En mi libro sobre Daniel Barenboim (se puede comprar aquí) me permití bromear en el arranque del capítulo Un perfil del director de orquesta: “Delgado cuando joven, no tanto de mayor y con bastantes kilos menos tras su reciente enfermedad”. A punto de llegar a Sevilla y a Madrid con su Gewandhaus de Leipzig, nada menos, me permito hacer lo mismo con Andris Nelsons. Se mostraba delgado y lampiño hasta la segunda década de este siglo. Luego anduvo orondo y barbudo, hasta el punto de que José Luis Pérez de Arteaga dijo, con toda la razón, que le recordaba al mismísimo Johannes Brahms. Así estuvo hasta otoño de 2023, a tenor de las filmaciones disponibles. En la primavera del año siguiente me lo encontré en Leipzig sentado en el patio de butacas viendo la Lady Macbeth de Shostakovich que él mismo dirigía un día después: había adelgazado una barbaridad. Ahora llegan breves vídeos de Boston que lo muestran casi sin barba. ¡Menudo cambio! Está claro que, cuando vaya a pedirle un autógrafo, tendré que preguntarle por su dietista.
Tonterías aparte, parece que el público sevillano no termina de enterarse de quién este señor, porque quedan demasiadas entradas por vender habida cuenta de la magnitud del acontecimiento: si la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig es una de las mejores de Centroeuropa –mantiene la tradición de un sonido cálido y poco denso que dicen se remonta a Mendelssohn–, el maestro letón es una de las grandísimas batutas sinfónicas de nuestros días. En realidad, si dejamos aparte esos maestros en edad venerable que son Herbert Blomstedt (97 años), John Williams (93), Zubin Mehta (88), Christoph Eschenbach (85), Riccardo Muti (83), Daniel Barenboim (82) y Michael Tilson Thomas (80), apenas conoce rival.
Quizá el único sea Simon Rattle (70), magnífico artista aunque no especialmente creativo ni firmante de versiones referenciales. Chailly (72) está desde hace mucho tiempo de capa caída. Gergiev (71) me parece un horror. Thielemann (65) no ha terminado de cuajar. Pappano (65) es más artesanal que creativo, aun siendo gran director. Welser-Möst (64) es un peñazo, Gatti (63) más bien discreto, Paavo Järvi (62) medianito y Kirill Petrenko (53), pese a su soberbia técnica –la mejor de la actualidad–, abiertamente malo salvo en autores muy concretos.
Bajando a la edad de Nelsons, que ahora mismo cuenta 46, tenemos a un Nézet-Séguin (49) notable pero con resbalones serios, un Daniel Harding (49) que ha ido de poco a mucho, un Heras-Casado (47) que comenzó de manera formidable para luego convertirse en un bluf y un Dudamel (44) tan rebosante de talento como irregular. Lo de Lahav Shani (36) y Klaus Mäkelä (29) está aún por ver, pareciéndome el primero más interesante que el segundo. Lo tengo claro: Andris Nelsons es de lo mejorcito del panorama actual, y sin duda el más sólido entre los que aún no han cumplido la cincuentena.
Llevo escribiendo sobre él en este blog desde noviembre de 2011 (pueden comprobarlo aquí). Creo que he sido de los primeros críticos al sur de los Pirineos en seguir de cerca su carrera y defender su valía, sin dejar por ello de poner más de un reparo expresivo, que no técnico: su batuta es absolutamente sensacional. Como le he visto dirigir tres veces en directo –dos en Madrid, una en Londres– y conozco alrededor de dos tercios de su legado discográfico y videográfico, creo que puedo hacer ahora un breve repaso, no sin antes advertir que lo mejor de su arte no está en los discos para Deutsche Grammophon, sino en los realizados para otros sellos y, sobre todo, en las filmaciones de sus conciertos –Digital Concert Hall, Stage +, Medici TV, YouTube– al frente de orquestas como la Filarmónica de Berlín, Filarmónica de Viena, Concertgebouw de Ámsterdam y, obviamente, Gewandhaus de Leipzig.
