Este disco fue registrado por DG en la Maison de la Mutualité de París en noviembre de 1985. Yo había escuchado su contenido cuando me acerqué a la colección de Sonatas para piano y violín de Mozart grabada por Daniel Barenboim e Itzhak Perlman, pero ahora que he tenido la oportunidad de comprarlo en soporte físico –de segunda mano, en un mercadillo de Módena– he vuelto a escucharlo.
La audición me ha servido, ante todo, para confirmar el genio del de Salzburgo. Es verdad que la Sonata KV 376 no alberga particular interés, pero vaya si lo tiene la KV 377. ¿Se puede ser más elegante y vital al mismo tiempo? ¿Es posible sintetizar mejor galantería y frivolidad bien entendida con hondura expresiva? ¿Y qué me dicen de la manera de alternar el protagonismo de los instrumentos? Suele afirmarse que con estas páginas Mozart convirtió lo que en principio eran obras para tecla con acompañamiento de violín en páginas para violín y fortepiano en igualdad de condiciones, y eso es justo lo que aquí queda de relieve: las dos partes reciben las mismas exigencias tanto técnicas como expresivas, al tiempo que tienen idénticas oportunidades de lucimiento. Algo muy parecido puede decirse de las dos series de variaciones que presenta el CD, La Bergére Célimène KV 359 y Hélas, j'ai perdu mon amant KV 360. ¡Qué manera de partir de sendas chorradillas para ir profundizando poco a poco en los diferentes estados del alma humana!
Las interpretaciones. A ver, el sonido de Perlman –agudo muy áspero, hiriente incluso– es quizá el ideal para Tchaikovsky, Sibelius o Berg, pero no para Mozart. Técnicamente, ya se sabe, no hay quien le tosa. Y en lo expresivo se las sabe todas, porque pasa con facilidad insólita de una atmósfera a otra sin perder el sentido de la elegancia mozartiana. Barenboim es Barenboim, y por ende no se limita precisamente a ser un acompañante. Justo lo que esta música pide: un piano de enorme relevancia. En cualquier caso, lo importante es que los dos amigos encuentran una sintonía absoluta en lo que hacen y ofrecen música de cámara "de verdad", dialogando como solo dos artistas gigantescos y con plena confianza entre ellos saben hacer.
Concretando un poco, en la Sonata para piano y violín nº 24, KV 376 logran ofrecer un primer movimiento delicioso, coqueto en el mejor de los sentidos y con efervescencia ajena al nerviosismo. ¿Quién dijo que el Mozart de Barenboim era demasiado serio? Lo sería en los años sesenta, pero no ya en los ochenta. El Andante lo llevan sin lentitudes y con emotividad. Tercero en la línea del primero, sin que moleste la aspereza del violín de Perlman.
En las Doce variaciones sobre La Bergére Célimène los dos artistas dan una lección de sensibilidad y estilo mozartiano, ofreciendo variedad expresiva desde el mayor control y equilibrio formal. Equilibrio, que no ausencia de contrastes ni timidez cuando toca poner acentos. La manera en la que cada uno pasa el protagonismo al otro en cada una de las variaciones es digna de admiración. Por lo demás, justo es dejar testimonio de cómo en la penúltima variación Barenboim alcanza la más absoluta excelsitud poética.
Siendo espléndidos los movimientos extremos de la Sonata para piano y violín nº 25, el tema con variaciones del central permite a los dos artistas desplegar una cantabilidad asombrosa y destilar esa poesía agridulce, llena de desazón pero siempre elegantísima, que caracteriza la mejor música mozartiana. Las Seis variaciones KV 360 vuelven a resultar una delicia; la música no alcanza semejante excelsitud, pero hay muchos momentos en los que nos toca en lo más hondo.
Una cosa más: dada la naturaleza de estas creaciones, les recomiendo vivamente que se acerquen a la integral historicista de Gary Cooper y Rachel Podger para el sello Channel. Es magnífica en lo interpretativo y dice cosas distintas, igualmente válidas y no menos necesarias para comprender a Mozart.