Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
De la mano de su titular Santtu-Matias Rouvali ha llegado la Philharmonia Orchestra al Teatro de la Maestranza por tercera vez, después de las visitas con Giuseppe Sinopoli en 1993 y con Pedro Halffter en 2005. Hay que recordarlo: la orquesta de Karajan, Klemperer, Muti, Dohnányi y Salonen. La orquesta de multitud de grabaciones de referencia que atesoramos los discófilos. Una de las grandes europeas. Es necesario traerlo otra vez a la memoria porque llega en medio de la total indiferencia por parte de la prensa local, para la que semejante acontecimiento no parece motivo de celebración. Le estimula mucho más, con diferencia, el Festival de Música Antigua, o que la Orquesta de Cámara de Bormujos se pase a la kale barroka, esto es, a las maneras “históricamente informadas” del non-vibrato y del ñic-ñic non stop. Para eso, todos los parabienes habidos y por haber, a veces publicando su reseña en dos y hasta en tres (!) medios diferentes. No hay que extrañarse: son los mismos medios que mostraban su rechazo a que tuviéramos todos los años a uno de los más grandes músicos del último medio siglo, un tal Daniel Barenboim, o que reclamaban en tiempos del citado Halffter “menos cosas raras” (por lo del repertorio del primer tercio del XX) “y más zarzuela”. Me refiero a Diario de Sevilla y ABC respectivamente, por si alguien no capta “la indirecta”. Lo peor de todo es que el desinterés parece ser compartido por el público, que abarrotó las tres funciones de La Verbena de la Paloma y se dio tortas para escuchar a Anna Netrebko, pero que dejó a medio llenar a la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig, a Ismael Jordi y a una Philharmonia que, por si fuera poco, ha venido con otra gloria local: Javier Perianes. ¿De verdad que por ser de Nerva hay gente que no se ha enterado de que es uno de los mejores pianistas del mundo? Alucinante.
El Maestranza ha hecho muy bien en recuperar las grandes orquestas: no puede haber teatro con ciertas aspiraciones que no cuente de vez en cuando con alguna formación de primera fila, al igual que debe hacer producciones propias de ópera o recuperar patrimonio musical local con independencia de su calidad. Pero a nadie se le escapa que después de estas calvas en el patio de butacas el proyecto está condenado a su desaparición.
Me decía un amigo que al público no hay que reprocharle nada, que va a lo que quiere. Cierto. Que la crisis se da a nivel mundial. Pues también. Pero no es menos verdad que se podría hacer una labor de promoción que no se hace. Porque a algunos no les da la real gana, habría que añadir. ¿Acaso no es noticia que una orquesta de semejante categoría visite Sevilla? Y si no es ni mucho menos tan popular como la Wiener Philharmoniker o Ana Netrebko, ¿no habría que explicarle al previamente al personal que estamos ante algo de muchísimo interés o calidad? Parece que no. Y eso puede conducir –va a conducir: son los tiempos de la motosierra de Trump y Milei– al triunfo del pensamiento reaccionario. Si algo no interesa, las instituciones públicas no tienen por qué ofrecerlo. Quien quiera exquisiteces, que se las pague, y si no puede, que se conforme con escuchar los discos. No, no es broma: esto último se lo he leído a un crítico local. Abandonad toda esperanza, diríamos si nos pusiésemos en plan Dante, aunque como el Hospital de la Caridad está justo detrás del Maestranza (¡ahí sí que está el gran Barroco sevillano!), mejor lo hacemos a la manera de Miguel de Mañara: Finis Gloriae Mundi. En fin, vamos al concierto.
Más o menos se sabía como iba a estar, porque hay testimonios fonográficos. Ya he comentado aquí cómo Javier Perianes se enfrenta al Concierto para piano nº 5, Egipcio, de Camille Saint-Saëns, a raíz de una pequeña comparativa discográfica que me ha permitido apreciar cuál es el peligro a la hora de interpretar esta música: trivializarla con un fraseo en exceso nervioso, toque en exceso aéreo y carácter excesivamente lúdico. Nuestro artista evita los tres, porque su toque sabe no perder densidad armónica y su discurso horizontal posee una concentración asombrosa, aunque debo advertir ahora que no ha sido “muy Perianes” al abordarlo. Más bien me ha recordado –nadie se escandalice por la comparación, el onubense es uno de los grandes– las maneras de hacer de Arthur Rubinstein, lo que implica una interesantísima mezcla entre elegancia, fuego tan intenso como controlado y hedonismo a la hora de gozar de melodías y colores. Combinación difícil, casi cuadratura del círculo, pero factible. ¿Un Saint-Saëns señorial? Algo así. Virilidad no reñida con delicadeza, intensidad alejada de los fuegos artificiales, hondura sin intención de perder la luminosidad del discurso, delectación melódica que sabe no ceder al narcisismo… y mucha, mucha belleza sonora. Todo ello servido con un toque particularmente variado y expuesto –puede haber alguna nota falsa, eso no alcanza la menos significación– con una facilidad insultante, como si se estuviera paseando por las teclas del piano. A veces al pianista miraba al patio de butacas con cara extraña, como si algo le inquietara, pero lo que allí se escuchaba trasmitía un enorme placer por hacer música, amén de una palpitación vital (¡qué tercer movimiento más sanguíneo!) fuera de lo común. Orquesta y director hicieron un trabajo no genial –en algún momento el piano tapó determinadas líneas de las maderas–, pero sí de alto nivel.
Tampoco el onubense fue “muy Perianes” en la primera propina, una Danza del fuego discutible, reveladora y quizá genial en la que dejó a un lado evocaciones atmosférica y subrayó con valentía ritmos y angulosidades –toque macizo, sin llegar a lo percutivo– para mirar cara a cara al universo de Bartók. En la segunda y última sí que fue él mismo: el célebre Nocturno de las Piezas líricas de Grieg. Ni a Gilels ni a Gavrilov, referencias en este repertorio, se lo he escuchado con semejante grado de inspiración. Pura magia sonora en la que una increíble capacidad para regular el sonido del instrumento se unía a una concentración que le permitía mantener las tensiones a pesar de la lentitud del tempo escogido. Un prodigio irrepetible.
Suite de El pájaro de fuego en la segunda parte. Versión 1945, habría que puntualizar: orquestación aligerada –y más barata–, inclusión del maravilloso pasaje del juego de las princesas con las manzanas de oro y acordes finales de la sección conclusiva muy recortados. El maestro finlandés ofreció lo mismo que en el disco aquí comentado, esto es, una de las posibles visiones de esta partitura particularmente poliédrica. Ni el romanticismo denso y voluptuoso de Colin Davis, ni el sentido narrativo del más temprano Ozawa, ni la electricidad del Boulez de los setenta. Menos aún la seca violencia del propio Igor Stravinsky. Santtu –con su nombre de pila le promociona la orquesta– miró al universo impresionista con una pincelada particularmente ligera y ágil mediante la cual las angulosidades de la escritura se transformaban en elegantísimas curvas, el tejido se aclaraba y la interpretación perdía carácter teatral para convertirse en un exquisito estudio de timbres y texturas. Fue una recreación aérea –por fortuna no excesivamente leve–, muy bella y en cierto modo abstracta que, efectivamente, miró al Impresionismo, pero entendiendo ese estilo no como evocación de atmósferas más o menos sensuales y misteriosas, sino como indagación en las cualidades expresivas de la pincelada, muy mirando hacia el futuro. Ya saben, lo que Boulez hacía cuando dirigía a Debussy y a Ravel pensando en sus propias Notations. No, no es casualidad de que a quien más me recordara ayer Santtu recreando El pájaro fuera al Boulez de su colaboración con Chicago.
