miércoles, 14 de mayo de 2025

Nelsons viaja al año 1917

Continúo indagando en el ciclo Shostakovich de Andris Nelsons con la Sinfónica de Boston, y llega el turno de la Sinfonía nº 12, el año 1917, registro realizado por DG en noviembre de 2019. No me gusta la obra: los primeros quince minutos los escucho con cierto interés, porque son vistosos y están muy bien escritos, pero en los tres últimos movimientos me aburro inevitablemente. ¿Lo digo más claro? Me parecen un monumental bodrio por su insinceridad, vulgaridad y hasta torpeza compositiva. Aun así, he querido darle una oportunidad a la página y he completado una pequeña comparativa que espero presentar pronto.

El resultado del repaso lo tengo más o menos claro: Rozhdestvensky es el único director que logra convencernos, haciéndolo gracias a un enfoque que, aun siendo cierto que estamos ante una partitura que no admite reinterpretaciones, potencia lo dramático frente a lo épico. Mravinsky, por el contrario, me parece sobrevalorado: tan entusiasta optimismo resulta en exceso impostado, amén de que con esos tempi la música no respira como es debido y se le escapa el carácter opresivo que, por mucho que se quiera rendir homenaje a la revolución soviética, esta música también exige.

Luego están los intérpretes como Haitink o Dudamel, que se limitan a poner lo escrito con los sonidos suntuosos que les ofrecen sus orquestas, nada menos que la del Concertgebouw y la Filarmónica de Berlín respectivamente, sin escorarse hacia ningún lado de la expresión, sujetando bien las riendas y poniendo la convicción por encima de la vulgaridad. Andris Nelsons se apunta al carro, y se diría que supera a ambos.

Habrá quien pueda echar de menos la electricidad impresionante del citado Mravinsky, pero Nelsons no cae en la trampa de las prisas en la que se veía atrapado el mítico maestro. Más bien al contrario: el letón va relativamente lento y así puede explicar con mucha más transparencia el entramado orquestal, planificar de manera más orgánica la arquitectura y cantar las melodías con el vuelo con que lo hacía otro más que notable recreador de la obra, un tal Rostropovich. En lo sonoro su apuesta no mira hacia el romanticismo, como tampoco se plantea visceralidades expresionistas. El segundo movimiento, el de las reflexiones de Lenin y tal, posee concentración y sentido del misterio, mientras que en los movimientos conclusivos la música fluye con lógica sin necesidad de forzar las cosas, aunque también es cierto que sin especial garra. La coda no logra salvarla, pero eso es absolutamente imposible con semejante mamarracho musical delante. 

En cualquier caso, lo realmente grande de este registro es lo que hace la Sinfónica de Boston, en parte por su inmenso virtuosismo y en parte por lo que Nelsons extrae de ella. Memorables, como en el resto del ciclo Shostakovich, las maderas de la agrupación, pero no hay que elogiar menos a una cuerda verdaderamente suntuosa. Semejante prodigio, por si fuera poco, es recogido por una toma sonora sencillamente colosal, impresionante, de caerse de espaldas. ¿Recomendaciones? Rozhdestvensky sigue ahí, pero esta versión es de apreciable altura y recoge el espectáculo mejor que ninguna otra.

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