Nelsons sigue adelgazando, y a Trifonov los pelos delante de la cara apenas le dejan ver. Que vaya al peluquero, porfa.

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