Primera propina en la misma línea: esa tontería maravillosa que es la Circus Polka del propio Stravinsky en interpretación nuevamente refinadísima, delineada de manera meridiana, muchísimo más elegante que propiamente circense, en la que el juego virtuosístico de ritmos y colores quedaba maravillosamente expuesto. Todo un lucimiento, para eso la tocaron, por parte de metales y percusión de la orquesta londinense. Las maderas, siendo de calidad, me gustaron un poco menos a lo largo del concierto. ¿Y la cuerda? Para ella fue la segunda propina, una Danza húngara nº 1 de Brahms que, con independencia de determinadas decisiones de la batuta, nos hizo disfrutar de un empaste, una tersura y una redondez que nos dejó maravillados. Disfrutemos de lo escuchado: puede que tardemos lustros en escuchar una máquina de hacer música de semejante categoría en el Maestranza.
Fotografías: Guillermo Mendo/Teatro de la Maestranza
Mañana lunes comienza Javier Perianes una gira con la Orquesta Philharmonia que en la que ha decidido tocar el Concierto para piano nº 5 , Egipcio, de Camille Saint-Saëns. Buena excusa para hacer una pequeña discografía comparada. ¿Realmente es necesario poner a unos frente a otros? ¿No se puede disfrutar de cada propuesta de manera aislada? Creo que no. Al fin y al cabo, cada interpretación musical no es sino una exploración, una propuesta de visión de una realidad inaprensible que solo se materializa cada vez que se la hace sonar, pero que siempre suena distinta. Cada lectura es una aproximación necesariamente parcial cuya naturaleza solo se pone de relieve comparándola con otras aproximaciones no menos parciales. Concretando: por mucho que, en este caso concreto, la grabación de Sviatoslav Richter con Christoph Eschenbach le parezca a un servidor la más profunda y emotiva de todas, sería erróneo monumental pensar que con ella basta y sobra. Solo una aproximación plural nos puede ofrecer una visión no del todo inexacta de la realidad. De cualquier realidad, dicho sea de paso.
Richter. Kondrashin/Orquesta Juvenil de Moscú (varios sellos, 1952). Increíble que el pianista que más ha acertado con esta obra sea el que un melómano cualquiera menos hubiera identificado con Saint-Saëns: Sviatoslav Richter. Ni su toque “duro” de pura escuela soviética –o rusa, o como ustedes la quieran calificar– ni su temperamento escarpado, dramático y por completo alejado de cualquier concesión a la galería son a priori adecuados para el repertorio francés. Su acierto, sin embargo, es grande, por paradójico que resulte… o quizá precisamente por eso. Porque lo que hace el ucraniano es limpiar de polvo y paja la partitura, obviar lo que tiene de decorativo y quedarse con la esencia emocional de las notas, que plasma con asombrosa limpieza digital, perfecto cálculo de las tensiones, cantabilidad plena sin que ello signifique narcisismo y mucha, muchísima pasión. Justo la que inyecta un Kondrashin que tampoco quiere saber nada del estilo, pero que llena la música de entusiasmo y no deja de atender a los pliegues del segundo movimiento, cuyo final sabe ver siniestro. Por lo demás, excelente rendimiento el que obtiene de la orquesta de jóvenes. Mucho ojo con el streaming: circulan versiones del registro que presentan grandes desigualdades técnicas entre sí. (9)
Rogé. Dutoit/Royal Philharmonic (Decca, 1978). El maestro suizo nos ofrece la interpretación francesa por excelencia: delicada en el mejor de los sentidos, elegantísima, muy sensual y con un apreciable punto de ligereza tanto sonora como expresiva, lo que puede gustar más o menos pero, desde el punto de vista estilístico, resulta irreprochable. Junto a él, un joven Pascal Rogé se muestra muy sensato y sensible, alejado por completo del mero virtuosismo aunque tampoco, todo hay que decirlo, especialmente limpio en el toque ni variado en la expresión. A destacar, en cualquier caso, el sabor siniestro que los dos músicos son capaces de extraer del segundo movimiento, así como el vigor que –al contrario que en el inicial– quieren aportar al último. Espléndida la orquesta, muy bien modelada por la batuta y estupendamente grabada por los ingenieros de Decca. (8)
Collard. Previn/Royal Philharmonic (EMI, 1986). De nuevo la RPO, aun mucho menos bien grabada que ocho años atrás, se muestra como un instrumento virtuosístico, dúctil y muy apropiado para esta página, aunque en esta ocasión bajo la batuta de un Previn que consigue esa dificilísima cuadratura del círculo que necesita el repertorio francés de entresiglos: con él hay delicadeza, ensoñación, melancolía y hasta cierto carácter alado cuando es necesario, pero también vigor, tensiones y sentidos de los contrastes, consiguiendo así una lectura más equilibrada, convincente y emotiva que la de Dutoit. Jean-Philippe Collard, sin ser Richter, hace gala de una agilidad formidable, gran sensibilidad para la poesía y apasionamiento bien controlado, convirtiéndose a la postre en uno de los más irreprochables intérpretes de la página. (9)
Richter. Eschenbach/Sinfónica de la Radio de Stuttgart (Hänssler, 1993). Un milagro. Cuarenta y un años después del ya comentado testimonio con Kondrashin, el pianista ucraniano deja en mantillas su propia recreación y vuela muy por encima de cualquier otro pianista –de antes y de después– con una recreación que sigue manteniendo el rigor y el carácter dramático que caracterizan su arte, pero que añade una dosis muy considerable de cantabilidad, de humanismo, de sensualidad e incluso de delicadeza bien entendida, corrigiendo frases que antaño le quedaban algo mecánica y ofreciendo aquí y allá detalles de sutilísima poesía que, alejadas por completo de la trivialidad o el mero hedonismo, nos descubren las muchas bellezas ocultas en esta partitura. Le ayudan los tempi lentos de un Eschenbach que comparte el enfoque íntimo y recogido del solista, dirige con trazo fino y apuesta por el perfume atmosférico y vagamente impresionista –con toques orientalizantes– de una obra que no en balde se escribió en 1896, pero sin que el carácter difuminado de la pincelada signifique ausencia de claridad. Todo lo contrario: la manera en que desmenuza esta música no se le ha escuchado a ningún otro director, como tampoco su efusividad en el canto melódico. A destacar el toque de amargor en la conclusión del segundo movimiento. En el tercero se pueden echar de menos la chispa y el optimismo vital de otros maestros, pero a cambio su mirada otoñal destila una ternura y emotividad insólitas. Una lástima que la toma, correspondiente a un evento que tuvo lugar el 30 de mayo de 1995 en el que también se ofreció el Concierto en fa de Gershwin (¡qué cosas!), no sea ninguna maravilla. (10)