También hay por ahí alguna toma de radio a tener en cuenta. Por ejemplo, su Misa en si menor de Bach con la Sinfónica de Boston: tradicional y “grande” en el mejor sentido de la palabra, a todas luces magnífica por su parte y la de la orquesta. Si hiciera algo así en Sevilla, los críticos de la kale barroka –que ya son casi todos en la ciudad de la Giralda– le apedrearían. Una pena que no venga con música del kantor al Maestranza, porque con los chicos de Leipzig se lo puede permitir. Y es que allí se ha conservado con plenitud la tradición bachiana sin instrumentos originales, pues precisamente los de la Gewandhaus acuden todas las semanas a la Thomaskirche a rendir sus respetos en la tumba del maestro. ¡Que cambien en el programa la Cuarta de Mahler por las cuatro Suites para orquesta, porfa! A más de uno le daría un patatús, y a muchos se le abrirían los ojos.
El Haydn y el Mozart de Nelsons son magníficos, desde luego lejos de la densidad sonora de un Barenboim o un Muti, pero en modo alguno afectados por la dieta baja en calorías y elevada en afectos –término que usan los pedantes para referirse a los amaneramientos HIP– que hoy se ha puesto de moda en este repertorio: vitalidad, contrastes en su punto justo y calidez expresiva son sus signos de identidad, porque en lo que a la óptica se refiere en unas ocasiones se muestra dionisíaco y en otras indisimuladamente apolíneo.
Su ciclo Beethoven con la Filarmónica de Viena, por el contrario, ha sido un chasco. Relativo, porque el nivel es alto, pero chasco: muchísima belleza y enorme depuración sonora, pero desde un enfoque excesivamente suave, ajeno a contrastes y al sentido del pathos que necesita la música del sordo genial. Hay cosas muy interesantes en su ciclo y algún pinchazo considerable.
No le recuerdo ahora ningún Schubert, y su Schumann no se lo he escuchado. Perfecto su estilo para Mendelssohn: esa imposible cuadratura del círculo que es ser ligero y denso, efervescente y profundo al mismo tiempo nuestro artista lo consigue a la perfección, aunque según qué obra y que movimiento se detecten irregularidades expresivas. Su dirección de los dos conciertos para pianos de Chopin, con Barenboim de solista, es de referencia absoluta. Lo de Brahms está claro: si sus conciertos con la Grimaud están francamente bien, su ciclo de sinfonías es de los mejores de las últimas décadas.
Tchaikovsky lo interpreta desde un punto de vista muy occidentalizado, para lo bueno y para lo no tan bueno; su Patética con Leipzig resulta sorprendentemente apolínea. Descomunal su Scheherezade de Rimsky-Korsakov en Ámsterdam. Su Dvorák, en el punto justo de equilibrio entre rusticidad y sensualidad, es de gran calidad, aunque hay que advertir que, a tenor de las varias versiones de la Sinfonía del Nuevo Mundo que le he escuchado, cambia de concepto. Veremos qué hace en Sevilla y Madrid con esa maravilla que es La rueca de oro. Fabuloso el disco Saint-Säens con Lang Lang.Ha dado mucho que hablar su ciclo Bruckner en Leipzig. Lo que he escuchado de él me gusta, a veces mucho, pero es verdad que su enfoque –como ocurría con Beethoven– resulta en exceso sereno: este autor necesita "más caña". Lo mismo se puede decir se sus fragmentos de Wagner, a falta de haberle escuchado una ópera completa. Y ya que hablamos de ópera, su Bohème resulta personal e interesantísima.
Su cita del 1 de enero de 2020 con la Filarmónica de Viena ya la habrán visto ustedes: es de las mejores de los últimos lustros, aunque Muti no se ha quedado precisamente corto en 2025. Y qué les voy a decir del ciclo Mahler que casi ha completado con esta orquesta después de la entrada que a él le dediqué el otro día: Nelsons es el mejor intérprete de este autor en las últimas décadas. Su Novena es la que más me gusta de las muchas que he escuchado en discos. A España trae la Cuarta, cuyos movimientos pares alcanzan la estratosfera mientras que el resto se escora hacia el preciosismo. Cabe la posibilidad de que ahora las cosas cambien, tanto a mejor como a peor: nuestro artista no es de los que se conforman con repetir el mismo concepto una y otra vez. Más romántica que expresionista su Segunda de Sibelius.
