viernes, 9 de mayo de 2025

Yuja Wang y Andris Nelsons hacen Shostakovich: intenciones y resultados

Dice Daniel Barenboim que la gran mayoría de los críticos equivocamos el concepto de lo que debemos hacer. Que nos empeñamos en valorar hasta qué punto nos convencen las intenciones expresivas del artista de turno, cuando en realidad nuestra misión no sería expresar nuestro mayor o menos acuerdo con los objetivos planteados, sino valorar en qué medida se han alcanzado esos objetivos. Pues bien, en esto estoy en radical, profundo y militante desacuerdo con el de Buenos Aires. Lo que él considera que es labor del crítico debe quedar reservado para músicos profesionales de cierto nivel y restringirse a círculos muy concretos: conservatorios, teatros y agencias. No es algo que interese al melómano en general, ni que le aporte nada en particular salvo a los que confunden música con virtuosismo. Ya saben, que si tal artista resolvió con fortuna las notas picadas de tales compases, si se desenvolvió bien en la zona de paso... Todas esas cosas a que suelen leerse a críticos pedantes y que, siendo importantísimas en lo técnico, no son en realidad la música, sino el medio que esta encuentra para materializarse. No, señor Barenboim, no debe usted confundir a un crítico con un profesor de conservatorio, porque entonces convertimos al intérprete en un mero ejecutante, cuando en realidad es propiamente un artista con cosas que decir y con cosas que (re)crear. Usted el primero, dicho sea de paso, aunque tantas veces se haya empeñado en quitarse a sí mismo la etiqueta de "autor".

Perfecto ejemplo de la necesidad de diferenciar claramente entre intenciones y resultados, y de cómo lo primero termina siendo mucho más decisivo que lo segundo, es este disco en el que Yuja Wang, Andris Nelsons y la Sinfónica de Boston interpretan los dos conciertos para piano de Dimitri Shostakovich, un registro de Deutsche Grammophon que forma parte de la gran caja dedicada al autor de La nariz protagonizada por el maestro letón, y que ahora acaba de salir aislado. Director y solista, que dejan muy claro lo que quieren volveremos enseguida sobre ello–, materializan sus ideas de manera portentosa. Es difícil tocar mejor que como lo hace la pianista china. Pulsación extremadamente limpia, por mucho que pueda correr. Sonido de extrema plasticidad, que logra aligerarse al máximo pero también se muestra capaz, aun sin ofrecer mucha densidad armónica, de enfrentarse a la masa orquestal. Fraseo flexible, rico en inflexiones expresivas tanto en la agógica como en la dinámica. Mucha belleza sonora. Efervescencia a tope. Y mucha, muchísima brillantez.

Ahora bien, ¿qué nos han querido decir nuestros artistas sobre las obras en cuestión? Porque interpretar no es solo poner las notas en su sitio. Es investigar, decir algo interesante, sea profundizando en lo ya sabido o aportando cosas nuevas. En el Concierto nº 1 Andris Nelsons, con independencia de la excelencia de su concertación y todo eso, dice cosas no ya interesantes, sino interesantísimas: en esta página en principio gamberra y desenfadada hay mucho más dolor del que parece. Nos lo deja bien claro en un Andante y un Moderato cargados de pathos, amargor y desazón, como también en un movimiento conclusivo que no suena a cine mudo o a dibujos animados, sino a esa locura a la que, en el universo expresionista en general y shostakoviano en particular, termina conduciendo la desesperación. Yuja Wang va un poco por su cuenta, sin enfrentarse al concepto del maestro, pero aportando esa efervescencia, esa vitalidad, esa chispa y ese descaro que, pese a lo antes dicho, resultan imprescindibles en esta música. Su fraseo felino, a veces rapidísimo pero siempre elástico, recuerda no poco a Martha Argerich, aunque con un toque mucho menos percutivo que el de la de Buenos Aires y ofreciendo algunos momentos de delicadeza extrema que no siempre resultan convincentes. Más reparos se pueden poner al trompetista Thomas Rolfs: toca increíblemente bien, pero no termina de destilar sarcasmo y tampoco sabe destilar ese aroma a tabaco y alcohol que ha de poner en evidencia los toques jazzísticos de la página. Sea como fuere, una de las grandes versiones de la página (aquí la discografía comparada).

En el Concierto nº 2 Yuja Wang parece imponer su concepto sobre el director. Mal asunto. En los movimientos extremos se queda en lo lúdico y aprovecha para realizar un indisimulado exhibicionismo -el clímax posee nervio antes que desgarro-, mientras que en el Andante ofrece sonoridades levísimas, un fraseo perfumado y una expresión contemplativa que cae en lo kitsch: tan solo un hilo musical. De belleza extrema, eso sí, pero hilo musical al fin o al cabo. Andris Nelsons trabaja de madera formidable con las carnosas maderas de Boston y se muestra mucho más sensato que la solista en la expresión, y ahí se queda: esta vez no indaga en los pliegues de la música. ¿Resultado? Una versión tan vistosa como superficial de una música que merece muchísimo más.

Completando el compacto, Yuja ofrece una breve selección de preludios y fugas del autor. He realizado la comparación con el referencial registro de Alexandre Melnikov, con el resultado esperable: ella, que pone imaginación a la hora de tratar las líneas polifónicas sin por ello perder claridad, resulta más fresca, juguetona y efervescente, también más coqueta y delicada, ganando a su colega en lo que electricidad y brillantez se refiere, pero él indaga mejor en los pliegues expresivos y resulta más atrevido a la hora de plantear tensiones.

Total, que si hacemos caso de Barenboim este disco solo puede calificarse como sensacional, pero si pensamos que la clave está en la manera de mirar la música, para el autor de estas líneas no encontramos ante una versión del Primero de enorme interés y una del Segundo que, aun muy bella y vistosa, reduce esta música a una agradable nadería.

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