Thibaudet. Nelsons/Orquesta del Concertgebouw (YouTube, 2011). Esta filmación puede gustar mucho –a mí me entusiasmó en su momento- por la vitalidad de su concepto y la inmediatez expresiva de su realización, pero si comparamos con otros registros de pueden poner reparos. Estos no van dirigidos al por entonces aún joven Andris Nelsons, quien sin necesidad de bucear en pliegues expresivos realiza una asombrosa labor de reivindicación de la floja partitura poniendo al servicio de la misma no solo una irreprochable técnica de batuta con la que materializar sus creativas ideas, sino también una gran dosis de intensidad, fuerza y entusiasmo que se evidencia con claridad en el muy expresivo rostro del maestro, pero también en la manera de paladear con voluptuosidad las melodías y ofrecer una verdadera orgía de colores –rutilante la orquesta– sin perder de vista la elegancia y el peculiar sentido del equilibrio que este repertorio demanda. El problema está en Jean-Yves Thibaudet: su toque es de enorme limpieza, posee enorme técnica a la hora de modelar el sonido y sabe ofrecer toda esa particular delicadeza que el repertorio francés demanda al tiempo que canta algunas frases con un vuelo poético sobrecogedor, pero el nerviosismo hace en demasiadas ocasiones mella en su fraseo, echándose de menos concentración y sobrando fuegos artificiales. Tampoco termina de convencer ese carácter lúdico, algo frívolo por momentos, con el que aborda los movimientos extremos de la partitura. Para algunas sensibilidades puede resultar refrescante que su óptica prescinde de densidades para lanzarse sin rubor a lo bullicioso de esta música, pero a la postre termina resultando superficial. (8)
Perianes. Tausk/Sinfónica de Galicia (YouTube, 2022). Pianista apolíneo por naturaleza y vocación, pero no por ello precisamente parco en tensión interna y sentido de los contrastes, el de Nerva hace gala de un fraseo de enorme limpieza y de un toque de asombrosa riqueza –yo diría que la mayor que se ha escuchado en esta página– para ofrecernos una recreación en la que el equilibrio y la belleza sonora se ponen por delante de otras consideraciones. Al menos lo hace así en el Allegro animato, lejos tanto de la serenidad y hondura de un Richter –inalcanzable aquí y en toda la obra– como de la efervescencia de un Thibaudet; la búsqueda de la elegancia y del sabor netamente francés, en cualquier caso, no le impiden ofrecer algunas frases de sublime poesía. Perianes parece cambiar de tercio en el Andante, arrancando con un fuego –controladísimo–, una potencia sonora y un sentido dramático considerables para luego alternar entre pasajes de increíble hermosura en los que hace gala de esa mágica sensibilidad que es marca de la casa con otros en los que los arabescos resultan particularmente encrespados. Sanguíneo a tope –es decir, ortodoxia pura y dura– el Molto allegro conclusivo, pleno de empuje sin caer en la tentación de quedarse lo lúdico– ni perder claridad expositiva, en todo momento excepcional. El holandés Otto Tausk se preocupa más de la globalidad –pulso muy bien sostenido– que del detalle, echándose de menos la claridad de líneas que, por poner un ejemplo, conseguirá Klaus Mäkelä tan solo un año después. En cualquier caso, extrae un formidable partido de la orquesta gallega, que quiere hacer sonar con músculo y no ligera: me parece un acierto. En lo expresivo se muestra muy implicado, moviéndose con convicción entre los distintos ambientes de la partitura; bellísimo su canto en el segundo movimiento, aunque para mi gusto los leves portamentos que incluye son prescindibles. (9)
Rogé. Luisi/Sinfónica de la NHK (YouTube, 2023). Nada menos que cuarenta y cinco años después de su grabación con Dutoit, Pascal Rogé –setenta y dos tacos ya– demuestra seguir siendo un notabilísimo intérprete de la obra, con las mismas virtudes e insuficiencias que en la ocasión anterior. En este sentido, y con todo lo que ha llovido desde entonces, se pueden echar de menos agilidad, variedad en el toque, efervescencia e incluso brillantez, pero también se agradece, y muchísimo, que su fraseo sea cálido, concentrado, efusivo y por completo alejado de frivolidades y nerviosismos varios. Eso sí, el tema “del Nilo” podría estar dicho con mayor emotividad. Luisi se pone al servicio del solista ofreciendo una recreación apolínea, ligera en el mejor de los sentidos, muy bella y dotada de nobleza en el fraseo. Total, la versión opuesta a la de Thibaudet y Nelsons. Imagen problemática, toma sonora irreprochable. (8)
Kantorow. Mäkelä/Orquesta de París (Medici TV, 2023). Dedos finos y larguísimos permiten al joven Alexander Kantorow –veintiseis años– ofrecer una enorme agilidad digital que, junto con una extraordinaria técnica a la hora de regular el sonido en volumen y densidad, se ponen al servicio de una interpretación muy distinta de la de Perianes y Rogé, al tiempo que cercana –sin llegar a sus extremos– a la de Thibaudet. Es decir, efervescencia, incisividad, contrastes marcados y un nervio interno que por momentos se aproxima al nerviosismo, y que en el movimiento conclusivo le hace arrancar de manera excesivamente lúdica –por no decir frívola– para luego ir escorándose a lo meramente virtuosístico. Toca de maravilla, ciertamente, y es difícil resistirse ante su brillantez y comunicatividad, pero entiendo que a esta recreación le falta madurez. Lo mismo puede decirse de Klaus Mäkelä. Algo menos joven que el solista e igualmente bien dotado en la técnica, cosa que demuestra ofreciendo una meridiana clarificación del entramado orquestal, ofrece una lectura que busca y consigue esa sonoridad francesa tan peculiar basada en la ligereza sonora y expresiva, pero a mi entender se pasa de la raya: Fabio Luisi conseguía lo mismo ofreciendo mayor concentración y un fraseo más efusivo. (8)
No iba a escribir nada sobre el Réquiem de Mozart que se ofreció en el Teatro Villamarta el día 14 de marzo. Total, está muy bien que el aforo se llene, que la gente se acerque a la música y que el coro local cumpla la ilusión de cantar esta obra maestra. Lo que el crítico de turno piense no tiene la más mínima importancia al lado de todo esto. Pero claro, leo la siguiente crítica (?) en Ópera Actual y no puedo dejar de cabrearme. Porque una cosa es lo dicho antes, crear afición, y otra muy distinta poner el listón en lo más bajo. No, en Jerez se debe aspirar a mantener un nivelito. No se puede aplaudir todo como si tuviéramos delante a la Filarmónica de Viena.
Y es que la Filarmónica de Málaga se mostró muy discreta a la hora de hacer justicia a una partitura que exige una depuración sonora muy especial. Lo mismo debo decir de Elena Salvatierra, que dirigió con muy buen gusto pero fue incapaz de mantener el mínimo de tensión exigible: todo sonó plano, aburrido, mortecino. "Un velatorio más que un réquiem", me decía un veterano y experto melómano local. Pues sí. El Coro del Teatro Villamarta, flojo e incluso menos que eso: hubo galimatías en algún momento -creo que fue la fuga del Hosanna-. Mal la soprano, discretos mezzo y barítono. Lo único realmente bueno fue el tenor, de emisión particular -a lo Robert Tear, para que ustedes me entiendan- pero muy firme, valiente y con clase.
Total, un muermo considerable. Seguirá pareciéndome bien que se hagan cosas así, pero no que se le tome el pelo al personal presentando como bueno algo abiertamente mediocre.
