Cada vez que comento un concierto de la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said, o de su hermana la OJA, tengo que repetir lo mismo: en eventos de estas características lo importante no se encuentra en las versiones que la batuta de turno hace de las obras programadas, sino en el resultado técnico conseguido después de que los chavales hayan recibido los correspondientes talleres. Si el crítico sintoniza o no con la óptica interpretativa debería importar poco o nada. Pero claro, lo de ayer domingo en el Maestranza –hoy lunes en Almería– era bastante especial y tenía mucho morbo, porque los melómanos acudíamos no solo a tomarle el pulso a nuestra más joven hornada de instrumentistas, sino también a hacernos una idea de las cualidades de Oksana Lyniv (n. 1978), directora a la que ya le pesa la etiqueta de “primera mujer que dirigió en el Festival de Bayreuth”.
Acudí desconcertado ante las dos cosas que le conocía, ambas con la Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia del que es titular. Por un lado, una Novena de Beethoven en la que junto a un primer movimiento rígido y aséptico, negación absoluta del sentido orgánico del fraseo, ofrece un sensible Adagio molto e cantabile. Por otro, una larga suite de Parsifal preparada por Abbado francamente buena en lo expresivo y en la que deslumbra, frente a un coro muy insuficiente, el bellísimo sonido que la directora obtiene de la orquesta boloñesa. Misterio total, pues. ¿Qué nos ofrecería la señora Lyniv?
Pues comenzó con una obertura del Rey Lear de Berlioz poco interesante: fraseo no exento de elegancia y buen gusto en la expresión, pero equilibrio de planos no del todo logrado, falta de electricidad en el fraseo y escasa continuidad en el discurso. A ver, no es que lo hiciera mal: es que esta obra tan claramente de segunda necesita mucho más para funcionar (aquí discografía comparada).
En total y absoluta sintonía con un Michael Barenboim del que hablaré más abajo, Oksana Lyniv se decidió por una interpretación por completo apolínea del Concierto para violín de Mendelssohn. ¿Vale así? Desde luego: personalmente prefiero mayor equilibrio entre vuelo lírico e inflamación emocional, como también más atención a los aspectos dolientes que alberga esta música genial –sobre todo en su segundo movimiento–, pero ver esta página como un milagro de puro clasicismo tampoco es ningún ejercicio de heterodoxia, sino todo lo contrario. Otra cosa es que se caiga en el peligro de la falta de intensidad, de la excesiva ligereza o de la trivialidad. Pues bien, tanto el solista como la directora triunfaron en este sentido. Fue la de ambos una recreación exquisita, fraseada con enorme naturalidad y amplio aliento lírico, delicada en el mejor de los sentidos, tierna sin caer en lo empalagoso y dotada del imprescindible punto de chispa, picardía y luminosidad. Añadamos un milagro: obtener de una formación orquestal francamente grande un sonido tan claramente mendelssohniano, es decir, con una ligereza (¡sensacional trabajo el realizado con las maderas!) y un carácter aéreo que nunca debería confundirse con la falta de densidad en el sonido ni –menos aún– con ingravideces que rozan la cursilería. El control de los medios por parte de la batuta fue globalmente bueno, aunque hay que hacer un serio reproche: poco después del arranque, con la reexposición del tema tras la primera intervención del solista, los violines se vinieron abajo y la tensión se quebró por completo.
¿Y el violín? Quien haya escuchado sus dos increíbles, descomunales discos en solitario sabe que Michael Barenboim, a quien en el Maestranza le hemos visto crecer y madurar año tras año, posee un talento fuera de serie. Otra cosa es que el sonido de su instrumento guste más o menos según qué repertorios. En Mendelssohn la cosa está clara: resulta muy adecuado para poner de relieve la faceta más delicada del compositor. Eso es justo lo que hizo, materializándolo con una limpieza en la exposición admirable. No, no es en el repertorio más teóricamente duro donde un solista queda en evidencia, sino en clasicismo y primer romanticismo. Barenboim no solo “las dio todas”, sin que lo hizo sin aparentar –en esta obra complicadísima– esfuerzo alguno, recordando a esos pianistas que, como dice su padre, hacen que lo difícil parezca fácil. Expresivamente, quizá sea necesario insistir en ello, fue un dechado de clasicismo bien entendido, demostrando que huir del romanticismo –en la discografía comparada ya expliqué que nuestra querida María Dueñas cayó en la trampa de confundir esto con Tchaikovsky– no ha de significar asepsia expresiva. La inesperada propina de Fritz Kreisler –del autor me enteré en el intermedio, lo confieso– sí que permitió al artista desplegar tensiones y claroscuros, amén de dejar todavía más claro su portentoso virtuosismo.
