martes, 21 de febrero de 2023

Jenufa en el Maestranza (y II): la intensidad de Ángeles Blancas

Aún traumatizado por el concierto de Barenboim en La Scala con las tres últimas sinfonías de Mozart –quiero verlo una vez más antes de escribir–, continúo con la Jenufa del pasado sábado 18 en el Teatro de la Maestranza. Si hablar de la vertiente musical (aquí) es hacerlo de la fascinante puesta en escena de Robert Carsen, hacerlo de la vertiente musical es centrarse en Ángeles Blancas.

Soy rendido admirador del arte de la hija de Antonio Blancas y Ángeles Gulín desde una memorable Traviata en el Villamarta hace ya muchos años, no por sus facultades canoras –administradas con inteligencia, pero evidenciando insuficiencias– sino por la enorme intensidad dramática y sinceridad que imprime a sus interpretaciones. La he visto decaer: si la Tosca en el propio teatro jerezano ya resultaba preocupante, en las Carmelitas del pasado verano (reseña aquí) estuvo francamente mal. Por eso ha sido una felicidad encontrarla ahora mucho mejor, por descontado que con las desigualdades de siempre y sin rastro de esmalte en la voz, pero liberada del trémolo de la última ocasión. En cualquier caso, el de Kostelnicka es un papel para "vieja gloria" que sea una actriz-cantante, en este orden, de enormes dimensiones. Pues bien, Doña Ángeles accede al olimpo de las Rysanek, Varnay, Kabaivanska y Silja (¡ahí es nada!) con una recreación de enorme altura en la que se ha dejado no sé si la piel, pero sí toda la mente y toda la voz: tal es la tortura que sometió a su instrumento, atreviéndose incluso a algunos peligrosos reguladores que dejaron claro que la suya no fue meramente una actuación escénica, sino total. Una auténtica fuerza de la naturaleza, vaya, pero en todo momento controlada. Nada de caer en el histrionismo, ni tampoco en la tentación de convertir a su personaje en un monstruo. Aun capaz de asesinar a un bebé, la sacristana es una mujer tan vulnerable como las demás, sujeta a las mismas convenciones sociales y –en definitiva– producto de un entorno asfixiante en el que nadie es libre. Kostelnicka se ve sometida a sentimientos –los del pasado y los del presente– que la conducen a tomar decisiones terroríficas, pero es posible que si Jenufa se hubiera casado finalmente con Steva podría haber terminado convirtiéndose, tras muchas frustraciones, en algo similar.

A Agneta Eichenholz la conocí por la Lulu dirigida por Pappano en DVD, y luego la vi en la misma producción en el Teatro Real allá por 2009 (reseña). Su voz sigue sin presentar especial interés, pero creo que ahora canta mejor. También es cierto que Jenufa, obviamente, ofrece menores dificultades que el personaje de Berg. Sea como fuere, la soprano sueca dio sin problemas las notas, la voz corrió bien –salvo en los primeros quince minutos, por culpa de la escenografía– y dijo su parte con muy apreciable musicalidad. Su triunfo entre el respetable fue justo.


Francamente bien los dos tenores, papeles ambos nada gratos. Peter Gerber posee un instrumento cuya aspereza le viene muy bien a Laca, el enamorado antipático que termina ganándose el corazón de Jenufa; cuenta asimismo con un registro grave sólido que le permitió ir desarrollando su personaje desde la escritura más declamada del primer acto hasta el despliegue lírico del final. La voz más carnosa y cálida de Thomas Atkins resultó ideal para el tan seductor como superficial y arribista Steva. Su canto fue de gran calidad, y supo realizar una actuación escénica tan formidable como la de su colega.

Nivel alto en todos los secundarios, empezando por la abuela de Nadine Weissmann y continuando por una larga lista de españoles: Isaac Galán, Felipe Bou, Marifé Nogales, Marta Ubieta, etc. Todos muy bien, igual que el Coro del Teatro de la Maestranza bajo la dirección de Íñigo Sampil.


Lo menos bueno de la velada vino por parte del foso. Repaso mis comentarios de la Jenufa que vi en Madrid en 2009 con un doble reparto: el primero con Amanda Roocroft y Deborah Polaski (aquí), el segundo con Andrea Dankova y Anja Silja (aquí). Confirmo que encontré entonces lo mismo que ahora. Por un lado, una orquesta sin virtuosismo suficiente para afrontar la dificilísima escritura de Janácek. Sinfónica de Madrid y Sinfónica de Sevilla son, qué duda cabe, dos buenas orquestas, sin nada que envidiarse la una a la otra, pero ninguna de las dos es capaz de responder a la demanda de limpieza, incisividad, potencia y brillantez que exige el compositor. Por otro lado, un director mucho más atento a la vertiente “lírica” de la página que a su modernidad: en Madrid Ivor Bolton, en Sevilla Will Humburg. Sí, ya sé que Sir Charles Mackerras murió hace tiempo, pero a mí no me basta con que todo se encuentre correctamente organizado y se atienda a los cantantes. El compositor moravo necesita una dosis mucho mayor de tensión interna que la que Humburg, limitado por las capacidades de la ROSS, supo ofrecer. Estando esta partitura todavía vinculada a la tradición, hay en ella ya mucho del Janácek maduro: un gran intérprete, lejos de desarrollar el discurso horizontal desde la continuidad orgánica digamos que “wagneriana”, tiene que hacer que esta música suene angulosa y obsesiva, marcar con mucha valentía los picos de tensión y colorear a la orquesta con virulencia fauvista. Dicho de otra manera, debe atrapar desde el principio, dejar al espectador sin un respiro –salvo el número folclórico del tercer acto– e incomodarle un tanto. El maestro no lo logró.

En fin, noche inolvidable pese a los serios reparos expuestos en último lugar. Solo desear que al Maestranza se le haya ocurrido contratar a la Blancas para hacer El caso Makropulos cuanto antes.

Fotografías: Guillermo Mendo 

2 comentarios:

xabierarmendariz88 dijo...

Me temo, Fernando, que no parece que sea una cuestión puntual de que Will Humburg no sintonice con el drama de Janácek y lea la partitura de Jenufa con carácter más lírico de lo que te habría gustado. Hace unos años, estuvo dirigiendo Tosca en Pamplona y permitió una bajada de tensión bastante marcada…, ¡precisamente en la escena de la tortura del segundo acto! La dirigió tan lenta y con tan poca garra que, sencillamente, la tensión se le caía. Imperdonable. Así que estas otras observaciones sobre la Jenufa, lamentablemente, no me extrañan en absoluto.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Upsss, pues es posible que este señor deje que desear en este aspecto. Gracias mil por la información.

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