Aun sin entusiasmarme hasta el punto en que lo hacen Petrushka y La consagración de la primavera, prodigios de inventiva y personalidad que aún mantienen toda su frescura, El pájaro de Fuego me parece una maravilla. ¿Que al propio Igor Stravinsky no le terminaba de convencer y prefería sus tres suites? Pues vale, pero a mí me parece que la versión íntegra es preferible. Hay mucha, muchísima belleza en ella como para dejar cosas en el camino.
La interpretación musical, como ya dije en una entrada anterior, puede discurrir por tres senderos. El de Stravinsky en su faceta de director es el que han seguido más maestros: aristas, aspereza y mirar hacia sus dos siguientes ballets. Otro consiste en atender a la deuda más que evidente con la música rusa anterior, particularmente con su maestro Rimsky-Korsavok. Aún queda otra opción, que es la de buscar paralelismos con el mundo impresionista francés, aún en plena ebullición allá por su estreno en la Ópera de París en 1910. Ni que decir tiene que la mayoría de los maestros suelen tirar en una dirección o en otra, aunque hay quienes han intentado alcanzar una síntesis entre las citadas posibilidades. El oyente no debe renunciar a ninguna de ellas si quiere comprender todo lo que entierra esta música, así que ahí va una lista que puede servir de ayuda.
Dos cosas antes de seguir. Primera, que no se haga mucho caso de las puntuaciones del uno al diez. Por ejemplo, ¿por qué he puesto un ocho a Boulez Nueva York y un diez a este mismo maestro con Chicago, si aun siendo muy distintas están casi igual de bien dirigidas? Pues por la orquesta, pero bien podía subir al nueve a la primera por lo atractivo de su enfoque y bajar un punto a la segunda por su relativa frialdad. Insisto, no se lo tomen muy en serio. Segunda, hay muchas grabaciones que se me han quedado en el tintero: las dos de Haitink, las tres de Salonen, la primera de Ansermet, la segunda de Dorati, la de Litton, la de Nelsons, la dos de Roth... Otra vez será.
1. Dorati/Sinfónica de Londres (Mercury, 1959). Esta interpretación, que suena estupendamente para la época, goza de un enorme prestigio. Sin ir más lejos, es una de las tres grabaciones –las otras las protagonizan Ansermet, Salonen y Boulez– que Santiago Martín califica de referenciales en su magnífica monografía sobre Igor Stravinsky publicada dentro de las Guías Scherzo. A mí me parece que no hay para tanto. Cierto es que la interpretación, de tempi rápidos y fraseo muy ágil, posee una frescura, un nervio y una incisividad que la hacen muy atractiva y, mirando hacia el futuro mucho antes que al pasado de la música rusa al que esta partitura tanto debe, anticipan el mundo efervescente, anguloso y gamberro de Petrushka; incluso por momentos parece que estamos escuchando pre-ecos de Le Sacre. Pero el maestro de Budapest –cincuenta y tres años por aquel entonces– se queda bastante corto en sensualidad, en atmósfera y en evocación poética, como también en grandeza cuando llega la coda final. Tampoco la London Symphony era por entonces la formidable máquina que es ahora, ni la batuta posee ese refinamiento y esa depuración sonoras que otros maestros han demostrado en tiempos más recientes al acercarse a la misma página; incluso la Danza infernal resulta un poco chapucera, para qué vamos a engañarnos. (8)
2. Stravinsky/Sinfónica de Columbia (Sony, 1961). Este registro conserva el incuestionable interés de saber cómo quería Don Igor, o al menos cómo quería a sus ochenta años, que se interpretara el Pájaro. La respuesta es sencilla: rapidito y con mucha incisividad, subrayando aristas, optando a veces por la sequedad –recortados, ásperos y nada grandiosos acordes en el final– y alejándose todo lo posible de referentes románticos o impresionistas para mirar a lo que él mismo haría en el futuro. Por tanto, este testimonio es de imprescindible conocimiento. Quien pretenda encontrar sensualidad, misterio y poesía, o quien desee analizar con perfecta claridad todo el entramado orquestal, que busque en otra parte. (7)
3. Ansermet/New Philharmonia (Decca, 1968). Si no me fallan los datos, esta fue la última grabación que realizó en su vida el maestro suizo. Las circunstancias fueron muy diferentes a las de la mayor parte de su discografía: en vez del Victoria Hall de Ginebra, el Kingsway Hall de Londres con la formidable ingeniería de Kenneth Wilkinson, y en lugar de su Orchestre de la Suisse Romande, nada menos que la New Philharmonia. Y ahí está el gran morbo del asunto. ¿Cómo sonaría en manos del maestro suizo la orquesta de Klemperer? Respuesta: de manera muy distinta, por no decir opuesta. Porque Ansermet, cuya técnica superlativa queda aquí –y en el disco complementario de los ensayos- muy en evidencia, sustituye la incisividad y el granito del maestro de Breslau –también la aspereza bien entendida de Barbirolli– por puro terciopelo dentro de la más ortodoxa tradición francesa. Ideal para ofrecer una lectura lenta, llena de atmósfera, mucho más interesada por lo que el cuento tiene de misterio, de perfume oriental, de evanescencia y hasta de ternura que por la narración teatral, la asperezas y los contrastes. Vamos, todo lo contrario de lo que hizo el propio Igor Stravinski en su registro de 1961. ¿Hizo mal Ansermet? Yo creo que en absoluto: esta música debe muchísimo a la tradición rusa y también puede interpretarse de esta forma. (9)
4. Ozawa/Orquesta de París (EMI, 1973). Enorme sorpresa esta lectura, pues de la combinación de la batuta curvilínea y elegante del maestro oriental con la sonoridad de particular sensualidad francesa de la orquesta parisina podría esperarse una mirada desde el impresionismo. Pues no. Sin menoscabo de que el tratamiento orquestal sea de enorme depuración sonora, es la del joven Ozawa una recreación rápida, incisiva en la tímbrica y de marcado carácter narrativo. Ni “romántica” ni “expresionista”: teatral. Y dicha con enorme convicción expresiva, sin espacio para la blandura o el efectismo. Se podrá echar de menos más misterio en el arranque, o mayor magia poética en la canción de cuna, pero globalmente el resultado es muy alto nivel, y una opción muy interesante para quienes se acercan por primera vez a la obra: es una de las interpretaciones, junto con las muy posteriores de Dudamel en Salzburgo y de Mäkelä con esta misma orquesta parisina, que mejor narra la historia. La toma posee una amplia gama dinámica, pero la ausencia de graves es una importantísima limitación, también en el SACD de Esoteric. ¡Lástima que no se recupere la cuadrafonía original! (9)
5. Boulez/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1975). Esta interpretación, la primera de las cinco que nos ha dejado Boulez del ballet completo, es muy distinta de las posteriores. Por supuesto que ya encontramos aquí el alejamiento del lenguaje “romántico” esperable en el maestro francés, como también esa espectacular radiografía sonora que le caracterizaba: admirable, en este sentido, el trabajo con una New York Philharmonic a las que les realiza exigencias mucho mayores que las de Bernstein cuando aquel era titular. Sin embargo, lo cierto es que los tempi son relativamente rápidos (44’04’’), las sonoridades angulosas e incisivas, la teatralidad elevada y la inmediatez expresiva considerable, todo ello en una lectura que, como las demás hasta aquella fecha con la excepción de Ansermet, se decanta por apuntar hacia el Stravinsky aristado: tremenda la entrada en el palacio de Kachei. La toma no es mala, pero al realizarse a volumen alto pierde en gama dinámica. (8)
