Dos años justos desde que me rompí el brazo. Estoy triste.
Un simple tropiezo en una estrecha y empinada callejuela de Nicosia, capital de Chipre, a la hora de comer. Estaba haciendo un curso Erasmus, pero en ese preciso momento me encontraba solo. Me atendieron francamente bien. Pensé que era una fractura que arreglaría con escayola, pero no. El traumatólogo de urgencias me lo dejó bien claro: es grave, tiene usted astillada toda la cabeza del húmero izquierdo, hay que operarla y nunca va a recuperar la movilidad completa. Confieso que perdí el conocimiento al escucharlo. Esa tarde fue de locura, entre otras cosas porque a mi teléfono móvil le quedaba poca batería y tenía que arreglar todas las cosas del seguro.
Decidí pasar la noche en el hostal: demasiado inhóspito para mí quedarme en el hospital chipriota. Me repatriaron vía Atenas al día siguiente –la foto es del avión–. Una semana de espera en Jerez y operación en ASISA. En Chipre me habían recomendado la opción con la que menos movilidad podría recuperar, pero más simple y a salvo del peligro de la necrosis: cortar el hueso y poner una prótesis. El cirujano de Jerez, por el contrario, se arriesgó a reconstruir minuciosamente el hueso introduciendo una placa de titanio. ¡Triunfó plenamente! Eso sí, noche de dolor infernal en el hospital. Las dos siguientes fueron también muy molestas. Vuelta a mi casa, al sofá. "Qué bien, a ver películas y escuchar música todo el tiempo", me decían algunos. Manda narices: el dolor era tan insoportable durante las primeras semanas que no podía concentrarme ni en cine ni en discos.
Luego comenzó la rehabilitación. Muy pobre la gratuita, pero había que aprovecharla. Tan magnífica como dolorosa la de pago. Durante el primer año, las sesiones fueron una verdadera tortura. Ahora, mucho menos. Ejercicios con el brazo en la piscina fueron el complemento: rehabilitación para estirar, piscina para devolver fuerza al músculo. La vuelta al trabajo me obligó a disminuir la asiduidad de los ejercicios, aunque mentalmente fue sano reincorporarme a la rutina. Nueva intervención en el verano de 2024 para quitar tres de los tornillos que me pusieron; uno de ellos sobresalía ligeramente y me hacía gritar a diario, así que la mejoría de la calidad de vida desde entonces ha sido sustancial.
Me preguntan si ya estoy bien del todo. Pues sí, dentro de lo posible: tras muchísimas horas invertidas, bastante dinero gastado y considerable dolor soportado, he recuperado aproximadamente el 65-70% del movimento del brazo. Con más ejercicio acuático podré reforzar con plenitud hasta ese 70% que me permite rascarme la cabeza y el culo –con perdón–, alzar cierto peso e incluso a veces –no siempre lo consigo– poner alguna maleta en el lugar que le corresponde en el avión. Y ya está. El treinta por ciento restante, como desde el principio me advirtieron, es irrecuperable. No podré cantar La internacional con el brazo izquierdo, aunque con el derecho sí que podré entonar aquello de Cara al sol: muy adecuado para los tiempos que corren. Lo más importante es que la necrosis, que tenía no pequeñas probabilidades de hacer su aparición durante el primer año, no se ha producido, así que la decisión de reconstruir en lugar de poner la prótesis ha sido la correcta.
¿Secuelas? Muchos movimientos seguiré sin poder hacerlos por el resto de mi vida. Cuando duermo sobre el lado izquierdo sigue molestando. Mis problemas con las lumbares se han multiplicado: con frecuencia tengo que caminar cojeando, tal es el dolor que baja hacia los pies. La inversión de tiempo y dinero en rehabilitación semanal no acabará nunca. Las dos cicatrices, una grande de la primera operación y otra pequeña de la segunda, no se borrarán nunca. Y luego hay otras dos cicatrices: las que me han dejado sendos amigos, críticos musicales que presumen de ser muy de izquierdas y de preocuparse por los seres humanos –uno de ellos es woke militante–, que habiendo roto la amistad conmigo antes del accidente no fueron capaces ni siquiera de mandar un mensaje de ánimo ni de preguntar a nadie cómo me encontraba. Hasta hoy. Esas son las que más escuecen.
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