viernes, 19 de junio de 2020

EMI recupera a Barbirolli: Sibelius y Dvorák

Sir John Barbirolli (1899-1970) fue uno de los más grandes directores del siglo XX. O al menos, de los años sesenta del pasado siglo. Y también de los más infravalorados: nadie duda de su enorme talento, pero todavía no se ha reconocido del todo la increíble altura de casi todas las grabaciones que realizó a lo largo de la última década de su no muy larga carrera. Ello puede tener en parte que ver con las deficiencias de algunas de las tomas realizadas por los ingenieros de EMI, así como por los pobres reprocesados que sufrieron en su trasvase a compacto: ahí está el caso de su Quinta de Mahler con la New Philharmonia, que sonaba regular en CD y ahora lo hace de escándalo tras la recuperación japonesa en SACD.


Parece que EMI por fin se decide a tratar con dignidad el legado del maestro y lanza una caja de nada menos que 109 compactos en reprocesados presuntamente nuevos que nos permitirán escuchar en las mejores condiciones hoy posibles estos testimonios. Pensaba comprármela en cuanto se pusiera a la venta, que ha sido hoy viernes 19 de junio, pero hay un problemilla: 221 euros en Amazon España, 152 más gastos de envío en Amazon Italia. Vamos a dejarlo. Venturosamente, alguna o muchas de esas recuperaciones podrían aparecer en las plataformas de streaming habituales. Este primer día lo han hecho dos, nada menos que a una resolución de 96 kHz, es decir, bastante mejor que en CD. No me he resistito a escucharlas en Qobuz.

Una es su justamente celebrada Segunda de Jean Sibelius. Bueno, la del ciclo para EMI grabada en 1966, porque hay otra cuatro años anterior que comenté aquí mismo hace ya tiempo. Son parecidas. Sir John ofrece lectura abiertamente antirromántica, decididamente en el extremo opuesto a lo que con esta música harán –con insoportables resultados– un Karajan o –de manera por completo genial– un Bernstein. La Orquesta Hallé, que rinde estupendamente, suena con una tímbrica  aristada e incisiva; no hay interés por la belleza sonora en sí misma. El fraseo se encuentra lleno de electricidad y nervio –tremendos zurriagazos en el tercer movimiento– pero sin caer en el nerviosismo y haciendo gala de una perfecta arquitectura, tan implacable en su desarrollo como férreamente controlada. Las melodías están bien cantadas sin ceder lo más mínimo a la dulzura ni a la ensoñación contemplativa. Y la emotividad es tan sobria en los pasajes introvertidos como rebelde, combativa y desgarrada en los más decibélicos. Ni que decir tiene que la grandeza del Finale no resulta en absoluto épica, sino trágica. ¿Y el sonido? Sinceramente, no noto que se trate de una nueva remasterización, aunque el HD resulta apreciable por la "carne", el relieve y la presencia de las frecuencias graves.

De complemento a este primer disco, El cisne de Tuonela. Un Barbirolli audiblemente emocionado –se escuchan a la perfección los mugidos del maestro– ofrece una recreación de una concentración tensa y doliente, de una belleza adecuadamente fría y desolada, en las que los breves clímax, aun evitando la opulencia sinfónica por la que optan otros directores, ofrecen una garra conmovedora. Impresionante.


El otro disco me ha gustado menos: Sinfonia nº 8 de Dvorák y Scherzo Capriccioso del mismo autor, todo ello con la Orquesta Hallé en una grabación original del sello Pye con copyright de 1958: debe de ser de ese mismo año o del anterior. El maestro ofrece un Dvorák que suena a eso, al genial compositor checo, no a una especie de Brahms con toque de Tchaikovky, por mucho que algunos directores hayan hecho auténticas maravillas desde semejante prisma interpretativo. Pero el de Sir John es Dvorák puro de oliva, rústico en el mejor sentido, lleno de frescura de de sabor folclórico, muy decidido y siempre atento a no quedarse en los aspectos más pintorescos de los pentagramas para, por el contrario, sacar a la luz lo mucho que de dramático hay en lo mismo.

Lo malo es que a la batuta se le va la mano con tanto fuego y tanto carácter combativo, descuidando otras cosas que también albergan las notas, y en grandes cantidades: sensualidad, ensoñación, vuelo lírico y delectación sonora. Del uno al diez, yo le pondría un ocho a los movimientos extremos de la sinfonía, y solo un siete a los centrales. Al Scherzo Capriccioso quizá le pondría el 8'5.

La toma sonora sufre las limitaciones habituales del sello Pye, si bien la restauración en HD permite realizar una audición la mar de digna en la Octava, no tanto en el Scherzo.Y ahora, a ver si asoman la cabeza los peces gordos, es decir, las genialidades que quizá podrían sonar mucho mejor de como ahors alo hacen: el Réquiem de Verdi, el Pelleas de Schönberg, la referida Quinta de Mahlere, Peer Gynt de Grieg, todo su Elgar...

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