6. Colin Davis/Orquesta del Concertgebouw (Philips, 1978). Entrando en la madurez interpretativa a sus cincuenta y un años, el maestro británico –aún sin ser nombrado caballero– se enfrenta de manera directa a la grabación del propio Stravinsky. Los tempi son relativamente lentos. La sonoridad es cálida y suntuosa. La atmósfera se encuentra cargada –soberbia la introducción–. Las melodías vuelan con amplitud y un carácter muy evocador. La tímbrica es variada, sensual y no muy amiga de las aristas. La narración se sustituye por la evocación. Nunca ha sonado esta música tan cerca de Sheherezade. ¿Discutible? Mucho, por la unilateralidad del concepto, aunque no se piensen ustedes que se trata de una recreación blanda: la Danza infernal, magnífica, posee toda la fuerza requerida, aunque está claro que el maestro prefiere recrearse en la Berceuse. La formación holandesa deja clara su proverbial maleabilidad bajo una batuta que la trata con enorme elegancia, destilando belleza bien recogida por una toma de alto nivel. (8)
7. Dohnányi/Filarmónica de Viena (Decca, 1979). El maestro berlinés es uno de los que más se arriesgan a interpretar esta página, y quizá el que se aproxima en mayor manera al Stravinsky posterior. Ni atmósfera, ni sensualidad, ni carácter narrativo. Lo que nos encontramos es una recreación angulosa, afiladísima, muy incisiva en la tímbrica y de un enorme sentido del ritmo en la que, lejos de detenerse ante los aspectos narrativos y poéticos de la página, se adopta una óptica abstracta que pone de relieve los aspectos más avanzados de la escritura. Ello no impide a la batuta frasear con enorme elegancia, trabajar con extrema minuciosidad los detalles y ofrecer una Berceuse particularmente lenta y concentrada. Aunque pudiera parecer lo contrario, la Filarmónica de Viena se muestra ideal para el concepto de Dohnányi. Excelente toma digital realizada en la Sofiensaal de la capital austriaca, aunque le falta un poco de gama dinámica. (9)
8. Ozawa/Sinfónica de Boston (EMI, 1983). Punto de inflexión en la discografía: en lugar de buscar la herencia de la tradición rusa o, por el contrario, de mirar hacia adelante y anticipar lo que llegará poco después, lo que hace el maestro oriental es subrayar los paralelismos con el universo impresionista, ofreciendo por ende una lectura sensual y curvilínea, un punto aérea en su sonoridad, de un colorismo muy refinado –increíble la orquesta bostoniana, la más francesa de entre las norteamericanas-, muy atenta al misterio y más sugerente que propiamente narrativa, lo que no le impide resultar incisiva y bulliciosa cuando debe –magnífico el juego de las princesas con las manzanas de oro– ni desatar grandes explosiones en la Danza infernal. Lo peor es la toma sonora, seca y plana, cortesía del equipo formado por el productor Suvi Raj Grubb y el ingeniero de sonido Christopher Parker. (9)
9. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca, 1984). Toma sonora sensacional para una interpretación que opta claramente por abordar la obra como un cuento naif, lleno de inocencia y de delicadeza –quizá en exceso–, mirando sin complejos a la música rusa del pasado inmediato para desplegar sonoridades exóticas y refinadas de enorme sugestión tímbrica. Eso sí, no siempre dotadas de la suficiente emotividad: escúchese por ejemplo la Berceuse, tratada con asombrosa nitidez en las texturas sin resultar del todo poética. O el final, brillante pero sin la suficiente grandeza. En cualquier caso, el fino olfato de Dutoit y su virtuosística batuta garantizan resultados de alto nivel. (9)
10. Nagano/Sinfónica de Londres (Virgin, 1991-92). Lectura que destaca por su elevado sentido del color y de las texturas, así como por su batuta al mismo tiempo afilada y elegante, analítica al tiempo que poética, también un punto distanciada. En cierto modo puede relacionarse con lo que va a hacer el Boulez tardío, aunque en su elegancia “oriental” recuerda a Ozawa. La toma sonora, muy baja, posee una elevadísima gama dinámica. (9)
11. Boulez/Sinfónica de Chicago (DG, 1992). Este es otro Boulez. Más lento (46’09’’), menos inmediato, mucho más hermético. No se interesa por la herencia romántica, ni por los parentescos impresionistas. Tampoco le preocupa, al contrario que en su registro anterior, mirar al futuro. Lo suyo es el análisis puro y duro: de timbres, de texturas, de ritmos. Y también de melodías, magníficamente cantadas. Todo ello expuesto con la depuración sonora más perfecta que se pueda imaginar, en absoluta sintonía con una orquesta insuperable, amén de muy controlada para evitar cualquier exceso. Al arranque, al igual que en Nueva York más rápido de la cuenta, le falta misterio. El final, sin embargo, esta vez es muchísimo mejor, de imponente grandeza sin rastro de pesadez o exhibicionismo. Todo lo demás, siempre en la línea objetiva impuesta por el maestro, es de un gusto exquisito y no deja de ofrecer delicadeza y poesía cuando es necesario. Toma sonora de espectacular gama dinámica y estupendos graves. (10)
12. Robert Craft/Philharmonia (Naxos, 1996). La carátula reza que se trata de la primera grabación mundial de la versión original de 1910, sin retoques. Bueno. Lo interesante es que, siendo confidente y colaborador de Stravinsky, el estadounidense obvia los aspectos más incisivos de esta música que tanto le interesaban al compositor en su faceta de intérprete para mirar tanto al pasado ruso como a la contemporaneidad francesa, ofreciendo una lectura muy lírica y evocadora, por momentos de una extraordinaria sensualidad –Ronda de las princesas, un tema tomado de Rimsky– delicada sin amaneramientos y no exenta de animación ni de sentido narrativo, a la que por desgracia le falta garra en la Danza infernal, poesía la canción de cuna y, sobre todo, grandeza en un final algo precipitado. La orquesta, por entonces sin titular –entre Sinopoli y Dohnányi se encontraba– no parece encontrarse en su mejor momento. En SACD la toma ofrece carnosidad y relieve, sin toda la claridad deseable. (8)
13. Tilson Thomas/San Francisco (RCA, 1998). El maestro norteamericano deja bien clara su habitual sintonía con el compositor ofreciéndonos una interpretación al mismo tiempo elegante, refinada y teatral, con garra dramática, de elevadísimo sentido del color y de las texturas, que en su fraseo incisivo y con nervio mira claramente hacia el Stravinsky posterior. Dentro de este elevado nivel, hay algunos pasajes que podían estar mejor resueltos, como una Canción de cuna que pierde el pulso en exceso o un final no muy convincente. (8)
14. Gergiev/Filarmónica de Viena (DVD TDK, 2000). Notable interpretación caracterizada por su fraseo nervioso, su tímbrica incisiva y, sobre todo, por su vitalidad, garra y maravilloso carácter narrativo. Por desgracia, y como era de esperar, Gergiev no se para a matizar mucho en lo expresivo, se interesa poco por la sensualidad que desprende la obra y se muestra poco concentrado cuando debe, por lo que se pierde tanto en atmósfera como en lirismo. También hay, aunque en momentos contados, algún detalle de brutalidad marca de la casa. (8)