Richard Strauss es la auténtica especialidad de la casa, pero mucho ojo: si en sus testimonios fonográficos más antiguos sobresalía por su vigor juvenil, en el ciclo con Boston y Leipzig para DG ha modificado muchísimo su planteamiento para escorarse en exceso hacia la sensualidad, la elegancia y el equilibrio. Escúchenle mejor con Birmingham, Concertgebouw y la Filarmónica de Berlín. Hay ahí muchas cosas de referencia.
Muy alto nivel en La mer de Debussy, e interesantísimos los dos conciertos para piano de Ravel con Seong-Jin Cho que han salido esta misma mañana y comentaré muy pronto. Claro que lo que a él más le gusta es el Concierto para violín de Berg, que dirige una y otra vez con reveladores resultados.
En Stravinsky siempre ha acertado, en ocasiones dentro de planteamientos ortodoxos y en otras haciendo gala de considerable heterodoxia. De Prokofiev solo le he escuchado una larga y muy dinámica selección de Romeo y Julieta en toma radiofónica. Su Shostakovich ha causado comprensible controversia: unas veces roza la referencia absoluta, otras se queda en lo notable y en ocasiones muestra evidente flojera. Recuerda en este sentido a Haitink en su empeño en objetivizar y despolitizar al autor, realizando una sensacional labor de análisis del tejido sonoro sin termina de implicarse en la expresión.
El War Requiem de Britten lo hace de manera satisfactoria, aunque solo eso. La Sinfonía Turagalila alcanza un increíble nivel técnico; en la expresión se le pueden poner reparos a dos movimientos, mientras que el resto de la página de Messiaen es sensacional. El repertorio más reciente no lo ha grabado mucho: su disco Gubaidulina lo desconozco.
¿Alguna conclusión? Técnica absolutamente portentosa. Claridad de líneas, desarrollo horizontal y riqueza de matices, de primerísimo nivel. Belleza sonora por encima de la electricidad y de los claroscuros dramáticos: suele preferir lo apolíneo a lo dionisíaco, aunque se aprecian enfoques lo suficientemente plurales si tomamos en conjunto todas sus realizaciones. Y se puede añadir, para terminar, cierta evolución en la que se ha ido desplazando desde planteamientos en buena medida extrovertidos hacia terrenos en los que la sensualidad, la cantabilidad y la ensoñación cuentan con mayor espacio, lo que en unas ocasiones resulta muy apropiado y en otras no tanto. Veremos lo que nos hace en España. En lo que al Maestranza se refiere, no hace falta ni decirlo: la cita del año.
3 comentarios:
Es un triunfo tenebroso y,glorioso,el,CD,GUBAIDULINA,el,de,MESSIAEN,es,un,golazo,de,media,cancha,fabuloso{tanto,que,deseo,tener,el,CD,real,pero,por,desgracia,no,lo,editaron,en,DG,una,pena}
A mí me gusta mucho Nelsons; los discos Orfeo son muy buenos; el ciclo Bruckner lo he escuchado despacio y dos veces y globalmente es muy bueno; a Hurwitz no le gusta mucho ese ciclo pero el problema de Hurwitz es otro: a él no le gusta Bruckner, sencillamente. Respecto a directores actuales, está muy bien Jakob Hrusa y también Philippe Jordan…; honestamente hoy en día no hay leyendas pero el panorama de directores es bastante bueno, mejor quizás que de cantantes…
Marcelo, el CD de Messiaen está previsto que aparezca en un futuro.
Manuel, es verdad que hay otros directores muy buenos, como Jordan, Hrusa y unos cuantos más, pero he querido enumerar solo a los muy famosos y que tienen muchas grabaciones. A Hurwitz no sé si le gusta Bruckner, pero sí sé que le gustan las versiones que "hacen mucho ruido". Lo de Nelsons es demasiado clásico para él.
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