Pensé que la Primera de Brahms no me iba a gustar. ¡Menudo crítico presuntuoso y lleno de prejuicios! Sí que me gustó, y no poco. Para empezar, está la cuestión del sonido orquestal: al igual que Mendelssohn sonó a Mendelssohn, Brahms sonó a Brahms, lo que equivale a sonoridad aterciopelada en la cuerda, color oscuro, empaste muy redondo y buena musculatura. Luego está el asunto del fraseo, que tiene que hacer gala de una flexibilidad particular que atienda a picos y valles de tensión, evite la violencia en los ataques –la tensión debe proceder exclusivamente de la planificación cuidadosa– y permita que las melodías vuelen sin rigidez. Y ahí está la gracia: todo esto que la directora ucraniana no hizo en el Beethoven arriba citado sí lo hizo anoche en el Brahms, que dirigió con un gesto particularmente claro y atento, evidente demostración de una solidísima técnica en la que debe de estar la clave de la importante carrera que ha venido desarrollando.
Por lo demás, fue la suya una interpretación de corte moderado. Un amigo me decía que prefiere visiones más enérgicas y contrastadas, más abiertamente dramáticas. Pues sí, como también se pueden desear más góticas, más atentas al peso de los silencios y todavía más paladeadas en lo melódico. Pero no se puede decir que la directora hiciese un Brahms descafeinado. Simplemente, sintetizó esos elementos y los ofreció en un justo equilibrio sin caer ni en blanduras, ni en equivocadas opulencias ni en excesos orquestales. Pues sí: un Brahms clásico, justo como hizo en Mendelssohn.
He dejado la orquesta para el final. Estuvieron bien las maderas, sobre todo en la propina, el pasodoble Amparito Roca. No me gustaron los metales, por demasiado fallones. Me pareció formidable el timbalero en Brahms, rotundo y preciso sin excesos. A la chica que hizo el solo del violín en el segundo movimiento de la sinfonía, la sevillana Irene Arriaza González, deberían contratarla ya mismo en alguna orquesta española importante: ¡qué sonido, qué facilidad en el fraseo, qué musicalidad! En cuanto a la cuerda… No exagero si digo que en las muchas ocasiones en las que he escuchado tanto a esta formación como a la Orquesta Joven de Andalucía nunca había disfrutado, aun con sus errores y desajustes –inevitables en una serie de personas que nunca tocan juntas–, de una cuerda tan sedosa y empastada, tan maleable y tan bella. No le quito precisamente mérito a Oksana Lyniv, porque ahí están las maravillas que hizo con su formación boloñesa, ni tampoco al lujoso profesorado que ha impartido los cursos de la Fundación, pero si este es el nivel de nuestros jóvenes –en algún caso, jovencísimos– instrumentistas, tenemos motivos para el orgullo. Luego algunos se preguntan para qué queremos esta fundación, para qué queremos estos cursos y este profesorado o para qué queremos estos conciertos, si ya tenemos conservatorios y una Joven Orquesta de Andalucía. Pues miren ustedes: para permitir a más adolescentes de nuestra tierra que su talento en potencia salga a la luz, para garantizar la excelencia técnica futura en nuestra red de formaciones orquestales y, en definitiva, para extender todo lo que se pueda el interés por la música culta. ¿Les parece poco?
Crédito de las fotos: Luis Castilla
3 comentarios:
Por cierto, aunque no tiene nada que ver con la critica del concierto, estoy leyendo el articulo de la revista Codalario, y por lo menos dos críticos, recomienda tu libro como el mejor del año.
excelente el concepto de la directora ucraniana:cero complicaciones y que suene todo aseado como bien comentaba un amigo.La labor de esta fundación para la cultura en Andalucía es paes impagable.muchos temían qué la llegada de otro presidente trajera el final de la colaboración más al contrario, salen nuevas hornadas de músicos en una región sumida en el consumo interno y el arte popular. Enhorabuena a quien proceda y que se siga en la misma linea
Muchas gracias por la información, antonbg. Me hace mucha ilusión. la verdad. Ahí va el enlace:
https://www.codalario.com/opinion/apartado-para-rotacion-de-informaciones-en-la-cabecera/lo-mejor-de-2024-en-libros--conciertos--espectaculos-escenicos-y-grabaciones-musicales_13787_34_44125_0_1_in.html
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