15. Boulez/Sinfónica de Chicago (DVD TDK, 2000). No se aprecian diferencias sustanciales con respecto al audio ocho años anterior. Sigue faltando un poco de misterio en la introducción y, en general, de sensualidad y de magia poética, pero a cambio tenemos una arquitectura perfecta, una depuración sonora extrema, un sentido del ritmo admirable y una capacidad de análisis realmente insuperables; el juego de las princesas con las manzanas de oro, la Danza infernal y el final alcanza un portentoso nivel. La gran ventaja aquí es ver además de escuchar, pese a que la realización visual no es la mejor posible: se ve demasiado a Boulez y poco a la orquesta. La imagen, eso sí, es estupenda para un DVD, y portentosa la toma sonora pese a que el surround no es auténtico. (10)
16. Boulez/Filarmónica de Viena (DVD CMajor, 2008). Otra vez Boulez en su línea “de madurez”. Otra vez, sí, pero todavía mejor que antes: a la depuración sonora, claridad, sentido del ritmo y elegancia de sus grabaciones con los chicagoers añade ahora una mayor dosis de “emoción”, no a la manera efervescente y teatral de su ya antiguo registro en Nueva York, sino añadiendo una dosis no pequeña de sensualidad, de poesía –memorable Ronda de las princesas– e incluso de atención a los aspectos impresionistas de la página. Todo ello, beneficiándose de una increíble orquesta que sabe sonar tanto incisiva como “francesa”, en perfecta complicidad con unos primeros atriles que aportan enorme musicalidad, y dentro de una arquitectura soberbiamente planificada en su discurso horizontal hasta alcanzar un final brillante y grandioso sin rastro de ampulosidad. La acústica es algo rara, pero se beneficia del surround. (10)
17. Gergiev/Orquesta del Mariinsky (DVD Bel Air, 2008). Gergiev dirige de manera muy vistosa, con elevado sentido teatral y contagioso dinamismo, haciendo además gala de un rico sentido del color que atiende tanto a lo sensual como a lo incisivo, pero pasa aprisa y corriendo sobre los aspectos líricos, melódicos y evocadores de la partitura, fraseando de manera rutinaria y sin delectación. Muy mal la Danza infernal, donde no solo se muestra bruto, sino que además incurre en la blandura en su segmento lírico. Interesante la coreografía original de Fokin; hay belleza en escenografía y vestuario. (6)
18. Boulez/Orquesta de París (DVD Idéale y Medici TV, 2008). En diciembre de 2008 el maestro baja a la pirámide del Museo del Louvre para ofrecer ante dos mil personas, sentadas en el suelo, su última recreación de la obra. No hay novedad con respecto a la filmación salzburguesa de unos meses atrás, salvo puntualizar que la Orquesta de París, sin ser Viena, resulta idónea para explorar las conexiones de la partitura con el universo impresionista. La filmación de Andy Sommers es menor mareante de lo previsible y saca un admirable provecho de la espectacularidad del recinto. Lástima que la toma deje que desear. (10)
19. Dudamel/Filarmónica de Los Ángeles (DG, 2013). El maestro venezolano ofrece una recreación de trazo curvilíneo, colores pastel, embriagadora atmósfera y delicadísima poesía que se olvida de los aspectos más visionarios de esta música y subraya lo que tiene de feérico, incluso de naif, y entregándose por completo a lo amoroso en una Ronda de las princesas tierna y emotiva como jamás se haya escuchado. Siendo el trazo muy fino, se podrá echar de menos la increíble depuración sonora de un Boulez, así como el sentido de la incisividad que ofrecía el maestro francés, pero en su línea esta recreación es prodigiosa. Una toma particularmente atmosférica resta aristas y añade sensualidad a esta interpretación. El sonido en Atmos es portentoso, pero a medio camino el volumen baja y pasajes decisivos como la Danza infernal o el final pierden fuerza. Qué cosas. (9)
20. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2014). Nunca maestro personal, en el sentido de que renuncia a visiones subjetivas o excesivamente unilaterales, Sir Simon ofrece una muy notable labor “de síntesis” en la que se dan de la mano la magia feérica, la sensualidad, la garra teatral el sentido de la narración y -también- la agresividad aquí imprescindible en determinados momentos, todo ello haciendo gala un impresionante dominio de una batuta con la que trabaja de maravilla a la orquesta. Extrañamente, en los momentos más líricos evidencia una cierta falta de concentración, incluso de vuelo poético, mientras que la Danza infernal acaba con algo de barullo y el Finale no es todo lo grandioso que debería ser. En contrapartida, los primeros atriles berlineses se implican con una expresividad probablemente más intensa y acertada que los de cualquier otra orquesta que haya abordado esta obra. (8)
21. Morlot/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2017). Ya sé que resulta un tópico, pero esta vez es verdad: director francés, versión francesa. Al menos hasta cierto punto. La sensualidad en el fraseo y la tímbrica se ponen en primer plano, el colorido se difumina –aunque hay aristas cuando son necesarias-, el fraseo es curvilíneo y la elegancia se impone dentro de una visión marcadamente feérica, de refinadísima poesía, sin perder por ello sentido narrativo. Falta quizá un poco de personalidad, o al menos de variedad en la expresión, como también un trabajo con las texturas que, siendo de muy considerable calidad, no alcanza el virtuosismo un Boulez o –como veremos– Kirill Petrenko con esta misma orquesta, pero esas relativas insuficiencias las compensan unos primeros atriles que, siempre en sintonía con la opción de la batuta, vuelven a dar una lección de virtuosismo y sensibilidad expresiva. (8)
22. Dudamel/Filarmónica de Viena (Vienna Philharmonic Records, 2020). Esta grabación en vivo en el Festival de Salzburgo, técnicamente soberbia (¡qué relieve alcanza la percusión!), permite a Dudamel ofrecernos una visión distinta a la suya siete años anterior en Los Ángeles. Ahora se interesa menos por la sensualidad, por la atmósfera y por la paleta impresionista para decantarse por una tímbrica más incisiva, una mayor vivacidad en la exposición y, desde luego, un carácter narrativo mucho más marcado. La frescura, la riqueza en el color y la inmediatez expresivas se ponen, de esta forma, por encima de otras consideraciones. Lo interesante es que todo ello lo consigue sin perder un ápice de elegancia, de refinamiento y de finura en el trazo, también de ternura y de elevación poética, y obteniendo de la Wiener Philharmoniker una respuesta casi tan espectacular como la que conseguía Boulez. El resultado, una de más atractivas interpretaciones recogidas en disco, pero con un reparo: la edición es limitada y cara. ¿Solución? Apuntarse a la plataforma se streaming Symphony y ver la versión en vídeo, que además viene con sonido 5.1. (10)
23. Kirill Petrenko/Filarmónica de Berlín (Blu-ray y Digital Concert Hall, 2021). Después de las increíbles radiografías realizadas por Boulez, parecía imposible ir más allá en lo que a claridad, exactitud y depuración sonora se refiere. La formación berlinesa y la increíble técnica de batuta de su titular igualan semejantes logros, y se diría incluso que los superan en riqueza del color y en sensibilidad para las texturas. Otra cosa es la interpretación propiamente dicha: Petrenko se muestra animado, narrativo a la par que elegante, e incluso sabe atender al sentido del humor, pero cuando se trata de destilar misterio –el arranque, sobre todo–, sensualidad y vuelo lírico, se queda bastante corto. ¿Cómo le ocurrió a Dudamel en Salzburgo? No, no es mismo. El venezolano no resultaba soso en absoluto, antes lo contrario, pero este señor sí. El final, como Morlot con la misma orquesta cuatro años atrás, lo plantea como le gustaba hacerlo al propio Stravinsky: cuadriculado y restando grandeza. (8)
24. Mäkelä/Orquesta de París (Decca, 2022). Sin llegar al grado extremo de claridad y depuración sonora que consiguieron Boulez y Petrenko, el maestro finlandés se le acerca muchísimo en este sentido y añade un sentido del color más rico, mayor variedad expresiva y –sobre todo– un sentido teatral considerablemente más desarrollado. La recreación de Mäkelä sabe ser al mismo tiempo sinfonismo puro y ballet puro. Ese es el milagro: encontramos una radiografía maravillosa de la escritura orquestal, fascinante paleta tímbrica y sentido de la brillantez en su justa medida, pero también mucha, muchísima narración, todo ello expuesto con un sentido del matiz expresivo fuera de serie. Ayuda una toma de lujo que sabe situar los micrófonos cerca para que no se pierda un detalle, pero ahí hay detrás un soberbio trabajo tanto técnico como expresivo formidable que demuestra que nos encontramos ante un director de enorme potencial y, no vayamos a dejarla en segundo lugar, ante una Orquesta de París que se encuentra en el mejor momento de su historia. ¿Algún reparo? El final lo encuentro demasiado rápido: me hubiera gustado más solemne. (10)
25. Mäkelä/Orquesta de París (Medici TV, 2024). En marzo de 2024 Klaus Mäkelä y los de París ofrecen un concierto en el Carnegie Hall con al mismo programa Stravinsky de su disco dos años anterior. El Pájaro recibe una interpretación de nuevo sensacional, pero da la impresión de que no llega a la increíble altura del audio. Quizá la razón se encuentre en la toma, mucho menos buena: es posible que los ingenieros de Decca fueran en no pequeña medida responsables de la increíble calidad de aquel registro. El final vuelve a ser algo apresurado. En cualquier caso, se agradece muchísimo disfrutar con imágenes de esta recreación llena de inmediatez y sensualidad. (9)
Ayer salió, en formato físico y en streaming, la "caja gorda" que Andris Nelsons y la Sinfónica de Boston dedican a Shostakovich, todo ello al hilo del festival dedicado al autor de La naríz que los mismos intérpretes se van a montar en mayo en la mismísima Gewandhaus de Leipzig. Hay vuelo directo desde Jerez, si bien mi sueldo de profesor de secundaria me da solo para la clausura: una Sinfonía Leningrado que se promete histórica por juntar en el escenario a las dos orquestas de las que el referido director es titular, la norteamericana y la sajona.
De todo este material fonográfico ya habían saludo las sinfonías, con resultados altamente desiguales, desde lo flojo hasta lo sensacional. Se añaden ahora la ópera Lady Macbeth con Kristine Opolais –la ex del maestro– y todos los conciertos: violín con Baiba Skride, piano con Yuja Wang y violonchelo con Yo-Yo Ma. Los primeros aún no los he escuchado. Los segundos sí: me han gustado mucho, pero aún tengo que volver a ellos. Los de violonchelo los he querido escuchar dos veces a pesar de que no han pasado ni veinticuatro horas, así que ya imaginan ustedes lo que pienso. Y si no, se lo adelanto: de altísimo nivel el Nº 2, mientras que el Nº 1 se encarama hasta lo más alto de la discografía. Intentaré explicarlo pronto con más detalle.
Lo que quiero ahora es otra cosa: pedir un premio inmediato y de categoría internacional para Shawn Murphy y Nick Squire, a la sazón responsables de la toma de sonido de la mayor parte del ciclo. No he logrado confirmar el dato, pero supongo que son los mismos que bordaron el milagro de la reciente Sinfonía Turangalila. Si ustedes la conocen no hace falta explicarles más. Sí que puedo añadir que, habiendo escuchado este registro con Yo-Yo Ma primero en Dolby Atmos y luego en alta resolución estéreo, posee los golpes de bombo más impresionantes que yo jamás haya percibido en un equipo doméstico. ¡Qué barbaridad! Por no hablar, claro está, de fidelidad tímbrica, equilibrio de planos, redondez sonora y todo lo demás. Lo dicho, premio YA para estos señores.
He hablado un poquito de la Philharmonia Orchestra en la entrada anterior, pero ahora quiero seguir haciéndolo sobre su titular Santti-Matias Rouvali atendiendo a las grabaciones que a disposición de todos ha puesto la formación londinense. Llego así, después del Shostakovich y del Tchaikovsky ya comentados, al registro con más morbo: la suite de 1945 –es decir, la larga y retocada en la orquestación, no la habitual de 1919– de El pájaro de fuego de Stravinsky, precisamente la obra que tocará en la segunda parte de sus conciertos de Sevilla y Zaragoza; en Madrid harán la Sinfonía de Cesar Franck.
Un nueve sobre diez para la recreación. Grosso modo, un director tiene tres puntos a dónde mirar cuando tiene que poner en sonidos esta página: a la herencia del pasado –Rimsky particularmente–, a los paralelismos con el repertorio impresionista –el ballet es de 1910– y al Stravinsky futuro. El maestro finlandés canta con delectación y vuelo lírico las melodías, pero no se se deja llevar por la voluptuosidad sinfónica y el apasionamiento del Romanticismo. Sí que hay contactos con el Impresionismo, no tanto en lo que al interés por atmósfera y al uso de una pincelada difuminada se refiere como en la búsqueda de sonoridades ligeras, un punto aéreas, en las que un toque leve puede adquirir mucho significado. Y mira, sin lugar a dudas, a lo que va a deparar el futuro del compositor, aunque no a la violencia de Le Sacre sino a la agilidad, el nervio y el carácter incisivo de Petrushka, no en balde la obra que ocupa la otra mitad del disco.
Dicho esto, lo que hay que admirar en esta tan refinada como bulliciosa recreación es la claridad que consigue quien la orquesta ya oficialmente llama Santtu: de las treinta lecturas –entre suites y grabaciones del ballet completo– que conozco de esta página, solo a Pierre Boulez y Klaus Mäkelä les he escuchado algo de semejante transparencia, aunque hay que puntualizar que ellos consiguen algunas frases aún más reveladoras mientras que nuestro artista nos descubre otras. Y no, no es cosa de los ingenieros de sonido. Lo micrófonos no están "metidos en el instrumento", como pasa en las grabaciones de Currentzis. El oyente percibirá enseguida que Rouvali se lo ha currado muchísimo y que la orquesta se encuentra a la altura. ¿Reparos? Sí que los hay. Los portamentos en la Berceuse resultan de una molesta blandura. En el número final, lo que podemos llamar "himno de la liberación" suena con esa articulación recortada por la que optaba el propio Stravinsky en esta edición de 1947 y que él mismo subrayó en su registro; a mí no me termina de convencer, pero teniendo la sanción del compositor no hay nada que objetar. Y las dos grandes pausas en la coda me parecen innecesarias y efectistas. Por lo demás, impresionante labor.
La recreación de Petrushka –versión de 1947, con el final alternativo– va en la misma línea de agilidad, nervio y carácter incisivo. Justo lo que la página necesita. Sin embargo, aquí las cosas funcionan menos bien. A mi entender, y por mucho que haya que aplaudir el riesgo de ofrecer algo personal, Santtu se toma demasiadas libertades en los tempi y en la agógica. Algunas decisiones interesan y otras nos hacen levantar una ceja. Tampoco termina de convencer la expresión, que necesita un enfoque más decidido, bien hacia la calidez de las emociones, bien hacia el sarcasmo. En cualquier caso, otra vez uno termina quitándose el sombrero ante la claridad conseguida, más aún teniendo en cuenta las complicaciones de esta página de habilísimo tejido polifónico.
Las grabaciones son de gran calidad –amplia gama dinámica– y se encuentran con facilidad en la red. De Petrushka pueden ustedes prescindir, porque hay mucha competencia, pero yo El pájaro no me lo perdería.
El próximo lunes 31 actúa en el Teatro de la Maestranza la Orquesta Philharmonia. Dirige su actual titular Santtu-Matias Rouvali. Javier Perianes es el solista que se encargará del Egipcio de Saint-Säens. Y las entradas no se venden como deberían. ¿Qué demonios está pasando en la ciudad de la Giralda? Cada cual saque sus conclusiones, que algunas de las mías ya las he planteado en entradas anteriores.
Lo que me parece claro es que parte del remedio se encuentra en una buena labor pedagógica, esto es, en dejarle claro al público cuáles son las cualidades y cuál es la calidad de lo que se va a escuchar. Quienes podrían hacer esa labor no lo hacen, no sé si porque se encuentran demasiado ocupados insistiendo en lo increíblemente buenos que son los miembros de la kale barroka hispalensis o porque en sus medios se aplica eso de "si el teatro no inserta publicidad, no hay crónica previa". Así las cosas, me voy a tomar la libertad de escribir algo sobre el antedicho concierto. No sobre Perianes, porque entiendo (¿es mucho suponer?) que el personal ya sabe que se trata de uno de los más interesantes pianistas del orbe, sino sobre la formación que nos visita.
Miren ustedes, la Philharmonia es una de las tres grandes formaciones británicas, al mismo nivel de la Filarmónica de Londres y solo un poco por debajo de la Sinfónica de Londres. Royal Philharmonic, BBC y Covent Garden, siendo espléndidas, no rayan a semejante altura. Por ende, la que ahora visita Sevilla, Zaragoza y Madrid se encuentra entre las más relevantes orquestas de Europa. Es superior a todas las italianas, francesas y españolas, y equiparable a unas cuantas centroeuropeas de importancia; solo cede con claridad ante las tres grandísimas que son Filarmónica de Berlín, Filarmónica de Viena y Concertgebouw de Ámsterdam, junto a las que quizá habría que poner a la Staatskapelle de Berlín que felizmente ha reverdecido Barenboim.
Lo llamativo es que, desde su creación en 1945 hasta al menos finales de los sesenta, fue la mejor orquesta del mundo. ¿Decir esto es un disparate? Para nada. ¡Escuchen ustedes los discos! De hecho, para eso la creó el productor Walter Legge: para grabar discos con una perfección técnica absolutamente incomparable, quizá con la lejana competencia del prodigio de la Orquesta de Philadelphia en el mercado norteamericano. Contó para ello con un buen puñado de músicos de primerísima fila procedentes de la vieja escuela, y los puso bajo la dirección de un joven de carrera meteórica llamado Herbert von Karajan y de una antigua gloria que aún guardaba lo mejor de sí en su interior: Otto Klemperer. Por las tardes grababan con el primero y por las mañanas con el segundo.
Karajan consiguió recreaciones de asombroso cuidado formal pero un tanto impersonales y, a veces, bastante frías, dentro de una concepción que todavía mostraba la deuda contraída con Arturo Toscanini. Klemperer se reinventó a sí mismo y, desde mediados de los cincuenta hasta que dejó de dirigir a principios de los setenta, alcanzó una de las más altas cumbres de la interpretación sinfónica que se hayan explorado, haciéndolo con unas maneras poco convencionales, osadísimas e increíblemente modernas que ni antes ni después han encontrado parangón. Si usted no tiene las dos cajas que ha lanzado Warner dedicadas al maestro de Breslau, hágase con ellas de inmediato, incluso si ya había escuchado esos discos: tras los nuevos reprocesados, ha quedado claro que la Phiharmonia no solo contaba con unas maderas inconfundibles e insuperables, sino también con una cuerda cuya robustez y carnosidad no se apreciaba adecuadamente en anteriores trasvases a compacto.
Junto a Klemperer y Karajan estaban mitos como Wilhelm Furtwängler y talentos en ascenso como Carlo Maria Giulini, ya por entonces enorme director. No debe extrañar que, cuando Legge rompiese con la orquesta y esta decidiera seguir adelante bajo el nombre de New Philharmonia, rompiese toda amistad con el italiano cuando este le confirmó que continuaría dirigiéndoles. Mientras tanto, Sir John Barbirolli se unía al equipo de batutas asiduas para realizar auténticos prodigios.
En los años setenta, y tras una breve titularidad del irregular y siempre problemático Lorin Maazel, la orquesta pasó a mano de un jovencito chulo con ganas de comerse el mundo llamado Riccardo Muti. La New Philharmonia mantuvo su virtuosismo estratosférico, pero ya no era "la mejor": en Europa el nivel había subido de manera considerable, y no digamos en unos Estados Unidos en los que ya se enseñoreaban Boston, Cleveland y –sobre todo– Chicago, además de la citada Philadelphia. En cualquier caso, el napolitano mantuvo su sonoridad y se aprovechó de ella para ofrecer recreaciones ásperas, rústicas en el mejor de los sentidos, de enorme limpieza en la exposición y de un temperamento ardiente que le conducía a auténticas "locuras" que solo podían seguir músicos de primerísimo orden.
A Philadelphia se fue Muti para allí volverse más robusto y voluptuoso, paradójicamente más "centroeuropeo", mientras que la formación londinense, habiendo ya recuperado su antiguo nombre, pasó a manos de Giuseppe Sinopoli. Fue perdiendo entonces su personalidad, quizá no tanto por el maestro veneciano como por la irremediable jubilación de los antiguos profesores, si bien mantuvo un alto nivel de calidad. Así la vimos en el Maestranza allá por noviembre de 1993: tan perfecta como fría Quinta de Schubert, esquizofrénica e incluso histérica Primera de Mahler.
Luego se produjo, pese a que siguió trabajando con casi la totalidad de los directores más famosos, un relativo bajón en la calidad, hasta convertirse "solo" en una de las "tres londinenses", hermana menor de la London Symphony junto con la London Philharmonic. Con esta última comparte espacio escénico en el Southbank Centre de Londres: allá recuerdo haberla escuchado bajo la batuta de Sir Charles Mackerras. En Sevilla volvimos a verla, por cierto. Fue en el festival Entre Culturas de 2005, concretamente, con Yoel Levi y Pedro Halffter. Este último optó por la muy vistosa –y no del todo interesante– Sinfonía nº 11 de Shostakovich para impresionar al público sevillano con el potencial de la orquesta. ¡Vaya si lo consiguió! Lástima que algunos, o muchos, parezcan haberse olvidado de aquello. Tal y como están las cosas, no tendrán muchas más posibilidades de escuchar una orquesta de este nivel sin tomar un avión.